ALAS DE MI NOMBRE
Alas, tengo alas en la lengua,
mi cuerpo está cubierto de alas,
son miles de alas que me crecen,
una multitud de pequeñas alas sonoras.
Mis palabras son alas blancas,
alas, alas de espuma o nube,
alas tremendas que me cubren, que me laceran.
Y sin embargo no vuelo con mis alas.
Alas de mis ángeles,
dulces alas que me renuevan,
alas tristes con que me envuelvo,
aladas alas por las que vivo.
Soy un árbol de alas
con alas que me brotan como hojas,
con hojas muertas que me vuelan como alas.
Soy un mar de alas,
un cielo de alas que resuenan.
Alas de mi nombre,
sinfonía de alas en mí misma.
¡Cómo suenan mis alas!
¡Cómo intentan mis alas batir el vuelo!
¿Cómo estoy en la tierra con mis alas a cuestas?
¿Cómo estoy en el viento sin volar con mis alas?
Soy un ala gigante,
soy millones de alas minúsculas,
soy un porvenir, un destino de alas,
y junto al infinito de mis alas peregrinas
pronuncio esta oración de alas aleteantes
para redimirme en nombre de esas alas sonoras.
EL QUE SEA POETA
El que sea poeta
se vestirá de amapolas con la aurora
y tendrá cuatro luces en el pecho
para aspirar al polen infinito.
Llorará sonrisas y cantará dolores,
le dará la mano a sus hermanos,
visitará a los obreros en las fábricas,
botará sus relojes
y venderá suspiros en las panaderías.
Ya no será él mismo;
tendrá que hacer oír su voz
modelando el futuro en la esperanza,
se regará en los barrios pobres
para llorar ahí
y guardará él solo sus tristezas.
Comulgará sus proletarios sueños
con sus zapatos rotos
y repartirá alegrías cada día;
llevará palabras en las manos
para desayunar con ellas
y cargará una cruz de mil pesares.
El que sea poeta
ha de ser el arado que diseñe
la fe del porvenir para su patria.
ESTAR O SER
Se desgajan del tiempo
arborescencias de melancolía.
Hay fastidio en ir de puerta en puerta
rebotando
–peregrinos del ser en pos del sueño–
la gran flota de desharrapados de cariño,
sonámbulos a pleno sol, extravagantes.
Huid, que vienen los Smoking o los Frac,
escondeos en los rincones, venid. Callemos,
no hay que pregonar debilidades
que se nos lloran en los zapatos rotos
o en la camisa transparente a ratos.
Silencio, MÁS SILENCIO.
En la harina se rompe el porvenir,
cada estómago puede ser todo un continente solitario.
Y rezamos y vamos al fútbol los domingos
aunque las almas estén crucificadas
y el aire de octubre no sea propicio
para malversar sentimientos dorados.
Es duro romper los espejos,
inventar frases grises,
solemnes,
quebradas como un suspiro.
Pero no nos debemos a consignas,
hermanos:
los lirios y jazmines son íntimos
y su aroma es del viento, sutil,
un instante de arquitectura suave.
Nos mostramos suaves, infantiles a veces,
los barriletes sin tiempo en el azul
se llevan la rutina:
la técnica no avasalla
los remansos del ser,
sus alveolos,
las vértebras infinitas de lo humano,
porque somos, en fin, enredaderas de la historia,
pequeñas hojas, sujetos surgidos al azar,
sin más espacio que el yo. No lo neguemos.
DOLOR
En el dolor se bate nuestra vida
y en el dolor se engendra nuestra muerte.
Estrella del dolor, dolor titilas;
geranio de tristezas, eres flor.
Que son dolorosos nuestros ojos
porque la harina del ensueño es vana.
Y quedamos desnudos los humanos,
los que llevamos dolor en el costado,
en los sentidos, las manos y la nuca,
porque es nuestro dolor, dolor herido
que llora en nuestro ser y nos penetra.
Que somos dolorosos, somos suaves
y llevamos la cruz, bajo el silencio
que tiene nuestra fe junto al cilicio
de ser humo e incienso y ser callados.
Y seremos sencillos, somos dulces
como las lágrimas, el pan y el vino:
el vino del dolor que nos embriaga
cuando el amor se va y estamos solos.
Dolor el tiempo, el tiempo negro
que nos va gastando, como si lleváramos
atada su cadena a las entrañas.
Dolor el mar, el mar cuando mastica
los barcos que naufragan en su lomo;
el mar, el que se va comiendo
todos nuestros anhelos de ser fuertes.
Dolorosas las cosas, el viento, las ideas,
los grises colores, las tormentas marinas;
dolorosos nosotros, porque el dolor ingrato
ha dejado marcada nuestra indecisa ruta
con profundas tinieblas de azufre y de vinagre
y un odio doloroso y oscuro hacia las tumbas.
A LA MUY NOBLE GUATEMALA DE LA ASUNCIÓN
I
Clava en mí tu mirada
y verás cómo rehúyo
el tizón de tus ojos;
los míos tienen miedo
que leas
lo que te dicen ellos.
Toda raíz mía
yo misma la planté
–es una sola.
Hija soy yo de esta ciudad
–te la proclamo mía–,
sus extrañas hazañas
caminan ante mí como desnudas,
tal como yo por entre ella
he transitado
o entre sus glóbulos
o su miel
o su llanto
o sus gemidos.
Sabe, niño mío:
hija soy yo de esta ciudad
y cuando yo muera
tú la heredarás
con todo el fuego de mi sangre.
II
Arrebatados los paseantes increíbles
quizá irán a morir entre tu sombra
en la arboleda suave que les tejes
sin un instante para morir, sin ser
nada más que una ciudad.
Aquí planté mi raíz:
es risa, juega,
corretea cándidamente en los jardines
y retoma todo lo mío.
Yo sé que tú, hijo, posees los estandartes del iris
aureolados en las pupilas.
¿Sabes tú a donde irá esta ciudad sin ti?
Cuando emigres, revoloteando sin un ayer,
¿qué hará, desolada, esta ciudad?
III
Entonces deja un poco de tus ojos y lleva tus canciones,
un son, un día, una estación, una calle,
una sonata o un relicario
o toda la risa loca con que me adornas.
Y oye: me enterrarán en esta ciudad, aquí
vestiré yo al final mi ropa funeraria
y por una atalaya desconocida, invisible,
tú y yo cuidaremos la ciudad, mi pequeño capitán,
desde los crespones de duelo inútil.
Ahora calla, chicuelo,
ya no hay más lágrimas
sólo el pequeño gozo de ver a la vida vuelta
de la nada,
sentir otra vez mis nervios,
saber que vivo desde siempre dentro del tumulto
de mi ciudad.
IV
Sólo una ciudad tengo y quiero que sea tuya
en el nadir, el cenit o en el altar del silencio
íntimo tuyo;
a donde tú vayas
quiero que lleves
mi ciudad.
Sólo eso tengo.
Qué son pues mis ojos
que no quieren perderla:
raíz, duelo, dolor
y cortinas cerradas,
la leyenda estéril que me urdió la ciudad.
Mariposas de versos y remolinos de ayeres.
Mi vida es una sombra disuelta
son los espejos con que me transmigrarás en algún otoño
con mi voz, y mi risa y mi sangre en tus venas
y tu adiós y todas tus palabras.
ARCOS DE DOLOR PARA EL INVIERNO
I
El dolor de las callejas oscuras
asalta mi cripta desnuda.
Mi corazón como un jardinillo apagado,
mi hielo abriendo cauces en el miedo,
en la raíz viva de soledad
en que busco las huellas esfumadas
donde escondes tu palpitar.
Porque ahora vengo de tocar las puertas cerradas,
todas las puertas de la ciudad,
y ninguna se ha abierto,
tras ninguna te encuentras
porque el ave del sueño te llevó entre sus alas,
porque de pronto huiste por las veredas tímidas
donde el manto de ayer desgarró la armonía.
II
Ahora que suenen las campanas,
que timbren y despierten su bronce
en las bóvedas del júbilo.
Que las albas palomas regocijen su vuelo
y puedan las mariposas moradas
lanzar al cielo la sinfonía de sus alas;
ahora que todas las rutas se enciendan,
que prosiga la marcha del cosmos con sus
membranas infinitas
porque todo está fuera de mí
irremediablemente gimiendo en lejanía,
terrible y hosco,
duro y doliente en este caserón vacío de mi ser.
III
¿En dónde la risa que solías tener?
¿En dónde la chispa de ritmo
naciendo de tus ojos?
No están. Se fugaron a la región desierta
donde la soledad come los huesos,
hiere de frío en los pasillos tristes,
alucina de angustia con el dolor a cuestas.
¿A qué llorar, decías, si hoy todo es azul?
Entonces el ángel tenía las trompetas de luz,
el soberbio clarín que deslumbra al sonido,
dones de árbol luminoso,
un porvenir dorado que brillaba en el día
y la mañana un sueño dulce para vibrar.
IV
Más partieron las horas olorosas y tibias,
te esfumaste, sabías
de este camino ciego.
E ingresé a la negrura de la noche profunda
en que aprendí a llorar.
Entré a la estancia amarga,
a la sed sin sentido,
al doloroso templo
donde es mejor morir.
MIS FURIAS
Cómo amo mis furias,
mis indómitas furias y mis rebeldes furias
y el potro rojo de mis furias de sangre
y mis furias de fuego y las furias salvajes
que han retado al ocaso bajo un cielo rugiente.
Me han atado las venas las brillantes pasiones
y las furias gimieron bajo mi sol ardiente.
Tuve escarpados muros en la frente incendiada
y mis furias saltaron todas las barricadas.
No creí que la hoguera de mi arsenal furioso
poseyera a las piedras y mascara la luna,
pero mis furias vivas como garras de tiempo
son parte de mi carne y tienen mi violencia
Isabel de los Ángeles Ruano Poeta, escritora, periodista y docente guatemateca nacida en 1945. Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2001. Autora de los poemarios: Cariátides (1967), Canto de amor a la ciudad de Guatemala (1988), Los del viento (1999), Café express (2002), Versos dorados (2006).