DURAZNOS DE MI INFANCIA
Desde atrás, mi recuerdo convoca
a la sonriente abuela Soledad,
blandiendo su pértiga
sobre el cargado duraznero
que mi padre sembró desde el inicio
en el sombreado patio de mi infancia.
Ella baja los duraznos maduros
entre el bullicio de las cinco niñas.
Y reparte los más suaves y rosados
para calmar nuestra avidez
con su sonrisa pícara.
Los mordemos, golosas,
hasta encontrar su rojo corazón
y su oculta semilla.
“Corazón colorado” de la canción ranchera
agazapada en la radio,
desde donde saltaba, inesperada,
para nuestro regocijo,
ahora acrecentado en la memoria.
Los que cayeron verdes o sazones,
Soledad los trasmutará en rosada miel
con su magia de ayeres.
Y los devoraremos, rojizos,
dulcísimos, transparentes y puros,
como la infancia misma convertida en sabor.
Y mientras, cae la tarde,
combinando esos mismos esplendores.
Pequeños placeres del pasado,
lagos de paz del hoy que me confortan.
ANIMAL QUE SE INTERROGA
Somos una caña, la cosa
más frágil de la naturaleza,
pero una caña pensante.
BLAISE PASCAL
La muerte nos precipita
en la vivencia de la despedida
de nuestro primer duelo.
Y su horror nos despoja
de la inocente plenitud
de la infancia.
Así inventamos dioses y demonios,
mitos y religiones
y el cúmulo de espejismos
que pretenden aliviar
temores y vacíos.
Un animal que escapa de la inocente paz
y se mira a sí mismo, su transcurrir, su fin.
Un ser vivo que puede adivinar su ausencia,
proyectar su vacío
en este reino
de lo verde y lo azul interminables.
¿Podría ser diferente
y lograr una paz que ahora se escurre
entre los raudos dedos del futuro?
¿Qué misterio se oculta
bajo el cabizbajo velo
de nuestra esencia?
Animal que discurre y puede verse
en su espejo negado.
Y crear belleza, eros, melancolía,
ciencia, poemas, artes, compasión,
música trascendente.
Nadie vuelve invencible de la tumba.
Somos nuestro destino,
y él nos llevará, tarde o temprano,
a la nada terrestre y compasiva,
o al océano pleno de interrogantes
que el universo crea.
DESEO EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Como una boca abierta para el beso,
como un estrecho abrazo,
como una piel que anhela,
urgente y atrevida, la caricia,
así estoy yo,
de pie en el umbral de mi deseo,
en esta ausencia que llega y que se va,
intermitente y loca, a la deriva.
¿Te quedas, o te vas,
en medio de esta lluvia intermitente
que reina en el temor de la pandemia?
¿Eres el hoy, o eres el mañana,
noche de cal y viento, o tempestad,
que nos retrae a un tiempo sin ausencias?
Te quiero aquí, de nuevo, sin resquicios,
sin temores, sin tonos intermedios.
Te quiero aquí, de tal manera urgente
que tu deseo convoque mi deseo.
Y ambos puedan fluir, viento y marea,
zona pluvial entre los dos abrazos,
en este tiempo atroz, desvencijado,
de temores inciertos y sombríos.
Te quiero aquí,
lejos de toda enfermedad o miedo,
ausentes ya condenas o advertencias,
te quiero diariamente entre mi vida.
INVOCACIÓN
Para poder saber el nombre de tu nombre
dentro del corazón de tantas cosas últimas,
¿cómo tendré tu voz final y extensa entre la sombra?
FABIÁN DOBLES
Sólo tú, palabra diáfana, salto del agua,
para hallar el corazón del mundo.
Sólo tu voz, profunda entre mi sombra,
para explorar silencios y orfandades.
Te encuentro en mi poema,
Pero también en la clara penumbra
de poemas ajenos y exquisitos.
Y entonces me recorre la piel
un escalofrío de viento y ola
que me eriza dulcemente.
Retorno a mis cinco años,
cuando te conocí en la voz memoriosa
de campanas agrestes de mi madre.
Ella sembró de versos mis asombros,
mi lengua y mi recuerdo.
Poetas que dejaron huellas inabarcables
en mi oído y mi piel
y hoy me siguen llamando.
Persigo, insatisfecha, tu belleza y tu hondura,
en el aliento y luz de tus imágenes,
alivio permanente de mis duelos
y fallidas tormentas,
inquieto retomar, una y otra vez,
el mundo entre mis manos.
Sólo quiero estrecharte, poesía,
entre las alas de mi sombra
y ser una contigo.
Exprimir cada día tu naranja fresquísima,
mientras un hálito de vida me alimente,
y morir, cuando llegue el momento,
con tu clave secreta entre mis labios.
PRODIGIO EN LA MONTAÑA
La montaña que amo desde mi casa
arde desde ayer.
En el verano brotan columnas de inquietud,
pequeños incendios provocados o no,
fogatas que el hombre estimula o apaga.
Pero dos días hace que el humo
se prolonga y se crece
en las faldas del Pico Blanco,
destructora garra de ceniza y viento
sobre el pasto reseco del verano.
Corroboro en el diario.
Y me angustio sobre ese incendio,
tan lejos y tan cerca.
Lenguas de fuego sostenido
sobre los árboles, inmóviles y estoicos.
Sobre las ardillas, que saltan y huyen
con su pavor entre las llamaradas,
los perezosos, que jamás se salvarán
desde su lento transcurrir,
los mapaches, las zarigüeyas,
que deben abandonar sus crías
para correr sobre su miedo límite
y los yigüirros, en plena temporada
de cortejo y anidación,
cuando callarán para siempre
entre su música y su lluvia.
Ya se inicia la tarde
y vislumbro, a lo lejos,
con un alivio vestido de alegría,
nubes que se arremolinan
desde su gris,
salvadora conspiración
de esa primera lluvia de abril,
tan bienvenida y tan exacta,
sobre la angustia mortal
de la montaña
y sus pliegues recónditos,
que una vez más renacerán
hacia el verde relevo de la vida.
Abril 2020
TIEMPOS DE PANDEMIA
El que no hace más hace menos.
TANIA CASCANTE ESPINOZA
¡Estar contigo mismo!
Una experiencia antigua
que rara vez disfrutas.
Hoy, gracias a una pandemia
dolorosa y temible,
te miras al espejo y conversas sin prisas,
externando deseos, frustraciones,
y esa pesadilla de temores ocultos
frente a la soledad
y al cortinaje ambiguo de la muerte.
Y desfilan frente al espejo tus desvelos:
las vidas de tus seres queridos,
cercanos, o inmensamente lejanos.
Tus metas, tan frecuentemente diferidas,
tus talentos y goces
que ahora puedes esgrimir con tiempo
y cuajar en hermosas realidades.
Aprovecha la apertura del día, de la semana,
alfombras infinitas a la ansiedad.
Agradece y explora los rincones
de ese refugio que llamamos casa
Y que ahora parecieran
nuevos a la curiosidad y a la inventiva.
Porque estos tiempos, en apariencia estériles,
son dones de la vida para realizar sueños.
Y crear, emulando lo divino,
canciones o platillos, poemas o relatos,
dibujos, o lecturas, conciertos o jardines.
Ya llegará el momento de abrazar
e inundar de ternura a los que amamos.
Esa ternura que nos hace humanos,
tan frágiles y lúdicos
en nuestra eterna avidez de caricias.
Ahora imagina, inventa, glorifica.
Y como el viejo relojero divino,
trabaja para ti y para el mundo.
De Espejos de mi mundo (inédito).
Julieta Dobles Yzaguirre nació en San José, Costa Rica en 1943. Es catedrática y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua, posee una Maestría en Filología Hispánica, con especialidad en Literatura Hispanoamericana, de la Universidad del Estado de Nueva York, Campus de Stony Brook (1986). Realizó estudios de Filología y Lingüística en la Universidad de Costa Rica (1969-1971). Es también profesora en Ciencias Biológicas, en esa misma universidad (1965). Imparte Literatura en la Escuela de Estudios Generales de de la Universidad de Costa Rica, e imparte talleres literarios. Es miembro de la Asociación Casa de Poesía. Fue co-coordinadora del Taller Literario del Círculo de Poetas Costarricenses entre 1967-1978. Actualmente pertenece al grupo POIESIS, y vicepresidenta de la Asociación Costarricense de Escritoras. Ha publicado quince libros de poesía, entre ellos: Reloj de siempre (1965); El peso vivo (1968); Los pasos terrestres (1976); Hora de lejanías (1979-1981); Los delitos de Pandora (1987); Una viajera demasiado azul (1990), Costa Rica poema a poema (1997?); Poemas para arrepentidos (2003?), Amar en Jerusalem; Hojas Furtivas (2005). Ha sido incluida en diversas antologías de la poesía centroamericana y costarricense, entre ellas, la Antología Crítica de la Poesía de Costa Rica, de Carlos Francisco Monje, 1992. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos por su obra: Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Poesía, a su libro El peso vivo (San José, 1968); Premio Editorial Costa Rica a su libro Los pasos terrestres (San José, 1976); Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Poesía, a su libro Los pasos terrestres (San José, 1977); Primer Accésit del Premio Adonais a su libro Hora de lejanías (Madrid, 1981); Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Poesía a su libro Amar en Jerusalén (San José, 1992); Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Poesía a su libro Costa Rica poema a poema (San José, 1997), Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Poesía a su libro Poemas para arrepentidos, (San José, 2003).