Hay tribus urbanas y un sinnúmero
de culturas subalternas alejadas entre sí.
La tribu de las hormigas es un grupo
de jóvenes excluidos de la vida,
saben que el costo de un departamento
excede el nivel de mis triglicéridos.
Actualmente se desconoce el número
de tribus a lo largo del abandono.
A FERNANDO SALGADO
1
El desalojo es llevar cuerpo en maleta y esperar otro empleo. Cicatriz en abdomen ante una operación difícil de costear. Así el desánimo. Penosamente deja su ventana abierta para ver una sonrisa junto al pan recién horneado y el peso de cien jacarandas. «Recuerdo que mi madre regresaba a casa con pan bajo el brazo, justo antes del terremoto del 85. Yo sonreía junto a ella desde el vientre. En ese entonces, el desánimo no cabía en el guardarropa. Las personas iban de un lado a otro entre casas amplias y no por un departamento reducido entre objetos igual de pequeños.
Hoy, el sudor no cabe en ningún sitio cuando de amor se trata».
Aun así, se ama, aunque se traspapelen las caricias, porque al cerrar los ojos no podemos enfocar otras sensaciones, sólo el alquiler del inmueble, y el posible desalojo —de uno mismo—.
2
Creo en la eternidad de las parejas, aunque la estadística y la opinión pública piensen distinto. Aunque nuestras prácticas nos contradigan. Creer no es suficiente, hay un punto donde se deben asumir y visibilizar esas otras sensaciones: recordar más allá del terremoto y andar entre hornos de pan que la nariz inventa para tener un punto de apoyo. Aunque la indecisión pesa y arrastra.
—La voz de Xiaoxiao era susurrante. ¿No es el amor la mayor de las detonaciones al sudar como cristal excitado?
—Tú no mereces ser un peón, eres una simple hormiga que puede ser aplastada por los pasos de los viandantes. Sin embargo, no puedes abandonar el hormiguero, vives el presente entre las hormigas. Tienes razón, Xiaoxiao. Nadie debe pagar por unos cuantos metros de amor ni alimentarse con sobras de otros cuerpos que sustituyen lo que verdaderamente nos importa. Lo percibo cuando tus ojos se cierran junto a los míos y el televisor sintoniza la posibilidad de vivir juntos.
—¿Qué te pasa Xiaoxiao?, ¿has comido algo? (Su cara iluminada por la estufa tomó otro color). El patio oscuro de mi pecho no sabe nada de revueltas culturales ni conoce textos críticos que podrían cambiar la dirección de mis dardos. De nuestros dardos. ¿Por qué las letras parecen hormigas, Xiaoxiao? Cierro el hormiguero del libro y me siento más infeliz. ¿En qué momento perdimos nuestro futuro? ¿Por qué no escribo otras hormigas —que reúnan lo suficiente— para habitar otro invierno lejos de la precariedad?
Estas maneras de preocuparme hacen que mis ojos zumben, no logro mover mis manos, no puedo modificar el curso de mi indecisión. Mis palabras languidecen. Quisiera enterrar mi cabeza entre tus piernas y no despertar.
3
Esto de vivir en un pequeño corazón no es bueno para la salud. Las taquicardias son agudas y el ruido del recolector de basura no es un estímulo que despierte. La lluvia no deja de tocar la puerta, aunque mi habitación no tenga espacio para resfriados. Hasta la estufa de carbón dejó su tos afuera. —¿Qué ha sido de ti durante estos días, Xiaoxiao? Sé que vives cerca de La torre del tambor donde las palomas —ante amores averiados— se suicidan. Supe que usas el pincel con paciencia y que dibujas grullas en movimiento. Ningún clan de fantasmas te acongoja y logras encontrar el sueño por la tarde. Tus manos no trepidan por nada, tu infancia no te carcome; no hay rastro de salitre en la casa imaginaria que sueñas dilatar (tus caderas se ampliaban al intuir mi deseo: éramos hoguera y tornasol).
—¿Volverás? Muéstrame el sendero de la paciencia, llévame
de tu delicada cicatriz roja al sedimento pegajoso de tu vientre, donde el amor es secreto, y la mayoría de veces, el único punto donde el mundo colapsa de forma voluntaria.
—Me arrepiento de no haberle retenido, de no haberle dicho palabras cariñosas para que se sintiera mejor, de haber sido tan cauteloso, tan prudente, tan increíblemente estúpido.
Xiaoxiao, uno suele ser irresponsable y no expresar lo que realmente siente, como esas convicciones que terminan ahogadas en la indiferencia. Sucede que uno ignora cómo fue educado, y es más fácil evadir el sismo que pronunciarte a favor del terremoto que reúne todos tus deseos.
4
¿Qué tal la pega de dazibaos, Xiaoxiao? En alguna pared de mi ansiedad dejé este caracter:
Las personas lo usaban para forjar aburrimiento y en otras ocasiones para mostrar depresión; pero en su origen representó
la alegría. Es confuso. Así los edificios de la vida: vas de piso en piso entre felicidad y congoja. Así los caminos: son el cruce continuo de banqueta a banqueta. Diseñas prospectivas y derriban inmuebles que pertenecen al pasado. Cuando divisas el horizonte hay nuevos hogares, otras familias, y ya no eres el mismo. Deseas escapar de la tormenta de polvo y regresar a donde no existían preocupaciones y donde nadie soltaba tu mano. Xiaoxiao, regresa. Escapemos juntos de esta tolvanera. Vayámonos en bicicleta, muy lejos. Huyamos de los puentes que no llevan a ningún sitio. Abre la puerta, ¿sientes el frío?, dancemos bajo el silencio y su nieve. Tu cabello presumirá su diadema, y envueltos en esta blancura, desabotonaré tu jersey. Sabrás que no es un pasatiempo, y que mis manos palparían tu calidez todas las vidas posibles, aunque la temperatura nos congele. Viviríamos escuchando el tictac del despertador encima de la mesita, y al ver cómo se despierta lentamente nuestro corazón, podríamos preparar té, justo antes de salir a pegar cientos de dazibaos en todo Pekín, para después ir al barrio de Tangjialing y despertar a los jóvenes y decirles que nosotros estudiamos bajo las sábanas, que no es necesaria una credencial para hacer lo que realmente se anhela, que no se deben aceptar los fracasos que otros nos heredan. Lo más importante: nunca permitir que demuelan nuestros latidos para sustituirlos por centros comerciales obesos y con problemas de colesterol. Vayamos por las calles gritando en contra de los planes de rescate de viviendas. Lo que les importa es inflar sus bolsillos. Nuestras pequeñas casas, nuestras cajas de objetos sin valor son lo suficiente para reparar el mundo. Lo demás, es colocar un zapato junto al otro para asegurar los siguientes pasos, reconstruir nuestro pasado y pegar dazibaos que hablen del amor y de cómo sanar nuestro espíritu.
5
No tengo un coche ni un departamento en una zona costosa, ni cargo papeles que acrediten que mi ánimo no está desecho; nunca seré el sujeto con la mejor categoría en una universidad privada. Muchas veces no sé si soy dueño de mi propia sonrisa. Lo único que ahora poseo es la certeza de ofrecerte un abrazo frente al mar, Xiaoxiao. Podríamos quebrar un cántaro de barro sobre el suelo —a la usanza siria— para que los pedazos sean el testimonio de dos personas que se aman, y los transeúntes lo vean y recuperen una porción de fe. Ella asintió con la cabeza y salió debajo de las mantas. No se había quitado los calcetines violetas. Fue a ponerse los zapatos.
¿Por qué sonríes? Claro que jugaremos cartas y apostaré mi ropa contigo. Lavaré los trastes después de cocinar. Sé elegir las mejores frutas y perderme en pueblos donde el viaje continúa en el extravío. ¿Nos vemos en la parada del autobús? Es buen punto para comenzar. No importa que los turistas nos observen, kilómetros adelante olvidarán nuestros rostros.
¿Por qué lloras? ¿Intentas demoler los restos de mi incertidumbre? ¿A dónde se marchó la agilidad de tus dedos para detener la tristeza? A veces la memoria parece un sitio hostil, pero créeme, es un lugar seguro. Sé que las malas decisiones estorban. Es cierto, bajo la lámpara no se puede negar que fui un tonto y no asumí lo que significaría tu ausencia.
Aquella tarde tomaste el autobús y te marchaste. Sé que no abrirás el pestillo de mi puerta porque nunca vas a volver, Xiaoxiao. Toda mi cordura languidece. Y a veces mi arrepentimiento corre detrás de cualquier coche, esperando que en la siguiente parada seas tú quien aparezca.
—Xiaoxiao, si halláramos nubes
bajo las sábanas, ¿te quedarías?
Ella afirmó con la cabeza.
—Si sembrara jacarandas
junto a la responsabilidad, ¿te quedarías?
Ella afirmó con la cabeza.
—Si la esperanza no se desbordara
del lavamanos, ¿te quedarías?
Ella afirmó con la cabeza, luego
abrió suavemente la puerta y salió.
[1] De Tierras altas de Mato Grosso (CONECULTA-Chiapas, México, 2018/Los Perros Románticos, Chile, 2019; Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017). Las cursivas fueron extraídas de “El libro de un hombre solo”, de Gao Xingjian.
Armando Salgado nació en Uruapan, Michoacán, México, 1985. Docente y escritor. Ha publicado poesía, narrativa y literatura infantil y juvenil entre los que destacan: Tierras altas de Mato Grosso (CONECULTA-Chiapas, México, 2018/Los Perros Románticos, Chile, 2019; Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2017), Cofre de pájaro muerto (Ediciones de Punto de Partida, UNAM, 2014; Premio de Poesía Joaquín Xirau Icaza para obra publicada, 2015 otorgado por El Colegio de México a través del Fondo Xirau Icaza) y Casa de adobe (PuertAbierta Editores, 2015; Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela, 2014). Coordina un ciclo de entrevistas a poetas mexicanos en el suplemento cultural La gualdra, de La Jornada Zacatecas. Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de México, en la categoría Jóvenes Creadores, en 2019.