MEMORIA INCENDIADA
Está mi niñez en este país
de pumas pétreos y serpientes aladas,
de jaguares azules y aves canonizadas,
de bejucos alucinógenos y hojas clarividentes.
Está mi infancia de aguaceros
en un pueblo a orillas de un río
y en las calles en llamas de una ciudad de las alturas.
Está mi niñez en los textos mecanografiados de mi padre
y en las palabras/regazo de mi madre/gramática de la ternura.
¡Ah mi infancia!
Aún cabalga en un caballito de madera
junto a Emiliano Zapata en el cine México.
Ciudad irreal, infancia real.
Infancia real, ciudad irreal.
Mi juventud está en unos libros perdidos,
y en los adoquines desenterrados contra las dictaduras,
que valían más que todas las palabras inventadas
para nombrar a la revolución y sus caprichos.
Está mi juventud en la subversiva urgencia del amor
y en los cantos que prometían rojas madrugadas
con su rumor de promesas improvisadas.
En los oscuros zaguanes,
por donde escapa el viento del pasado,
y en los parques sin luna,
está mi juventud descifrando el deseo.
Detrás de los balcones de las casas coloniales,
entre máscaras, disfraces y botellas vacías
me aguardan palabras confinadas por la realidad;
y entre ellas está mi insomne juventud,
aguardando por mis enfermos huesos,
para develar los motivos del jaguar azul,
el ascenso pluvial del ave del ocaso
y reescribir las profecías hostiles al desengaño.
En el abismo de la ciudad
los verbos diseminan la noche,
los barcos parten sin aviso alguno
y el niño y el joven que fui
resucitan desnudos en la plaza de los héroes.
INVENTARIO NOCTURNO
Escribo para evitar
que la ficción del tiempo
y el malhadado olvido
coleccionen mis recuerdos
para decir con Cavafis
que ya no les temo
a los lestrigones ni a los cíclopes
porque los he conjurado en mi alma
y aunque aún no he llegado a la meta
ya sé lo que son las Ítacas
sé que el camino de retorno es largo
tan largo fue el viaje de medio siglo
que en la travesía me aguardan
otras ciudades y puertos interiores
e intentaré llegar a ellos
despojado de vanidades
y con mi sombra de estandarte
iluminado por el fuego
del carbón que no pudo ser diamante.
Me he despertado
en el sueño de la poesía
y he reconocido mi nave
mi íntima Nef des fous
navegando hacía mismo
y me veo en la desierta proa
sentado en un sillón de madera
registrando mis recuerdos
nombrándolos con rojo y azul
en unos viejos cuadernos de cuentas
que encontré entre mis libros.
Ha terminado la jornada
los destinos del sur exaltan las velas
y la trastornada noche estrellada
del deicida Vincent Van Gogh
nos imagina con secreto júbilo.
Por ahora el alma/zen del poeta
está cerrado por inventario.
Vuélvase mañana.
LOS POBRES
Las casas de los pobres
no tienen puertas ni ventanas
porque su soledad no necesita de encierros.
Son tan oscuras sus noches
que los pobres sueñan
con las vísperas de la Creación.
Las ollas de los pobres
ya no sirven para cocinar
son campanas que anuncian
que están aquí y que no se irán
hasta que alguien los escuche.
Los pobres yacen con su insomnio
en duros colchones de paja
o el cansancio los acuesta
en las duras veredas de las calles.
Los domingos los pobres
que nunca sufren de estrés
ni visitan a los psicólogos
van a la misa y sus rezos
son un rumor de muchedumbre
suplicándole a Dios
algún milagro de vida
mientras los otros
estrenando ropa dominguera
van de uno en uno
para pedirle un viaje
al recién descubierto paraíso
y le dejan al aburrido párroco
una limosna que es igual
al salario de un mes de los pobres.
Los pobres son tan buenos
que cuando llega un pariente rico
matan a la única gallina ponedora
para agasajarlo con un plato criollo.
Los nombres de los pobres
son tan comunes que siempre los olvidamos.
Los pobres cargan a las ciudades
sobre sus espaldas y las ciudades
solo se acuerdan de ellos en el censo.
Los pobres no tienen dónde caerse muertos
y no les queda más remedio
que seguir viviendo su pobreza.
Los pobres nacen marcados
para que nadie olvide que son pobres
y cuando dejan de serlo
siempre hay algo que los delata:
su estridente música callejera
sus inoportunas y sonoras carcajadas
sus comidas que huelen a cebolla cruda
y el descaro con el que muestran
que dejaron de ser pobres
ofendiendo a los afortunados de cuna
de apellidos sobrevalorados
que no quisieran tenerlos en sus barrios
ni en sus exclusivos clubes sociales
porque creen que el cielo
y las buenas costumbres
son de su propiedad privada.
LA PARTIDA
Toda partida
nace de un silencio
y si dices que vas a partir
es porque ya te has ido
y el camino peregrina en ti
así como las montañas
los ríos las quebradas
y las ciudades que imaginas
distantes como la que vas a dejar
ya son esencia enraizada
en tu paisaje interior.
El otro que también soy yo
me avisa que no olvide
que la partida entraña
la ceremonia del retorno
en la que el fuego de la palabra
será el principio que concentre
lo perdido lo temporal y lo eterno.
ÁLBUM DE FAMILIA
Una luna preñada ilumina el álbum,
sus huéspedes descansan.
A Tierra huele la ausencia
en las grises páginas,
en los retratos color sepia
hasta la luz es vieja.
El pasado ama el polvo, almas mías.
Las miradas de los huéspedes,
fantasmas de las palabras,
honran nuestro pasado;
en la orilla de mis ojos
la arena se humedece
con el mar de sus recuerdos
y las sirenas buscan un puerto.
Recuerdos propios, escuchados e inventados.
Imaginados tal vez, contados por los familiares.
A mi edad los recuerdos
ya muestran signos de cansancio
y escucho el silencio de mis ancestros.
Silencio acunado en el tiempo.
Aún queda espacio en las hojas,
me adelanto al presagio.
No son muchas las imágenes,
suficientes para creer en el amor,
para sospechar que el eco de sus miradas
se repite en nuestros hijos.
A contrasombra, una fotografía a colores,
descolorida y carcomida por la humedad,
muestra el busto de mi padre,
que no creía en esos homenajes,
su rostro de cemento fue canonizado
en una pequeña plaza de un barrio
de la ciudad que amaba.
Coquetas pasan las muchachas
moviendo sus nalgas y él sonríe.
En el ocaso les susurra poemas
a los enamorados que adivinan que fue poeta.
Los niños se preguntan quién es
y los viejos lo saludan por su nombre,
contándole que las estaciones también envejecen.
En noviembre volveré a abrir el álbum
y consagraré sus retratos.
EMIGRANTES
Creen que se llevan
el amor de una muchacha
prendido como un escapulario
que espantará todos los males
el sabor del guiso de carne de la madre
el abrazo del amigo de infancia
que promete recordarlo en cada festejo
la lágrima del hijo que inunda sus labios
y el olor a humedad que en cada verano
recorre las calles y se pega en las ropas.
Cuando llegan a su destino
al otro lado del mundo
descubren que han olvidado su equipaje.
EL PAÍS DE LOS POETAS
Marcho lleno de un vigor supremo y nuevo,
soy parte de una procesión inacabable.
WALT WHITMAN
El País de los poetas
es el país de Roque Dalton,
perdido en la montaña
entre el Paraíso y el rio Leteo.
Allí donde el mundo
es una taberna y otros lugares,
donde los muertos rebeldes
están cada día más indóciles
y las palabras definen destinos.
País, nación, patria, estado,
donde el amor no es una búsqueda,
es la celebración de los encuentros;
sin dioses en el cielo ni amos en la tierra,
territorio de Roque Dalton y de los poetas.
Capital no posee el País de los poetas,
ni mezquinos mapas a escala,
las calles se caminan siguiendo
las hojas de Parra, los laberintos de Panero,
las huellas de Pizarnik y de Plath;
allá el horizonte está en todas partes
y las fronteras en ninguna.
Territorio liberado en pleno corazón,
en el que las y los poetas son casas abiertas
y el tiempo es la medida de la amistad.
Brisa fresca susurra cada ocaso,
entre las flores de los jardines y las bibliotecas.
Cuando muere un poeta,
el divino Dante Alighieri lo guía
por los ilustres infiernos
hasta elevarlo a la tierra de sus hijos;
y en la heredad germinal
el poeta nacerá de nuevo,
su voz tendrá el alcance del viento.
Cuando sea grande seré poeta,
como Roque Dalton,
el poeta cuya vida es poesía,
tomaré mi mochila, un libro de Pessoa,
otro de Cerruto y, por si acaso,
alguno de Derek Walcot;
un lápiz y un cuaderno escolar;
muy temprano iré a la montaña,
a trabajar en la siembra de mis hermanos
que habitan el País de los poetas.
De Memoria incendiada. Antología personal (Nueva York Poetry Press, 2019)
Homero Carvalho Oliva nació en Bolivia en 1957. Es escritor y poeta. Ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e internacional como el Premio latinoamericano de cuento en México, 1981 y el Latin American Writer’s de New York, 1998; dos veces el Premio Nacional de Novela con Memoria de los espejos (1995) y La maquinaria de los secretos (2008). Su obra literaria ha sido publicada en otros países, traducida a otros idiomas y figura en más de treinta antologías nacionales e internacionales como Antología del cuento boliviano contemporáneo e internacionales como El nuevo cuento latinoamericano, de Julio Ortega, México; Profundidad de la memoria de Monte Ávila, Venezuela; Antología del microrelato, España y Se habla español, México. En poesía está incluido en Nueva Poesía Hispanoamericana, España; Memoria del XX Festival Internacional de Poesía de Medellín y Festival de Poesía de Lima. Entre sus poemarios se destacan Las puertas, Diario de los caminos, Los Reinos Dorados, Quipus y Bautizar la ausencia. El año 2012 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Inventario Nocturno y es autor de la Antología de poesía del siglo XX en Bolivia, publicada por la prestigiosa editorial Visor de España. Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia. En el 2017, Editorial El ángel, de Ecuador, publicó su poemario ¿De qué día es esta noche?, Antología de poesía boliviana contemporánea, publicada por Amargord editores, de España y Antología de la poesía amazónica de Bolivia, publicada por Ediciones Sur, de Cuba.