ÁGUILA Y LIEBRE
Al sol, sobre la hierba seca,
un águila desciende
y fija su mirada en esa liebre
que ya escapa.
Las patas del ave se abalanzan
una y otra vez, pero la presa corre más.
Con sus alas inmensas
el ave agita el aire y se retira,
pero muy pronto gira y vuelve a aproximarse
con sus ojos hambrientos.
La bella liebre salta y se estremece,
se revuelca en el aire,
se aleja temblorosa,
pero no encuentra el agujero
de la cueva en su huida.
Ambas criaturas se revuelcan
y el asalto es perfecto,
la lucha se repite,
no encuentra pronto su final.
¿Cuál de los contrincantes
muestra más claro su torpeza?
¿Cuál va a ganar, cuál gana,
cuál es mejor que permanezca?
A SOLAS EN EL AIRE
A Brad Gobricht, in memoriam [1]
Hacia arriba el espacio,
hacia abajo la muerte.
Subir hasta encontrarse con sí mismo,
hasta sentir la pequeñez, su peso.
Elevarse hasta que el aire falte,
hasta que el tiempo se disuelva.
Perderse en las alturas,
como un ave espectral,
abandonando la memoria
y la razón de estar en el espacio,
entregando a la salvaje roca
la fuerza absoluta de tus sueños.
En el preciso instante en que mirabas
de frente el vacío y el triunfo,
se quebró la cuerda de tu mundo,
apareció el azar y te salvaste:
de un golpe supiste tu destino.
Ahora en el viento
resoplan tus últimos deseos,
se escucha arder tu nombre en la distancia.
YA BIEN LO DIJO WALCOTT...
Ya bien lo dijo Walcott, el poeta,
hay que poner de nuevo
el corazón en su lugar.
No lo protejas tanto,
debes dejar a solas tus deseos,
cárgalos con regocijo entre las manos
y suéltalos después a alimentarse por su cuenta,
ellos saben qué hacer, conocen el camino.
Acerca tu corazón al sitio de tu miedo,
escucha lo que tenga que decir,
deja que te hable de lo injusto,
de lo severo y lo mejor,
lo merecido y lo incompleto,
lo buscado y luego rechazado.
Sabrás entonces que nada se podía
decidir con claridad completa de antemano,
que lo mejor será siempre ese desorden,
esa carencia de cautela, ese abandono.
Ya bien lo dijo Walcott, el poeta,
que seguro sabía mucho más que nosotros.
LA HORA
(Ante la masacre en un club gay
de Orlando, Florida, el 12 de junio de 2016)
Nadie sabe aún exactamente
a qué hora la muerte se empezó a escuchar.
En la televisión están diciendo
que fue más bien muy tarde,
que eran casi las 2,
que el lugar estaba a punto de cerrar.
Dicen que a esa hora la alegría
había subido mucho de volumen,
que las caricias y los besos
habían llegado al cielo...
Que de repente se acabaron las voces,
las bromas, el sudor, las frases seductoras,
que los cuerpos dejaron de bailar.
A esa hora, aseguran, se apagó el amor.
Pero ahora sabemos que sólo fue un instante:
pronto empezó a crecer de nuevo, a defenderse.
BAILE DE MÁSCARAS
Me aseguran que hay monstruos diminutos,
seres que no se ven pero devoran
lo que nos queda del tiempo y el espacio.
Son noticias que nadie entiende bien.
Dicen que lo mejor es ocultar el rostro,
que no sepan quién eres, qué deseas.
Taparse la nariz, la boca,
no dejar que vean por dónde pasa el aire.
Ya los trajes no importan,
ni el maquillaje ni los nombres,
ni siquiera el color de los adornos y pelucas.
Así nos acercamos al gran baile,
hay prisa en todas partes por mostrar
solo una parte de quién somos.
Ya se escucha el vals de bienvenida,
ya resuenan los acordes en la entrada,
todo ocurre al ritmo del gran miedo,
ya no vale esperar.
Nadie dice su nombre,
pasan a nuestro lado sin decirlo.
O tal vez no lo saben.
Lo importante es ocultarse bien,
antes de saber adónde vamos,
ni dónde puede terminarse el paseo.
Si no trajiste nada para ocultar tus labios,
no hables, no te quejes;
si no puedes taparte con sigilo,
olvida tu futuro y tu pasado,
ya no podrás entrar en tu presente.
[1] Gobright, an acclaimed American free solo climber, died after falling nearly 1,000 feet while rappelling a well-known route in Mexico with a rope. (...) Practitioners of free solo climbing say it is a risky yet exhilarating experience, one that comes with a calm acceptance of death. (The New York Times, November 29, 2019).
Reinaldo García Ramos (Cuba, 1944) vivió en Nueva York hasta 2001. Trabajó más de diez años como traductor en Naciones Unidas y fue uno de los directores de la revista Mariel (1983-1985). Su libro Obra del fugitivo recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza (Murcia, España). Es autor de los poemarios El buen peligro (1987), Caverna fiel (1993), En la llanura (2001) y El ánimo animal (2008), entre otros. Su poesía publicada hasta 2012 se compiló en el volumen Rondas y presagios (Editorial Silueta, Miami). Su novela Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel (2010) ha tenido tres reediciones. En 2017 salieron a la luz Una medida inexacta; ensayos y comentarios (Editorial Verbum, Madrid) y Espacio circular, un poemario seguido de una extensa entrevista (Ediciones La Mirada, Nuevo México).