FE
He cambiado de barrio y de trabajo
a pesar de quien dijo
que en tiempo de tormenta
no es bueno hacer mudanza.
Leo las discusiones y todas las variantes
sobre el significado de la célebre frase
de Ignacio de Loyola
y me pongo de acuerdo, al fin, conmigo mismo:
contradecir al santo
es volver a creer en el futuro,
recuperar la fe en tres o cuatro amigos,
confiar tus secretos y tus llaves
a quien oye tus pasos desde el piso de abajo,
reservar un rincón en los armarios
a las que van y vienen estando siempre aquí,
reciclar los recuerdos
para que algunas fotos dejen de hacernos daño
cuando desde el papel nos miren los ausentes.
Básicamente en esto
se resume la fe de los incrédulos:
en que una vida entera es más apetecible
que la incierta promesa de una vida eterna.
METÁFORA DEL HOMBRE
Hay un árbol doblado por el viento
casi tocando el suelo, deshojado y herido.
Lo imagino hace tiempo, enhiesto y arrogante
desafiando al clima, dando la espalda al mar
y mirando de frente a la frontera
que separa lo propio de lo ajeno.
Seguro que en sus ramas se construyeron nidos.
Seguro que en su tronco
escribieron su nombre los amantes
a punta de navaja.
Seguro que en sus flores se posó alguna abeja
y transportó su polen hacia una nueva vida.
Doblado, no caído, así resiste el árbol,
metáfora del hombre que desde la ventana
aguarda junto a él la primavera.
LLAMADAS
Seis u ocho llamadas
me alegran cada día en este encierro.
Son todas necesarias.
Son todas bienvenidas.
No hay muchas novedades que contarnos
–sólo contamos muertos desde hace ya semanas–.
Procuramos reírnos;
preguntamos por todos
los que están ahora lejos
y quedamos en vernos otro día
en la playa, en los bares,
en la calle que ansiamos
hacer de nuevo nuestra:
Yo pisaré las calles nuevamente
escribió Milanés.
Y tú vendrás conmigo.
No hay balcones que valgan,
ni aplausos ni sirenas.
Nada como un abrazo,
como una mano nada.
Yo pisaré las calles nuevamente.
Puede que el mundo cambie
pero yo me conformo
con que no haya cambiado tu sonrisa.
RESIDENCIA EN LA TIERRA
Con Pablo Neruda
Verano del setenta y ocho.
Recuerdo bien la vieja librería,
a las chicas con guardapolvo azul
y el tío Pepe al fondo, sentado en su despacho.
La penumbra del enorme almacén
escondía tesoros
difíciles de descubrir
para el joven aprendiz de poeta.
Recuerdo bien los veranos de antaño
y las ganas ingenuas de escribir, por ejemplo:
La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.
Acorralado entre el mar y la tristeza
de mis diecisiete años de entonces
siempre me acompañaba el sortilegio
que tú dejaste escrito:
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede
entrar por estas puertas.
Ahora que el día lunes arde como el petróleo,
yo vuelvo a la oficina y no sé si estos versos
podrán ser, para mi, como un largo lamento
del hombre que se cansa,
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro.
Javier Bozalongo (Tarragona, 1961). Ha publicado los poemarios Líquida nostalgia (2001), Hasta llegar aquí (2005), Viaje improbable (2008), La casa a oscuras (2009) y Todas las lluvias son la misma tormenta (Libros del Aire. Santander, 2018) publicado en Italia por Raffaelli Editore, con traducción de Gianni Darconza. Antologías de su obra han aparecido en Costa Rica, México, Ecuador y Argentina. En 2016 publicó su primer libro de relatos, Todos estaban vivos (Esdrújula Ediciones). En 2017 publicó el libro de aforismos Prismáticos (Trea Ediciones, Gijón) y en 2019 Cóncavo y Convexo (escrito “a dos voces” con Carmen Canet). Su último libro de poemas es Este país, publicado en la colección Juancaballos de Poesía.