23 Nov 2024

35. MARIANO ROLANDO ANDRADE. LUISA FUTORANSKY

-01 May 2021
Crítica

EL VIAJE DE LUISA FUTORANSKY

 

Por Mariano Rolando Andrade

 

Luisa Futoransky no necesita mayores presentaciones. Su voz se encuentra entre las más grandes y más persistentes de la poesía de nuestra lengua, ha sido galardonada con diversos premios y ha sido traducida a varios idiomas, con lo cual no faltamos a la verdad si hablamos de una artista de envergadura universal.

Hace tres años, en 2018, surgió el proyecto de recopilar toda su producción poética publicada desde el inicial Trago Fuerte, de 1963, hasta sus trabajos más recientes. La idea surgió en el café Le Rostand de París, nuestro lugar de encuentro durante unos diez años, primero todos los jueves cuando volví a vivir a Francia entre 2009 y 2011, y luego de manera mucho más esporádica, una o dos veces por año, cuando pasaba de visita por la ciudad y nos reencontrábamos. Fue en una de esas charlas que tenemos sobre todo y nada, siempre con la literatura como eje, que le propuse dedicarme a recuperar todos sus poemarios publicados en estos ahora más de 55 años y comenzar a armar su obra reunida, mientras ella continúa con tranquilidad con su sana costumbre de regalarnos nuevos libros y nuevos versos. Me pareció que había llegado el momento de arrancar con este trabajo indispensable de reunir lo disperso acá y allá para que los textos “olvidados” volviesen a circular. Generosa como siempre, Luisa, un poco sorprendida por el proyecto, dio su luz verde para la aventura.

Al hablar de la obra de una poeta de tan vasta trayectoria, a lo que debemos sumar su carácter itinerante (más de media vida entre Japón, China, Italia, Israel y Francia), se podía comprobar rápidamente que lo más antiguo de su producción literaria no estaba ya al alcance de la mano —o directamente era inaccesible—, y siempre corría el riesgo de perderse en los laberintos de la inmensa memoria de la Biblioteca Nacional de Argentina, o en alguna biblioteca privada. Imaginé que, así como yo estaba interesado en leerlo, otros también querrían hacerlo. Por eso, había que volver a ponerlo sobre la mesa y en las librerías.

Para que aquello que hablamos una tarde en París no quedase en palabras al viento o en una expresión de deseos dada la magnitud del trabajo (al menos para mí), pensé que el mejor modo era dividir de manera cronológica las publicaciones y dedicar un “primer tomo” a los años argentinos de Luisa, aquellos anteriores a su partida definitiva de Argentina a mediados de los 70 y que corresponden a su “nacimiento” como poeta y escritora, a su juventud, a sus primeros viajes. Se encuentran así en ese volumen, titulado Luisa Futoransky: los años argentinos (1963-1972), el ya mencionado Trago Fuerte (1963), El corazón de los lugares (1964), Babel Babel (1968) y Lo regado por lo seco (1972).

La construcción de la poeta tuvo como escenario principal su ciudad natal. “Estábamos buscando un sentido a esa Buenos Aires que siempre se nos escapó por la tangente. Esa Buenos Aires hirviendo de calenturas y utopías mil”, según sus propias palabras. Pero también desde muy temprano el viaje estuvo presente como componente esencial e indispensable de su formación literaria. Por ello no es nada casual que su primer poemario haya sido publicado en Potosí, Bolivia, en una de esas primeras travesías. La recuperación de este volumen, que no se encuentra en la Biblioteca Nacional, ya justifica a mi entender el trabajo emprendido.

“Luisa Futoransky, es una muchacha argentina, de extraordinaria sensibilidad lírica. Voluntariosa, no sabe de imposibles. En el último tiempo ha viajado por gran parte de Suramérica, conociendo gentes y tierras, saturándose de sueños y de paisajes. Vibrante antena para recoger lo que hay de natural y propio en el ser americano o para grabar en el alma los espléndidos paisajes de la montaña y del valle, nos dará, en lo futuro, obra sazonada de su experiencia estética y humana, como ahora, a su paso por Potosí, nos dejó para su aparecimiento, este ramillete de poemas, miel y sal de su espíritu luminoso”, dice la corta presentación de Armando Alba, el director de la colección de la editorial boliviana donde aparecieron sus primeros versos, escritos en Buenos Aires entre 1960 y 1961.

La profecía de Alba sobre la joven poeta prometedora se cumplió. En la temprana Futoransky está ya la Futoransky que conocemos hoy en día. Pero también está una Futoransky desconocida, una Futoransky más cruda y más emocional, más desnuda tal vez, como lo muestran los versos de Trago Fuerte en los que canta al amor y sus dolores:

 

“me conozco en la fuerza de su mano

y la textura de la mía hasta encontrar la noche

en la gravedad de su olor

en el ruido de su paso

en las horas detenidas en la cama de viernes a domingo

en el cuidado de cuidarlo y de cuidarme

en lo que nos hace falta

en esto que tenemos

 

amo

 

y él dice lo mismo”

 

Una Futoransky que también nos deja ver sus influencias, sus lecturas de aquel entonces, como en ese “Nuevo barco ebrio” rimbaldiano de Babel Babel:

 

“Bajel, cuando llegue la mañana

serás alguien experto ya en la desolación de los naufragios

y la tierra habrá bebido tu inocencia:

la playa donde arribes te tiene reservado

el más cruel de los desiertos

y el más infernal de los silencios;

no vuelvas tu cabeza

porque es en vano que pretendas ayudar

al que a sus espaldas ya emprendió la estéril travesía.”

 

O los poemas con la mente en T.S.Eliot, la presencia temprana ya de temas universales vinculados con las sagradas escrituras como Jonás, o los mitos griegos como los de Ulises y Eurídice, la primera experiencia en Israel contada en “Amanecer en Hebrón” de Lo regado por lo seco (1972):

 

It’s dangerous for you, me dijeron los militares que me vieron derivar a las 7 p.m. con mi gitanerío a cuestas, pueblo abajo en Hebrón”.

 

“El poema hay que irlo a buscar”, suele decir Luisa. Y vaya si lo ha estado haciendo desde ya hace más de 50 años, con una exquisita erudición y su infatigable carácter de exploradora de la palabra. En Futoransky se condensa lo más argentino de la lengua española y lo más universal de las tradiciones literarias, una suerte de Arca de Noé de nuestra poesía, un delicado ejercicio de equilibrista entre lo arltiano y lo borgeano.

En estos primeros poemarios —“mi catedral de ruinas”, como los define— vemos también un componente esencial de toda su obra: la música, algo que viene con ella desde los tiempos del Conservatorio Municipal de Buenos Aires con Cátulo Castillo como profesor, así como de su pasión por la ópera. Junto a esa melodía, a veces explícita y otras secreta, que articula sus poemas, se despliegan diferentes registros lingüísticos, que van del hablar de los arrabales y su Santos Lugares natal a un lenguaje más lírico y elaborado, y que provocan en el lector una sensación simultánea de intimidad y extrañeza. Su permanente andar por latitudes y decorados lejanos le ha permitido encontrar los pasadizos para decirnos aquello que se encuentra en lugares a los cuales no podemos acceder desde la prisa y la ceguera.

 

CINCO ESTRELLAS

 

Los años argentinos fue publicado por la editorial Leviatán de Buenos Aires en 2019, el año en que regresé a vivir a París y los encuentros con Luisa volvieron a formar parte de nuestra vida cotidiana con el decorado ahora del Café Léa en la calle Claude Bernard, a medio camino entre nuestras casas. En sus mesas nos lanzamos a la aventura de Cinco estrellas (1976-2000), la segunda entrega, que va desde mediados de aquella década trágica para Argentina hasta el final del siglo XX, en una odisea geográfica, artística y vivencial de nada más ni nada menos que veinticinco años. Se trata de seis poemarios, cinco de ellos premiados en España (de ahí el título) y el otro publicado en Argentina, una antología y una plaqueta.

Entre la preparación de un volumen y otro hizo irrupción un virus que ha trastocado al mundo y nos ha sumido en una incertidumbre sobre lo que vendrá. A pesar de esto, una constante se ha impuesto: el trabajo metódico y el intercambio permanente, incluso en el momento más duro de la pandemia, cuando confinados continuamos avanzando en la edición, corrección y revisión de este libro por teléfono o correo electrónico, impidiendo que la desesperanza ganase la partida.

A diferencia de Los años argentinos, esta segunda entrega planteó cuestiones más complejas.

Por un lado, la recuperación del poemario El nombre de los vientos (1976), cuya versión en papel no llegó a ver la luz en España y del cual la autora conserva unas fotocopias mecanografiadas, poco legibles en algunos tramos y con versos faltantes. Si a priori parecía complicado reconstruir el libro, decidimos sumergirnos en un paciente trabajo “arqueológico”, por definirlo de algún modo, que rindió sus frutos. Ese libro “perdido”, que incluye poemas jamás publicados en otras obras, ya no lo es.

Por otro lado, debimos tomar decisiones editoriales respecto de los poemas que aparecían repetidos, incluso de dos libros (Cortezas y fulgores y La parca, enfrente) que compartían muchos textos por haber aparecido en España y Argentina, respectivamente, con poco tiempo de diferencia. Hay que recordar que, durante casi veinticinco años, de 1972 a 1995, no se publicaron libros de Futoransky en Argentina, y que la circulación transatlántica en los años 1980 y 1990 no era la misma que hoy en día. Esos dos libros, concebidos para lectores que no iban a poder cruzarse con su “doble”, repiten una veintena de poemas. Aun así, cada uno de ellos contiene muchos originales.

En el plano estético, de la escritura propiamente dicha, si Babel, babel (1968) marca, como bien lo dijo la poeta y editora Claudia Schvartz, el surgimiento de la “voz” de Futoransky, que le dará un nombre y un lugar en el mundo de la literatura, muchos de sus clásicos vieron la luz por primera vez en los poemarios de este segundo volumen. La lista es larga, pero solo para dar una idea al lector encontramos en las páginas de Cinco estrellas poemas como “Egeo”, “Cantinela de la bruja rusa”, “La enana”, “Ella, la pescadora”, “Slow”. El registro que consideramos hoy su marca registrada ya se ha asentado y el dominio técnico es total, lo que permite todo tipo de aventuras literarias, siempre con un sentimiento latente de partida cercana:

 

“tu sitio, ya lo sabes,

partió cuando llegaste.”

 

Los versos finales de “Probable olvido de Ítaca”, otro clásico, nos hablan de lo que pasó y lo que pasará. De Tokio a Provenza, de Tiananmen a Limassol, de Liubliana a Lisboa, el mundo de Futoransky se dilata y se despliega como un gran mapa lleno de vitalidad que la autora utiliza para cuestionarse y cuestionarnos. Porque si Futoransky usa el yo, y en sus versos se vislumbra lo autobiográfico, siempre es en busca de lo común a todos, de la esencia del ser humano. Su cabalgata de Occidente a Oriente, en una época previa a la globalización en la que eran muy pocos los argentinos que partían a vivir a Japón o China, la confrontará a un exilio, una soledad y una extrañeza muy diferentes a los que sintieron aquellos que emigraron en aquellos años negros a Europa o a algún país de América Latina, como lo muestra “Calendario japonés”:

 

“mi vida es simple, con pocos sobresaltos

las rosas darán paso a los nísperos

los almendros a los crisantemos:

 

me voy dulcificando cuando olvido”

 

El regreso a Europa, a principios de la década de los ’80, abre otro capítulo en su obra literaria, en el cual incursionará con éxito en la novela (Son cuentos chinos, De Pe a Pa). Esto no significa que cese la producción poética. Surgen, y continúan surgiendo hasta el día de hoy, versos parisinos también llamados a convertirse en clásicos, como los de “Insomnio en la rue de Charenton”:

 

“los ruidos amigos que me tienden habitantes desconocidos

 

el repartidor de diarios a las 3,35

el repartidor de lácteos a las 4,15

el repartidor de pan a las 5,40

 

la vecina que orina

el amante que parte

los cirujas que revisan los tachos de basura

           

                                               oh Paris la nuit”

 

Futoransky lo dice en una de sus notas y en este libro queda claro: el poema siempre está en construcción y la búsqueda de la palabra adecuada nunca termina.

“El secreto del trabajo de escritor reside —creo—, más allá del genio, la felicidad o la locura, en el cambiar hasta el suspiro final del texto, las dos o tres palabras que por no ser exactas, sobran, distraen o importunan”. Una “Receta de cocina” de cocción lenta y constante que forma parte de su credo poético. Y que la lleva también no a renegar, pero sí a dejar en claro su distancia hoy en día con algún texto como “París, desvelos y quebrantos”, publicado en 2000 en la plaqueta del mismo nombre e incluido en este volumen, aunque “tachado” por completo por pedido de la autora.

Como perlas extraídas del magma de su arte, Luisa nos ofrece notas a pie de página, algunas por pedido del editor, en las que se refiere a grandes temas que persisten a lo largo de su obra: la música en general y la ópera en particular, el judaísmo, Israel, la imagen de sí misma… El resultado en su conjunto es una inmersión sanadora en una poesía magistral que se despliega por un cuarto de siglo y miles de latitudes.

 

 

Luisa Futoransky (Buenos Aires, 1939) ha publicado una veintena de poemarios y cinco novelas desde 1963, su obra ha sido traducida al inglés, francés y alemán y premiada en diferentes países. Actualmente reside en Francia. Estudió literatura anglosajona y contemporánea con Jorge Luis Borges en la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires, aunque por imposición familiar se recibió de abogada. En 1971 viajó a Estados Unidos para participar en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. Vivió luego en Italia, Israel, Japón y China antes de instalarse en París en 1981. Sus libros más recientes son Marchar de Día (2017), Los años argentinos, primer volumen de su poesía completa (2019) y el flamante Humus…humus (2020).

 

 

Mariano Rolando Andrade (Buenos Aires, 1973). Escritor, poeta, traductor y periodista. Ha publicado la novela Los viajes de Rimbaud (1996), la antología bilingüe Poesía Beat (2017) y el poemario Canciones de los Mares del Sur (2018). Es el editor de Luisa Futoransky: Los años argentinos (2019) y el próximo Cinco Estrellas. Fue seleccionado en la antología de poesía Buenos Aires no duerme (1998) y ganó el Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional (RFI) a mejor cuento en lengua francesa (2001). Curador del portal de arte y literatura Ablucionistas, colabora en varias revistas literarias de América Latina y sus poemas han sido publicados en Argentina, México, Colombia, Chile, Venezuela, España, Francia y Marruecos, y traducidos al francés, el italiano y el árabe.



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