CORRE EL TÍBER
Escucha: Todos los caminos no van a Roma
pero Roma lleva a los caminos
Es noviembre. De los árboles caen
hojas de color pajizo. Marchito es el ramaje.
Bello es el Tíber si lo caminas de tarde
La Virgen de Loreto cuida de los desprovistos
Me vienen los ojos de Ninfa Santos aquel mediodía
lluvioso en la embajada de México: “Ten
—llegó un sobre—. Parece que es dinero”. Y yo la
quise como un domingo de cuatro meses
Yo tenía 23 años y han pasado dos veces 23
En cafés y vestíbulo de la estación de trenes
el otoño llegaba con las mujeres ligeras
Acercándose Horacio les decía al oído:
Abraza el día y no creas en el mañana
“Desde aquí nos arengaba el Duce”, me decía
aquel viejo señalándome la altura
del balcón enmudecido del Palacio Venecia
¿Por qué este país de artistas prodigiosos
ha sido gobernado por raza de bufones?
Yo no había entonces publicado un libro. No sabía
si era poeta —un buen o un mal poeta—, y debo decir
que tal vez equivoqué el camino o no oí bien la guitarra
Es día de sol. Es jueves. Roma es bella a contratiempo
Ninguna ciudad da al viajero el seguimiento de la historia,
aun entre columnas, foros y teatros despedazados
Pero hoy a la orilla del Tíber, dos veces 23, no hay árboles
que canten ni ramas que parezcan un largo petirrojo
Los últimos años de la vida nos disminuyen el alma
y acaban dilapidándonos en añoranza y desvelo
De aquel incierto año del ‘72 me quedan días grisáceos, calles
cenicientas, rumores apagados y tristes de John Keats,
el tranvía pletórico y lentísimo, La Piedad que me llora,
el horror al martirologio, el cielo que creí perdido
en las naves doradas de Santa María Maggiore,
largas caminatas de joven solitario por Via del Corso,
el presagio de una vida de zozobra que se perfeccionó,
y la conclusión de que la juventud no es todo, pero casi
KARAJAN, SALZBURGO (1988-1989)
a Fernando Fernández
Yo habitaba en el sur, en Birkensiedlung,
cerca de donde vivía, a las orillas de Anif.
Solía pasar a pie, frente a su casa amplia,
con ventanas geométricas, por donde entraba plena
la naturaleza y arribaban todos los pájaros de Austria.
Quién era yo para molestarlo a él,
mirlo blanco en el pino oscurísimo.
No era hombre simpático; llamémoslo Maestro.
¿Pero ignora alguien en Salzburgo, si acercas
el oído, que árboles y hierba se vuelven música?
Lejos, lejos del mar y próximo a los Alpes, Karajan cedió
—dijo la alondra—, se fue, murió en el año del mes en
que dejé Salzburgo, y aún ahora, tres décadas más tarde,
me miro despedirme, creo haberme despedido
donde nadie pudo verlo, donde escucho, en el aire
que no aroma el sauce, en el vuelo inclinado
de la paloma herida, sinfonías de Beethoven,
conciertos mozartianos, dulzuras trágicas de Mahler
—ah, cómo lloraba Alma, cómo lloraba el alma
Murió es un decir: se le ve aún de pie, en las praderas
de Anif, bajo la brisa que llega de la montaña próxima,
se le ve aún dirigir la orquesta —cabeza baja,
frente concentrada, ojos cerrados,
manos en movimiento como el fluir del Salzach—,
y se demora allí, oyendo del gorrión el vuelo,
llorando del gorrión el vuelo, volviendo música lo
que oro dio la vida y ningún acorde con él ha de callar.
SI YO VOLVIERA A SALZBURGO
Si yo volviera a Salzburgo
andaría por las orillas del Salzach,
bajarían las montañas a mi vista
y volverían las praderas que iluminaba el sur.
Si yo volviera a Salzburgo, iría en fascinación
a pueblos próximos, por ejemplo, a Saint Wolfgang,
donde el cielo reflejaba el lago, o
tal vez a Hallstatt, con su hondo color cartuja, o
en Bad Ischl descubriría los cuentos de hadas.
Salzburgo era del todo inhóspito al cálculo reflexivo
pero hospitalario a la amistad. Entrañable
como adagio mozartiano o girasol de junio
y oscuro y lluvioso en el áspero invierno como
la invulnerable tristeza de la lírica de Trakl.
Pero treinta años se precipitan, se me caen encima,
y no, mejor así, mejor no volver, mejor no volver
a los sitios donde alguna vez hubo una casa
CALEA VICTORIEI
a Valeriu Stancu
Sombría, hospitalaria, lejos, lejana a mí en lo más próximo,
Bucarest entristece por cosas de añoranza y desvelo
que llegué a hacer y por aquellas que perdí o no tuve
Resquebrajan la calle canciones de rock
y las oigo lejos, en la radio, en aquellas mañanas
de los años libres de mi infancia libre
Se llenan de viernes las aceras de Calea Victoriei
Para donde vuelvo mujeres maduras y
delgadas jóvenes caminan por la calle y
el ligero aire y la ligera luz les dejan el
cabello castaño
¿Esperé alguna vez venir a Rumanía, o soñé que fuera
una nación de pájaros que, desde el idioma,
te da la impresión que tiene algo de todos los países?
Siempre espera la belleza a la vuelta de la esquina,
me espera, pero luego se oculta o palidece, porque en
el jardín de hoy que es ya mañana, habrá
menos árboles para los frutos y menos pájaros que cantarán
Joven aprendí que la belleza dolorosa, la más,
te la otorga el abandono de mujeres que amas
¿Yo? Yo sólo fui el transeúnte en mil ciudades
y de la distancia del pulgar al índice
qué rápido envejecí
Nadie, nadie aprendió a despedirse mejor que yo;
quizá lo aprendí en la plática de la golondrina
La poesía, en verdad, dime ¿en verdad
salva a alguien? ¿Te ha salvado?
Pero calma. No es para preocuparse. Sólo cuando acabe el mundo,
a la par, la poesía cerrará la última hoja del Gran Libro
A medio fuego el crepúsculo cae en la plazoleta
y sobre los muros callados de la basílica
miro de sesgo al Dios ortodoxo con mi mirada ex católica
Por voltear, en un traspiés, el mes de mayo
se rompe en diecisiete,
pero la paloma no descenderá en espíritu para
iluminar el tránsito del que no olvida
Y pronto dejaré este mundo, que
será peor del que llegué
INVOCACIÓN A LAS MUSAS
Con clara voluntad o no, desde muy joven,
invocaba a las musas, y es probable,
que si algo valió la pena, otra mano
lo escribió. Pero todo pasa y se marchita y calla.
Ahora, en el largo invierno de los árboles,
confirmo, al contemplarlas en el monte,
que a la par, conmigo, también envejecieron
CABALLO EN FUGA
a Dinu Flamand
No tuve casa o quedó borrada en hierba, arena u
hojarasca en el camino largo. Para sobrevivirme llevé
las pisadas con sigilo y seguí en Finisterre
el vuelo de la golondrina azul
Es sábado de septiembre del ‘18 del milenio.
Es la hora del ahogo en que me acuerdo. Vaya lluvia.
Vaya diluvio del verano a solas en Ciudad de México
Aquí hubo, por casi todos los siglos, una gran laguna. Tenía el
color del jade. En apenas dos años, a fuego y agua, se aniquiló
un imperio. Los Señores acompañaron a los dioses no sé dónde.
Todos eran Señores. Grandes Señores. Así lo gritaban
en la guerra desde Tlatelolco y Tenochtitlan destruidas
Hace diluvios la ciudad se hunde.
Y más:
por múltiples desfiladeros precipitáse el país,
un gran país, pero ajeno al bien y a la ternura.
¿Yo? Yo comprendí que la desdicha es menos azar
que una tarea. Y a veces me dio por escribir canciones.
Marco Antonio Campos nació en la Ciudad de México, el 23 de febrero de 1949. Cronista, ensayista, narrador, poeta y traductor. Ha sido profesor de Literatura en la UIA (1976-1983); lector huésped de las universidades de Salzburgo y Viena (1988-1991); profesor invitado de Brigham Young University (1991) en las universidades de Buenos Aires y La Plata (1992) y la Universidad de Jerusalén (2003); jefe de redacción de Punto de Partida; director de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural; director en dos épocas de Periódico de Poesía, investigador del Centro de Estudios Literarios del IIFL de la UNAM y coordinador del Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades de la UNAM. Colaborador en distintas épocas de Confabulario (suplemento literario del diario El Universal), La Jornada Semanal (suplemento literario del diario La Jornada), La Semana de Bellas Artes, Periódico de Poesía, Proceso, Punto de Partida, Revista Universidad de México, Sábado (suplemento literario de Unomásuno) y Vuelta. Premio Diana Moreno Toscano 1972, a la promesa literaria. Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 1992 por Antología personal. Medalla Presidencial Pablo Neruda otorgada por el Gobierno de Chile en 2004. Premio Casa de América 2005 por Viernes de Jerusalén. Premio del Tren Antonio Machado 2008 por su poemario Aquellas cartas. XXXI Premio Internacional de Poesía Ciudad Melilla 2099, por su obra Díme dónde, en qué país. Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2010, por el conjunto de su obra poética. Premio Nacional de Letras Sinaloa 2013. Premio Lèvres Urbaines 2014, otorgado por el Festival de Poesía de Montreal, en Canadá. Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Nuevo León en 2014. Premio Anton Pan 2019, otorgado por el Festival Internacional de Poesía de Bucarest. Premio Juan José Arreola 2019, otorgado por la Fundación Cultural Puertabierta A.C. Ha traducido la obra de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Guide, Roger Munier, entre otros.