TERMINATOR
Arnold Schwarzenegger, antes austriaco,
se inflamó el corazón con esteroides
y pesas de gimnasio
emulando a los héroes modernos.
Y yo, lo confieso,
llegué a atiborrarme de burbujas de Coca-Cola
y palomitas de maíz,
mientras el gran Arnold, una estructura de titanio en vez de huesos,
terminaba con estrellas y extras de Hollywood.
Además, lo confieso, me parece un buen comediante
en películas para niños de kindergarden.
Sin embargo, lo que más admiro de él,
lo que me hace reír,
—y en verdad reí hasta las lágrimas—,
fue ver la escena en que le confiesa un gran amor a su esposa Kennedy
durante un homenaje público al actor:
Te amo, María, porque tienes la belleza de leyenda de los Kennedy.
Te amo porque cuidas a los niños mientras filmo.
Te amo, y beso tu mejilla para despedirme,
siempre que voy a las juntas del Partido Enemigo de los Kennedy.
Declaro que te amo, y que tengo una fortuna propia
gracias a los monstruos del espacio cibernético
y a mi risa musculosa.
Te amo, María,
mientras levanto el puño de Bush,
el presidente más poderoso de la Tierra,
enemigo tuyo, y también de tus hijos.
De Los trajes nuevos del emperador
LA DONCELLA DE HIERRO
Desde niña,
antes de ser elegida Primera Ministra de Inglaterra,
Margaret se peinó a la usanza de un Supremo Juez
(usó infinita laca sobre su cabello
hasta que terminó con la bienaventuranza
de nuestra gran capa de ozono).
Esta Doncella de Hierro,
ella misma un sillón de tortura con puñales en asiento y espalda,
se transformó en la Dama de Hierro Más Gélida del Planeta.
Con ella se abatieron los sindicatos de hombres duros
del acero y de las minas
del duro Gales, de la digna Escocia
y del resto de Inglaterra.
Con ella tories y comunes pálidos
enmudecieron en su fe.
Bajo su ira, el hielo fue transfigurado en nitrógeno líquido
sobre las Islas Malvinas,
cuando Margaret disparó contra un buque-lancha
con un cargamento de niños
reclutados de las escuelas
de la noche a la mañana.
Con ella, un extremo del planeta se congeló aún más
cuando otros grupos de estudiantes,
en suelas de goma,
fueron a defender el honor de la República Argentina.
Una Alaska del Sur para la Dama.
Una estatua de hielo se apoderó de mi alma
cuando leí que Margaret desembarcó mercenarios kurdos
inyectados de droga
para degollar
batallones de niños
con las suelas de goma de sus tenis
fusionadas al hielo de la Antártida.
De Los trajes nuevos del emperador
LOS HOMBRES DE PAJA
Milosevic padre,
pope ortodoxo,
disparó a su sien derecha
después de hurgar en ella con uñas y dientes.
Buscó a Dios en ese túnel
y su última frase fue:
“No Creo en Él”.
Años después, su madre,
ortodoxa comunista,
también pronunció una sentencia definitiva:
“Todos me asquean,
este país y su blando Tito”,
y obligó al alma a retirarse de su cuerpo.
Milosevic hijo, al crecer,
ordenó un traje a la medida de sus sueños,
y se invistió, como ejecutivo de ventas,
dentro de un cuello blanquísimo,
y se invistió de Secretario del Partido,
herencia del amigo de su madre.
Junto a Mirjana Marcovich,
esposa y madre sustituta,
predicó la minoría serbia
sólo de dientes para fuera,
pero con mucha fe,
para resucitar al Gran Imperio Austrohúngaro
en el siglo XXI.
Milosevic removió el odio de la salamandra,
aletargada por la paz de los muertos,
con una varita,
y así la salamandra agitó su cola,
y abrió sus fauces
muy a voluntad de Milosevic;
que regresaba al seno de su madre
sustituta y cónyuge,
y por ella designaba a un “niño de paja” bajo su mando,
un traje de dos piezas para contener la ira
del anciano reptil en cada súbdito.
Cuando la vieja Yugoslavia
descubrió su juego,
ya las armas, ejércitos y leyes
la habían convertido
en camposanto de huesos,
sin musulmanes, sin bosnios, sin húngaros,
sólo casimir relleno de paja.
La pareja aún ahuyenta
por los baldíos de Bosnia.
Milosevic, de heno él mismo,
fue vestido en medio de los campos quemados
por sastres de Francia,
por fundamentalistas antimusulmanes,
por la Organización de las Naciones Unidas,
que llegó más tarde que nunca.
¿Quién compró los límites de las nuevas repúblicas?
Ni aliados ni el eje,
sino fantasmales hechuras de casimir,
corporaciones de Occidente,
monigotes, con la infinita culpa
que puede caber en el ojal
de un traje vacío
de picnic sobre las cenizas de un campo quemado,
el traje del hijo de un pope ortodoxo sin fe en Dios,
y una madre comunista sin fe en los hombres.
De Los trajes nuevos del emperador
LA CALLE DE LAS NOVIAS
En un mediodía blanco
una novia de vitrina
se pasea
entre quinceañeras amarillas
que miran por la ventana,
entre hábitos de monjas ancianas,
ángeles de comunión,
una gala de bautismo
y una miniatura de mortajas.
Se enamora mientras vuela
una serpentina de rosarios
sobre tafetas de ataúd,
monedas pintadas,
arsenal de manguillo
para el interminable pastel
y albos guantes
con zapatos blancos
entre macetas de azahares.
Se pasea de novia la mañana
y el aire ardiente se estampa
en el abanico abierto del escaparate.
Adentro, en la sombra de las tiendas
se reflejan las vitrinas en mosaicos pequeños,
en los encogidos cofres de oro falso.
Una matrona, enrojecida y ancha,
vigila los pasos de las novias muertas
que cuidan la tienda
y venden un vestido
sin pensar en nada.
De Bajo un cielo de cal
BOXERS
En una tienda de ropa interior
de cuyo nombre no quiero acordarme,
casi como un espectáculo de circo,
como un best-seller,
se exhibían unos boxers
con el diseño más feo del mundo:
una pareja de sapos
enredados por sus lenguas
en un torcido beso francés.
Un príncipe siempre estará en riesgo
de convertirse en un lépero
con semejante vestido.
¡No te lo pongas!
En serio.
Cuídate del galán
que te invita al circo
de los Hermanos Ringling
con obscenidades en los boxers.
Una lengua de sapo merece la guillotina.
De Boxers
UN CORAZÓN DE CHOCOLATES
Odio los chocolates.
Mucho más los que son caprichos
de San Valentín:
demasiado alcohol,
demasiados azúcares,
demasiados sabores que envenenan.
Los odio por su alharaca,
los odio porque cada uno es diferente del anterior,
los odio porque no puedo evitarlos,
los odio porque sin su sabor no soy nada,
los odio porque sí,
porque del odio al amor
sólo hay un bocado.
De Boxers
AGUA
Mi planeta es un rectángulo de agua.
Un espejo al ras,
un corredor transparente.
Desde el pedestal, desde tu maillot negro,
desde el aire tibio,
recorres tu camino arañando la piel del agua
y dejas a los delfines azules
rozar tu hombro y costado.
La realidad es de agua.
Escucho agua: un aroma de agua limpia y delgadísima
me circunda en cada brazada.
los segundos son de agua,
la eternidad es equilibrio en el agua
entre el delgado cordón a la izquierda
y el denso muro del fin del agua.
Emerjo.
Me envuelve un mundo blanco de toallas,
Pavarotti y Bono
surgen de la lluvia constante
de las regaderas,
junto a las miles de gavetas del baño de mujeres.
Desde el área de mantenimiento
clama la voz de La Dolorosa:
--Odio estar aquí;
no dejo a mis hijos por gusto,
necesito el Seguro Social para el mayor, por las terapias--,
Un ejército de empleadas seca cada mosaico.
De Poliéster
Dana Gelinas (Monclova, Coahuila, 1962). Poeta, narradora y ensayista. Ha recibido las siguientes becas: Salvador Novo (1982-83), del INBA (1987-88) y del Fonca para Jóvenes Creadores (1992). Actualmente es editora, así como traductora de la lengua inglesa, poetas entre quienes se encuentra W.D. Snodgrass (La aguja del corazón, selección, traducción y prólogo, 1999). Su obra se halla traducida y recopilada en más de medio centenar de antologías mexicanas y de diferentes países. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Bajo un cielo de cal (1991; 2ª edición, 2006). Poliéster (VIII Premio Nacional de Poesía Tijuana 2004; 2ª edición, 2009). Altos Hornos (2006). Boxers (Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 2006). Aves del paraíso (2009) y Los trajes nuevos del emperador (2011), y las siguientes antologías personales: Aves del paraíso, Hábitat y Mediodía blanco.