LA POESÍA ES UNA SOBRECARGA SENSORIAL.
RESEÑA DEL LIBRO SENSORY OVERLOAD, DE SASHA REITER.
por
Sebastián Miranda
Imaginá que vas de regreso a casa después del trabajo. Tomás el autobús, el tren o el metro, te sentás y a tu lado queda un asiento vacío donde ponés tu mochila y sacás el libro de poesía que estás leyendo para ese entonces. Digamos Una temporada en el infierno de Rimbaud, o Angelus Novus de Verástegui, o estás explorando poesía más contemporánea, y sacás Sensery Overload de Sasha Reiter, que tu amiga poeta y editora te recomendó.
Avanzás en los primeros textos, concentrado y aislado del resto del mundo, cuando sentís que te están miranda. Cuando alzás la vista, ves que una excompañera del colegio te saluda y te hace señas de que quiere sentarte a tu lado, así que levantás la mochila, te corrés cerrando el libro que marcás con el dedo índice para que no se te pierda la página. En ese punto sabés que ya no avanzarás más con tu libro, que te espera una larga conversación sobre recuerdos y anécdotas de adolescente.
Después del saludo y para iniciar la conversación, ella te pregunta —¿qué lees?, y vos contestás, con cierta pena, —un libro de poesía—. Luego aparece un pequeño e incomodo silencio, que ella rompe diciendo: — yo no leo poesía, pues simplemente no la entiendo—. Un calambre te recorre cada vertebra, te quedás callado pues no sabés qué responder en ese momento. Pensás en algo que no suene grosero o despectivo, la compa te cae bien y no querés cagarla con un comentario desatinado. Así que simplemente pasás por alto el comentario y seguís la pesquisa de chismes y recuerdos, pero en tu cabeza seguís buscando una respuesta acertada y probablemente pasarás horas, días o meses dándole cabeza a qué contestar, hasta que un día te invitan a hacer la reseña de un libro y encontrás el espacio justo para poder, al fin, dar una respuesta.
La poesía inicialmente no se entiende —le dirías ahora—, no entra por el logos desde el principio, sino que, como todo arte, cuando leemos un poema nos enfrentamos a él primero con el cuerpo, pues el texto poético será una forma de traducir un mundo, y que como seres sensibles nuestra primera formar de interpretarlo será a través de los sentidos.
Así que un libro puede guiarnos a sitios despertando nuestra memoria olfativa, al mejor estilo de Proust, o jugar con nuestro paladar para despertar la sensación de sabores de frutas, objetos o cuerpos, o abrirnos las pupilas, como un pasón de coca, para dejarnos en la máxima contemplación de un sitio donde nos perdemos internamente. Con una lectura podríamos despertar nuestro oído a la música o erizar la piel y provocarnos una erección o un orgasmo.
Esta primera respuesta a un poema —continuarías contándole— es ajena al pensamiento y se vuelve una sobrecarga sensorial que golpea directamente nuestra psique y queda martillando sobre el yunque el metal a rojo vivo que es el inconsciente colectivo, propuesto por Carl Jung, ese viejo que “…[ríe] mientras/lanza/una mano sobre tu cabello, rompiendo tu concentración, /empañando con carmín alizarina tu frente…”, como por ejemplo, cuando leemos el verso con que cierra el primer texto del libro de Sasha Reiter, poeta estadounidense, su reciente libro publicado por New York Poetry Press llamado Sensery Overload: “así es como suena ser ultrajado por el universo”.
Pero el problema con nuestra cultura occidental —le seguirías diciendo a la compa durante el viaje— es que se sienta en un logocentrismo. Vivimos en una sociedad que castra las emociones, censura el cuerpo y evade las sensaciones más profundas. A través de los sistemas educativos formales nos condicionan a que todos nuestros mundos tienen que ser entendidos, tienen que comprenderse con la razón y tiene que existir un conocimiento claro de lo que nos rodea, y si no es así, se encarga de alejarnos, de estigmatizarnos negativamente e invalidar todo aquello (y a todos aquellos) que no entendemos y que se aleje de la norma racional.
Pero, la poesía por eso tan poco leída —le decís—, nos enfrenta con algo que también nos parece ajeno: nuestra emoción; y nos pone frente a otro, que resulta ser nosotros mismos, desnudándonos, exponiéndonos, y muchas veces no nos gusta lo que vemos, motivo por el cual, constantemente, buscamos evadirnos, ya que no estamos acostumbrados a contemplarnos, a mirar al otro detenidamente y a enfrentar nuestras sensaciones. Muchas veces nos asustamos, y como respuesta instintiva a ese miedo escapamos, huimos de aquello que nos atemoriza, en este caso de la poesía: una niña que nos encontramos durante la terapía y le decimos:
“No te suplicaré que me dejes salir solo escucha por qué me
encerraste
en este sótano polvoriento donde ratones huesudos
comen a través del cartón
y del plástico” (pág. 25).
Por esto probablemente no te acercás a la poesía —continuás disertando sin querer caer mal—, porque nos lleva a preguntarnos, como lo hace Sasha en su poema Para los dañados, cuestiones esenciales a nuestra existencia, como: “¿Nos necesitamos a nosotros mismos? / ¿Podría el uno al otro ser suficiente?... ¿Qué sucede si ambos resbalamos, en caída al río, …?” (pág. 28), además nos hace recordar que “cada hombre cortado de nuestra ulcerosa tela está / condenado” para finalmente hacernos una invitación, a la que nos negamos constantemente, pues vivimos en una sociedad de inmediatez y ruido: “Aprende a estar en silencio, ingiere y mantén la calma / hasta que solo tú puedas verlo.” (pág. 31).
O sea, a través de la poesía podemos tener una tabla para aferrarnos a lo que queda de nuestra alma mientras seguimos náufragos en la frivolidad a la que nos condena el mundo desde que nacemos, muchas veces nos evita la terapia, las píldoras o cosernos la boca, y otras permite darle voz a quienes nos habitan en el estómago y no dejan de hacer eco en nuestra cabeza.
La poesía —querida— es simplemente la lluvia, que como las lágrimas de una madre nos humedece los pies, sin importar si somos del Bronx, de Barva, o de una isla polinesia; o si crecimos en Riverdale envueltos por familias judías, o entre cafetales o con los pies en la arena como un cocotero, mientras arrastramos el enfado y la tristeza de saber a nuestra madre con cáncer, o la alegría, la nostalgia o el amor de quien nos mira a los ojos y nos abraza a lo lejos en estos tiempos de pandemia.
Así que la poesía —terminas diciéndole a la amiga antes de llegar a tu destino— nos enseña a cómo apresar a la muerte otra vez, tal vez es la respuesta más cercana a nuestra búsqueda por algo verdadero, cualquier cosa, cualquier cosa en absoluto, y como los ángeles nos tiende en las esquinas para sobrellevar la sobrecarga sensorial que nos brinda. Para muchos, como para mí, la poesía es un manual de sobrevivencia.
Así que finalmente, antes de bajarte y perderte en lo convulso de una ciudad, abrís nuevamente el libro, y sin ningún motivo aleccionador y ni ninguna superioridad moral o intelectual, le lees un fragmento de un poema como, por ejemplo:
“… así que dejé de luchar contra la naturaleza
y lobos y cabras salieron de la grieta
de la sombra entre los árboles,
y me arrastraron en lágrimas sobre mis rodillas, …” (pág. 35).
Sasha Reiter nació en la ciudad de Nueva York en 1996. Creció en el Bronx, donde como hijo de padre argentino y madre peruana, experimentó en carne propia la otredad metafórica de ser latino y judío al mismo tiempo. Recibió su Bachillerato en Literatura Inglesa y Creación Literaria en Binghamton University (2018). Pasó un semestre en Londres estudiando historia y cultura de Inglaterra. Ha publicado un libro de poemas: Choreographed in Uniform Distress/Coreografiados en uniforme zozobra (Nueva York: Artepoética Press, 2018; y Lima: Grupo Editorial Amotape, 2a edición, 2018). Su poesía ha sido publicada en inglés y en traducción al español y coreano en Multilingual Anthology: The Americas Poetry Festival of New York 2018; Korean Expatriate Literature (Santa Fe Springs, CA, 2019), Sol Negro (Lima, 2018), Hawansuyo (Nueva York, 2018), Letralia (Caracas, 2018), ViceVersa (Nueva York, 2018) y Pluma y Tintero (Madrid, 2018). Sus poemas serán publicados en Yale Club Poets Anthology (2020). Ha traducido al inglés The Gaze/La Mirada, poemario de Pedro Granados, publicado como parte de Amerindians/Amerindios (Nueva York: Artepoética Press, 2020), Identity Flight/Vuelo de identidad, libro de poemas de Oscar Limache, que será publicado por Grupo Editorial Amotape, Lima, 2020, y Dream of Insomnia/Sueño del insomnio, poemario de Isaac Goldemberg, que será publicado por Paserios Ediciones, 2021. Además, ha publicado traducciones al inglés de poemas de Isaac Goldemberg en Anthology of Hispanic-American Poets of the USA / Antología de Poetas Hispanoamericanos de los Estados Unidos (Arlington, VA: Gival Press, 2020), y en Eight Hispanic American Poets / Ocho poetas hispanounidenses (New York: Nueva York Poetry Press, 2020). Actualmente está estudiando para una Maestría en Creación Literaria en Sarah Lawrence University.
Sebastián Miranda Brenes. San Pedro de Barva Heredia, Costa Rica (1983) Escritor, gestor ambiental y cultural. Perteneció al Taller Literario Netzahualcóyotl de Heredia. Fue miembro fundador de la Asociación Cultural TanGente, con quien organizó el Encuentro Arte Comunidad, proyecto que formó parte del Corredor Cultural TransPoesía, entre Argentina, México y Costa Rica. Entre el 2010 y el 2015 participó en los Festivales Internacionales de Poesía de: Habana; Cuba, Quezaltenango; Guatemala, Granada; Nicaragua, San Luis Potosí; México, San Cristóbal de las Casas; Chiapas México, Mendoza-Buenos Aires; Argentina. Ha realizado lecturas individuales en Santiago de Chile, Lima; Perú y Ciudad de Panamá. Libros: Antimateria, México, 2013, Sudor de la morfina, Costa Rica, 2020, Postales, 2020, Inéditos: Inflexiones, Matrices y El mar cabe en tus ojos. Participó en la Antología de Poesía Costarricense, traducida al italiano, publicada en la Revista Proa, Italia, 2012. Poemas suyos han sido traducidos al Kanada; idioma de la India. Además, sus poemas han sido publicados en revistas virtuales de América Latina. Actualmente es colaborador de la revista digital Ni pena ni miedo, del diario Más allá de la cortina.