LAS PRISAS DE INSTANTE
Tenía razón el tiempo en llevar su afán
en instalarse donde le pareciera
y en tener sus rituales y hostilidades.
Ahora entiendo sus tardanzas y balbuceos
y su prontitud para los aciertos,
de esta terquedad de fijar unas cuantas palabras en un extremo de la infancia
y otras tantas en un rincón de esta calle ronca
que se parece tanto a la vida, llena de sorpresas y de silencios.
Por eso perdóname por tantas deshoras.
por convocarte en noches de rencores y presagios
por amontonar en la misma gaveta ruinas y asuntos cotidianos
entre el cansancio de los días y la terca música de los silencios.
Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo
y la vida en tener sus afanes
para quedarse acá
con todas las prisas del instante.
Por eso perdóname por estas premuras
por no saber la gramática y las palabras de una lengua olvidada
por haber perdido libretas, las llaves
y la vieja canción de exactos compases y cenizas
como si en el afán del tiempo
cada día, sin importar la hora,
se extraviaran los sueños.
ETIQUETAS PARA COSER
Marca tu ropa
porque el amor o la muerte nos pueden tomar por sorpresa
además
porque mis amigos siempre se ponen mis vestidos y mis camisas
y esculcan los bolsillos
buscando verdades de a pulso, fantasmas, motas de algodón
y papeles arrugados o algún dulce perdido entre las llaves.
Qué saben ellos
de tantas direcciones escritas
al reverso de recibos y postales,
qué saben ellos de cartas devueltas y estampillas arrancadas.
Ellos que, a cambio de mis tristezas,
no dejan santo y seña ni trazos de sus sueños
y se llevan mi pañuelo lleno de lágrimas
y ausencias.
Por eso esta manía de marcar la ropa
y dejar signos o iniciales de mi nombre
porque sin previo aviso llegan ellos
con sus dichas y perdones
con sus talismanes y apuntes de cosas desdeñadas
a dejar algún boleto o alguna tarjeta de bienvenida
para asistir a la urgencia de las despedidas
que se acumulan en todos los bolsillos y solapas
como viejas monedas en un tarro de galletas.
EN MI CALLE
En esta calle
estará toda la nostalgia humana
en esos rostros
en esas limosnas
en ese alfabeto extraviado.
Es aquí donde trazan mapas al azar
mientras camino con el aire de quien hereda la ropa de los muertos
con los azules recuerdos de aquel mundo
que ya no vive en las repisas ni en los armarios
a esta hora en que las ruinas son andamios de rencores
y en que el mundo se ve desteñido
a través de una persiana a medio cerrar.
Es esta mi calle, la misma que veo alejarse por el retrovisor del auto
cada vez que me despido
y que se empaña
cuando tus ojos cambian de música.
Si pudiera escoger la calle de mi muerte
escogería esta calle que me regaló la mujer
que inventaba las palabras
y el color de ese fugaz instante.
RECADOS COTIDIANOS
No podía salir porque afuera había pestes y epidemias
y no sabía ni intuía de qué se trataba.
Apenas me persigno
o repetía poemas de memoria y canciones
como breve talismán
porque afuera el mundo era un karaoke que jugaba con mi destino.
Si hubiera sabido esto no habría dormido tanto,
me habría levantado más temprano
para oír las orquestas afinando
las montañas rusas
y el sonido de las cajas registradoras.
Igual si salía siempre le dejaba copia de las llaves al vecino
y quedaron tantas por ahí regadas que recuperarlas
era hacer el itinerario exacto de la muerte.
Salí a pesar de las advertencias
y tuve que inventar otra vez el corazón
como tantas veces inventé mi patio y mis rituales
y oía el silencio rumoroso de los aviones que se alejan
porque desde la trastienda del sueño llega un viento
que mueve la casa
una luz que se enciende al otro lado de la calle como
trayendo señales de otro mundo.
PARECIDOS INDELEBLES
Cada vez te pareces más a tu padre -me dicen en la calle-
en sus gestos, en su forma de caminar,
por su frágil manera de mirar el paso de la gente.
Por sus ademanes en la mesa y el ritual de hacer listas sin objeto.
Son parecidos –gritan las tías y los primos–
en las señas y el modo de llevar la soledad
en cómo caminamos los mismos trayectos citadinos
y en la costumbre de repetir anécdotas en similares horas.
Parecen dos magos enseñando a los niños viejos trucos
-dice mi madre algunos días-
y los colores de la ropa no combinan
con el estado del corazón y de la mirada.
Cada día somos más parecidos
y el carácter y los modales revelan una forma
de estar en medio de tantos ausentes,
de recuerdos guarecidos y canciones repetidas.
Todo aquello que fue lo más pasajero
en el insomnio.
LOS MOTIVOS DE LA ABUELA
El escaparate de la abuela Margot
era la vida misma.
Allí todas las supersticiones se volvían leyenda
y los retratos pegados en el espejo narraban
breves historias familiares o relatos antiguos del Caribe.
Ahí guardaba estampitas de sus santos:
el Niño Jesús de Praga, la Virgen del Carmen
y una pequeña estatuilla de San Antonio
que siempre hacía aparecer las cosas perdidas en la casa.
Aquel escaparate estaba lleno de voces y canciones
de recortes de prensa y obituarios de todos los parientes muertos
y de aquel lugar salía un olor a tiempo detenido
y a almendras escondidas entre los objetos.
De la abuela Margot
me quedó la manía de revolver los cajones y escarbar cajas
buscando nada.
De ella conservo la mueca del imprudente
y este aire distraído de quienes guardan secretos
y gozan escuchando el cuchicheo de las señoras en las iglesias y los mercados.
De ella heredé creer en los espantos y ser supersticioso
y el capricho de caminar a oscuras para no distraer a los fantasmas.
También me quedó el volver siempre sobre las cosas guardadas
para entender siempre los motivos de la fiesta
y recordar los nombres olvidados
porque fueron esos preludios
esas dichas y esos cuentos
el testamento más luminoso
de cada día que inventó mi infancia.
ENCUENTROS
Si te estrellas de frente con mi corazón
no huyas y no intentes borrar tus huellas dactilares
tampoco lo dejes por ahí a merced de algún desprevenido transeúnte
y no lo escondas, como al hijo torpe, de las visitas.
Si lo ves mordido en los bordes como un viejo borrador de la primaria
somételo a una calle de lluvias y remates.
Alguien se encartará con tan pesado encargo lleno de canciones incendiadas
y viejas vajillas en desuso
Alguien lo agitará queriendo oír alguna voz
como quien golpea durante horas la puerta de una casa vacía.
O si lo llegas a ver entre mis ruinas déjalo en la calle.
que este corazón de prisas y tardanzas
siempre se acomodó mejor a la intemperie.
Federico Díaz-Granados nació en Bogotá en 1974. Es director de Valparaíso ediciones y de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. Ha publicado los libros de poesía: Las voces del fuego (1995); La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015). Preparó, entre otras, las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997), Inventario a contraluz (2001), Resistencia en la tierra (Antología de poesía social y política de nuevos poetas de España y América); en 2017 compiló para Editorial Planeta el libro Cien años de poesía hispanoamericana y en 2020 para Seix Barral la Poesía Reunida de José Asunción Silva. En 2012 se editó su libro de ensayos La poesía como talismán y en 2016 El oficio de recordar (Escritos sobre poesía y otras prosas reunidas). Su poesía ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y se destacan las ediciones italianas de Le ore dimenticate (2015), Le urgenze dell’istante (2017) y La soglia dei sogni (, 2017), Sortie de secours (2017) y Roadhouse (2017).