CRÓNICA DE LA INFAMIA[1]
I
La sangre impregnó hasta las piedras.
Su voz clama en el desierto:
Que nada quede oculto.
Que se escudriñen los recuerdos.
Que se ubiquen los fragmentos soterrados.
Que surja la palabra
y restaure la memoria.
Sólo así
se apaciguarán los huesos
violentamente desgajados.
Sólo así
la sangre llegará al lugar de su quietud.
II
Antonio Ciani, dirigente estudiantil.
En busca de sus señas
naufragó la cordura de su madre.
Ricardo Juárez, politólogo.
Hablaba de la ópera
con un punto de luz en la mirada.
Beatriz Charnaux, ingeniera.
Vislumbró espacios
en donde el hombre no aplastara al hombre.
Guillermo Toralla, comunicólogo.
Descifró en el signo
las huellas de la infamia.
Abner Recinos, estudiante.
Entró a la muerte
cuando su hijo único nacía.
Guadalupe Navas, abogada.
Unió la pasión por la poesía
al compromiso ético de lucha.
Ramiro García, artista.
Fino ariete
el rebelde trazo de su tinta.
Gonzalo Mejía, profesional de las letras.
Ignoro si su madre
—sola, anciana, enferma—
resistió el vendaval de su partida.
Sonia Calderón, periodista.
“No permitiré que me atrapen viva,
le tengo pavor a la tortura", decía.
La realidad arrasó con el deseo
y confirmó el infierno presentido.
Rita Navarro, licenciada en letras.
En la poesía de Otto René Castillo
comprendió la alternativa:
o la palabra que retorna hacia sí misma
o el estilete del signo-compromiso.
III
A golpes de metal
caen los sueños.
Se astilla la esperanza.
Caudas de dolor al rojo fuego.
Nombres. Nombres y más nombres. Listado infinito.
Aunque los años engullan a los años,
Guatemala,
en ti,
la herida nunca cicatriza.
[1] Cada nombre responde a un compañero o compañera de trabajo en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Un homenaje a su recuerdo.
SERPIENTE QUE SE MUERDE LA COLA
Vamos patria a caminar
pero cómo engañar a los Señores de Xibalbá
y no escuchar sus risas estentóreas
se burlan de Rogelia Cruz y sus pechos cercenados
de Nora Paiz Cárcamo
soportando la baba del chacal y su prole
incinerada viva
junto a Otto René Castillo
veintiocho cadáveres arrojados al mar
quizá no estén muertos todos los cadáveres
de la rebelde Mamá Maquín
y los 130 hombres y mujeres de maíz
masacrados en la plaza de Panzós
amontonados como leños
en la carrocería del camión militar
borrosa pero impactante fotografía
tal vez los guerrilleros fueron
miles de brazos
protestan
y levantan un rojo clavel
frente al palacio verde
de los uniformes verdes verdes verdes
incontables como cien mil zompopos
que se comieron los maizales verdes
de San Francisco Nentón
cuatrocientos hombres y mujeres y niños
descendientes de los cuatrocientos muchachos
compañeros de Hunahpú e Ixbalanqué
que trabajaban amaban y soñaban
hasta que el sueño por la tierra
exigió su tributo en pesadilla
y el pueblo se fue colmando de ayes
parte oficial
ningún sobreviviente
en la oscurana del 17 de julio de 1983
el tractor aplana el nuevo cementerio clandestino
campesinos crucificados
devorados por animales de rapiña
aún antes de exhalar el último suspiro
política de tierra arrasada
440 aldeas sobre las que cayó el Apocalipsis
Chacalté/ Juil/ Joncab/ Tziajá/ Pal/ Chel/ Santa María Uspantán/ Juá/ Xeputul/ Cabá/
Anacchel/ Xejuyeu/ Xamán/ Xacboc/ Xolchichén/ Chajul/ Bisich/ Santiago Atitlán/
Chisec...
los ríos tornaron
al viejo Xequijel de la conquista
qué importa
si sólo eran indios
por millares se refugian en México
150,000 huérfanos de guerra
los kaibiles son máquinas de muerte
acostumbrados a beber sangre de animales
y de hombres sembrados en estacas
en escudillas
dejaron restos del cerebro de sus víctimas
mujeres grávidas
con el hijo extraído por e1 filo de las bayonetas
a golpes de odio
destruyen los comales las ollas
las piedras de moler
complicidad del silencio
silenciosos se deslizan los automóviles sin placas
amenazantes
los ojos tras los vidrios polarizados
con anteojos oscuros
hay un sospecho en la esquina
mejor no salgás
sale roja la sangre que jamás se olvida
nunca
tanta sangre flotando sobre el piso de la Facultad de Ingeniería
los masacrados serán vengados
al agente del G-2
lo arrastran de aula en aula
la gasolina
el fósforo
y la tea humana
alucinan la noche
más ametrallados en el Paraninfo
niños y artistas
mueren
las flores en las coronas
de la capilla ardiente
en la Embajada de España
alaridos
desde la televisión
en directo y a todo color
treinta y nueve hombres y mujeres
encendidos
quemados vivos
agarrotados como troncos calcinados
por el rayo del fósforo blanco
Gregorio Yujá
único sobreviviente
debajo de la pila de cadáveres
secuestrado en el hospital
y lanzado ya cadáver en los predios de la "U"
hicieron bien en enterrarlo
allí
en la Central Nacional de Trabajadores
secuestraron a veintidós dirigentes populares
cómo es posible si a dos o tres cuadras
está una estación de policía
comed caca utilizando el logo de la coca
la efigie del Ché desde el alto muro
por qué será tan triste su mirada
en la televisión
el close up del asesino
predicando
chorrea sangre
ojos inyectados de sangre
fauces relamiéndose la sangre
los frijoles y fusiles
predicando
otro secuestro masivo en la sede cristiana de Emaús
no sabés a quién desaparecieron ayer
qué bárbaros
no me he despegado del radio
desde que oí
que ametrallaron
la parada de autobuses de la universidad
hija mejor váyase del país
y mi padre libraba
su inútil batalla contra e1 cáncer
luchamos por una patria digna
noches en desvarío
ruidos sospechosos que nos roban el sueño
quizá los gatos en celo
seguramente
el esbirro que se acerca
derribará la puerta
imagino
mi posible escape por las terrazas vecinas
ni los zapatos me quito para dormir
en alucine
me arrancan las uñas
la capucha de gamezán
el golpe en los testículos
la picana en el sexo
violan
se masturban
en las cámaras de tortura
en los barrancos de Ciudad San Cristóbal
botaderos de cadáveres
caras desfiguradas
y quemadas las yemas de los dedos
que mis hijos no salgan conmigo
que a ellos nos les pase nada
es peligroso
contagiarse de sueños
arde el pensamiento
en las hogueras libros en llamas
tengo que deshacerme de ese boletín
del Ejército Guerrillero de los Pobres
que encontré en el inodoro
pensar es subversivo
me da miedo
asistir a ese entierro
la funeraria está así de orejas
mis alumnos en la escuela
sólo dibujan soldaditos y guerrilleros
filas de puntitos
hormigas apresuradas
y dicen que son balas
no digás nada por teléfono
los controles son estrictos
hijo no te metás en nada
mamá no hable tan alto
miedo animal bajando por las venas
miedo derramándose como río incontenible
me deslizo
hacia el fondo
de una pesadilla sin fin
Dulce Guatemala, te asesinan los buitres...
LA ESPIRA DEL MIEDO
Los sueños
subterráneos ríos de lava
colándose
por las fisuras de la noche.
Ominosos.
Desde blancas mansiones,
rostros sin rostro
fraguan cuchillos en el hielo.
Sus emisarios
—hidras de mil ojos alternos—
están a la vuelta de la esquina.
Acechan a las puertas.
Socavan la densidad de las paredes.
Sin temblor en el pulso
cercenan el color tierno
y derraman
cal y ceniza
sobre los huesos dispersos.
Con el resplandor de la sangre
han anegado la ternura
dosifican,
de centímetro a centímetro
la exacta cuota de miedo.
Helen Umaña. Nace en la ciudad de Ocotepeque, en el departamento del mismo nombre en Honduras en 1948, pero a la edad de dos años sus padres huyen exiliados por motivos políticos al país de Guatemala, ahí pasa su juventud y se gradúa de licenciatura en lengua y literatura española en la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde también fue docente. En 1981, a la edad de 39 años, Umaña regresa a Honduras ya que Guatemala atravesaba una crisis política. Fue docente de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. También fue directora de la sección cultural Cronopios de Diario Tiempo y La Prensa. Actualmente Umaña ejerce como crítica literaria.