24 Nov 2024

38. POESÍA MEXICANA. IBÁN DE LEÓN

-15 Ago 2020
Poesía

 

CONFESIÓN

 

Diré con una épica sordina:

la Patria es impecable y diamantina.

RAMÓN LÓPEZ VELARDE

 

Yo que sólo canté

los días soleados de la infancia,

que descubrí el amor

a una edad en que gustaba

de jugar siempre a solas y en silencio;

que tuve entre mis manos

el germen de la lluvia;

yo que hablé con bondad de mis primeros años,

pues en ellos creí ver el galope

de ligeros corceles

en el patio de la casa,

que saboreé los frutos antes que el sol los madurara

y me empeñé en nombrar

la belleza de un tiempo

donde el miedo no tuvo un sitio perdurable,

alzo hoy la voz y no me pesa

decir que no era cierto,

que si existió el amor lo vi pasar

entre las páginas de un libro

del cual sólo conservo

estas pocas palabras,

que al surco de mis manos le faltó la semilla

y que aquellos corceles relincharon,

bárbaros y hermosos,

en el patio de la casa vecina.

Alzo hoy la voz, Ramón, y no me pesa

decir que los mangales

no fueron generosos:

sus frutos se pudrían

en las ramas con la primera lluvia,

que aunque vi reír a mis hermanos,

recuerdo oscuramente

su llanto tembloroso, el llanto de mi madre

y hasta el llanto del perro que recibió no el pan

sino el golpe de dios en las costillas.

Alzo hoy la voz,

a la manera del hombre que ha soñado,

y digo que mentí                                                               

para aceptar lo que he sido.

 

De Oscuridad del agua (ISC, 2012)

 

 

HERENCIAS

 

En la humedad del patio, donde barre la escoba la penumbra que dejaron las hojas tumbadas por el viento, debajo de las ramas de los mangos, junto al tronco más grueso de la tarde, duerme el señor que a veces me llamó por mi nombre. Una mujer desliza su cuerpo con cuidado, mientras las hojas van en pequeños montones a esperar el concilio de las llamas. Ella es blanca y de cabellos muy largos, de ojos entristecidos y una voz muy pequeña donde caben apenas las palabras. Él es un misterio. Moreno como el pulso de la tierra, de cabellos rizados, me recuerda el cauce del río en época de lluvias. Ella vive aquí, éste es su hogar; él está de paso. A ella le gusta sentarse con nosotros a la mesa y hablarnos de su vida de niña. Se la pasa contando cómo es que fue feliz con sus hermanos, de la abundancia que había en las tierras de su padre. Él come a solas y en silencio. Puede golpear o maldecir si alguien lo interrumpe. En las noches se acuestan en la misma cama, hacen planes, olvidan y recuerdan. Cuando amanece, ella llora. Le han pegado en un ojo, tiene la nariz rota. Él no está.

     Las aves de la tarde se desprenden, repican las campanas de la iglesia, en las casas la luz de los braseros interrumpe la noche.

     Ella es mi madre; él es el ebrio que un día me heredó su nombre.

 

De Oscuridad del agua (ISC, 2012)

 

 

NOCTURNO DE LA LLUVIA   

 

Quiero decir también que me fatiga

caminar estas calles sin entender mi sombra.

Me fatiga no ver la huella de mis pasos,

el destello tristísimo del aire que domina la roca.

Reflejo de esta hora en la que todos duermen,

camino en la llovizna

como esperando el alba:

aquí empiezan el traje, el café y los zapatos,

el salir puntualmente

a ganarse la celda

del hambre y la migaja.

 

Me fatiga el rencor y la sonrisa

detrás de alguna puerta, la fe de las polillas

inquietando la bruma; me fatiga ser yo

con mi amor por la nada,

con mi tenacidad de creyente vencido.

Y camino en silencio mientras el agua toca

los umbrales, sus plantas,

esto que ya transcurre y es noria oscurecida,

bastión de los dormidos.

Allá lejos la hoz de una renuente lámpara,

los faros de los autos que breves se deslizan,

el relámpago súbito que dibuja algún gesto en la borra del aire;

aquí yo, descrito sin decirme, caminando en silencio

mientras la lluvia arrecia, fatigado de mí,

sin saber hacia dónde la suela del verano,

si llegaré esta vez, si algún puerto me aguarda.

 

Y este cansancio mío,

materia del desvelo y estancia de mi aliento,

crece como las gotas encima de mis hombros,

me moja el desamparo con su temblor de vidrio,

y detengo mi marcha y digo buenas noches

a la noche que pasa sin darme una respuesta.

 

De Estaciones nocturnas (FETA, 2016)

 

 

MATINAL

 

No sé explicar lo bello de este frío

que vela entre las ramas de los árboles,

su hielo de bondad habitado por astros

de una época niña en la que corrimos juntos,

tierra de pasos

de equinos desbordándose

en praderas extensas como mares.

No sé decir, no alcanza mi palabra

para darle a esta luz su peso justo

de savia detenida

en la seca planicie de las hojas:

bajo el fresno la tierra es un festín

de pequeñas membranas,

ajetreo de élitros hollado por el ámbar

del sol, aguja del destello.

Arriba el cielo anuncia

el limpio trazo de los loros;

en medio casas,

edificios reunidos en el tallo pulcrísimo del aire,

cables donde el rumor del alba

asentó la madera del sosiego.

Más acá, una verdad de pájaros políglotas

que trinan extranjeros su latitud de exilio.

Aquí la buganvilia,

alumbre del magenta en la arcilla del muro,

aquí la hiedra estoica detenida en la barda

como recuerdo vivo del verano.

Luego yo, testigo del instante,

intentando decir lo inaprehensible,

admirado del ámbar de la luz

que recorre el cristal de la mañana,

la belleza del frío que en las ramas del fresno

ha plantado el otoño,

este octubre reunido en el follaje

de las primeras horas.

 

De Estaciones nocturnas (FETA, 2016)

 

 

ESPECTROS

 

He vuelto al mar, el mar que fue nosotros,

un mes de abril, la hora de un domingo.

El agua sigue golpeando entre las rocas como si no,

como si nunca aquí, los dos,

el tú del que habitamos.

Esta palabra: mar,

turquesa mar de los que allá, mirábamos.

Y hay una voz diciendo algo que dije, corriendo entre las piedras

para inventar un rostro, una alegría fácil que te inundaba el cuerpo

debajo de la tarde en la que yo.

 

Desde esta playa el mar ha vuelto a mí,

estría de sol por donde pasa la tristeza

del agua que nos borra los después. 

Hoy es abril, domingo con su hora cruzada por el somos

ya roto entre los antes, muerto para sí mismo

el credo del sargazo que lo arrastra y lo convoca

hasta la arena de mi ayer.

 

Siempre es el mar que siempre vuelve al mar.

La ola que se va y nos pregunta si la fe o el corazón habrán de persistir

más que el rumor de esta palabra,

la calma del abrazo mientras allá la luz de lo que aguarda,

mientras aquí el rincón pequeño donde cabía mi pie junto a tu pie,

el estruendo que rompe sin romperse

y muestra el desamparo de una voz hundiéndose en la brisa.

 

He vuelto al mar, porque todos volvemos. Porque todos

hicimos este viaje, aunque nunca en el cuando alguna tarde

nos vieran alejarnos. Porque todos abriles hemos sido un nosotros

en el tú de un domingo con su yo.

 

De Calles del cuerpo anochecido (Acá las letras Ediciones-CONECULTA chiapas, 2019)

 

 

MONÓLOGO DEL DESENCANTO

 

Vuelvo de tarde a observar esta luz sobre las puertas abatibles,

el azul de los muros sobre el muelle del blanco,

la muerte resentida, que aún no he tocado,

bebiendo en el salitre de la cal siempre niña.

¿Qué día de este día crece debajo de la noche,

a cuántas grietas asciende el corazón del que se marcha?

 

Otra sed es aquí de la tristeza,

otra sed detenida, simplemente.

 

Una cerveza escucha,

mientras va decayendo el sueño del cigarro,

la canción de algún beso empolvada en las ropas del abuelo. 

Yo pensaba en la muerte y la veía

escrita en el muchacho que en la barra dice salud al prójimo;

en el hombre que, serio, nos reparte los tragos;

en el cantor cegado por el hambre (con su traje que fue de las guirnaldas),

dueño de los boleros de este mundo;

en la foto del “gringo” que hace muchas botellas

sorprendió a los turistas de Cuahunáhuac. 

 

Pero no entiendo nada de la muerte,

porque sigo el rumor de una conversación en la mesa vecina,

porque mis dedos tienden a borrarme en la ceniza,

porque brilla el cristal de los limones en lo amargo del ojo,

porque de tarde vuelvo a observar esta luz

(la moneda del sol encima de las puertas)

que es la misma y es otra cada vez que la noche.

 

De Calles del cuerpo anochecido (Acá las letras Ediciones-CONECULTA chiapas, 2019)

 

 

DOLOROSAMENTE ESCUCHO: dirías “ya no aguanto”. Lagrimaban tus labios. Me palpas desde un lado de la muerte que paseando se sentó junto a la cama. Fue lo último que oigo de tu boca. Es lo último, mamá. Se hizo la noche lúcida en tu cáncer. Las campanas sonarán si nadie enciende la llovizna por el vidrio. “Ya no aguanto.” En mi memoria el sueño espiga como un huerto donde puse mis zapatos. Te mirando con tu bata de hospital ahí quejándote.  Eras niña que pide una palabra algún consuelo para así cerrar los ojos y dormir. Para así saber: estamos protegidos por la fe de alguien que afirma pasarán también el llanto y el dolor. Al pie de la cama te escuché y escuchándote me iba haciendo viejo sin el yo. Un consuelo me perdiste eras tan niña derramando el desamparo. Ya tu cabello había sido peinado de temprano por la muerte, ya estaba rota tu betún con sus harinas, tu leña crepitaba a la intemperie. Largo el pasillo de la noche me arropó debajo de las lámparas. Casi dormí. Pero gritaste “ya no aguanto” y cómo el lagrimal durando por tu espejo se teñía. Conservo las palabras en la bolsa, mi camisa: un mayo de otro mes se desprendió, un mayo que invadiendo vino a estar hacia el final de un veintiséis. Un mayo flaco y carcomido por el sorgo de los hijos rumiantes con el pan hasta la mesa. Gritabas, sí, el “ya no aguanto”. Nadie pudo confiarte, en esa hora de pabilos, que pronto el barro iba a agrietarse en un costado del pulmón. Tú que a todos nos diste la mañana de tus hambres, te has quedado tan niña en una calle oscura donde mendiga el húmero su harina. “Ya no aguanto” repites como una anunciación del hoyo que anudaron en tu pecho los doctores para sacar de ti el humo de tu primer dolor. Estás ahí acostada, mi mamá, la única que tuve. Rígida y mirando hacia ninguno con los ojos desnudos de la noche. Rígida con tus labios que buscaban un aire ya perdido desde antes.   

 

De Pan de la noche (UAZ, 2019)

 

 

 [EL CUERPO PRESENTABA FUERTES QUEMADURAS Y TENÍA UNA BOLSA EN LA CABEZA]*

  

Si averiguas el nombre de la muchacha el día será triste. Si le das una historia que retoñe en un patio donde jugó de niña. (Hay vidrios adentro del sosiego.)

 

Si dices que salió de clases temprano en la mañana. Si describes sus dientes o el azul de su blusa, puede que pierda el sueño de las noches que llaman a tu puerta.

 

(Lo anónimo no pesa, es espejo de un rostro en las calles de una ciudad desconocida.)

 

Si me cuentas que a casa de su madre caminaba. Que la vieron reír cuando tomó su mochila y se fue de la escuela, puede que algo se rompa en esta hoja, quizá la vocal muda aleteando en la lengua del paisaje.

 

Si hablas de una búsqueda, si me muestras la foto donde se ve feliz, llena de eso que dios llamó el aliento, puede que no resista y precipite el duelo de otros años.

 

Si dices que el mantel del desayuno se quedó en la mesa, esperándola (el pan también se llaga en la vigilia), que pasaron las horas como una caracola detenida en la angustia, es posible que baje la mirada y comprenda que hay tierra en mi silencio.

 

Y si al final descubres que su cuerpo fue hallado en el bosque, al pie de una montaña, humeando con la luz de los gorriones, seguro lloraré los veinte años que corrían descalzos por su nombre, su juventud austera de muchacha que sueña con los primeros frutos de la vida. 

 

*Tomado de una nota en el periódico digital Sin Embargo.

La Redacción. 7 de junio de 2018.

 

 

Ibán de León (Oaxaca, 1980) es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Fue becario del Programa de Becas y Formación de Jóvenes Escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM, 2009-2010 y 2010-2011). Es autor de los libros de poesía Oscuridad del agua (Instituto Sonorense de Cultura, 2012), Estaciones nocturnas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2016), Pan de la noche (Universidad Autónoma de Zacatecas, 2019) y Calles del cuerpo anochecido (Acá las Letras Ediciones-Coneculta Chiapas, 2019). Ha obtenido, entre otros, los siguientes reconocimientos: Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2018, Premio Nacional de Poesía Rodulfo Figueroa 2018, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2014, Premio Nacional de Poesía Francisco González León 2014 y Premio Nacional de Poesía Sonora 2011.

 



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