FIRST SERIES
EN PRAGA
a Giovanna Pollarolo
El viento corta el rostro en la estación de Schönfeld,
he podido olvidar que estoy acá, camino a Praga
para pensar en ti desde el Este...
Bésame mucho, canta una voz en una radio lejana,
como si fuera esta
la última vez...
La música en español nos persigue inútilmente
como si en realidad fuera la última vez.
Mi compañera de viaje duerme sin conocer el peligro.
El tren se separa de Occidente hacia un oscuro
campo, hacia un oscuro destino.
Sólo los vietnamitas
saben a dónde van y para qué.
Nosotras, apenas, a divisar a lo lejos algún
puente sobre el Moldau
o una apacible plaza de rostros lánguidos
y blancos
que no se parecen a Kafka.
Sólo nosotras podíamos caer en un hotel
con ese nombre, Kafka,
habitación número 5
y el Moldau fluye sin flotantes...
Ella abre los ojos y mira
melancólica el paisaje.
También huye, pienso, de algún mal de amor...
Los gendarmes, duros y verdes, nos detienen,
¿viajeras? Sí, obsesas, como si fuera
la última vez.
Vacío mi mochila, un frasco de crema Revlon
cae, sospechoso, como el color de los ojos asesinos.
Dos solitarias y
el aire parece lleno de fantasmas
una buhardilla alta, en un viejo edificio
nos tienta
los escritores y los artistas
somos gatos agazapados en los tejados
soñolientos gatos y sabios...
Bravo, has sonreído después de mucho tiempo
en la calle MaláStrana, vieja y barroca,
seguramente Kafka conoció a Felicia en ella
y las delicias de Felicia
el mejor remedio contra el mal de amor
es sobre todo el vino, entonces vamos
paseemos por todas las tabernas
de noche y de día...
No preguntes por Auschwitz, que
está en Polonia...
en Bohemia corta el viento
con lujuria
...el café Mozart tiene sillones de terciopelo púrpura
Y el Moldau fluye pérfido, olvidadizo...
QUIÉN TE AMA, MISHIMA?
La rutina, esa enemiga si tú y yo
caminamos de la mano
o si tú y yo nos sentamos en un café
a filosofar
filosofía de viejos harapientos
marido y mujer al fin y al cabo,
en la Martinica vivió Juan del Diablo
pasé mis años adolescentes en una embarcación de vela
como la de él
la oreja pegada a la radio,
has bajado los párpados cansada de oírme
el mismo tema,
fue Morita –entonces digo- el discípulo, quien le
asestó el golpe de gracia ¿sabes? Fue un mal golpe,
voces extranjeras se confunden con los
rugidos de las olas
ninguna es como tú, ninguna alcanza
tu pequeñez, querida... y
cómo odio ese sol
a las tres de la tarde
tus ojos vuelven a caer
son los de un dios tibetano.
¿Fue sólo el vino lo de aquella vez? ¿Lo crees?
¿Sólo el vino? Acaso fuera el vino
y sólo eso...
pero cada botón de tu blusa era uno menos y uno más
como me gusta
una tanga negra entre tus piernas
un poco así
como me gusta
y ya no era yo sino otra
en la goleta de Juan
en la mismísima isla de mi infancia
el sol ya se había ocultado como ahora
las brujas bajaban a mi dormitorio
a recoger los papeles regados
el diablo duende escondido en el empotrado
detrás de la cortina
de noche
mi desidia ha de arrancarte mil dudas
cualquier elipsis por la que mi entendimiento
huye hacia la nada oscura
te hace daño a ti que has vuelto
de la traición al mar,
cruzas el mar con el jeep y cada ola
te hace soltar una carcajada purpúrea
los cabellos llenos de arena
la ropa pegada al cuerpo,
pendes de la absoluta ilusión.
Otra ola más, gritas, llena de dicha
me acerco desde la orilla y trepo
olvidada.
¿Qué viajeros, qué poetas se perdieron
en el tiempo, los océanos, los médanos
las hogueras encendidas
el sable en alto,
Morita?
EL ÁNGEL DORADO
Goethe en Leipzig
en el cómic de mis quince años
cruza la esgrima una noche
con su viejo maestro.
Cuántos años después
en Schwabing
mujeres vestidas de leopardo
y en Berlín leopardos del Este.
Entonces
por la Kudam los obreros turcos me hacían adiós
Wohin gehst du, bambino?
Ya no eres una muchacha, pensé,
las cejas altas
la boca redonda
el amarillo marchito en la frente
de este prado
y las viejas grúas.
Wolfgang de estudiante era un pillo
simpático
yo lo amaba.
POEMA PARISINO
Era el número trece en mi habitación de rue La Pompe, a dos estaciones de George Mandel, en el elegante distrito XVI, donde los bohemios, los negros, los sin tierra habitan los techos de París.
Aún veo ondear mi toalla taurina en el balcón del séptimo piso y al policía francés que hacía de portero inclinarse sobre la estufa prestada –solo por la niña– aclara.
La bombona de gas se enciende, contemplo como los hermosos trozos de asado que tomamos sin pagar penden del balcón de mi buhardilla, una botella de vino abierta/ libros / más libros y una máquina de escribir.
Mi viejo, mi Pessoa, esa edición fabril amarillenta me devuelve el cálido olor de los años estudiantiles cuando supe ser tan ingenua, me envuelvo en el remolino carbónico por las calles de Lima después de cuatro años, el aliento de las flores que ahora se marchitan detrás del Hospital del Empleado y los enfermos, nuevo es el veneno a pesar de la continuidad, mi espíritu ha quedado allá, en un rincón de mi cuarto, acurrucada, leyendo, escuchando el golpeteo de la lluvia porque cuando menor era el espacio podía prescindir del resto y éramos tres batallando a zapatazos, desesperados de besos y caricias en el humo de los gauloises, mi tristeza no era mi tristeza sino el júbilo de una soledad on partage, para decirlo así, con términos igualmente jurídicos, igualmente comerciales, ya que nada estaba dividido en nuestro mundo, los amigos venían, ¡rápido, rápido! Un té, una lata de sardinas, tallarines con atún y pan baguette. Ah, y la teoría, nadie bostezaba, solo el vecino o la portera.
La puerta de vidrio de mi balcón se vistió de rosado, se calzó botas impermeables color caqui, sacudió largas horas los visillos para otear mejor el tiempo abajo, cuántas veces tu cabeza apoyada en mi hombro durmió agotada, pero quién nos perseguía, quién publicaba cuchillos y rosas con espinas, ¿quién?
Llamaré a este capítulo remembranza, hastío, el pálido sueño.
ENCUENTRO EN PARÍS CON ALLEN GINSBERG
I
El otoño nos sorprendió en la ciudad de los tejados grises
Un poema que empieza era el día con pie quebrado
Y nuestras imágenes inmóviles como el rostro de una Botticelli
En un verano sin detergentes parecían envases acordonados
En la estación de Austerlitz.
El pan había subido de precio en esa atmósfera lúdica
Y Renoir era atrevido y moderno enjuagándose las axilas
En lavatorios de plástico al final del pasillo…
7 pisos sin tazas de mayólica para ahogar la intimidad.
La noche era opaca sin el brillo agresivo de los automovilistas.
Por el barrio destartalado suben las muchachas vestidas de negro
Hacia el final del verano,
El prado en Portugal arde y tiene sed…
Estación de Austerlitz, nadie limpia las claraboyas en los pasillos,
Verano de deudas,
La risa de una muchacha portuguesa se marchita,
Tiene la mejilla pegada a los radios transistores,
Multiplica sus granos y pecas en la oscuridad
Y el Sena le es perfectamente ajeno…
Pobres les bonnes de Genet, siempre de luto.
II
Estoy contigo Ginsberg
Ni en Lima con mi librito de Sandwich
Ni en París sin barba
Ni con tu esbelto Peter Orlovsky
Al estilo de un cheroqui en su noche de bodas
Y el águila va alcanzando la altura deseada,
He podido olvidar tus manos sonrosadas,
Y tu vientre combado
Y tu nariz curva
Y tu calva cabeza soñadora
Y tu poema sobre el Plutonio
Te abrías dulcemente paso y para escucharte entonar
Baladas gay
Yo te di el paso y una sonrisa que nadie vio
Ahora aquí
Bajo distintas presiones
Que no son las de limpiar casas y escaleras ajenas
Cuando salía y me cruzaba a la misma hora con
La niña argelina
Frère Jacques
Frère Jacques
Aquí
Bajo el influjo de un verso nítido y sencillo
La poesía es una cura de la mente
De dónde adónde la realidad impertérrita
Buenas noches buenas noches
Hoy tienes lengua frita para saborear detrás
De la cerradura
La mujer del llavero desaparece en el retrete sin
Volver la cabeza
Noche opaca sin el brillo agresivo de los automóviles
Y el amor bajo los castaños.
El reglamento del inmueble impide morirse
Después de las diez, si eso implica hacer ruido.
Carmen Ollé (Lima, 1947). Estudió Educación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado los libros de poesía Noches de adrenalina (1981) y Todo orgullo humea la noche (1988); los libros de relatos ¿Por qué hacen tanto ruido? (1992) y Monólogos de Lima (2015); y las novelas Las dos caras del deseo (1994), Pista falsa (1999), Una muchacha bajo su paraguas (2002), Retrato de una mujer sin familia ante una copa (2007), Halcones en el parque (2012), Halo de la Luna (2017) y Amores líquidos (2019). Profesora de talleres de escritura creativa y conferencista en centros y universidades culturales nacionales e internacionales.