20 Abr 2024

227. POESÍA ECUATORIANA. JUAN SUAREZ PROAÑO

-09 May 2021

 

ORACIÓN A LO ÚNICO QUE NOS RESTA

 

Desciende hasta las madrigueras

donde no llega la mañana

y siéntate a un costado de los que solo tienen

una manta de ceniza

                para arroparse en los viajes largos.

 

Ve y abre las puertas de las húmedas pensiones

para los que buscan una hora de descanso

antes de volver a los caminos

y nada más hallar al viento, solo al viento

                lamiéndoles los ojos.

 

Baila con los que nunca

gastaron sus zapatos en bailes

                —porque solo aprendieron

                la música de la vergüenza—.

Danza con ellos,

con los que son más uñas que hombres

y con esas uñas

                limpian a los hijos,

                arañan imposibles boletos de lotería,

                escriben sus iniciales en el porvenir del árbol.

 

Asómate a la terraza donde fuman

los que odian en silencio

                al vecino que envejece más despacio,

los que maldicen a los nuevos y mejores

que andan en los parques con perdidas mujeres.

Quédate con los que hacen filas en los hospitales

y llevan un huerto de alergias en el pecho

                una música de flema que los delata

                un tumor en forma de pájaro

                del que ningún dios se hará responsable.

 

Camina detrás de los que pegan su nariz a las vitrinas

preguntan «cuánto cuesta»

y se marchan mirando con falsa prisa sus relojes.

Invierte tus mañanas en los hirientes cañaverales

donde desaparecen esos hombres

que jamás probarán el azúcar que cosechan.

Y vuelve a ocupar tu sitio

                entre aquellos que aprenden a sobrevivir

                acurrucándose bajo los puentes

                –entre la sonrisa del musgo

                y grises palomas que sueñan con el color de las guacamayas–.

 

Encuentra a los que aman el crepúsculo

en los ojos de un perro.

A los que guardan los balazos

que alguna vez les quitaron del vientre

y siempre quieren mostrarlos en las reuniones.

Acurrúcate junto a los que duermen en zaguanes

y nunca han dormido frente al mar.

Dales tu piedad a los que estrenan trabajo o colegio 

y toda la noche llovió sobre los cordeles donde colgaba su camisa

y ahora andan a todas partes con el olor de la humedad.

Canta al oído de la niña

que sueña con el olor de las guitarras

y su reino prometido es un montón de platos engrasados.

 

Brinda junto a los que dan un poco más que la vida

por un par de buenas conversaciones,

choca los vasos

con quienes crecieron oyendo el sollozo de su madre

y sus costillas en desuso se parecen

a una caja antigua de zapatos.

 

Cálzate las botas junto a los hombres

que tratan de fundir corazones en las fábricas.

Ofréceles tu fémur como bastón

a los que perdieron un ojo por estar primeros en la multitud.

Ponte del lado de quien negocia

la última naranja en el mercado.

Sujeta los lentes del adolescente

que no sabe pelear.

Bendice el agua insípida

que se sirve al almuerzo el vecino

y el trago que acompaña el pan del solo.

 

Y diles,

diles que que la esperanza es un toro

embistiendo un arbusto de gardenias.

Tócales el hombro y diles

que has venido a verlos

que respaldas su rencor y su cigarro de anhelo

aunque aquello no haga ninguna diferencia.

 

A los que Gran Escriba de la historia

ha negado una página,

 

                poesía,

 

hazles saber que alguien piensa en ellos,

que se los siente caminar

por las enmohecidas calles del alma.

 

 

ORACIÓN POR LA QUIETUD

 

Que nunca habite yo las oraciones de los felices.

Que no me señalen las uñas de los pulcros,

que nada más reciba el voto de los gatos 

                en las elecciones barriales.

Que mi nombre lo sepan solamente

las mujeres que de verdad intentaron

una despedida dócil:

                ellas jamás volverán a repetirlo. 

 

Que nadie se imponga la obligación de pensarme,

                para cumplir conmigo su cuota mínima

                de conmiseración 

                que exigen a las puertas del parnaso.

Que en ninguna mesa me recuerden

como se debe recordar únicamente a los exiliados.

Que mis ojos

olviden la imagen del muñón

a las puertas de templos ojerosos.

Que mi olfato 

no sepa diferenciar el romero de la pólvora.

Que mis tímpanos

no sean condenados a repetir

                el lamento de los toros

                que salvaron a las praderas

                de una muerte silenciosa.

Que mi carne

deje de soportar al abrigo

                hecho con la piel del único cordero

                que amé en la niñez.

Que declaren su emancipación mis oídos

y no sean más esclavos de la música

                que pone en nuestra garganta

                los grilletes de la belleza.

 

Señor

permíteme la gloria de los escombros.

Dame la paz de los escarabajos,

la simpleza de las ollas cóncavas

                que recogen las goteras,

el anonimato de las grietas en las tapias,

la memoria de las puñaladas

                que son olvidadas en la noche;

dame, señor, el silencio de las herramientas herrumbradas,

el gesto del hombre rústico

                que prepara la leña

                mientras el hijo ensilla su caballo;

dame la quietud de aquellas cosas

a las que nadie exigirá belleza alguna

                ni respuesta, ni testimonio, ni milagro.

               

Si alguien encuentra mis venas, señor,

que las usen para sujetar

                las puertas de las cantinas.

Que no valgan ni para llavero,

ni para esotérico amuleto

                mis huesos.

 

Que si un perro desentierra mi corazón

                nada descubra al pasarle la lengua.

Que siga, señor,

                inalterado, su camino.

 

 

LA SOMBRA

 

Verano.

Solo una nube conserva

la forma de los ríos.

El sol es un dios terrible

para quien lee la carta de un amigo muerto.

 

Sabia es la vieja costumbre

de enterrar a los perdidos,

                salvarlos de la luz

                y las sucias navajas del día

que tallan la letra del desgaste en la piel

y alumbran las células inertes

hasta que se hacen polvo de la vergüenza.

Dónde estarás ahora, reventándote bajo el sol,

tú que dabas las gracias a las tórtolas

o a la forma oscura de un árbol

cuando se interponían entre la luz y tus ojos.

 

Uno está a salvo contados días de la vida:

como los potros

que se tienden bajo la sombra de yeguas maternales. 

Ahora solo están seguras las criaturas

que las madres esconden

bajo la sombra de sus pechos crecidos contra el hambre,

ahora solo están seguros esos críos 

ocultos a los ojos de los altísimos

llorando tranquilamente

sin tener que avergonzarse.

 

Dios debió darnos el alma como sutil castigo

para que al morir vaguemos sin hacer sombra

sin poder refrescar ni al perro

que padece el juicio del sol.

 

Soy devoto de las cosas que hacen sombra:

de estos muros, que nos atrincheran contra las balas de luz,

del niño audaz

que aguarda inmóvil el retorno de la mascota perdida

y riega su sombra como un país sobre la calle,

de la mano que se gana su cuota de santidad

cuando se posa sobre el ceño

para que los ojos

puedan reconocer en la distancia la morada.

 

Ahora que el mundo parece una moneda

arrojada con desdén en la fragua,

ahora que alguien no puede sostener

la carta del desaparecido

donde pesa la claridad con un peso de siglos,

               

                agradezco por el cuerpo

que permanece de pie junto a mí,

y riega sobre la tierra y mis zapatos

la modesta ofrenda

de su sombra.

 

Poemas de Las cosas negadas (Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021).

 

 

Juan Suárez Proaño (Quito, 1993). Poeta y editor. Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador con un estudio sobre la poética de la enfermedad en la obra de Ileana Espinel. Ha publicado los poemarios Lluvia sobre los columpios (2014), Hacen falta pájaros (2016), Nos ha crecido hierba (2018) y El nombre del Alba (Nueva York Poetry Press, 2019). Consta en la antología Seis poetas ecuatorianos, publicada en México; y en la Antología de Poesía Española Contemporánea Y lo demás es Silencio Vol. II, publicada en Madrid, en el 2016. Está incluido en la selección de poetas ecuatorianos «Voices form the center of the world» realizada y traducida por la poeta Margaret Randall. Su poemario “Las cosas negadas” obtuvo el Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021.

 



Compartir