19 Abr 2024

2. POESÍA ESPAÑOLA. LUIS GARCÍA MONTERO

-28 Jun 2020

 

PRIMER DÍA DE VACACIONES

 

 

Nadaba yo en el mar y era muy tarde,

justo en ese momento

en que las luces flotan como brasas

de una hoguera rendida

y en el agua se queman las preguntas,

los silencios extraños.

 

Había decidido nadar hasta la boya

roja, la que se esconde como el sol

al otro lado de las barcas.

 

Muy lejos de la orilla,

solitario y perdido en el crepúsculo,

me adentraba en el mar

sintiendo la inquietud que me conmueve

al adentrarme en un poema

o en una noche larga de amor desconocido.

 

Y de pronto la vi sobre las aguas.

Una mujer mayor,

de cansada belleza

y el pelo blanco recogido,

se me acercó nadando

con brazadas serenas.

Parecía venir del horizonte.

 

Al cruzarse conmigo,

se detuvo un momento y me miró a los ojos:

no he venido a buscarte,

no eres tú todavía.

 

Me despertó el tumulto del mercado

y el ruido de una moto

que cruzaba la calle con desesperación.

Era media mañana,

el cielo estaba limpio y parecía

una bandera viva

en el mástil de agosto.

Bajé a desayunar a la terraza

del paseo marítimo

y contemplé el bullicio de la gente,

el mar como una balsa,

los cuerpos bajo el sol.

                                                     En el periódico

el nombre del ahogado no era el mío.

 

                                                Habitaciones separadas, 1994

 

 

FIGURA SIN PAISAJE

 

 

He vendido mi alma dos veces al diablo,

por monedas de niebla y curso clandestino

en países que nadie se ha atrevido a fundar.

 

Un realista que vive el mundo de los sue­ños,

un soñador que quiere vivir la realidad.

 

Mal destino es el tuyo.

Así te va.

 

                                    Habitaciones separadas, 1994

 

 

LA INMORTALIDAD

 

Nunca he tenido dioses

y tampoco sentí la despiadada

voluntad de los héroes.

Durante mucho tiempo estuvo libre

la silla de mi juez

y no esperé juicio

en el que rendir cuentas de mis días.

 

Decidido a vivir, busqué la sombra

capaz de recogerme en los veranos

y la hoguera dispuesta

a llevarse el invierno por delante.

Pasé noches de guardia y de silencio,

no tuve prisa,

dejé cruzar la rueda de los años.

Estaba convencido

de que existir no tiene trascendencia,

porque la luz es siempre fugitiva

sobre la oscuridad,

un resplandor en medio del vacío.

 

Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles

de las miradas insistentes,

el mar tuvo labios de arena

igual que las palabras dichas en un rincón,

el viento abrió sus manos

y los hoteles sus habitaciones.

Parecía la tierra más desnuda,

porque la noche fue,

como el vacío,

un resplandor oscuro en medio de la luz.

 

Entonces comprendí que la inmortalidad

puede cobrarse por adelantado.

Una inmortalidad que no reside

en plazas con estatua,

en nubes religiosas

o en la plastificada vanidad literaria,

llena de halagos homicidas

y murmullos de cóctel.

Es otra mi razón. Que no me lea

quien no haya visto nunca conmoverse la tierra

en medio de un abrazo.

 

La copa de cristal

que pusiste al revés sobre la mesa,

guarda un tiempo de oro detenido.

Me basta con la vida para justificarme.

Y cuando me convoquen a declarar mis actos,

aunque sólo me escuche una silla vacía,

será firme mi voz.

 

No por lo que la muerte me prometa,

sino por todo aquello que no podrá quitarme.

 

                                    Completamente viernes, 1998

 

 

  LA NOCHE

 

 

 

                                                            Ahora la sentimos inagotable

                                                            como un antiguo vino

                                                            y nadie puede contemplarla sin vértigo

                                                            y el tiempo la ha cargado de eternidad

                                                                        JORGE LUIS BORGES

 

Con sus conspiraciones,

con los sueños que nunca se recuerdan

y con los recordados,

con el insomnio de las cañerías,

con la inquietud que tiembla un segundo después

del aullido de un lobo

o el aviso alarmado de los perros,

con la sombra que cruza por el jardín vacío,

con la luna maldita, con el amor, los hombres

levantaron la noche.

 

Con las ventanas de los rascacielos,

con la oración del monje,

con la ropa cansada de la puta,

con la orquesta de jazz en aquel sótano

de la ciudad dormida,

con el postigo en la tormenta,

con los versos de Borges

y con las confesiones del borracho,

con la luna de junio, con el odio,

levantaron la noche.

 

Y también con la Estrella Polar sobre los barcos,

con las meditaciones del filósofo,

con las tribus sentadas a la hoguera,

con la perversidad del confidente,

y con el tiempo detenido

en el primer abrazo, en las primeras lágrimas,

en los primeros nombres del interrogatorio,

con la luz amarilla,

con el silencio de los hospitales,

levantaron la noche.

 

También con tu desnudo. Esta definitiva

perfección de la noche en tu desnudo

me confirma la frágil certeza del destino,

pues toda la intención del universo

fue llamarnos aquí.

En una noche blanca están todas las noches

y el tiempo inevitable ha sucedido

para dejar tu sueño en esta cama

y para que yo vea en tus ojos el fuego

de una noche infinita.

 

                                                Completamente viernes, 1998

 

 

HUERTA DE SAN VICENTE

 

Se busca una ciudad.

 

Parece que fue vista

en manos de un poeta.

Vestía un cielo limpio,

un desnudo de nieve

y rumor de cafés civilizados.

 

Se busca una ciudad

igual que una palabra.

 

Recuerdo aquellos años

inexplicables de mi adolescencia,

la sombra del poeta en el balcón

de su casa cerrada.

Aparecía y desaparecía

con la misma torpeza suplicante

de los primeros versos,

cuando son las palabras vagones melancólicos

de un tren que ya no puede con su alma

o no sabe moverse todavía.

 

Detrás de los cristales,

bajo las tachaduras de lo que se persigue

en un papel cuadriculado,

buscaba una ciudad,

un trozo de madera borrada por el tiempo,

la ley de gravedad que fijase mi nombre

en un mundo de olvidos

y de rara intuición.

 

Heredé las ausencias, pisé lo que no estaba,

imaginé su noche,

solitario poeta fusilado,

y me pertenecía

como la habitación de los amigos,

como la luz cautiva de la luna

en los amaneceres.

 

Adolescencia,

siempre tiene más prisa

el menos esperado.

Buscaba en los escombros de una guerra

aquello que no puede vivir en los escombros.

 

Vestía un cielo limpio, un desnudo de nieve.

 

Se busca una ciudad. La recompensa,

aprender a vivir con uno mismo,

saludar a la luna en horas de trabajo,

mover recuerdos en un cajón vacío.

 

                                    Vista cansada, 2008

 

 

A VECES UNA PIEL ES LA ÚNICA RAZÓN DEL OPTIMISMO

 

Debería llover

y hace falta ser lluvia,

caer en los tejados y en las calles,

caer hasta que el aire ponga

ojos de cocodrilo

mientras muerde la tierra igual que una manzana,

caer sobre la tinta del periódico

y caer sobre ti

que no llevas paraguas,

que te llamas María y Almudena,

que piensas como abril

en hojas limpias bajo el sol de mayo.

 

A veces una piel

pudiera ser la única razón del optimismo.

 

                                    Un invierno propio, 2011

 

 

MÓNICA VIRTANEN

 

Aterrizó el avión muy de mañana.

Tenía cinco horas de vida en el trasbordo.

Como si fuese un súbdito,

cerré en una consigna mi equipaje.

Quería comprobar lo que nunca he dudado:

que Buenos Aires sigue siendo el rey.

Un taxi me dejó en la Recoleta.

Avenida Alvear, Callao, Pueyrredón…

El caminar sin rumbo

me llevó hasta Sarmiento y Libertad.

Tal vez, quizá, dos cuadras y una lluvia.

¿No era esta la calle de Mónica Virtanen?

¿No era aquella su casa?

Las líneas del portal racionalista

invadieron mis ojos

con la modernidad de las cosas antiguas.

No recordé qué piso.

Como si fuese un hombre libre,

navegué por los números del portero automático.

La voz del 4º A me contestó

que la señora Mónica Virtanen

vivía en el tercero.

Hace ya muchos años de nuestra despedida,

pensé mientras llamaba.

En el 3º A,

una voz cenicienta concretó,

me dijo que la B,

esa era la puerta de Mónica Virtanen.

¿Qué recuerdos tendrá? ¿Aquella confusión

de números y músicas y letras y terceros

soportará un café en el bar de la esquina

pedido por sorpresa en medio de un trasbordo?

Pasaron dos minutos indecisos,

la sombra de un quién es

y el sueño mal contado de la melancolía

sin que me respondieran.

 

Pero nadie confunda silencio con olvido.

Merecía la pena estar allí,

bajo el balcón con lluvia de otros años,

a los pies de la ausencia

de Mónica Virtanen.

 

            A puerta cerrada, 2017

 

 

ADÁN Y EVA

(inédito)

 

Nevaba sobre el campo

de refugiados. Blancas

estaban las laderas

heridas por las botas

del ejército turco.

Detrás de la alambrada

se escuchaba a los perros

ladrar en los camiones.

 

Entonces ocurrió.

Poniéndose de pie,

pasaron como sombras

muy cerca del anciano,

la huérfana y el viudo.

Al quitarse el abrigo,

oyeron el silencio

bajo los cielos rotos.

Al quitarse el jersey,

los zapatos mojados,

los pantalones sucios

y la ropa interior,

sintieron un destino

sobre la tierra abierta.

 

Ahí estaba la historia

resumida en dos cuerpos.

 

Sus desnudos cruzaban

los siglos, las fronteras

y todos los altares

hasta ocupar llorando

el origen del mundo.

 

Sobre la piel ardía

la luz de un reflector. 

 

 

Luis García Montero, nació en Granada, España, en 1958. Es catedrático de Literatura de la Universidad de Granada y, en la actualidad, director del Instituto Cervantes. Como poeta, ha publicado, entre otros libros, El jardín extranjero (1983),  Habitaciones separadas  (1994), Completamente viernes (1998), Vista cansada (2008), Un invierno propio (2011) y A puerta cerrada (2017). Como novelista, ha publicado Mañana no será lo que Dios quiera (2009), No me cuentes tu vida (2012) y Alguien dice tu nombre (2014). Es también autor de numerosos ensayos sobre poesía contemporánea.     



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