23 Nov 2024

1. CARMEN GONZÁLEZ HUGUET

-14 Jun 2020
Crítica

 

“Por qué escribimos” de Roque Dalton

 

Carmen González Huguet

  

“Por qué escribimos” es una composición en verso libre que pertenece al tercer poemario que Roque Dalton publicó en vida. Después de su obra debut, Dos puños por la tierra, publicada en San Salvador, en 1955, en coautoría con el poeta y revolucionario guatemalteco Otto René Castillo, y del poemario titulado Mía junto a los pájaros (San Salvador, 1958), Roque Dalton publicó La ventana en el rostro, en la ciudad de México, en 1961, con prólogo del escritor y militante de izquierda salvadoreño Mauricio de la Selva. La ventana en el rostro es una obra de juventud, ya que en 1961 el autor cumplió veintiséis años. Pero hay que matizar: a los veintiséis años Roque Dalton ya había pasado al menos dos veces por la cárcel, había luchado con éxito por derrocar al gobierno militar de José María Lemus, estuvo por primera vez en Chile, donde conoció a Diego Rivera, y en Moscú, en donde tomó contacto con el llamado “socialismo real”. A pesar de sus pocos años, el autor ya tenía cierta andadura vital, política y literaria.

 

La temática de este poema es un verdadero Ars poetica, o Arte poético; esto es, una declaración de los principios en que se basa el trabajo literario del autor.[1] Nos entrega, explícitas, las razones por las cuales escribe. Y para explicarlas, recurre a una de las figuras literarias que le son más queridas, habida cuenta de las numerosas ocasiones en que echó mano de ella: la enumeración. De esta manera, construye una acumulación de hechos, cosas y gentes que van amplificando, como los círculos concéntricos en un estanque cuando alguien arroja una piedra, el sentido y la emoción en un “crescendo” que se resuelve al final, casi siempre en un epifonema lapidario[2].

 

De esta manera progresiva el autor va construyendo un tono emocional dentro de una serie de sintagmas verbales que nada tiene de azarosa, ni de espontánea. No hay nada de improvisado ni de “natural” en este poema de Dalton. Por el contrario, cada término está colocado por una razón. Toda la primera estrofa gira en torno a un verbo principal: “Uno hace versos y ama”. El subrayado es nuestro. A ese verso corresponden tres complementos directos:

 

  • “La extraña risa de los niños”. Este sintagma podría ser una metáfora de la infancia.
  • “El subsuelo del hombre/ que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda”. Posible metáfora del proletariado urbano.
  • “La instauración de la alegría/ que profetiza el humo de las fábricas”. Acá encontramos una posible metáfora de la revolución y alude nuevamente al proletariado urbano.

 

Aquí conviene hacer una nota al margen: cuando La ventana en el rostro se publicó en México, en 1961, en El Salvador estaba formándose un sector industrial manufacturero de cierta pujanza gracias a la construcción de la primera presa hidroeléctrica con la que contó el país, la 5 de noviembre, conocida popularmente como la “Chorrera del Guayabo”, inaugurada el 21 de junio de 1954[3], durante el gobierno de Óscar Osorio (1910-1969), antecesor de José María Lemus. Fue este proyecto de infraestructura el que dotó al país de la energía necesaria para la electrificación de los principales núcleos urbanos y para el funcionamiento de las nacientes fábricas. Este fue el detonante para la aparición o, al menos, para el crecimiento a niveles masivos de un importante proletariado urbano proveniente del éxodo del campo a la ciudad, proletariado que vino a asentarse en las nacientes “villas miseria” o cinturones de pobreza que comenzaron a surgir en los alrededores de la capital y municipios aledaños. Es a esta realidad a la que Dalton hace referencia. En la siguiente estrofa, el autor echa mano, una vez más, a la enumeración. Afirma: “Uno tiene en las manos”:

 

  • “Un pequeño país”. Alude aquí, ¿qué duda cabe?, a la pequeñez territorial de El Salvador.
  • “Horribles fechas”. Ya entonces, y más hoy en día, nuestra historia está llena de fechas nefastas. Podría ser una alusión velada a los sucesos de 1932.
  • “Muertos como cuchillos exigentes”. El sentido es obvio. Desde el punto de vista retórico, este verso recoge un símil.
  • “Obispos venenosos”. Alude aquí al sector ultraconservador de la Iglesia Católica, plegado a los intereses de los poderosos.
  • “Inmensos jóvenes de pie/ sin más edad que la esperanza”. Al leer esto pienso en Víctor Manuel Marín, uno de los héroes, hoy olvidados, del levantamiento militar del 2 de abril de 1944, a quien Oswaldo Escobar Velado mencionó en un poema.[4]
  • “Rebeldes panaderas con más poder que un lirio”. ¿Hay aquí una velada alusión a Salvador Cayetano Carpio, líder sindical del sector de panificadores?
  • “Sastres como la vida”. Esta es una posible alusión al líder de izquierda Miguel Mármol, de oficio sastre.
  • “Páginas”.
  • “Novias”.
  • “Esporádico pan”. Esta imagen, con su poderoso epíteto, aluden a la pobreza. En buen salvadoreño remite al refrán: “Coyol quebrado, coyol comido”.
  • “Hijos enfermos”. Otra alusión, esta vez aún más violenta, a la pobreza.
  • “Abogados traidores/ nietos de la sentencia y lo que fueron/ bodas desperdiciadas de impotente varón”. Convendría aquí trazar un vínculo de intertextualidad con el poema “Vida, pasión y muerte del antihombre”, de Pedro Geoffroy Rivas.[5]
  • “Madre”,
  • “Pupilas”. (Aquí la ambigüedad no está despejada: ¿se refiere a las pupilas de los ojos? En El Salvador se les llamaba, y todavía se llama así, “pupilas” a las señoritas que viven en habitaciones de alquiler. Con frecuencia se trata de jóvenes estudiantes que vienen a la capital a seguir estudios universitarios).
  • “Puentes”.
  • “Rotas fotografías y programas”.

 

Aquí conviene hacer otra nota al margen para señalar la poderosa selección de epítetos.[6] Para Roque Dalton, la risa de los niños es “extraña”, las ciudades son “ácidas”, tal vez por lo que tiene de corrosivo el paisaje urbano. En su poesía, la violencia queda retratada en esos “muertos como cuchillos exigentes”. Exigentes porque nos pedirán cuentas, en el sentido evangélico del término, y aquí el texto nos remite al pasaje de Mateo 25: 35-45: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer, etc.”. Y otro tanto sucede con los obispos “venenosos”.

 

Roque Dalton no alcanzó a presenciar el breve período durante el cual monseñor Óscar Arnulfo Romero fue arzobispo de San Salvador. El primer santo salvadoreño hubo de soportar la incomprensión, y virulenta oposición en algunos casos, de varios miembros de la Conferencia Episcopal salvadoreña, por no hablar de la campaña de difamación de la que lo hizo víctima un sector oscurantista del gran capital, que llegó a acuñar la ominosa frase: “Haga patria: mate a un cura”, a fines de los años setenta y primeros ochenta del siglo XX. Sería tema de otro trabajo explorar la posición de este poeta hacia una iglesia que, al menos en ciertos sectores, estaba cambiando en lo que se refiere a su papel social.

 

Hay una tercera enumeración, iniciada con el pronombre indefinido usado en un sentido impersonal, como en el famoso tango[7]: “Uno se va a morir,/ mañana,/ un año, un mes sin pétalos dormidos,/ disperso va a quedar bajo la tierra/ y vendrán nuevos hombres/ pidiendo panoramas”. El sentido no puede ser más claro: la muerte, esa realidad ineludible que nos alcanzará a todos tarde o temprano, va a suprimir a los testigos de esta época. La poesía es aquí, pues, testimonio de un tiempo concreto, de unos hechos históricos, de las acciones y omisiones de nuestros coetáneos.

 

La cuarta enumeración: “Preguntarán qué fuimos,/ quienes con llamas puras les antecedieron,/ a quiénes maldecir con el recuerdo”. La historia encarna, aquí, para Dalton, el juicio inapelable dictado por los marginados, por los desposeídos, por los excluidos, por los ofendidos (no en balde uno de sus libros posteriores se habrá de titular El turno del ofendido), por los olvidados, usando el término de la famosa película de Buñuel, contra los privilegiados, los sectores económica y políticamente poderosos, los usufructuarios de la riqueza de la nación, que debería ser para todos y no solo para unos pocos.

 

El epifonema no podría ser más contundente y se concentra en los tres últimos versos: “Bien./ Eso hacemos: custodiamos para ellos el tiempo que nos toca”. En la poesía de Dalton no hay vocablos colocados “porque sí” o antojadizamente. Cada palabra ha sido escogida con cuidado infinito. El verbo es claro: “custodiamos”. Según el Diccionario de la Lengua Española, custodiar significa, en primera instancia, “guardar algo con cuidado y vigilancia”, y en su segunda acepción: “vigilar a alguien, generalmente a un detenido, para evitar que escape”.

 

De esta manera, Roque Dalton nos está diciendo que, desde su concepción de la poesía, y del “deber ser” del poeta, este es el depositario de los hechos históricos de su tiempo, legado que debe guardar “con cuidado y vigilancia”, pero también que dicha historia es rehén de este custodio, en la figura del poeta, como representante de los desposeídos, de los excluidos, de los ofendidos y olvidados. En una palabra: de aquel que, como el profeta, es la “voz de los sin voz”. La doble significación del verbo custodiar nos indica que su selección y uso no fueron casuales: el poeta guarda, pero también vigila, para que no se tuerza la recta interpretación de la historia. En una palabra: la ortodoxia al estudiar y comprender los hechos de ese “tiempo que nos toca”.

 

Y ese “tiempo que nos toca” también juega con la ambigüedad del verbo “tocar”: a) Nos toca: es decir, nos atañe, nos corresponde, y b) Nos toca literalmente. Esto es: posa su mano sobre nosotros, nos percibe (y lo percibimos a la vez) a través del tacto, entramos en contacto con él, lo asimos, o nos toma con sus manos, y tiene, además, por esa cercanía innegable, la posibilidad de vulnerarnos, de golpearnos, de herirnos. El tiempo constantemente nos erosiona, nos desgasta, nos muele con los invisibles dientes de los años, los meses, los días, las horas, los minutos y los segundos.

 

No en balde la esgrima se considera “el arte de tocar sin ser tocado”. Y la poesía no deja de ser una forma superior de esgrima verbal. Nadie comprendió como Roque Dalton que la lucha ideológica se libraba, y se libraría, sobre todo en el lenguaje. Y de manera aún más especial en la poesía política. Al menos, tal como él la concebía. 

 

[1] Mario Zetino, en su artículo La poesía de David Escobar Galindo: Un viaje por sus textos esenciales, afirma que el arte poética es: la declaración de principios poéticos, y también de principios vitales, del autor. Ver: Revista Akademos. Antiguo Cuscatlán, Universidad “Dr. José Matías Delgado”. Año 11 Vol. 2, nº 29 Julio-diciembre 2017, p. 13. ISSN: 1995-4743. Hay versión en línea: https://www.lamjol.info/index.php/akademos/article/view/6318/6046

[2] Figura retórica. El Diccionario de la Lengua Española define el término de la siguiente manera: 1.m. Ret. Exclamación referida a lo que anteriormente se ha dicho, con la cual se cierra o concluye el pensamiento a que pertenece. Era u. t. c. f.

[3] Ver: https://www.cel.gob.sv/central-hidroelectrica-5-de-noviembre/, consultado el 20 de mayo de 2019.

[4] Ver: https://marcialteniarazon.org/galeria/relatos/aurora-del-2-abril-1944, visitado el 20 de mayo de 2019.

[5] Geoffroy Rivas dice, en la parte V de Vida, pasión y muerte del antihombre: “Pobrecito poeta que era yo, burgués y bueno./ Espermatozoide de abogado con clientela./ Oruga de terrateniente con grandes cafetales y millares de esclavos./ Embrión de gran señor, violador de mengalas y de morenas siervas campesinas…”. El subrayado es mío. Roque Dalton con seguridad conocía este poema de Pedro Geoffroy Rivas, con quien tuvo intensas semejanzas y diferencias. No es gratuito el verso, “Pobrecito poeta que era yo”, porque le sirvió posteriormente a Dalton para titular la novela en que nos deja constancia de las andanzas juveniles de su generación.

[6] El diccionario antes citado define epíteto como: 1. m. Gram. Adjetivo que denota una cualidad prototípica del sustantivo al que modifica y que no ejerce función restrictiva. “En la blanca nieve”, “blanca” es un epíteto. 2. m. Palabra o sintagma fijo que tienen una función caracterizadora de personas o cosas. “El Cruel” fue el epíteto de Pedro I. 3. m. Expresión calificativa usada como elogio o, más frecuentemente, como insulto. “En la discusión se oyeron los más variados epítetos”. 

[7] El tango titulado Uno fue compuesto en 1943 por el argentino Enrique Santos Discépolo, con letra del también argentino Mariano Mores. Sus primeros versos afirman: “Uno busca lleno de esperanzas/ el camino que los sueños prometieron a sus ansias. / Sabe que la lucha es cruel y es mucha, / pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina…”

 

Carmen González Huguet nació en la ciudad de San Salvador en 1958. Después de su grado como bachiller inició estudios de Ingeniería Química, suspendiéndolos semestres después para dedicarse por completo a la literatura, campo en el cual obtuvo la pasantía en Educación Radiofónica, y la Licenciatura en Literatura por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Ha ocupado varios cargos como investigadora literaria y catedrática universitaria. Entre los numerosos galardones obtenidos, se destacan la Mención de honor en el Certamen Nacional de Editores en 1989 con su poemario «Testimonio», el Premio de la Comisión Interamericana de Mujeres en 1987, el primer lugar en los Certámenes de San Miguel en 1988, Juegos Florales de San Salvador en 1993, Santa Ana en 1997, Ahuachapán en 1997, Primer premio en los Juegos Florales   Hispanoamericanos de Quetzaltenango en 1999, con «Locuramor» y Premio Internacional Rogelio Sinán 2005 por su poemario «Palabra de Diosa». Conserva inéditos varios poemarios y dos libros de cuentos. Actualmente se desempeña como catedrática de Historia del Arte, Redacción periodística y Literatura Hispanoamericana en la Universidad José Matías Delgado.



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