LA MUERTE NO ES LA MUERTE, ES UN MUERTO.
Salir de casa para encontrar
un camino repetido no es en vano.
No te preocupa ser quien pasa,
que el agua llegue al mar,
sino que deje de ser dulce y de ser río.
Si pensaras como Rilke la muerte
qué inusual sería morir,
pero la muerte no es la muerte, es un muerto,
y habita en el recuerdo de algo vivo,
como un ojo en el salitre de la puerta.
ANATOMÍA DE LA ESPERANZA
Tienes ojos de evadida, trabas
con las piernas la maleta y camuflas
tu mirada en el café del tránsito que asusta.
Si logras no mirar no pasa nada.
Huele a pan, a huir del odio
de tu casa, a ofertas de trabajo,
si en metro, línea verde.
No ignoro tu belleza ni tu pánico,
nadie se fija en el temblor de la cuchara,
tu sombra baja con el sol hacia las calles.
Tu dolor pervierte algo
de este gozo de igualdad civilizada.
Quieres poder y estás dispuesta a todo,
lo han hecho otras mujeres,
pero aún eres la niebla, escucha,
y la lluvia,
y las diez de la mañana.
CUANDO DOS SE SEPARAN
-Poética-
Cuando dos se separan
alguien se queda sin las fotos,
suele ser quien se queda sin casa,
sin ver cada día a sus hijos,
sin casi todos los libros
sin su mesa de trabajo sin su barrio,
sin el cuchillo del pan.
Al cabo de un tiempo vuelves a querer un armario,
vecinos, algo residual,
porque no te acostumbras a dormir
en camas prestadas, a pasar las noches
bebiendo ginebra, echando en falta
a los primeros amigos, las excursiones,
el corte limpio del agua en la garganta,
aquellos desayunos que las madres ya muertas
envolvían con apuro a las hijas felices,
capitanas de una juventud seminal
que no habían de ser como ellas.
Quien se aleja prefiere un recuerdo desbandado,
el blues que le amartilla
según diez horas de unas vacaciones
en un momento de la vida que pasó.
Cuando te entrenas solo en un campo sin luz,
cuando observas las gradas vacías,
lo que ya no serás aporta un orden a quien fuiste,
y desgarras la nostalgia con los dientes.
Siempre hay alguien que quiere salvarte
y te salva muy mal, siempre hay alguien
que no te ha dejado de amar y te arruina la vida,
que jura y rejura que no fuiste tú
quien marcaste el gol del honor
cuando era imposible ser un poco más hombre.
pues quien se queda en casa mirando las fotos,
no quiere que existan los barcos piratas,
las tardes con niños y risas
ni va a permitirse el perdón
ni puede abancar más tierra baldía.
Quien se queda te humilla,
pues arruinaste la inercia de la fertilidad
con la retracción del amor
y de los tejidos vitales de la historia.
Por eso vivimos desmembrados
con falsos recuerdos y futuros,
no importa que sean ciertos porque a veces
la vida de un pasajero
está en una caja con fotos y llaves sin puerta,
está en resistirse a morir,
por la sensatez que le dio
leer y escribir poesía.
MÍMESIS DEL ARQUITECTO
Quien construyó esta casa
nunca pensó que iba a odiarte
y los niños tendrían sólo una habitación
para ahogar a cuentos y a canciones bajitas
los gritos de sus padres:
que por favor sigan queriéndonos, te pido,
nosotros como si no estuviéramos,
no queremos molestar.
Quien levantó esta casa lo hizo a base
de prósperos negocios familiares,
no proyectó refugios para el fajador
que escapaba oyendo el puente
derrumbarse tras de él casi cada día
y sabiendo que el vencedor
se queda con todo al sonar la campana.
Es curioso viajar sin que pase el tiempo,
tener veinte años más y que se estreche el camino
en esta carretera aparecida por los faros,
con piedras de repente, lugares
cuyo tiempo es su ausencia de destino.
De nosotros queda sólo una casa malvendida.
Los arquitectos no saben de amor,
como tú, dibujan planos
donde sólo permanece
lo que jamás se habita.
SERES SIN HISTORIA
Hablas, siempre hablas
en un rincón, melancólico como un paraguas,
de calles cenagosas con restos de vecinos,
de curas, de Rusia, de mujeres,
de lo difícil que estaba la cosa del joder.
Y hablas,
no dejas de hablar con una alegría enjuta
del hundimiento y sus vestigios,
del almacén de pinturas donde hace décadas
las putas recibían a partir de medianoche,
del día que saliste de aquel barrio,
del hombre que pensaste que algún día
llegaría a ser el hombre que piensas que eres tú.
Nunca empiezas ni terminas,
como una mercancía sin demanda en un estante
prosigues lo mismo que tus abuelos cebados
el día del nacimiento de Cristo, de la patria, del tuyo,
de uno u otro modo, siempre hablas de ti.
Pero pasa el tiempo,
pues no siente que hayas construido el tuyo,
es más cruel que las ruinas, aunque no lo procura.
Al tiempo le da lo mismo lo que seas
o cómo o a quién amas o qué mierda quieres olvidar.
Recuerdas para ser recordado, supongo,
para que tus amigos te conserven, reconstruyan,
y tus nietas, mezcladas con los nietos de otros,
que conocerán en un semáforo o en un bar,
se pregunten, sin cariño ni malicia,
quién es el tipo enclenque de la foto con la boina del Che,
y entonces estarás más que clínicamente muerto
–lo mismo que ellos no mucho después–,
ni sabrán que deseaste toda tu vida
ser la letra de unos versos de Jacques Brel.
Aun así, serás una inquietud,
barro esparcido en versos secundarios,
no tú exactamente,
un viento que levanta el polvo y te adelanta,
y es así que entrarás en la historia
lo mismo que nosotros,
en la historia de los seres sin historia
Jordi Virallonga (Barcelona, Cataluña, España, 1955) es poeta, ensayista, traductor, antólogo y, en los últimos treinta años, profesor en la Universidad de Barcelona. De entre sus premios literarios, el más importante para él fue el primero, el Ciudad de Irún, por el libro “Crónicas de usura”. Sus últimos poemarios son Incluso la muerte tarda (XLVII Premio Hermanos Argensola; Visor, Madrid, 2015) y en catalán Amor de fet (XX Premio Màrius Torres; Pagès Editors, Cataluña, 2016).