HABRÍA QUE DECIR ALGO ACERCA DE JUAN CAMILO LEE
Los poemas crecen como techos
sobre nuestras cabezas
JUAN CAMILO LEE
Todos los seres vivos en la naturaleza tienen alguna forma de lenguaje que utilizan para poder comunicarse. Es así como observamos la formación utilizada por los cardúmenes de peces para poder confundir a sus depredadores, o el zumbido de una colmena que pone al tanto del posible peligro a las demás abejas, o escuchamos los distintos maullidos de un gato que nos quiere decir que tiene hambre o que nos odia y no nos quiere cerca. En fin, los ejemplos pueden ser muchísimos y en todos ellos versa un objetivo primordial: dar significado a una señal.
Si seguimos analizando la escala de la naturaleza, encontraremos que el ser humano también utiliza sus medios para poder comunicarse. El lenguaje, incluso el no verbal, es tan variado como seres humanos hay en este planeta. Cada quien tiene su forma de expresar lo que piensa según su cultura, su país, su etnia, su estética y visión del mundo. Sin embargo, un detalle vital nos diferencia de otros seres, utilizamos distintos fonemas para crear palabras que poseen, en la mayoría de las veces, un significado concreto. Nuestra mente asocia, muchas veces, imágenes con ciertas palabras y de esa forma crea un mensaje claro que entendemos según nuestra proximidad con los términos empleados; y es precisamente en esa esfera donde la poesía se mueve, donde crea nuevos campos semánticos mediante el uso tenaz de la palabra, abriéndose paso en los intricados laberintos del pensamiento, llevando su verdad a cada puerta donde toca con su puño de niebla la casa de la mente.
Nos podemos figurar entonces al poeta como un músico que afina su instrumento para ejecutar la música de sus verdades. Juan Camilo Lee, logra en este poemario, Habría que decir algo sobre las palabras, un verdadero homenaje a las palabras, a su fuego interior, no a una lengua en específico, aunque blande su pluma en el más alto castellano, sino en esas palabras por las cuales la poesía se deja mostrar, las palabras que tocan las puertas de la percepción (como diría Aldous Huxley), las que resuenan en las calles vacías y en las nubes de alquitrán y de concreto, las palabras que caen como alumbramientos sobre los pedestales de la gloria y también las más bajas pasiones y los días sin calma, especialmente éstos, días grises por los que atraviesa su país, que se abre como una herida que nos duele en toda América Latina, y que esperamos, sus habitantes puedan cruzar, a paso firme, los puentes amarillos de la dignidad humana.
Juan Camilo sabe que ninguna palabra ha de sobrevivirnos, pero prefiere el canto que resuena en las alas de las mariposas al emprender su vuelo, que el silencio incómodo de los que viven su vida rodeados del mundanal ruido. Sabe que una pausa en medio del trajín cotidiano puede encausar una guerra contra lo burdo y lo trivial que usualmente nos circunda. Sabe que la muerte y la vida son una transmutación de una misma materia. Sabe que él mismo habita una casa despojada pero aun así invita a su lector cómplice, a su lector tapete, a su lector calavera, a su lector escoba, sabiduría o paloma, a su lector balconcito, y puebla de ese modo la casa, la convierte en una asamblea de presencias innumerables, le da su vida propia, no en vano la adorna con los más finos cuadros, muebles y paisajes de otros tiempos. Quien habite este libro, habitará entonces un aposento onírico, y ya no querrá despertar, porque este libro es ya el mundo posible, imaginado y creado por uno de los artífices de la poesía más importantes de la lírica colombiana actual.
Juan Camilo ha nombrado la eternidad con mística chamánica y ha elevado un rezo hasta el corazón de las afueras. Dejemos que sus palabras destruyan cualquier jaula que aprisione las nuestras.
Juan Carlos Olivas
Cartago, Costa Rica.
Abril, 2021.