LEJANO INTERIOR
Desde algún lugar algo o alguien se lamenta, escucho mi nombre como un eco. Doy vueltas y vueltas, desde hace tiempo doy vueltas y no desemboco. Voy de ningún lado hacia ninguna parte. Salgo de un corredor y me descubro en un largo pasillo. Tropiezo conmigo, con los que he sido. Las manos no son asideros. Ando a tientas. La salida es hacia dentro. Hay que perforar los muros. Hay trozos de piel del mundo que crujen como cáscaras bajo mis pasos, como ramas secas crujen. Voy a los tumbos. Subo escalones y bajo a los sótanos del lenguaje. Hay persianas que nunca han sido abiertas. Del otro lado hay abigarradas moles obscuras, aves de estridencia, la cadena de cristal del invierno comienza a engarzarse afuera. Camino de mi sombra a mi pensamiento. Deambulo por mis vericuetos inextricables, por enconadas malezas y tupidas vegetaciones de rencor, por las orillas del fango que llevo dentro. Camino y reconozco el metal de mi voz. ¡Ey!, ¿quién vive? Pero nadie me escucha. ¿Hay alguien que responda? Hay un eco y después un silencio de ciudad confinada. Afuera la noche ha lanzado sus grandes anclas de carbón. La luz se ha calcinado como una hilera de soles. Las heridas y las culpas se lavan en casa, con el agua donde habita el escorpión se limpian, pero no se vendan. Busco el bastón de ciego de mis sentidos. Todo está lejos. Oigo los pasos de mi sangre desnuda, oigo lo que he perdido, lo que aún no toco escucho, las olas revueltas de mi pensamiento me arrastran. Camino del lado nocturno del día. Doy vueltas sin encontrarme. Mi pensamiento no depone las armas. Me hinca, me hace preguntas y con dos dedos me pica los ojos si lo miro de frente. Sufro la tenacidad de mi pensamiento. Encerrado, voy y vengo como el felino en la vasta espesura de sus instintos. Desde allá, donde quiera que sea allá, de algún lado alguien o algo me llama, dice mi nombre. No sé si he entrado o si ya he salido.
DISTANCIA
No, no es hora de volver. No es momento de retroceder y tomar impulso. ¿Dónde habría de caer? No he ganado nada, tampoco he perdido algo. Todo me ha dejado y yo he soltado todo. Los títulos, los grados, el diploma, los diplomados, el certificado, el pasaporte, el comprobante, el ticket, el cheque, el choque, el seguro médico, los impuestos, las medidas y las consignas, el acta de nacimiento, el acta de renacimiento, el carnet de las vacunas, los citatorios, las firmas, las fórmulas, los formularios, las declaraciones, las audiencias, el número de turno, no dicen lo que soy. Orino en medio de las salas de espera, delante de los que esperan, los que hacen filas, los aspirantes, los suspirantes, los suplicantes, los suplentes, los claudicantes, cómodos en su zona de rencor disimulado. No hay marcha atrás ni hacia adelante. No hay «vuelvo mañana» o «ya regresé». En el camino de tan cerca a tan lejos, un peine de clavos raspó mi ser hasta arrancarme las escamas. No hay retorno ni carril de alta velocidad. Quité el pie del acelerador, pero no avanzo en punto neutro, por inercia. Terminaron los tiempos de decir «ayer no tuve tiempo» o «lo hago mañana». Se acabó el tiempo de las apuestas ciegas, de jugar a las carreras. Me despido del que fui, aún no soy el que seré. Nunca soy sino conjunción de forma y disolución de la forma. Tras la edificación del muro viene la muchedumbre de los picos. Hechos y deshechos son la memoria dormida de la piedra. Pierdo y creo el tiempo, el mío, el saco de tiempo de mi talla. Me demoro. Me siento a tomar un poco de sol blanco en invierno. Tengo hambre de vida y también hambre de muerte. Estoy plantado en este instante, en este cuarto, a la deriva de mi cuerpo, a orillas de mi pensamiento, echados junto a mí. Estoy de pie, limando una sílaba que pueble de palabras como labios incandescentes la noche muda, el minuto mudo, la lengua atravesada por un cuchillo, el lenguaje de cubre bocas que murmuran, cuchichean, susurran, intrigan, el lenguaje en voz baja, enmascarado, encapuchado, irreconocible, intraducible, apenas audible. No me acerco pero tampoco me alejo. No hay punto de partida ni de llegada. Ser la vista y los oídos y los sueños del arquero. Ser la flecha y el arco, la vibración de la cuerda y su resonancia interior, el blanco siempre nómada. ¡Ser una existencia, tener un rostro!
Audomaro Hidalgo nació en Villahermosa, Tabasco, en 1983. Es poeta, ensayista y traductor mexicano. Ha publicado El fuego de las noches (2012). Estudió Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina, así como una maestría en Letras en la Universidad du Havre, en Francia, país en donde reside desde hace cuatro años. Poemas suyos han sido publicados al inglés y al francés.