ÁGATA
Fluye un fuego que nació en silencio
de la entraña del río
que el hielo ha detenido.
De su invierno
solo las piedras sobreviven.
Su llama cintila en acantilados,
viendo desde su cumbre cómo todo arde
ahí en donde crecen troncos de uva nieve y robles púrpuras.
Cerca de la espiga danza la lumbre y
en el monte se escuchan sus ruedas,
que, pese al frío, no olvidan.
Ceniza, testigo de la herida,
la brasa que ya no se esconde,
que se alza frente al ahogo.
Escucha el crujir de nuestro incendio,
el que a su paso todo lo revienta
porque este fuego no se alivia,
arde,
crece, aviva
y no cesa de rugir,
escúchanos aullar,
porque ignorar a la hoguera
es quemarnos también.
ANOCHECE
Silencio.
Despiertas.
El monte está incendiado de llantos perros.
La jauría ladra un presagio.
Esperas a que se callen.
No lo hacen.
Un chillido estalla.
Las están matando.
Jadea un grito y las demás elevan sus ladridos.
Caminas por entre los árboles.
Las coyotas acompañan cada uno de tus pasos,
pero eso no te reconforta,
sabes que alguien te sigue.
Te asfixia el repentino silencio. Se han callado.
Aquellas que hace unos minutos se oían morir, ahora son recuerdo.
Optas por regresar a casa.
Entonces,
estruendo. Son varios. Caminas más rápido. Te domina el sudor.
Hueles el fuego de la hoguera que las vio morir.
Escuchas a una por una, llorarle a la noche.
El ruido es más fuerte, reverbera en tus huesos.
Ya no puedes ver
lo que te rodea.
El suelo te jala y te compactas.
Silencio.
Abres los ojos y sientes cómo te cargan por las patas traseras,
tus colmillos han perdido su filo,
por eso no alcanzas a morder.
Arrojan tu cuerpo de loba al fuego y ardes.
Silencio.
Despiertas.
Entre espasmos, todavía escuchando a la jauría arder,
sabes que no lo soñaste.
Anoche no fuiste tú, pero nuevos nombres harán falta al amanecer.
Temes por ellas y porque algún día sea el tuyo el que busquen.
FIERA
Camino a la orilla de donde se entrenzan los senderos.
El silencio se alza
como también se eleva
el cabello muerto.
Flota,
abrazado al viento, no listo para caerse.
Lo tomo como si fuera mío
y ya no sé si lo confundo con el propio.
Yo también he perdido bastante.
Es corto y me duele el pelo
muerto que ahora se amarra a mi mano,
aferrándose.
No sé si viene del matorral o la fosa,
el ruido solo señala
que a la fuerza se lo quitaron.
Siembro a la hebra en la tierra,
anudado con uno que arranco de mi cabeza,
para no olvidar,
para que al pasar me vean
y sepan que por cada pelo que me falta,
hemos perdido a otra más.
Lo regreso al vientre y crezco en el hueco de la semilla
una cruz sin nombre; otra.
Rezo porque germine esta enredadera,
rezo por las que se llevaron
y rezo porque la fiera me las regrese
con todos y cada uno de sus cabellos.
TIERRAMADRE
Entre el cobijo algodón
que es tu voz,
encuentro lo que
me hicieron olvidar.
Veo en tus remansos, brotar
el fruto en donde me vivo con el miedo
único
de no encontrar sino tu silencio.
Me sé en tu mirada,
fractal en donde existen nuestros entramados,
que saben cómo las raíces tuyas y mías
se trenzan en donde el tiempo no pasa.
Ahí en donde puedo
ser tú
al mismo tiempo que tú eres.
Tu tallo es el pecho en el que lato,
palpito al ritmo de las voces nuestras.
Te vuelves el espacio sacro
en donde la muerte se desvanece
florida; y a pesar de todo estás,
con tu calma que es marea,
calmarea,
que todo lo regresa como recuerdos de agua tibia.
Tu tronco fragmentado
en quienes te somos
irradia sueños nutridos
y nos crecemos entre tus palabras,
pronunciadas desde
el calor que fluye por tu palma que nos
entreteje.
Semilla somos una,
nacida
de ti.
VOCES QUE AMANECEN
Lo dijeron en silencio
cuando hablaron los cerros,
apoyado en tu pecho izquierdo se escribe un árbol,
florece cuando te invoca el mediodía
seco de lágrimas
que alguien (no) se inventa.
Habitas noches donde nace el viento,
un canto escondido en hojas,
anunciado por el fuego que te cubre,
y la luz
que cuando lenguas se curva,
apostrofa tu aroma iridiscente
palpitando una tierra tomada.
Cuerpo sin forma
se traza
en donde crecen tallos de oralidad
tu muerte, que nace cuando no te escuchas,
y versado en otro glosar
tu parto.
Leerte es ver que las raíces vuelan,
todavía,
que corren los campos,
que las palabras se descubren descalzas,
que del monte brotan hablas,
todavía,
que soñaron tu nombre,
que te pronuncias a partir del sol,
que ahora confiesas la tarde,
entonces
leerte es saberse vivo,
todavía.
Melissa del Mar. Estudia comunicación y medios digitales en el Tecnológico de Monterrey. Cuenta con un diplomado en Literaturas Mexicanas en Lenguas Indígenas (2019). Es ganadora del Premio Mujer Tec (2021) en la categoría de Arte y Gestión Cultural ofrecido por el Centro de Reconocimiento de la Dignidad Humana del Tecnológico de Monterrey. Ha sido publicada en Buenos Aires Poetry, Más Cultura de Librerías Gandhi, Campos de Plumas, entre otros. Es titular de la Coordinación para el reconocimiento e impulso de los derechos de la mujer de la Fundación Internacional de Arte y Cultura. Es jefa de comunicación y difusión de Cardenal, Revista Literaria y directora de arte y cultura de PICO Informativo. Es columnista en Proyecto Ululayu y cofundadora del taller "Todos los nombres que soy" de escritura creativa feminista. Ha dado conferencias en TEDx, Feria Internacional del Libro, Festival Mesoamericano de Poesía, Festival Universitario de Literatura y Artes, entre otros. Su trabajo poético se ha presentado en México, Argentina, Bélgica, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Italia, España, Estados Unidos y Perú.