EN SORGONO
El pequeño Sorgono saliendo de entre la maleza
de los Gennargentu
es triste como el cementerio de Masaya.
Su Ristorante Risveglio con su gran N al revés
en medio de Sorgono ahumado y frío deja caer su sombra.
(¡Ha muerto el Albergo D’Italia!)
Sólo el pequeño pueblo se levanta
frente a los tupidos Gennargentu
con sus manadas de cabras alertas,
con sus ovejas merinas estrenando sus hermosos cencerros,
con su atajo
con su rastrojo
sus esteras de junco
su tristeza de sábado por la tarde
su pila de alcornoques tirados en la sombra
su Ristorante,
además del posadero con la pechera sucia
y de la muchacha siciliana envuelta en su chal
que lleva la ropa
que trae la copa
que deposita la sopa. ¡Eterna sopa de coles del flamante
Risveglio!
Los alrededores de Sorgono son semejantes a un pueblo
del Westcountry inglés o del campo de Hardy.
En Sorgono (terminal y ganglio de carreteras interiores)
las vacas se tienden en el camino que va a Oristano
unos hombres de aire torpe
fuman sus amados cigarros de Macedonia
una mísera vela llora luz
un pastor se mueve como en sueños.
Desde Sorgono es mejor ir a Nuoro que a Abbasanta.
OTRO PRIMER DÍA DE LA CREACIÓN
He sentido el sabor y la densidad
de un poema
rozándome como un ala
o como el fru fru de un vestido
de alguien que pasa a nuestro lado
dejando un halo de presencias.
Un sabor a fruta madura
que se desmorona en la boca.
Algo que se puede tocar
con la yema furtiva de los dedos,
y se puede escuchar viniendo
de muy lejos
como un torrente apenas percibido
en sus comienzos.
Es eso que se puede oler en el aire detenido
y que se puede ver ¿por qué no?
quizás como vio Dios en los inicios
de la creación
la primera mañana que salía de
sus manos.
ÁNGEL DEL RETORNO
El ángel del principio
insaciable
me roza el oído con sus alas
me dice los secretos de la mujer que fui,
de la que seré
antes de que el círculo se acabe
tras incontables vidas transformada.
Al pie de la cama teje
la tela de mis días
y lee con paciencia el libro de mis horas
recordándome – ángel inevitable
del retorno –
que en inicios y giros sin medida
he de volver a ser estrella de mar,
fémur de lejana pantera,
mansa y delicada célula
en el más pequeño
círculo
del tiempo.
ÁNGEL DE EXPULSIÓN
Llorando me expulsó del paraíso.
En la tarde herrumbrosa peinó mis cabellos
me cubrió con su manto
y puso sandalias en mis pies.
De la mano me llevó a las puertas
del paraíso
y me dio un largo abrazo.
Y ya al final, de manera repentina
y con un brillo de fuego en la mirada
se me acercó al oído
y me preguntó
casi me suplicó que le dijera
qué sabor tenía
la manzana.
ARIA
No soy ángel
que preside la vida
ni sabia
ni agorera.
Únicamente
soy una mujer
cálida
intensa
que en su más apartada
intimidad
cree tener voz
y canta.
A UNA MESA
Esta mesa fue de mi abuelo.
Sobre ella más de una vez reclinó su cabeza
y durmió largas siestas
donde se mezclaban vía crucis tormentas
toques de queda
y mujeres furtivas que se marchaban a la nada.
Esta mesa fue de mi padre.
Sobre ella pintaba pájaros y vírgenes
y naturalezas vivas
y mi madre aplanchaba sobre ella
con la plancha de carbón.
¿Quién era más triste:
la plancha, el carbón o mi madre?
Mía también fue esta mesa
y sobre ella escribí un día estos versos
que nadie se atrevería a publicar.
Cada generación tiene su historia.
Cada sueño su raíz. Cada mesa es como
la palma de una mano. Sus líneas
nos pueden revelar en el momento preciso
de dónde proviene
la madera de los sueños
la nostalgia de las manos
o el lenguaje cifrado
del corazón.
MUJERES CON GUITARRA
Hay muchas mujeres lapidadas a lo largo
de la historia.
Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos
de sangre alzada
de mordeduras largas.
Mujeres que le devolvieron al mundo
la embestida,
que se inmolaron o tuvieron que matar
para seguir viviendo,
esas que en la hora más oscura
roturaron el campo con sus uñas
para que vos y yo pasemos.
Hondas mujeres
que quizás una lenta madrugada
marcharon al fuego o a la horca
por cosas tales como desordenar
el orden público
por inventar una nueva manera de descifrar
la vida
por tener voz
o por infieles
o ateas.
Ellas ya no están. Sus cabezas reposan
sobre un siglo o dos. Sus ojos
ya no existen.
Pero de ellas perdura una hebra sutil
un hilo ciego que sin saberlo
nos hace crecer y despertarnos en la noche
con unas ganas inmensas de vivir
de derribar todos los muros
de desafiar todas las hogueras
así como de amar y de pulsar
todas
toditas las guitarras de la tierra.
MÁSCARA DEL INSOMNIO
Todo lo que leí
Todo lo que viví
Todo lo que perdí y no pude recobrar
Todo lo que soñé sobre mi almohada
Todo lo que olvidé y recordé en un instante
como atravesada por un milagro
Todo lo que nombré o dije o callé
Toda el agua que tuve mientras vos
te morías de sed
Y el sol que cubrió mis días
Y la luna que cercó mis noches
Todas las palabras y las líneas
que me guardaron de la soledad
Todo el frío
Todos mis amigos. Los que me dan la mano
y los que me saludan desde un perdido
ventanal
Toda mi vida anticipada
Mis angustias sobre la rueda infinita
de la existencia
Mi amor y mi dolor
Toda la brevedad convertida en eternidad
a través de esta larga y recurrente noche
de insomnio.
LA MUERTE NO ES UNA MUJER
La muerte no es una mujer
con el cráneo pelado y una corva guadaña
entre las manos.
La muerte es un hombre que galopa
entre las noches que columpia el insomnio.
Es un varón disfrazado de oscura damisela.
Tiene unas rosas en las manos
y un cordel para colmar el cuello.
Alguien un día dibujó a la muerte
con rostro de doncella. Pero ella es él,
pálido, abyecto,
que en la noche se llega hasta mi sueño
y como un perro fiel
me hace aspirar su aliento de témpano
y misterio
y con fría insistencia se me acerca
y me lame los pies.
Ana Ilce Gómez (1945-2017). Nacida en Masaya en 1945. Su poesía, que se distingue por una portentosa intensidad lírica y precisión verbal, hizo que su primer libro, Las ceremonias del silencio (Managua: Ediciones El Pez y la Serpiente, 1975; segunda edición ampliada: Managua: Editorial Vanguardia, 1989) ocupara un lugar cimero en el Parnaso nicaragüense. Ana Ilce Gómez empezó a escribir versos a los diez años de edad; rememora que tomó el quehacer poético “en serio” luego de haber llegado a Managua para cursar sus estudios superiores. Debutó en 1964 con un recital en la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua y aquel mismo año publicó por primera vez en el suplemento cultural del diario La Prensa. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua). Tiene maestría en Gestión y Organización de Bibliotecas, otorgada por la Universidad de Barcelona, España. Trabajó como periodista, creativa publicitaria y relacionista pública de instituciones financieras. Entre 1990 y 1997 ejerció el cargo de Directora de la Biblioteca del Banco Central e impulsó la restauración de la colección pictórica de dicho establecimiento, considerada la más completa del país. Pese a que en su obra predomina una perspectiva intimista, Gómez no permanece ajena al entorno social y político. Sin haber sido militante o colaboradora del Frente Sandinista de Liberación Nacional, se identificaba con sus luchas antes y después de la revolución de 1979. Su poemario Poemas de lo humano cotidiano (Managua; Asociación Nicaragüense de Escritoras, 2004) recibió en 2004 el premio único de la segunda edición del Concurso Nacional de Poesía Escrita por Mujeres Mariana Sansón, convocado por la Asociación Nicaragüense de Escritoras, Anide, de la cual Ana Ilce es integrante. En 2006 fue incorporada como miembro de número a la Academia Nicaragüense de la Lengua.