LA VENTANA DE LOS PÁJAROS
(Fragmentos)
EXPLOSIÓN DE LA AURORA
Los pájaros, con su tierno corazón de acero, llegan en el preciso instante del estallido de la aurora.
La noche se extingue y nace la claridad.
Me asomo a la ventana que me separa de las vidas que transitan abajo, en las calles, los zaguanes, la puerta de la iglesia. Veo, desde este silencio mordaz, la delgada ciudad donde he vivido. No pudo crecer en círculos, sino como una lombriz estirada, sitiada por alambres ciclones, ocupantes, lenguas extrañas, taciturna, perezosa, cautiva.
La primeriza ciudad fue incendiada y destruida, envenenados sus manantiales, abandonado su cementerio. La segunda fundación, medio avergonzada, hecha con pedazos del ataque pirata, con las raíces en el aire, se maquilla, oculta sus años cuarteados, prefiere no recordar a los déspotas que la han gobernado. Pasan siglos y aún padece de las postergaciones, del miedo a ser usada y abusada, como lo fue una y otra vez.
Los lugares son los mismos, las esquinas idénticas, el filo de las aceras y el ritmo de las caderas tropicales; pero no los sucesos, ni su intensidad, ni los que protagonizaron su historia de agua y fuego.
En todo caso, son harapos de la memoria deshilachada, dispersa, más opaca en la medida que se entra a las cavernas del tiempo cruel que aquí transcurrió, sin testigos, en lo que fue la exclusión sin nombre de tu propia tierra.
Desde este pequeño cuadrante de cristal, incrustado en la pared de este edificio manchado de moho y soledades, miro el paisaje citadino, a los que caminan abrazados, perros flacos, ancianos solos, los techos ocres del mercado público, grisáceo, pobre, viejo, sin aliento, en una mañana ambarina que recién despierta.
Es el inicio de la enramada de luz urbana, el manto transparente posándose entre los solares. Los insomnes, escurridizos y agotados de vagar, se enroscan con los ojos cerrados, se esconden en calles estrechas, rincones malolientes y huyen del resplandor.
El vaho del silencio cesa y crece el ruido de los camiones, gritos, pescadores, tiendas, portones, puertas y cerrojos que se abren.
Nace otro día más con la muerte impresa en las pupilas. La ciudad ultramarina aguarda como siempre al próximo transeúnte y la última noticia que llega en los barcos que atracan y una ronca voz anuncia las tragedias y las alegrías.
ESPÍAN MI VIDA
Los pájaros del amanecer son de seda, no pesan, no sudan. Atraviesan la noche en un sólo vuelo y esquivan los daños de las sombras; traen las primeras novedades de las últimas pérdidas, de las mortajas, de los que murieron entre la noche de ayer y la de hoy.
Aves con piel de luz, de alas perfectas y ojos amarillos, espían mi vida del otro lado de esta ventana sellada. Se asoman, repasan intrigadas la habitación aún en penumbras, rebuscan con sus picos como si olfatearan y parecen los inquilinos de este minúsculo lugar donde estoy convertido en un visitante prisionero.
Los señoriales pájaros se acomodan en grupos, como en los balcones de un teatro, esperan que se abra el telón del día para divisar como emerge la luminosidad en el horizonte.
Amanece y los pájaros reciben el singular alimento del primer rayo de sol. Me miran de reojo, curiosos, siempre a la misma hora, en la misma cita iluminada y tibia, como un rito, un pacto.
Otra bandada llegará, con su vuelo rasante y aquí se apelotonará hasta el aliento último, cuando mi cráneo rompa el cristal y caiga al vacío después del viaje sin piedad.
Serán mi cortejo, mi coro de despedida, mis deudos y las alas de mil pájaros que llevarán mi cuerpo mar adentro y lo soltarán, sin que nadie llore ni se apiade.
MADRE
Madre: tú no eras de este mundo.
No eras de esta tierra.
Demasiada bondad derramaste en tu vida.
Tu llegaste desde otra galaxia.
Fuiste nuestra cúspide, habría que escalar mil años
y no llegaríamos a ti.
Si el amor pudiese concentrarse en un solo ser,
tu serías su encarnación,
su transparencia,
su surtidor de agua,
su fuente de luz.
En las batallas de tus huesos y tu postración, tus ojos alcanzaron la diáfana bondad y tus manos la generosidad desprendida. Fuiste la poderosa nave que surcó los océanos y venció las tormentas. Nunca un quejido, nunca la rendición. La paz conquistada por el destierro del odio de tu vasto corazón.
Nos diste la vida,
pero no fuimos dignos de tu sangre inmaculada.
No te merecíamos.
EL CRISTAL ENTRE LA LUZ
(Fragmentos)
I.
En ti vivió siempre un caballo de madera. Los dioses
que inventamos tuvieron miedo a perder
el sentido, como faros que a nadie guían.
De piedra hicimos nuestra ciudad y también
de muertos callados.
De las esquirlas del amor quedó su cicatriz.
Y no hubo vencedor para la hazaña.
En ti la abeja construyó su panal. No hubo siglo
en que no resucitaras de cuerpo en cuerpo de mujer.
De años de esperar los navíos del regreso
se pobló nuestro tiempo.
En las primeras hojas de café está escrito:
Volverá una legión a marcha forzada
a buscar a sus héroes y no habrá murallas
que se resistan.
Entre tanto, cabalgó el jinete y se multiplicó
la miel.
II.
Permíteme reconstruir el instante en que un sol anaranjado
se inclinó ante ti. La sandalia y la arena
en los trazos tenues de la evaporación del día.
La esquina de madera de tantos viajes
a tu centro. El hilo de plata sobre tu cuello
y el peso de tu presencia
como un perfecto vaso de ébano.
Permíteme rehacer el horizonte de tu mirada y la comisura
de tus labios. La mano alzada del afecto
y la vibración del mejor abrazo.
No ha de entristecernos que la vida
sea superior a nuestro sueño. Hagamos una fiesta
por los vivos. Prendamos las hogueras
y que se baile.
De carmelita se hizo tu corazón y de púrpura
su latir.
III.
Para ti, la llave y el fulgor; para mí, el borde
de la espuma. Llegarán a tus pies los días
infranqueables como guerreros vencidos.
Y llegará, también, la llovizna como la espada
que cortaba en dos el arrecife. Una suerte
de luz derramada sobre tu frente.
Una algarabía de gaviotas revoloteando
en un recuerdo vivo.
Para ti, el cristal y la flor; para mí, la voz baja
de los templos. Las horas arenosas
y los retazos del amor como alas de corcel.
A contraviento el navío y la ola.
Si en la memoria es capaz de perdurar el ardor,
créeme que aún centellea la aurora entre la yema
de tus dedos.
POETA DE UTILIDAD PÚBLICA
(Fragmentos)
1.
La poesía te escoge, no la escoges.
Te acoge, como un tibio vientre de mujer
en el centro del amor.
Todo lo da en el acto de saber
que todo le debe ser quitado.
No trama, teje para otros. A veces con dolor.
Su principal virtud consiste
en maltratarte lo gratuito.
Acosar la turbiedad de tus días, es su oficio.
2.
Exorcizarte
para que puedan vivir contigo
las vidas que rondan en los diámetros
que es capaz de trazar tu corazón.
Te abandona cuando intentas sortear
sus consecuencias.
Huye de los lugares
donde la imaginación y el asombro han muerto
y evita pasar por donde cohabitan
los ruines de espíritu.
Está hecha de presencias
porque tiene el don de desdoblarse
sin dejar de ser entera.
3.
Hija de la palabra
la han vituperado sin poder tocarla.
Hermana de la historia
ha sido quemada y puesta bajo custodia
de los carceleros.
Con esa cualidad única de no necesitar
del reposo, no desfallece ni conoce la fatiga.
Falsificados sus textos,
deshonrados sus leales oficiantes,
distorsionada hasta el cansancio,
prefiere la ruta del viajero
antes que vivir en los templos que pudo edificar
por la magnitud de su luz.
4.
Humilde como ella sola,
entra sin ruido en la casa del hombre,
barre sus rincones,
limpia el polvo más apartado,
repara lo roído y se encarga de lo roto.
Vidente de los hechos con que se cuenta
el tiempo, la edad y lo pleno
de la conmoción de quienes se reúnen.
Andamio de lo venidero.
Fragua, constancia, fuelle, criadora.
DUEÑA DE LA ESTRELLA
Todavía tu recuerdo huele a alcanfor. Aún tu piel se extiende entre los cuartos como un laberinto de ensueños y hechizos. Recién ahora preciso que tus ojos se llenaban de sangre cada vez que encendías una vela a los muertos que cuidaban de los tuyos. Vieja de viejos secretos. Nocturna y silente mirando contra la noche y esperando una señal.
Dueña de la estrella y, sin duda, soberana de la silueta y la sombra que nos asustó de pronto en el inicio de la madrugada.
Todavía te recuerdo envuelta en el aroma de los armarios, parecida a la madera de los santos y las cruces, con tus centavos de cobre y tus aceites, con tus barajas y tus hojas de tabaco.
Soñadora del futuro y, acaso, solitaria guerrera contra el mal que incubó tanta infamia y no pudiste vencer.
MIRAR HACIA DENTRO
Como un caracol perfecto
en la arena
que a veces reproduce los dolores del mar
y a veces el silencio.
Como un caracol infinito
al borde del océano
que a veces lo habita un animal naranja
y a veces es una casa vacía.
Como un caracol eterno
llegaste a mi vida en espiral
y todo podrá ocurrir
menos que en ti deje de escucharse la canción
menos que en ti la palabra quede muda.
ALA GRABADA EN BLANCO
(Fragmentos)
1.
Hoy hubo un ruido intenso entre los framboyanes.
No eran los pájaros que para esta época del año
se reúnen en bandadas. Tampoco era el viento.
Ni el calor.
Creo que algo se rompió en la luz del día.
Algo irreparable, como si la calma hubiese sido perforada.
Es todo muy extraño.
La vida es capaz de crujir hasta el último minuto
para defenderse. Pero es como si algo se hubiera
muerto a voluntad.
Como si se hubiera rendido sin resistir.
No es una quietud, sino una atmósfera apagada,
como el miedo. Un sopor que al no disiparse, disloca.
Sin embargo —entre las hojas— vi una mariposa
con el ala grabada en blanco y no parecía sufrir.
2.
Hay recuerdos que quedan sumergidos en el aire,
como desdibujados. No queman —ciertamente—
pero reniegan a reproducirse en la memoria como fueron
alguna vez.
Por eso, no puedo precisar con claridad cuando fue
que mudaste para siempre de piel.
Sí tengo la certeza de que fue delante de mis ojos,
como si un cuerpo cediera a otro cuanto ocupaba.
Pero por más que escudriño y rebusco en los laberintos
no encuentro el instante preciso. A veces, un poco de polvo
o un grupo de palabras sueltas, pero no más que eso.
También es como si hubiese sido una suma de quejidos
sin parto.
Creo —eso sí— que el mar estaba muy cerca. Y que tu vieja piel,
al desprenderse finalmente de ti,
rodó por la arena hasta que las olas la arrastraron
confundiéndose con la espuma.
3.
Ahora estarás vientre abajo en los desfiladeros
del día. En el vilo y en el borde del aire fatuo
y el agua púrpura. En el redondel, con tu perfil
de diosa que repudió la noche y el odio de los hombres.
En la escaramuza para no dejarte atrapar
por una lágrima impropia. Con la imaginación del ámbar
de atardecer sobre el mañana y vencerlo. Capaz de encender
el fragor para cambiar el curso de la rosa de los vientos.
Pero has de cuidarte de la penumbra, que es el riesgo
de los viajeros.
Manuel Orestes Nieto, Panamá, 1951. Licenciado en Filosofía e Historia por la Universidad Santa María La Antigua de Panamá. Embajador de Panamá en Cuba, la República Argentina y en el Reino de España. Director de la Biblioteca Nacional. Subdirector del Instituto Nacional de Cultura. Desde el 2009, Director de la Editorial de la Universidad Especializada de las Américas (UDELAS). Ostenta la Condecoración de la Orden de Mayo, en el grado de Gran Cruz, otorgada por el gobierno de la República Argentina (2007); la Orden General de División Omar Torrijos Herrera, en el Grado de Gran Cruz (2009) y la Orden Isabel La Católica, en el Grado de Encomienda de Número (2009); la Medalla Gabriela Mistral de Chile. Jurado de poesía del Premio Casa de las Américas, 2015. Recibe el título Doctor Honoris Causa por la Universidad Especializada de las Américas (noviembre 2017). Académico de Número de la Academia Panameña de la Lengua (diciembre de 2018). Premio Nacional de Literatura "Ricardo Miró" de poesía en cinco ocasiones: 1972, 1983, 1996, 2002 y 2012 con sus libros Reconstrucción de los Hechos, Panamá en la Memoria de los Mares, El Mar de los Sargazos, Nadie llegará mañana y El deslumbrante mar que nos hizo. Premio "Casa de las Américas" 1975 de poesía con Dar la Cara. Alta Mención Honorífica del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, poesía, 1999, con su poemario: Este lugar oscuro del planeta. Premio Extraordinario de Literatura “Pedro Correa”, 2000, a la excelencia literaria por el conjunto de su obra publicada. Premio José Lezama Lima en poesía 2010, de Casa de las Américas, por su obra reunida de cuarenta años de sostenida creación poética: “El cristal entre la luz.” Es autor, además, de: Poemas al hombre de la Calle (1968-1970), Enemigo Común (1974), Diminuto país de gigantes crímenes (1975), Oratorio para Victoriano Lorenzo (1976), Poeta de Utilidad Pública (1990) y la antología Rendición de Cuentas (1991) que recoge veinte años de su producción poética. El imperecedero fulgor (1996); El legado de Omar Torrijos, Panamá, dos ediciones: 1997 y 1999. El país iluminado (La Rama Dorada, Ediciones Literarias, Panamá, 2001 y segunda edición, 2003); Ala grabada en blanco (La Rama Dorada, Ediciones Literarias, Panamá, 2001). Ardor en la memoria (2008). Altamar (obra reunida de 45 años de poesía, ediciones: 2013, 2015, 2017, Panamá; edición Guatemala, Catafixia, 2018) La titánica proeza -Hitos del Canal de Panamá- , edición conmemorativa al centenario del Canal de Panamá y los 15 años de su reversión a Panamá, 2014). Aquí nací y moriré (texto poético traducido a 17 lenguas, dos ediciones, 2016). Realizó los textos biográficos para Protagonistas del siglo XX panameño, sobre Humberto Ivaldi y Fernando Zárate y Dora Pérez de Zárate, editado en Debate de Penguin Random House Grupo Editorial de Colombia, 2015. Ha publicado múltiples valoraciones de crítica literaria y artes plásticas. Desde el año 1996, el Ministerio de Educación de Panamá, recomendó el conjunto de su obra literaria para ser leía y apreciada por los estudiantes y la comunidad educativa de Panamá.