22 Nov 2024

176. POESÍA NICARAGÜENSE. ÁLVARO RIVAS

-20 Feb 2021
Poesía

 

DUDAS

 

No sé si voy o vengo,

si subo o estoy bajando,

si crezco o disminuyo,

si me quedo o me voy

… y si acaso regreso.

 

Ignoro por completo

si con mis uñas crece

un destino rastrero

o si el vello en mis brazos

es señal de mis alas  

emplumando. O si no

cuanto me queda de ellas.

 

Es todo tan inmenso

que miro microscópica

(o cuántica si bajo

la noche de mis párpados)

la diferencia que hay

entre la Vía láctea

y mi humilde persona.

 

 

REINO DE LOS CIELOS

                                                  

l`innocent paradis, plein de plaisirs furtifs

CHARLES BAUDELAIRE, Las flores del mal

 

Reino de niños es el reino de los cielos.

Tiempo cuando avanzábamos a velocidad

de la vida: adelante siempre. Sin detenernos

ni voltear nunca atrás. Cuando todo quedaba

diseminado en el olvido (pues aún no existía

el pasado) y constante futuro era el presente.

Hasta que a fuerza de las horas la memoria

nos fue dejando atrás. Convirtió el asombro

de los primeros días, en rutina, en secreto

que a fuerza de saberlo se nos desvanece.

Así guardó en su saco del olvido el Reino 

y poco a poco fue acortando y convirtiendo

en enigma los siglos primeros de mi niñez.

 

 

INCURSION NOCTURNA

 

Y no había más luz que la luz de tus nalgas, Leticia Nazareno.

          GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, El otoño del patriarca  

 

Entré sigiloso. Y desde el umbral

de la alcoba abierta al sueño lejano

me acerqué al lecho y la vi desnuda.

Dormía sobre sus pechos. Y el rostro

de perfil sobre la almohada era ajeno

a mi estupor total. Quedé suspendido   

y atrapado también por el encrespado

caudal de la rizada melena que a mares

resbalaba por su mejilla cuello hombros

y espalda hasta encharcarse en la sábana

que como fondo azul de un bello cuadro

enmarcaba una fuente cuyo esplendor

se alzaba desde el bronce de sus caderas. 

 

Di gracias al Dios de mis noches –Hipnos–

por la gracia que obtuve al ser yo el primero

en rozar con mis labios la mariposa extendida

en su boca cercana, a la espera –la antigua

crisálida– del beso, la sonrisa y el largo

y estirado bostezo, para alzar el vuelo.

 

 

ALGUIEN CRUZÓ LA LÍNEA Y DESPERTÓ

 

Alguien cruzó la línea y despertó

en mi sueño. ¿Yanet por su cabellera?

¿Sofía en el andar? No. Es ella ¡al fin!,

la esperada por mi centuria tomando

mis manos y colmando mis labios.

Ella también soñando.

Ustedes allá solo la miran dormir

sin sospechar siquiera del suspiro

acompasado en su rostro ausente

atento nada más al pulso que corre

por sus venas en este hipersensible

lugar en que se encuentra. Porque

aquí su boca es más roja y su sexo

más seguro y cualquier cosa huele

a placer inmenso. O a monumental

pesadilla (hablo ahora del doloroso

adiós de sus dedos alargados hacia

los míos en el muelle como amarras

deshilachadas contra la despedida).

 

¿Hacia dónde se fue? ¿Alguien más

la habrá visto? ¿Será que se ha perdido?

O acaso ¡oh Dios! ¿de nuevo no pudo

quedarse eternamente dormida?

 

 

CREPÚSCULOS

 

I

 

El anillo con el cual la noche se abraza

con el día está hecho de auroras y ocasos.

De orto o lubricán es el arete precioso que

cuelga de esta esfera. Una laguna caribeña

desespera en la noche tras una madrugada

de perla. Y en pos de un atardecer de rubí

gira en un día toda la portentosa geografía

del Brasil. Deslumbrantes topacios esperan

en Hinojosa y fúlgidos minerales de jacintos

aguardan en Ceilán. Todas estas gemas están

esplendorosamente engastadas en las pestañas

del astro. Son rizados parpadeos crepusculares,

zonas iridiscentes a través de las cuales nuestro

planeta rotando en sí mismo entra melancólico

a la sombra y entero y jubiloso sale al otro lado:

al matinal crepúsculo que precede al amanecer.

 

II

 

Gira la Tierra hacia lo obscuro.

Al llegar al misterio, el reluciente escote

del atardecer se desvanecerá de nuevo sobre

los tejados, la noche se echará encima y el turno

de guardar silencio entre las sombras habrá llegado.

Pero tú, mi amor, no temas con enmudecer. Antes

de enlutarse a lo lejos el fulgor evoca desde la playa

aquel inolvidable atardecer lacustre. ¿Recuerdas cómo

el horizonte, la línea azul, el borde imaginario, la juntura

entre los dos matices –el plomizo del lago (lo cercano)

y el pizarra del cielo (lo infinito)– se desvaneció poco

a poco por completo cuando ambos tonos del gris

se fundieron en uno solo? (Kafka atestigua igual

fenómeno en sus Meditaciones). Con tal imagen

de pantalla frente a tus ojos podrás bajar la noche

de tus párpados y, en posición horizontal, estirar 

hacia los cielos los pulgares de tus pies y esperar

que la pavesa inflame puntual, con el rubor del iris,

el mechón encrespado de las tinieblas. No te cuides

más de los agujeros nocturnos. Tampoco te retuerzas

del llanto con cada uno de los amaneceres. Ya no temas.

Poco dura el espanto. Sólo tensa otra vez hasta el límite

el arco aéreo de tus pulmones y con calma espira lento

el aire nuestro de cada día, porque, amor mío, ya corres.

 

 

ALQUIMIA DE LAS PALABRAS

(fragmento)

 

Porque era necesario que todo esto

se ennegreciera para poder encenderse

nuestras profundidades y adivinar el color

que el falso resplandor ocultaba. Era preciso

interrumpir el paso a la energía. Dejar de súbito

a solas la noche en toda la casa y cerrar nuestros

contornos al espacio—tiempo a la trampa de luz

al imantado olor de los cerezos. Y al ruido. Sí 

trancar por dentro las puertas contra el mundo

que espanta del pecho esta lumbre que se apaga

con el día. Y dejar a los otros —en el último adiós—

que claveteen por fuera nuestra ventana al alba.

Así no escapará el sueño y continuará el viaje.

Sin eterno retorno. A salvo para siempre.      

 

 

HORNILLO DE ATANOR

(alquimia)

 

Trenzados en el alba alambicamos

por frotamiento por roce alquímico

buscando encontrar la quintaesencia

la crisopeya la sustancia indispensable

para el brinco de la chispa en el hornillo.

Es la naturaleza haciéndose en el espacio

que nos corresponde. El cielo y la tierra

rayando en nuestras carnes su horizonte.

La transmutación de la carne al éxtasis:

ese lugar adonde el pensamiento corre

para empozarse en el olvido absoluto

solo logrado en la cumbre del placer

o en la hondura infernal de la tortura.

La ofrenda carnal de apagados suspiros

en donde pocas —y a veces sucias— palabras

alcanzan: el sitio en el cual la carne gesticula

su quejido su grito anudado mientras socava

intentando escapar a la profundidad del ser.

 

Hasta encontrarnos. Hasta alcanzar

nuestra capacidad máxima de sentirnos

de imprimirnos del mundo —con nuestras

propias manos con nuestras bocas juntas—

y rebosarlo colmado de nosotros mismos.

Amasados por una misteriosa sensación

que nos arranca—en físico y espiritual

estremecimiento— el oro potable la efusión

prodigiosa el secreto de la piedra filosofal

el milagro de la especie que oculto en ti

y solo en ti oh mujer bajo tu piel germina.

 

 

FOTO CASI FEBRERO

 

A Claudia Gordillo

 

Pulsó un fotógrafo el botón digital

de su cámara. Se revolvió entonces

el obturador en su rosca y gracias a

la complicidad de un cegador destello

—el flash— de golpe fue arrancada hacia

el interior de la pequeña caja nocturna

una copia epidérmica de paisaje terrestre.

 

Aunque algo más que siempre se mueve

en las afueras, en eterno acecho de sombras

y de profundidades, aprovechó la toma y veloz

se coló con la imagen hasta la cámara obscura.

Y ya dentro, antes de cerrarse de nuevo el lente

raptó de un manotazo tenebroso, corto y perfecto

su jugosa porción de sombras. Y en ese instante

–lo repito–: antes de cerrarse de nuevo el lente

de un salto escapó afuera vertiginoso. Mírenlo

cómo regocijado bajo la tormenta nocturna

lleva en su hocico la presa, sin importarle

que arriba se retuerzan rabiosas –hasta

coger fuego– las venas del cielo.

 

 

DISTRACCIONES EN UN RECITAL

 

…habiéndome retirado yo mismo bajo las escotillas (…)

dejando solo a mi hombre externo en el timón.

HENRY D. THOREAU, Walden o la vida en los bosques

 

Sí. Algo extraño sucede con este poeta

en su recital pues aunque sigue leyendo

se le mira de pronto cómo lo arrebata

el pensar y se queda sordo a su propia

lectura. No interesa saber qué medita.

Baste conocer quién será el misterioso

acompañante que cuando nuestro aedo

(frente a su público o leyendo solitario)

se enrumba algunas veces por senderos

de reflexión, entonces automáticamente

ese ser secreto es quien toma el mando

y a igual velocidad y con la misma voz

se le separa y en solitario corre en pos

de cada letra y a leguas de nuestro vate.

Aunque al llegar al final del texto voltea

buscando al bardo que hace rato dejó atrás.

Es así como se sorprende al saber que está

afuera en soledad y tan lejos. La distancia

lo espanta y mejor de un gran salto regresa

a la página en el punto y momento exactos

donde el otro —el artista— de adentro vuelve.

 

 

Álvaro Rivas Gómez. Granada, Nicaragua. Poeta y editor. Con su libro Guaca obtuvo Mención Honorífica del Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 1981, con el libro Guaca. Premio a la excelencia en Periodismo Un siglo de la ciudad de Bluefields en la costa Caribe, Desde la década de los ochenta es editor de Wani, revista científica sobre el Caribe, publicación de la Bluefields Indian & Caribbean Uiniversity.

 



Compartir