LA YERBABUENA ANTES DE LA ANUNCIACIÓN
VII
Afuera en los párpados llueve.
He sido invitada al matrimonio
de unos encantados,
una madrugada de diciembre.
Ellos me enseñarán a caminar sobre las aguas;
y a cerrar las puertas
cuando encuentre a mi tía.
Oigo una música. Son los cocineros
que llaman a Dios.
Ellos siempre están de pie.
Hacen ruido con los tacones de los zapatos,
para no llevarse la saliva de los que buscan el amor.
En esta hacienda las muchachas
danzan.
Tienen los dedos cuarteados
de tanto pisar
conejos de piel muy suave.
Los árboles se desprenden de las estrellas.
El agua contiene algas y es tibia.
Acá tendrán una despedida de soltera,
sola con mis voces,
buscaré a mi tía Leonarda
entre tantos seres que sueñan.
VIII
El recuerdo de María Silva
es duro en el sueño;
de niña, ella me leía el libro del Apocalipsis.
Yo anhelaba abrazar el hábito
para salvarme de la bestia.
El recuerdo da miedo.
Esto me obliga a vestir de blanco.
Las jóvenes siguen danzando.
Es flamenco lo que suena;
de nuevo los zapatos
y el desfile de tigres. Son animales feroces;
pero la tierra está blanca, eso los duerme un poco.
Tengo sueño.
Son seis o nueve las que bailan.
El novio espera a su amada.
El novio está dibujado en la pared
y lo ignora.
Simula estar ebrio.
Llegan los fantasmas
a bailar con las niñas. ¿Quién se casa?
Los vecinos se acuestan temprano
para que el viento crea que ellos duermen.
Así no preguntará por la novia.
De Amentia, 1999
RETABLO
Entra un cortejo de mariposas rosadas
anunciando la pasión de Cristo
Niños hambrientos comen pedazos de panes rancios
Tienen las mejillas abofeteadas por el frío
“Se está construyendo un pueblo” me dicen
El monasterio lo diseñan al final de la calle
y en la otra cuadra está casi terminada
la construcción de un prostíbulo
Hay un juez un médico y un sacerdote que esperan
ser pintados en alguna escena
Eso no ocurre
El pintor atraviesa cinco tablas secundarias
e intercala la escena de un ahogado
No se ve por ningún lado
a la madre ni al padre ni al hijo
Estamos huérfanos
El agua limpia
toda la pintura del retablo
apenas quedan trozos de labios
y el amor doblado hasta la mitad del estómago
De En el jardín de Kori, 2015.
ARRODILLADA
El agua echa una ojeada a la muerte. De qué nos sirve
mirar tanto hacia arriba; la claustrofobia está detrás del cielo.
¿Qué hago con estos pelícanos en las manos? ¿Por qué palidecen?
Tengo los huesos llenos de peces. Ahora sé cómo viven las olas,
por qué soy la hija mayor del padre. El olor a carbón para siempre,
en este río que no tiene término.
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Arrodillada
creyéndome álamo desnudo
y con el peso del cielo.
Un charco de junio
busca mi rostro,
se burla igual que los muertos
de mis manos.
Una soledad larga y cercana
como una cruz de mayo
es mi adiós.
Estoy sola con mis voces,
con los gestos que viven de lo añorado,
en este barro que me hace feliz.
De Cuira, 1997.
ISABEL MADERA
Un baúl con pan negro, carne precocida,
y voces de la infancia
traía el abuelo Antonio Isabel Madera
cuando se acercaba a la mesa,
a observar el pastel sobre hojas de amaranto.
El cumplía años,
setenta y nueve servidos en pedazos iguales.
Nunca podíamos cantarle cumpleaños,
se marchaba antes del canto de la cigarra.
Todos quedábamos con la vela,
que nos miraba con remordimientos.
Así era él, cada vez que llegaba presentíamos
su olor a despedida.
Se lavaba la cara. También los pies.
No me toquen.
Y tenía en el bolsillo de la camisa
a su amante,
quien no lo dejaba estar cerca del piso,
remolino de bronce
que lo hacía girar
hasta volverlo ceniza de huesos.
El abuelo alegre sonreía.
Todos confiábamos en que viviría eternamente.
Por eso lo dejábamos ir
con su sombrero tiznado por el sol.
Alejándose del techo.
Tratando de que el pudor no le robara la sed.
Isabel Madera vive a cuatro cuadras de la calle El Pozo.
Conocido porque duerme a las serpientes,
le pone dientes de oro,
sostiene el agua en el aire.
En una ocasión
trajo un pedazo de madera,
lo puso con rabia en el centro de la mesa.
En esto se convirtió el amor, escríbanlo.
Salió y se quedó del lado de atrás de la ventana,
y nos veía comernos el dulce,
con desespero
queríamos evitar que el amor se nos fuera.
De Mieles, 2003.
Carmen Verde Arocha (Venezuela, 1967). Poeta, editora, profesora universitaria. Licenciada en Letras (UCAB). Directora-fundadora de la Editorial Eclepsidra desde 1994. Tesista de la Maestría de Historia de Venezuela de la UCAB. Profesora de la Universidad Metropolitana/ Universidad Católica Andrés Bello. Ha publicado, en Ensayo: Cómo editar y publicar un libro. El dilema del autor (Eclepsidra,2013- Ucab, 2016), El quejido trágico en Herrera Luque. Una aproximación a la novela La Luna de Fausto (1992). En Poesía: Cuira (1ª edic.1997, 2ª edic. 1998), Magdalena en Ginebra (México, 1997), Amentia (Premio anual de poesía Arístides Rojas de la Contraloría General de la República, 1999), Mieles (2003), Mieles Poesía reunida (2005), En el jardín de Kori (2015), Canción gótica (2017). Antologías: Juan Liscano, Poesía selecta (1939-2000) Selección y prólogo: Carmen Verde Arocha / Rafael Arráiz Lucca (España, 2015). Juan Liscano, Ensayos (1949-1997) Selección y prólogo: Rafael Arráiz Lucca/ Carmen Verde Arocha (2017). En entrevistas: Rafael Arráiz Lucca: de la vocación al compromiso. Diálogo con Carmen Verde Arocha (2019). Sus poemas han sido traducidos al inglés, alemán, italiano, francés, y se encuentran publicados en antologías venezolanas y extranjeras. Ha sido invitada a participar en encuentros y festivales internacionales de literatura en México, Argentina, Rumania, Colombia, España, Austria, entre otros. Carmen Verde Arocha ha dictado talleres, seminarios y cursos sobre edición de libros en: ICREA, Fundación Herrera Luque, Festivales nacionales e internacionales, y ha dictado la materia Procesos Editoriales en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB.