25 Abr 2024

39. POESÍA COLOMBIANA. LUCIA ESTRADA

-15 Ago 2020

 

Las hijas del espino

Prólogo

 

       El poeta Paul Claudel, que debió intuir la entrada en otros mundos a través del alma de su trágica hermana Camille Claudel, afirmaba que “la mujer será siempre el peligro de todos los paraísos”. Se trata de una afirmación que resulta, sea cualquiera su postulado, un alto elogio, una alta investidura para la mujer.

 

       Si ella resulta más tentadora que el edén, o esa arcadia es muy frágil o ella es el verdadero Paraíso. Pero es mejor dejarle el tema a los doctos en mitologías y religiones. Lo que sí es cierto es que las palabras de Claudel resultan francamente refractarias a la vida muelle, a la vida sin peligros.

 

       La mujer, sospechosa o convicta de ser emisaria de la duda, ya había sido rastreada por Jules Michelet en La hechicera, como alguien que en la edad media exaltó la poesía insumisa, la capacidad de tocarla de imposibles.

 

       De esa insumisión dan cuenta los poemas que Lucía Estrada nos entrega en su bello libro Las Hijas del Espino.

 

       Desde la otra orilla, sueño y locura, o desde las márgenes de un orbe regentado por quienes pensaron que la mujer es la clase obrera del hombre, como afirmara con sorna Carlos Marx, hasta las acusadas de relapsas mientras eran conducidas a la pira en la larga noche de la inquisición, como Prisca, Doris, Guidasa y Guitamonda, hay en este libro un gran fresco sobre la mujer. Son retratos líricos y retratos clínicos de honda belleza de forma y honda belleza de contenido, envueltos en un lenguaje despojado de afeites y ropajes. Y lejos, muy lejos, de trasuntos feministas y de lo puramente anecdótico o episódico. El lenguaje de estos poemas está tocado de augurios, de atisbos de futuro. Los ojos avizores de una mujer ven un cuervo posado sobre las coronas. Hay señales de peligro, signos de oscura lectura para el viaje de Orfeo, hilos urdidos en silencio por la tejedora de odiseos. Djuna Barnes pastorea sus lentos animales en el sueño. Una mujer en camino hacia la hoguera advierte que su plato de aceitunas ha sido trocado por otro de setas venenosas. Todo podría volverse manual o recetario, si Lucía Estrada, de tan bella y vigorosa palabra, no tuviera la capacidad de desdoblarse como las matrioshkas, como esas figuras rusas que siempre alojan dentro de sí otras figuras.

 

       Las Hijas del Espino es uno de los más bellos libros que se hayan escrito en Colombia, desde la Madre Josefa a nuestros días. Sutil, dulceamargo, reposado, evocador e inquietante. Lucía Estrada sabe, como lo sabía Alma Malher, que es “más bella la mano / al pulsar una cuerda invisible”.

 

       Leer este libro es un adentrarse en un cortejo de mujeres a las que la autora les otorga como heráldica un arbusto sencillo, sin mucha alcurnia vegetal, un pequeño árbol irrigado de espinas cuyas flores blancas aroman las distancias.

 JUAN MANUEL ROCA

 Bogotá, febrero 13 de 2006

 

 

CIRCE

 

Es la sombra

                      lo que retengo

 

la belleza de alejarse

                                  cada vez más

 

el infortunio de haber visto

                                  muchas islas

muchos mares

como a través

                                 de un espejo roto

 

la muerte que representas

el número de animales muertos

                                    que representas

 

negro polvo que tus pies

han traído

hasta mi casa.

 

 

ISMENE

 

Guarda el vino que me ofreces

no des tus ánforas en oración

                                              por mí

 

                               has levantado estas torres

                               como señal de dolor

 

no escribas mi nombre

junto al tuyo

en esas piedras

 

                               mis pies no avanzaron

                               cuando hubo fuego

 

mi boca permaneció muda

mientras tú invocabas

 

y ahora me invitas bajo tu árbol

 

retienes la espada un momento

              y me indicas

                                 que abrace la sangre

como si la victoria

fuese nuestra

 

yo

             

            que no arriesgué ninguna palabra

para el canto de los muertos.

 

 

PRISCA

 

No espero la luz

 

es una puerta cerrada

por mil espejos

a los que permito reflejar otros rostros

 

                                     ya no eres

la promesa de tus ángeles

 

voy como emperatriz por el valle desolado

y los sonidos son más profundos ahora

 

                                    y las visiones

 

cuando la noche caiga y el cuervo

me cubra los ojos

no haré caso del rumor sordo de tus trompetas

                                   ni me levantaré con los muertos

                                   ni haré una señal sobre mi árbol

para que me nombres

 

no necesito más el arco que cubría mi casa

 

                                   es fuego que vi extinguirse

                                   bajo el pie de los vencidos.

 

 

VIRGINIA CLEMM

 

Me une a tu destino la estrella subterránea,

el vuelo del albatros allá en la tibieza de lo negro

que no alcanzan mis ojos.

La paciencia devoradora,

el círculo del azar y el espanto

de una caravana de hienas,

restos de una cacería de brujas

imposibles de ocultar

bajo el sombrero del Mago

o el velo de la Emperatriz.

 

Si no te marchas,

si resistes,

será porque todavía no dibujo el camino.

 

Déjame mostrarte los arcanos

de la contradicción,

la materia inasible

de los seres que nos acompañan.

 

Tu semblante también es monstruoso

y es por eso que nadie

se atreve a visitarnos.

 

—Aquí duerme lo perdido—

Nadie hablará de su inocencia.

 

 

SYLVIA PLATH

 

Todo lo ha devorado el invierno

y el jardín de rojos tulipanes en el que ocupé mis manos

ha iniciado su descenso definitivo.

 

La casa es un viejo sarcófago de vigilias

y pergaminos desechos.

En ella duermen las ruinas de mi corazón.

 

A través de la bruma

sólo puedo distinguir el rencoroso brillo

de las abejas.

 

No hay perfección.

 

Mi cuerpo es un camino cerrado, reflejo de una luz marchita.

Nunca se bastó a sí mismo. Nunca.

 

Detrás de los muros, por entre las grietas,

vuelve a mí el eco de la fiebre

palabras que revientan bajo la escarcha

como pequeños ríos de mercurio.

 

El invierno ha perdido mis pasos en la nieve.

Sangra en el aire

su condena.

 

 

ANUDO MIS MANOS AL SIGNO INDESCIFRABLE DE LOS DÍAS:

agua que desciende bordeando el abismo.

 

La estrella de los que cruzan bajo un manto ciego

sube a la superficie de esta roca húmeda y silenciosa.

 

Sus palabras son el polvo y el hueso que las escribe.

 

Nadie pudo esclarecer la verdad de los muros,

ni escribir la palabra que hundía su alfabeto hasta reventarlo.

 

La piedra es movimiento,

hondos declives en los que la luz se derrota a sí misma.

 

Dentro, hierven las azucenas de la carne,

las magnolias del fuego y la salamandra; el alto campanario,

las sílabas que son el inicio silencioso de la tormenta.

 

Junto a la hiedra,

el altar de los muertos resplandece.

 

Densas joyas alrededor del círculo salvaje.

 

 

¿QUIÉN ME HABLA CON LAS VOCES DEL VIENTO?

¿Quién a través del polvo, bajo la herrumbre,

en la fría superficie de las cosas?

 

Todo cuanto he olvidado se resiste a la muerte

y abre con suavidad los pliegues del aire para rozarme con sus dedos. 

 

¿Qué silencio me rescata en esa orilla?

¿Qué pequeño aguijón me descubre lo invisible?

 

Secreto laberinto que despierta en la palma de la mano.

 

 

AHORA QUE TU CUERPO SE DISPONE A CRUZAR LA FRONTERA MÁS SOLITARIA, dime:

¿A qué grito, a qué palabra te aferras?

¿Qué silencio abres en la semilla que mañana será tu sustento?

 

Las piedras que guardas en tu memoria

son las ruinas de un altar construido

para que alguien más ofreciera en él su corazón.

Pero ya nadie se detiene bajo los árboles

que se han despojado de su sombra. 

Sin amor, el paisaje incierto de otras tierras

los arrebata definitivamente de nosotros.

 

Queda entonces el vacío donde resuenan mejor nuestros pasos,

oscuro rumor que nos obliga a permanecer despiertos.

 

¿Quién vigila más allá de ti mismo el movimiento de tu sangre?

 

Cada noche te prepara un abismo

en el que te dejas caer sin espanto

pues en ti llevas tu lámpara,

esa que también te ha descubierto la intemperie

y el esquivo secreto de su nombre.

 

Un canto de sirenas te guía en el blanco laberinto de la rosa.

 

¿En qué antiguo reino se apoya tu mirada?

 

 

NOS HAN DEJADO SOLOS EN MEDIO DEL AGUA,

de su noche grave y espesa.

 

No en la superficie,

                              no en el fondo,

entre los pliegues.

 

Y allí soñamos las formas,

peces que se devoran entre sí,

sustancias y sales y fuego

en su primera altura.

 

Pero hay un arriba y un abajo, decimos,

y somos parte del secreto.

 

Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza,

intuir que somos las columnas y el corazón único

de ambos reinos.

 

 

EL SILENCIO ME TOMA DEL BRAZO

y como al niño ciego me conduce.

 

Algo en mí percibe su brillo de abeja misteriosa,

su enorme cuerpo invisible en el que palpitan

la sangre de antiguos dioses, los árboles de la infancia,

el mar de lo desconocido.

 

Queda su temblor en el aire.

Puedo tocarlo,

palpar sus formas, escuchar el sonido que produce

al entrar en el cuerpo vivo de una palabra,

la oscura vibración del silencio

               cuando mi corazón

pulsa sus cuerdas.

 

  Del libro La noche en el espejo (2009)

 

 

Lucía Estrada (Medellín – Colombia, 1980) Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Maiastra, Las Hijas del Espino, El Ojo de Circe (Antología), La Noche en el Espejo, Cuaderno del Ángel, Continuidad del jardín (Selección personal) y Katábasis. Con su libro Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005), y la Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en 2008 con Cuaderno del ángel. En 2009 y 2017 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con sus libros La noche en el espejo (2010) y Katábasis (2018) respectivamente. Textos suyos han aparecido también en varias antologías y publicaciones del país y del exterior. Así mismo sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, japonés, sueco, portugués, italiano y alemán. Invitada a diversos encuentros literarios en el país y en el exterior entre los que pueden destacarse el Festival de Poesía de Berlín (Alemania); VIII y XVI Festival Internacional de Poesía de Medellín; Encuentro de Poetas del Mundo Latino (México); Feria del Libro de Santiago de Chile; IV Festival Internacional de Poesía Eskéletra (Ecuador); III Festival de Poesía de El Salvador; Festival Internacional de Poesía de Costa Rica; Feria Internacional del Libro de Quito (Ecuador); Festival Internacional de Poesía de Caracas (Venezuela, 2013); Salón del Libro de París (Francia, 2014); Feria Internacional del Libro de Lima (Perú, 2018). Próximamente la Editorial Eulalia Books (Estados Unidos) publicará una edición bilingüe de Katábasis en traducción de Olivia Lott.

 



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