DESEO DE NADA
Todavía es temprano.
Mil noches han caído sobre la tierra,
y otras mil cayeron antes,
pero aún no es tarde.
El viento arropa con tanta fuerza la casa
que se diría una madre enloquecida de amor.
Pero el viento no puede amar.
Tengo miedo.
El mar no está lejos de aquí,
y yo soy esa misma arena sobre la que caen
furiosas, incontenibles y enajenadas las olas.
Más allá, en el centro mismo de la tormenta,
mi ojo busca las razones de tanta rabia.
Tengo ganas de azotar a la noche
hasta verla sangrar.
Deseo hasta el infinito
poseer algo que jamás se entregue.
LOS CIRCOS DE PUEBLO
Para Armando Romero
Un payaso gordo y mutilado,
otros a los que no les faltaba nada, salvo la gracia,
varios enanos, un gigante, el hombre bala,
un mago torpe y una joven funámbula.
Yo me acercaba a los once años
cuando aquel circo de maravillosa tristeza
llegó a mi pueblo.
La niña que caminaba sobre la cuerda debía tener mi edad.
Sí, era mujer aquella niña del circo,
su pecho era plano como el de un buitre desnutrido,
pero en su mirada afloraba un ave exuberante.
Era menudita aquella cría de buitre
y casi parecía natural verla caminar sobre la cuerda floja.
Era un circo pobre, para los hijos de los pobres,
y con descaro feliz los payasos pregonaban:
“¡Esta noche a las siete
no se pueden perder el mayor espectáculo del planeta!”
“¡El circo más famoso del mundo,
los invita a una única función!”
Así lo anunciaron noche tras noche,
y los niños y las niñas noche tras noche creímos que era cierto.
En esto consistía el milagro:
en los payasos que mentían y amaban su mentira descaradamente.
Y en aquella avecilla salvaje disfrazada de bailarina,
la pequeña funámbula que caminó en nuestro pueblo
sin llegar a pisar tierra,
y sobre todo
en las boletas mágicas de pague uno y entren dos
y en esas funciones únicas
repetidas noche tras noche.
Ha pasado un cuarto de siglo desde aquella visita del circo
y sin embargo pocas cosas han cambiado,
la niñez sigue siendo un sueño enamorado de sus mentiras
y la vida con sus personajes de inexplicable extrañeza
continúa pareciéndose al milagro triste
de los circos de pueblo.
EL REGRESO
Mi madre a los treinta
era una joven de ojos grandes,
agobiados,
cargados de urgencias que yo no comprendía.
Entonces nada me asustaba tanto
como la posible tiniebla de su abandono.
Por eso iba tras ella a todos lados,
como un bicho perseguía su luz.
El pueblo,
su campanario y las solteronas arcaicas,
danzarinas de las hogueras de San Juan,
nos parecían tan tristes
que ansiábamos irnos a otra parte.
Claro que todo estaba dispuesto
para obligarnos a permanecer allí.
Por eso mamá
leía para mí historias de otros mundos,
de ciudades lejanas pobladas de héroes y villanos
o de animales que hablaban en nombre de la virtud y el vicio.
Pero cuando llegaba la hora de la cena
ella volvía resignada a la cocina para preparar la mesa,
dejándome casi siempre con el libro en las manos.
Cómo podía saber ella,
pobrecita mamá,
que regresar de aquellos mundos
a mí me llevaría una vida.
PANDORA
Esperanza esa cosa con plumas—
que se posa en el alma—
y canta una melodía sin palabras—
y nunca se detiene—totalmente—
EMILY DICKINSON
Hoy que todo parece escaso,
y los motivos para seguir se elevan
como una nube de moscas,
me siento a la mesa junto al papel,
los lápices,
las tijeras,
el ordenador.
Y las manos,
flores recién cortadas,
altivas en un jarrón,
son incapaces de no decorar,
sólo decorar pueden,
qué más que decorar.
En el paso hacia lo irremediable
el lodo de mis errores me sepulta.
Sé que hasta el color resiste rebelde bajo tierra,
pero no la luz.
¿Y si ahora mismo
después de cavar el foso
me clavo las tijeras?
Me atrae este rayo de luz
que resbala seductor sobre el filo de sus hojas.
En la mesa
el papel, los lápices, el ordenador,
y un poema que antes no existía.
Los motivos siguen elevándose
como una nube de moscas,
pero algo ha cambiado:
otra cosa con alas,
no mucho más grande que un insecto,
desciende a mi alma.
UNA VISITA AL MUSEO DE HISTORIA NATURAL
Un esqueleto. Un dinosaurio. Un fósil.
Una piedra también me interesa.
Largos corredores,
lámparas de luz fosforescente y fría.
Un meteorito. Un cuarzo gigante.
Otro fósil.
Una sala detrás de otra.
Todo antiguo y novedad.
Y sin esperarlo
mi propio rostro me sorprende.
¿Ya tengo edad
para encontrarme en una vitrina?
Fosilizada, pero no sola.
Gentes que me fueron familiares,
amores que no volverán,
todo grabado en piedra.
Como de otro planeta,
todo.
El amor como un dinosaurio,
fosilizado.
El amor como un animal extinto:
familiar y extraño a un tiempo.
Todo tan doméstico y lejano,
tan de otros ámbitos y, sin embargo,
como si perteneciera al museo.
El reflejo de mi rostro en la vitrina iluminada,
su gesto sorprendido,
y en mí,
los deseables estragos del tiempo.
HABITACIÓN JUNTO AL MAR
(Edward Hopper)
El cielo no tiene otra ocupación
que la de llenar mi ventana.
A pesar de la estrechez de mi visión
reconozco la omnipotencia
que todo lo baña:
El tiempo.
¿Cuando pienso en el pasado me parece una enfermedad?
Lo cierto es que mi cuerpo
va a lo irremediable
y el mundo se arrastra
con sorprendente descuido.
Acepto la muerte indesterrable,
la mañana conmemora el regreso de su reino.
Disfruto la blancura manchada de las sábanas
que ondean sobre el aire
sin pretender eternidad.
En los cuartos vacíos el tiempo transcurre
sin reproches;
es un cuadro perfecto:
carece de imágenes.
MÁS EXTRAÑO QUE EL PARAÍSO
¿Qué se me dio en propiedad?
Ni siquiera el cuerpo
que brotará generoso de la tierra.
De la niebla de la nada
a la adquisición del universo
¿dónde estabas, Dios mío?
Estoy entregada
a la más despiadada indiferencia.
Bebo un vaso de agua que anticipa
mi futuro verdor.
Seré perfección
cuando nada quede en mi lugar.
UNA MUJER QUE CONOZCO VUELVE A SU PATRIA
Ella, después de muchos años,
vuelve a su patria.
Regresa a lo que ya no conoce.
Y en seguida,
al ver aquello que la recibe
siente, en alguna parte de lo que aún es suyo,
que lo amado mudó de lugar.
Detrás de la artificial frontera,
tras el muro hace poco caído,
no ve campos arrasados ni cadáveres,
sólo odio en las copas levantadas
para festejar el regreso de los valientes.
ANTIGUA MORADA
La infancia viene de muy lejos,
de un lugar muy antiguo,
de una casa abandonada en el mundo.
Lo cumplido en aquellos años no demora.
Demasiado vieja el alma,
milenaria en su forma,
termina por imponer
su voluntad de retiro.
El resto de la vida nos queda
para fijar su extrañeza,
la severa distancia impuesta
por su crueldad inabarcable.
ALGUNOS RECUERDOS DE LA CASA
Recuerdo la ventana verde espiando al mundo,
muy discreta y silenciosa
abierta o cerrada como un corazón.
Recuerdo la cocina y sus ritos crueles,
el pescuezo de una gallina en las manos de mi madre,
los cuchillos custodiando la mesa.
Recuerdo que entonces nada me unía a la casa
ni un golpe demoledor
ni una alegría memorable,
nada.
¿Será por eso que hoy no puedo abandonarla?
En las fotos de esa época parezco muy joven y lo soy,
no sabía que la mano del mundo ya me había alcanzado
—sólo se es joven mientras podemos ignorarlo—.
Recuerdo la ventana verde
discreta y silenciosa.
El resto de la casa
habitaciones blancas repletas de gritos.
Lauren Mendinueta (Barranquilla, Colombia, 1977). Poeta, ensayista y traductora del portugués. Ha publicado ocho libros de poesía editados en Colombia, México, España y Portugal. Premio Departamental de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia (1998); Premio del Festival de Poesía de Medellín (2000); y Premio Nacional de Ensayo y Crítica de Arte del Ministerio de Cultura de Colombia (2011). Además, ganó en España los premios internacionales: Martín García Ramos por la Vocación suspendida (2007) y el Premio César Simón de la Universidad de Valencia por Del tiempo, un paso (2011). En el 2013 ganó el premio de poesía Barranquilla Capital Americana de la Cultura. Su libro Una visita al museo de historia natural y otros poemas fue publicado en Barcelona en 2021. Ha sido incluida en más de una veintena de antologías europeas y americanas. Vive en Lisboa, donde desarrolla una intensa labor de difusión de la poesía colombiana.