22 Nov 2024

205. POESÍA ECUATORIANA. ERNESTO CARRIÓN

-13 Mar 2021
Poesía

 

PAPELES DE CUARESMA

 

Albania me encantaba porque no tenía nada que ver conmigo.

Me ocurría lo mismo con Budapest y Bielorrusia. Aunque a mi hijo

 

le gustaba ponerlos en la discusión sobre la mesa, a la hora de jugar

a la dominación del mundo. La pregunta sobre cómo se domina algo

tan quemado por dentro sigue retumbando en mi cabeza.

 

Mi abuela debe ser la única persona que se fascina con las iglesias

incluso cerradas, porque empieza a merodearlas con ansiedad

 

escondiéndose del sol, con los ojos inquietos. Cuando se llega a los ochenta

Jesús es un cachete enrojecido pegado a ti, dando silbiditos y picachos

de repente.

 

Pero para alguien como yo, que avanza a los cincuenta años y por lo tanto

carece de zona de confort, la religión es un trabajo que pesa un quintal

 

o es esa mímica cruda de los domingos que congela la inmortalidad

con pensamientos casi siempre masoquistas.

 

Bibidi Babidi Bú era lo que canturreaba La Hada madrina en el aire

haciendo uso de un falso lenguaje para que la magia existiera,

 

lo que quiere decir que para modificar la realidad, hacer agua del mundo,

es insuficiente el lenguaje educado y lleno de jerarquías.

 

Para recuperar el amor por la escritura, que ha sido mi única religión,

yo empleo también un falso lenguaje que dice lo que no dice

 

y que se desdice de lo que dice, como expongo a continuación:

 

Aquí se venden litros de muerte a centavos. Usted puede adquirirla

en todas partes. Porque está en todas partes. Y puede encontrarla

 

en muchas presentaciones. Porque para eso hemos diseñado y distribuido

con éxito nuestro producto. Bébala como guste. Fría o caliente. Consérvela

en un lugar apartado de la casa.

 

Si la lleva consigo, por favor, llévela bien sellada.

Y no olvide lo más importante: una vez adquirida,

 

la muerte no tiene fecha de expiración.

 

Y así podría seguir colocando ejemplos que vienen al caso

para revelar que al llegar esa noche a mi departamento

 

la vida como la conocía mi abuela, pero también mi madre,

mi hermana y su hija y otro montón de gente, desapareció.

 

Bombardearon los noticieros mientras fregaba los platos:

contagios y pilos de muertos eran un elemento fantástico y aterrador

 

aeropuertos comenzaban a cerrarse; ciudades fueron llamadas

a abastecerse para no desaparecer contenidas en sus capullos metálicos.

 

Puentes aplanados por la maquinaria de la guerra, soldados atados

a tanques y a más soldados moviéndose con megáfonos por doquier

 

mientras la luna se instalaba en todos los cielos del mundo mostrándose

como lo que ha sido siempre: un salto a la leche o un vacío volando

o una cofia de monja.

 

Despedirse en este momento de quién y para qué -me dijo mi mujer-,

si irse sin todos da igual a largarse abrazado con todo el mundo. Hay

 

que cerrar la casa. ¿No entiendes que cuando la música acabe todo lo

que veremos será un cuerpo pretencioso y corrupto lastimándonos

con la idea limpia de que al menos la vida fue necesaria para cultivar

estos problemas?

 

¿Cuáles problemas?

La física y Las matemáticas. Naderías como esos poemitas que me propongo

a escribir y que nadie más que yo termina comprendiendo cuando empleo

 

palabras como bulbo cavernoso y suelo pélvico para describir el acto sexual

o el asalto de dos amantes que se estrujan hasta quedarse

con alguna partecita robada a ese otro yo.

 

Algo tan urgente e injusto como el robo de un libro.

Aunque opine firmemente que toda persona debería tener un libro robado

 

en la biblioteca de su casa, para así recordar que la literatura

es un riesgo innecesario y un asalto.

 

Atiborrado también de historias incurables como las que ahora ocurren:

porque venían ellos así, huyendo a toda lágrima con máscaras en la cara,

 

azules y trágicos como la vida extraterrestre dentro de una oreja

y desde el mes de febrero, en plena cuaresma, olvidándose del jefe

de la tribu israelita y su relato de peleas de gallos con montes y lagunas

de arriba hacia abajo.

 

De un lado hacia el otro los veíamos paseando por el televisor

zurrados y navegando a la deriva sobre un río incontenible de muertos

 

con nombres como Pedro, María, Juan y José cuchicheando borrachos

y sonámbulos como zombis rechazados por un estado indolente que no les ofrecía una cama de hospital, ni un poco de oxígeno ni un féretro donde apagarse.

 

Y a los pocos días tirados como fundas de basura, envueltos en fundas de basura, convertidos ellos mismos en basura desperdigada por casas y veredas

 

o depositados en fríos contenedores, revueltos entre más carne infectada,

para que nadie pudiera reclamar esos cadáveres que eran solo estadística

ruidosa de una guerra silenciosa que no discriminaba por clases ni género

ni raza. Que simplemente arrasaba con todos como aguacero

definitivo, como plaga de Egipto.

 

Si aquí hoy alguien despierta es de milagro y lo hace arrastrando un pie

junto al otro. Así vamos dejando de ser materia en fuga o ideas apresadas

como hervidero de gusanos cerrando el horizonte.

 

Adscritos al movimiento global. Mi hijo y yo, cuando desayunamos

encerrados, cuando miramos la televisión encerrados, cuando dormimos

 

encerrados y con miedo, estamos adscritos al movimiento global,

compartiendo el agua caliente y ciertas rutinas de evasión

que igualmente nos dejan llorando.

 

Histéricos, deprimidos y suspendidos entre dos vidas esperando por

la noticia del pariente muerto o agonizando. O porque finalmente

 

aparezca la fiebre encapuchada a despedazarnos entre cuatro paredes

con un hilo de palomas muertas atadas al cuello, 

soportando un modo de soledad y compañía insólitos.

 

Mientras en cientos de ciudades en este preciso momento hay fosas comunes.

El 2020 será recordado como el año en el que muchos gobiernos del mundo

 

se pusieron de acuerdo y actuaron como los nazis: quemando cuerpos, extraviando cadáveres y ocultando cifras reales. Aunque para el día de mañana, quiero decir, cuando amanezca, los puentes se caigan y las ciudades terminen sumergidas.

 

Nada volverá a ser igual.

Aunque esos muertos regresen a la vida, nada volverá a ser igual

 

aunque la luna desprenda una tela espléndida por donde bajen

esos cuerpos como figuras de un tarot obsceno, asolando gemidos.

 

Nada volverá a ser igual.

Nadie volverá a tomarse de la mano mirando en silencio nuestra modernidad

 

reapareciendo en autos y hoteles de lujo, o en estaciones de metro donde milita

el espectáculo de los telespectadores y su oficio con montones de frívolas citas

que devoran su parte más humana.

 

Nadie volverá a hacer el amor con la luz apagada por temor a que ese cuerpo

de pronto desaparezca;

 

nadie volverá a cantar una canción en su mente para que nadie más pueda oírla:

la soltará con rabia como un huracán hasta que estallen otros tímpanos y otras

córneas necesitadas de ese incendio.

 

Nadie volverá a mentir mirando fijamente a su víctima. Decir la verdad se convertirá en una necesidad de recuperar la sangre;

 

nadie volverá a estornudar sin recordar a sus muertos. Sin perder la mirada en los muebles y lugares dejados por esos cuerpos traspapelados.

 

Derramando otra vez lágrimas y persiguiendo el amor como un superviviente

con la piel completamente quemada, liberados ahora sí del peso de la tierra,

 

de la hipocresía y los modales paralelos, de las ceremonias y sus rechonchos

y verdes embustes.

 

Macheteando el viento con el pecho caído;

atravesando túneles sin dios en sandalias y con los bigotes y las melenas plateadas y desesperadas;

 

llenos de afecto, pero radiantes como el exceso de defectos, como la ignorancia

y su espejismo alojado en la tráquea;

 

como un mercado donde aparecerá la basura y será repartida entre mendigos

que romperán las ventanas y dialogarán con los grillos y las cucarachas

y se alegrarán por tomarse finalmente de las manos llenas de salpullido.

 

Volveremos solamente así: ciegos para fundar otra vez una tierra llena de pena.

Deformes por haber sobrevivido lavando cristales;

 

culpables por haber sobrevivido lavando cristales y mirándonos hacia adentro

donde desde ahora reposa la nieve y un extraño sinónimo de resistencia.

 

Agradecidos por no haber sido nosotros los sacrificados de la especie.

 

 

Inédito

 

 

GANAS EN POESÍA, PIERDES LA VIDA. Máscara del perdimiento que se siente como cosa propia. Como buche.

 

Alguien se pierde para que lo que no tiene nombre aparezca. Fluye su desnudez triangulando por el culo de una ballena.

 

                                                                              Jonás se lo decía a la cara acariciándose

                                                                              el labio con la lengua hinchada.

 

Cuando Jonás desapareció sin dejar rastro. La cara envuelta en lepra, parsimoniosa. Azar aéreo. Grasa incantable de su asco vacío.

                                                                                          Aunque vaciado en su destierro,

                                                                                          ganó en poesía.

 

Hace cinco años, un 17 de diciembre, mi padre también desapareció. Carapacho vacío. Convicto perplejo sobre un campo rosa. Monstruo de padre amado disfrazado de calavera.

                                         Perro extraviado.

 

En él todo era ademán, excepto el vicio.

 

Las cosas no andan mal, sólo se parten. Se comparten. El infortunio es patrimonio de todos. También el desenfreno.

                         

Toma –dijo mi padre-. Ten esta vida de mierda y busca el atajo.

Desoriéntate en cualquier lugar.

No seas tan educado.

Insulta con honestidad. Palmea maliciosamente.

Sé un hombre reconstruible en la corazonada y en la contradicción que destella.

Fragméntate en el paisaje por siempre fragmentado.

Resiste lo indebido.

Aunque, a veces, ríndete.

Destíñete.

Sitúate por fuera del accidente.

Pasa desapercibido.

Sé siempre inasible.

Ten el coraje de perder aquí la vida.

Gana en poesía.

 

Inédito

 

 

HOY LE HE EXPLICADO A MI HIJO que la multitud no ve.

Y que lo que a veces dice la cabeza

es un gran árbol frondoso lleno de promesas imposibles.

Que la semejanza eres tú y yo

hundiéndonos como una piedra

dentro del estanque.

 

Y que quien más escucha

lo único que hace

es un proceso íntimo de higiene.

 

Inédito

 

 

Ernesto Carrión. Poeta, novelista y guionista. Ha merecido, entre otros, el Premio Lipp (versión hispana del Prix Cazes – Brasserie Lipp de París) de Novela (2017); Premio Casa de las Américas de Novela (2017); Premio de Literatura Miguel Riofrío de Novela (2016); Premio Único Bienal de Literatura de Poesía Universidad Católica Santiago de Guayaquil (2015); Premio Pichincha de Poesía (2015); Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (2013); becario del Programa para Creadores de Iberoamérica y Haití en México (Fonca-AECID) (2009); Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (2008); Premio Latinoamericano Ciudad de Medellín del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2007); Premio de Poesía César Dávila Andrade (2002). Algunos títulos de sus obras son: Cementerio en la luna, Un hombre futuro, Ciudad Pretexto, Incendiamos las yeguas en la madrugada, Cursos de francés y La carnada. En poesía escribió el tratado lírico titulado «Ø», que reúne 1.500 páginas de poesía en tres tomos: La muerte de Caín, Los duelos de una cabeza sin mundo y 18 Scorpii.

 



Compartir