23 Nov 2024

18. POESÍA MEXICANA. ROLANDO ROSAS GALICIA

-12 Jul 2020
Poesía

NAGUALES

(FRAGMENTOS)

  

                 Nahual en su sentido primitivo se deriva del

                    vocabo náhuatl, nahualli, secreto, misterio,

      porque el nahual era un sacerdote que introdujo

los misterios de la vida y la muerte. En otra

             de las acepciones de su amplio significado,

nahual quiere decir máscara.

 

I

 

Aquello que se sueña

no es el sueño sino su perfume.

Es la rosa.

Ciegos cuerpos invitándose mutuamente, generosos.

No es el cuerpo la serpiente sino su veneno.

El rencor al otro día cuando se es sombra

y no luz.

Cuando es el sueño que se sueña.

 

    

II

Al cenit el sudor pegajoso y otra vez el laberinto. El tuyo.

No mueres ni al primer hervor se cuece la palabra.

Se marca en tu piel la pezuña del viejo caballo.

Respira en ti, gruñe. Cruje el músculo al ras del suelo.

Con tu garra maciza, con tu pezuña, escarbas en la tierra.

Vendaval sin rumbo. Arrojas el polvo a los ojos del que mira.

Acudes al llamado de la sangre. Olfateas.

Lames un rostro distinto. Contemplas tu imagen en el ojo de agua.

Escuchas los gritos en el vecindario.

A tientas los hombres buscan,

persiguen algo que sólo existe en ellos.

        Grita el otro el que huye.

Ríes, la carcajada es limpia, casi puedes apretarla con tu mano.

Morderla. Sonoro pelambre y bufas.

Crece la bestia en el corazón. Crece.

(Mi madre sabe de brebajes, dice que yo soy el que soy,

el que siempre ha sido).

                                   El círculo inaugura el sueño.

 

 

III

 

Sobre el fino polvo del almácigo

esparce la semilla.

 

Con pausado movimiento cubre con ramas de ahuejote

la fugitiva flor del cilantro.

 

Filtro de luz la germinación.

Pústula Plántula Gesto primitivo.

 

La púa entre punzante de aire.

Bebedora de sol.

Blanca buscadora a través del estiércol.

 

El tiempo fermenta la carne nutritiva.

La tosca mano descubre con delicadeza.

La perpetua sangre del dios.

 

 

V

 

El miedo es la extraña sensación de ser otro.

Porque a veces soy un animal herido

por las cosas que no comprendo.

Bagre moviéndose en ese río que tú dibujas.

Paisajes que se observan por el ojo de la cerradura.

Prismas. Ajolotes con mi cuerpo.

 

Me acerco a la luz.

Inclino mi rostro al duro papel de la hoja.

Soplo suave el diminuto polen.

Observo como se va. Como busca la transparencia.

 

 

VI

 

Arde la saliva, escurre.

El ángel malo bebe la sangre caliente del toro.

Carcome la dulce carne de la codorniz.

Punza mi pierna. Yo despierto ciego de un ojo.

Soy la sombra de mi padre.

Ojo de niño. Me ahogo en rebosantes vasos de vino.

 

Aunque nadie sabe quién es el que crascita.

Somos carne de la carne. Incrustación del alma.

Alegría de parturienta y su dolor espeso.

Un leve pellizco en la clara del ojo.

 

 

VIII

 

Arrastro a mi padre.

Jalo con fuerza la reata. Lo lastimo.

 

En la feria gira y gira el carrusel.

Sube y baja.

 

Trepo a mi padre a la bestia

y entonces soy un centauro.

 

Todo se nubla cuando cae.

 

 

IX

 

Todo  muere hasta las ganas del amor.

El alcohol seca la carne.

Al ebrio ofrece un sol ficticio.

Falsos deseos que mastica en su rencor.

Flácida sombra y la puñeta,

uno, dos, hasta que truena cruel

su alargado pellejo.

 

 

X

 

En la carne tengo tatuada una imagen.

Mi padre, ebrio, me ofrece un mango podrido.

No es un sueño.

Un gusano asoma por su boca.

Siento en mi mejilla su aliento agrio.

Escucho palabras. Son juguetes.

Ángel Rosas ríe.

Se derrumba sobre mis siete años.

A lo lejos, mi abuelo,

el nagual de piedra, observa.

Me monto en él. Grito. Soy el único.

 

 

XI

 

Danza el viejo nagual, se quiebra solo.

La oscuridad hierve en su pecho.

Se hiere con puntas de magüey.

Se arranca trozos de lengua.

Se cuartean sus talones.

Danza el guerrero. Suda el inmortal.

Arrastra cada músculo.

Los jala como si fueran carne del ajeno.

 

La tribu se ilumina.

Las matronas bufan, gruñen, lo escupen.

El nagual mira a los niños. Ríe.

Engulle el corazón de la doncella.

 

 

XII

 

Entró a mi casa como un pariente lejano.

Aunque todos repitieron el nombre de mi padre.

Yo lo vi ocultar sus alas.

Y a pesar de que en su ojo único

fue lugar común toda la frescura,

en mi hígado crecieron los diminutos hongos de la cirrosis. Entró.

Era filoso el cuchillo de la insaciable sed.

 

 

 

 

Rolando Rosas Galicia  (1954) nació en San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, CDMX. Ha publicado los libros de poesía: Caballo viejo, UNAM, col. El ala del tigre, (1994): Morder el polvo, CONACULTA, col. Los Cincuenta, (1998); Naguales, Ediciones “La Rana”, Gob. del Estado de Guanajuato, (1999); Mester de soltería, Daga editores, (2000), Vagar entre sombras, Molino de Letras, UACh. IMC, (2004): El ruido de la infancia, Molino de Letras, UACh, IMC, (2008); Caballo viejo y otros poemas, Molino de Letras, UACh. IMC, (2009); Quebrantagüesos y otros poemas, 1980-2010, Universidad Autónoma Chapingo, (2012); Ojo por hoja, Cofradía de Coyotes, (2012); Víbora de dos cabezas, FOEM, Colección  Letras, Summa de días, (2014), y Salivar el tiempo, Letras de Pasto Verde, (2017). En narrativa ha publicado el libro de relatos: Pájaro en mano, Molino de Letras y Cofradía de Coyotes, (2018).



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