DOS DE LA TARDE
Mi hijo me lleva de la mano a la salida de
Su escuela y me conduce hasta la casa
Para que el sol no nos derrita compramos cual
Talismán unos helados que se van haciendo agua
Mientras él me informa de sus guerras mundiales
En el patio de recreo hoy por la mañana
Que se reanudarán al otro día puntualmente
Y su nuevo y eterno amor de esta semana
Una niña pelicastaña con la que se casará algún día
Cuando ya ni recuerde de ella el nombre pero
Que amará por siempre en ese siempre que
Es el recreo infinito de la memoria de la infancia
O que debiera ser, aunque no siempre
Y ¿quién es ese señor —me interroga al
Llegar a una plazuela polvorienta—
Allí parado en esa estatua?
Quién habrá sido aquel prócer cuyo rostro
Bondadosamente el tiempo ha desvanecido
Cuáles sus victorias sus derrotas sus batallas
Lo ignoro pero cómo admitir que ignoro hechos
Tan trascendentalmente gordos de la historia
Así que balbuceo disparates inverosímiles
Sobre guerras buenas y guerreros malos o
Matanzas malas y matadores buenos y divago
Sobre las guerras de recreo que en su infancia
Ese señor ganó y perdió como todos los niños y esos
Sus amores infinitos de cuando aún no era una estatua
Y mientras me doy cuenta de que mi hijo no me cree
Ya el tiempo ha empezado a derretirnos a
Los dos en la vereda tras haber fundido nuestros
Pobres talismanes de fresa y chocolate y este
Anodino momento queda flotando en el aire
Como su última pregunta por
Toda la eternidad sin respuesta:
Papá, ¿y por qué no existen
Monumentos a los helados?
UN DÍA DE AGOSTO
Estos días son peceras sin peces
Pero colmadas de
Garúa por los seis costados
Adelante es atrás y quizá
Abajo es arriba
Solo la ropa recién lavada
Aguarda la primavera
Colgada del balcón con esperanza y
Varios ganchos para que ningún
Ventarrón la arrebate
Así se orean las prendas en el
Ínfimo temple vespertino
Cuando muy entrada la noche vuelves
A tu cuarto en pos
De tu desordenada soledad
En lo alto tu ropa te aguaita
Desde las sombras
Cual si saltaras hacia ti mismo por la ventana
Mangas vacías se agitan
Frenéticas con el viento
Al menos ellas te acogen
Y dicen ven.
LA PRIMAVERA
Yo aguardaba, cronómetro en mano, que las flores se
abrieran en el exacto instante de inicio de la primavera;
no en el sotobosque de huarangos y su espinosa fronda
allende los arenales del desierto liberteño ni en las vegas
húmedas de río en los umbrosos cañaverales de Chicama
o de Laredo, tampoco en un parque de canteros bien
regados en urbanizados jardines mesocráticos o siquiera
al centro de una lata vacía de leche hecha macetero en la
grasienta cornisa de la cocina del jirón Huallaga # 165, sino
en la azotea desolada de mi casa, sin ninguna tierra fértil
sobre el cemento sino apenas polvo reseco de cachivaches
y mudanzas y ventarrones de tardes y de sueños.
Y la primavera llegó.
LOS ESTADOS DE LA MATERIA
Goloso
De niño atisbaba las formas del agua
Y a los pies del refrigerador
Goteando saliva y asombro
Constataba cómo se había transformado
La leche en cremoso helado y
A veces otros líquidos
—Bermellones o dorados—
En gelatina de fresa o de piña.
Así creí comprender que
Además del estado líquido del agua
Y el sólido y el gaseoso
También eran otros estados de la materia
La gelatina y el helado.
La vida como siempre
Se encargó de desmentirme
Muy tarde aprendí cómo —aún sin refrigerador—
La tristeza y la angustia eran otros estados
Gélidos de la materia
Así como la soledad
Aquel estado entre congelado y gaseoso pero
Largo como papel higiénico desenrollado
Colgando en una casa vacía.
LOS HÉROES
Declamo el heroísmo de los héroes
Que se hicieron matar hace siglos
Para que hoy sea feriado
Cuando me arrojo del proscenio
Se apagan aplausos y
Sin historia muere
Mi heroísmo de niño
Llegada la tarde
Mamá fungía de oráculo:
Segurito su papá ya
Se quedó tomando
Pero yo sabía que no era cierto
Papá andaba
Enfrascado en interminables y
Solitarias batallas
Y cuando volvía a casa
Tambaleándose por las noches
Desde mi lecho lo oía tropezar y
Arrojar exhausto sus armas
Pero nunca me atreví a saltar
A su encuentro para
Preguntarle si
Había
Triunfado.
Lizardo Cruzado. (Trujillo, Perú, 1975). Sus devaneos adolescentes con la poesía culminaron en la publicación de Este es mi cuerpo (1996). Después de un prolongado silencio retomó su afición por el verso y compiló No he de volver a escribir (2019). Trabaja como médico psiquiatra y docente universitario.