XI
Ayer por fin dejé de suicidarme.
HEINER MÜLLER
Quise morir. Es cierto. Estaba exhausta
de tanto despertar a contracuerpo y en mi piel
siempre la mitad de la noche.
No había lugar en mi vida
para nada que no fuera la muerte.
Todo era demasiado y me dolía
el más mínimo acorde, el color rojo.
Quise morir, aunque mi cuerpo
no quisiera, quise, a pesar de la sangre
que insiste en recorrerme, a pesar
del crecimiento de mis uñas
y considerando, incluso, que el cuerpo
respira por sí solo cada noche.
Mi nombre hacía agua, sabía a tierra.
Y hay en la vida ese qué será de mampostería
y mamparas, de escenario vacío
que culmina en su ausencia.
Me dolía la saliva de mis niños,
sus noches de cuatro horas,
su procenio. Su llanto que rompe anaranjado
como soles que sangran y coagulan.
Son las veinticuatro horas abiertas,
sus corredores encendidos,
es la moneda inestable del afecto,
el reciclaje de la ternura.
Es saber que estamos regresando
hacia ningún lugar y no volvemos
a encontrarnos con los que ya se han ido.
Es saber que todo el tiempo que me queda
no vale lo que un instante gris en la ventana
turbia de hace años. Es la vigilia descaminada
de los que mueren de sueño
y no pueden dormir.
Preferí la muerte, ese común denominador.
Quise esta muerte descastada, esta averiada muerte.
Quise morir. He dicho. Quise.
Eso es suficiente a veces: querer algo.
Quise morir y dejé el nombre de mis niños
en la sala de estar, caminé de espaldas
y cerré la puerta. Quise vaciar mi deuda con la vida,
desvestirme de la sangre, ese vestido rojo
que me abriga por dentro. Quise romper el límite
entre el cuerpo y su sombra.
Quise morir. No pude. Qué fracaso.
Y me estorba la voz con la que he vuelto.
Mi voz, este lugar absuelto.
Voz encanecida con su registro de naves incendiadas,
voz digital, trasplantada voz de raíz roja.
Me cansa mi voz
siniestra de palomas
que aletean su ruido en las iglesias,
voz que es algo porque no enmarca nada
más que un vacío de cúpulas y atrios.
A falta de Él hablo hasta por los codos.
Porque fui al otro lado y Dios estaba muerto.
Todos los dioses: muertos o cansados,
descalabrados dioses de estatuillas.
Sólo tengo mi voz que me acompaña,
su ablación malherida y oraciones
desprovistas de nadie.
VIDA: EL ESTADO INTERMEDIO ENTRE EL NACIMIENTO Y LA MUERTE: vida: sala de espera: entreacto: tregua: la soledad obstinada de los objetos: no: la vida es lucha: la vida no vale nada: ni cuchillos ni alcachofas: vida eterna: deja que los muertos entierren a sus muertos: esto es vida: dícese de un poniente en Querétaro que parece reflejar el color de una rosa en Bengala: Borges: dícese de una legión de polillas que carcomen el techo de madera: esto: la multiplicidad de las estructuras: el tiempo que se inscribe en la materia:
ORFELIA LIMPIA EL CLÓSET
Aún tengo en el clóset el vestido
de novia sin usar y no sé dónde
comprar la naftalina. Esto es algo
que me preocupa últimamente.
Para empezar, me inquieta
no conocer el olor de alquitrán blanco.
No tengo ese recuerdo, ninguna abuela
se desvivía en recorrer con manos maceradas
sus primeros motivos, esos días
en los que sí vivía de a deveras, años
traducidos a tela, encaje, dobladillos.
Y ahora más que nunca me duele
todo lo que no tuve y al no tener
no será recordado. No conozco
el olor de la naftalina. Es más,
no sé dónde comprarla. Es urgente.
Imagino polillas negras, sus alas con ojos,
recorriendo mi vestido blanco:
filamentos y antenas: muselina y encaje.
No quiero alimentar insectos,
mariposas de hábitos nocturnos.
Mejor que permanezca
con sus horas en blanco, sus páginas
que al no decir nada son capaces
de contenerlo todo: lo que ya no, el siempre
cortado al sesgo, rematado, el donde
no estuvimos, quienes ya no seremos.
Porque nosotros no, quiero
que el vestido permanezca, pretina,
lentejuelas y abalorios, sostenidas
todas sus costuras
por el hilo blanco de la trama
de una vida que ya no fue la nuestra.
En cualquier momento
podría ponérmelo y volver
a la persona que fui
como a la página favorita de un libro
que amamos y de tanto leerla se abre
exactamente en el mismo sitio.
Poder decirle al tiempo: esto.
Este instante que no pasó. Que siga
pasando para siempre.
O tal vez sería mejor las polillas,
en la noche perenne y polvosa de los armarios,
se alimenten de él a demanda
como de leche materna
dulcemente añejada en encaje y muselina.
Para que crisálida y oruga
crezcan y de la tela, antenas,
se conviertan en lo que deben ser
y vuelen, ala con ala, se levanten.
Serán la vida no vivida
que tomó vuelo y desenvoltura.
Serán ellas descendencia. Llevarán
mi vestido de novia
por los aires, volando
más ligero que nunca,
traducido a nutrientes,
sustento, sustancia de otra vida
a la que no le pondremos nuestro nombre.
Serán lo que no fuimos.
Porque no es absurdo ni terrible
querer que los insectos
sean lo único
que sobreviva de nosotros.
Poemas de El reino de lo no lineal
Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) Ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal, del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2017 por Principia y del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por Cielo nocturno con heridas de fuego, de Ocean Vuong. Con el apoyo de las becas Fulbright-COMEXUS y Goldwater, cursó una maestría en Creative Writing (Poetry) en la Universidad de Nueva York (2013-2015). Ganó primer lugar en el premio Poetry International del 2016, el segundo lugar del premio Literal Latté 2015 y quedó entre los semifinalistas del premio Tupelo Quarterly 2016. Poemas suyos aparecen en Letras Libres, Hispamérica, La Revista de la Universidad, Tierra Adentro, Este País, y Periódico de Poesía, entre otras, han sido incluidos en la antología de poetas jóvenes españoles y mexicanos Fuego de dos fraguas, en la antología Voces Nuevas 2017 de la Editorial Torremozas y en la antología Liberoamérica (España). Ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en dos ocasiones y de la Fundación Para las Letras Mexicanas (2016-18).