CHRISTINE LLORA A LA PUCELLE*
Y profundamente en su corazón ardiente,
él tomó las cenizas de Juana de Arco
y entonces ella entendió que, si él era el fuego,
ella debía ser la madera…
(…) pero, ¿tiene que ser tan brillante y tan cruel?
LEONARD COHEN
Doncella, el blasón de tu acorazado corazón,
la corona coronándolo;
Doncella,
tu figura cabalgando al viento, la pureza de tus causas…
Domrémy, seis de enero,
nacida como promesa de la Epifanía,
como última y libertaria exhalación de conciencias que habían sido quebtantadas contra los
muros.
Fuiste la niña elegida por Dios para llevar los tres ángeles del estandarte:
uno para encauzar, aún contra el viento, la espiral del río que guiase las barcas a puerto
adverso;
el mismo para imantar la flecha a tendón enemigo;
otro para ondear el silencio en el ara secreta;
uno más para resistir al arcano que, no lo sabías, reclamaría tu nombre.
Seas bienvenida,
la pequeña pastora que logró escuchar el llamado observante del día;
la invocada por las redes extrañas de la causalidad,
aquel deseo que fuese traído al mundo por Beda y Sybila desde el confín del sueño:
la espada en alto de una mujer sostendrá la fe que nos despertará…
Cómo es que esa empuñadura no logró enclavar el ansia inquisidora
como una transverberación que figurase al ángel;
cómo fue, Juana, que no logró detener al verdugo
al perturbarse éste en la transparencia oracular de tus ojos
que le mostrara su cráneo estallado por siempre bajo la mezquindad de sus juicios.
Tus ojos.
Esos tus ojos con que soportaste el resplandor avivado en tu propia carne,
en la plaza Vieux-Marché;
esos tus ojos que no dejaron de mirar la cruz mientras su devoción se fundía con tus médulas,
tu boca deshecha con que aún pudiste clamar seis veces al Salvador como un pequeño
(Jeshus…)
conjuro…
y tu pecho ahorcado por el humo
un estallamiento
tu sangre goteando en el rostro de quienes lloraban tu cauterio
un estallamiento
el grito gutural del tórax
mas tu corazón,
tu corazón tres veces incendiado el cuerpo para que no quedase nada
pero quedaba todo:
quedaban tus venas todavía,
quedaban tus vísceras tus células tres veces el martirio hasta confundirse con las cenizas de
la pira
mas tu corazón,
tu corazón intacto como tu verdad.
Y tú Juana, sola con tu diminuta fe ante los templos de poder,
tú con tus desahuciadas palabras ante la investidura de esas hienas ocultando sus huesos
y ante los rubíes de sus cuencas,
con tu doméstica y salvaje bondad ante aquellas bestias de guerra y tributos
sola,
con tan sólo tu pureza frente a los retorcimientos con los que buscaban confundirte,
acaso llegaste a dudar de tus voces,
si tus voces realmente eran tus Santas,
si era el Arcángel:
“habré interpretado mal su lenguaje,
por qué Majestades tan dignas tendrían que revelarse ante mí”.
O acaso llegaste a dudar de ti misma:
“si fui tentada no por el ángel y si por mi enorme soberbia caí porque sólo amaba mi silueta
cabalgando al viento y era una mentira que quería el bien de mi pueblo;
si falté a mis padres por haberlos abandonado,
si merezco el castigo porque, como dicen todos, sólo soy una pobre mujer”…
Tu soledad en medio de la celda pestífera,
sola, con tu cuerpo estrellado contra las heladas baldosas,
cuánto dolor, cuánto llanto Juana mía,
¿habrías llegado a maldecir a ese tu rey por haber sido indigno del Orbe que Dios puso entre
sus manos debido a tu estandarte?
(espero que sí, por la maldición intrínseca a sus miserables restos):
“no mi delfín, tú no puedes abandonarme porque soy la doncellez dicha por los profetas;
no debes, rey mío, porque también fui tocada por el sol que te coronó en Reims,
no debes, no puedes,
no tú, mon roi”…
O habrías dudado, Juana, de tus ordenanzas:
“desobedecí a mi príncipe y altiva libré las batallas que me había prohibido;
nunca debí ataviarme la armadura anómala, el yelmo informe,
pertrechos de los hombres
ellos,
nunca debí desafiarlos” …
Ay, Juana mía…
Sola, con tu inocente y no sabías que fatal, causa de Dios.
Cómo podías saber que la puerta que casi cercenó tu rostro, negándote sólo a ti la entrada a la
fortaleza auxiliadora,
fue cerrada por voluntad de ese reyezuelo bastardo o por su madre reptil (cuya estirpe, que ya
no reina en el futuro, ha sido y será maldecida al haber derramado tu sangre),
o por los babeantes gusanos de la corte
o por todos;
sola, en Ruan, con tu desquiciante soledad,
en esa torre;
cómo podías saber que eras ya una profecía inservible,
una virtud incómoda;
que tus cenizas eran la moneda de cambio ante los pactos.
Sola con tu desamparo en medio de tu calcinación:
“Señor, por qué me has abandonado”…
No Juana, Dios nunca te dejó.
Yo, Christine, sola (seulette suy…), en la soledad de mi clausura, entregado el esplendor de
nuestra tierra,
aquella por la que luchaste,
al extranjero y al blasfemo traidor,
y con el sólo consuelo de ver a mi hija aquí, conmigo, consagrada al Eterno,
en la hora oscura de mi desaparición, te digo que fuiste mi gran esperanza,
la piedra preciosa de mi ciudad interior donde todas nosotras viviríamos salvas y salvadas;
cuánto dolor, cuánto llanto si antes de haber escrito mis últimos versos,
por supuesto dedicados a tu gloria,
hubiese sabido de tu hoguera a manos de esos mismos que condenaron mis dichos, los mismos
malditos por la eternidad que años atrás destruyeron también por fuego a otras hermosas
damas y a sus hermosas obras.
No, Juana, Dios siempre estuvo contigo.
Ahora que habito, junto con mi hija, esta Ciudad del Cielo,
sé que Dios tomó en sus manos tu corazón,
ése tu corazón ignífugo.
Yo, Christine, abro de par en par las puertas del castillo amparador a ti y a ese tu corazón que
será la llama viviente de nuestro altar,
tu acorazado corazón,
la corona del tiempo coronándolo.
Amén.
Ciudad de las Damas, Reino de Cielo, Abadía Celeste de Saint-Louis de Poissy.
* Christine de Pizan (1364-1430) fue la primera creadora en occidente que vivió de su escritura. Hija del físico y astrólogo de la corte francesa de Carlos V, recibió una formación impensable para una mujer en ese tiempo. Posterior a la muerte del rey y de su padre, queda sola, a cargo de tres hijos y de su madre, y sin patrimonio, puesto que las mujeres no podían heredar ni administrar bienes. Sin embargo, supo ganarse el apoyo de mecenas y empezó a crear su obra desde su espacio personal llamado Estude, que puede ser considerado el antecedente del Cuarto Propio de Virginia Woolf. Es precursora del feminismo, como afirma Simone de Beauvoir y como tal, se enfrentó, a través de su pluma, a las autoridades eclesiales, intelectuales y políticas masculinas de su tiempo congregadas en la Universidad de París (el mismo conglomerado que, cien años antes, había exterminado a Los Templarios y quemado viva a la beguina y mística Margarite de Porete, junto con su tratado El espejo de las almas simples, por herejía) para defender a la mujer. Una de sus obras más importantes fue La ciudad de las damas (1405), en la que construye una ciudad metafórica donde tuvieran cabida y resguardo, todas las mujeres notables de la historia hasta su momento. Contemporánea de Juana de Arco (1412-1431), padeció también los horrores de la Guerra de los 100 años. Acogida en el Monasterio de Poissy, junto con su hija, recupera la esperanza de que su lucha a favor de la mujer no fue en vano, al ver crecer la figura de Juana y escribe su último poema en honor a la Doncella. Quiera la Gracia, como dice su biógrafa, la medievalista Regine Pernoud, que Christine haya muerto sin enterarse que Juan de Arco fue pasada por la hoguera, por esos mismos jerarcas de la Universidad a los que enfrentó.
Claudia Posadas. México. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Fonca-Secretaría de Cultura, 2011 y 2016. De la misma instancia ha sido becaria en el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas para Chile (2008), en Jóvenes Creadores en Poesía (2000-2005), y en el Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales con una investigación sobre literatura iberoamericana contemporánea (2002). Ha publicado La memoria blanca de los muros (1997) y Liber Scivias (2010), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009, reeditado por la UNAM (2016). Poemas y ensayos de su autoría, además de entrevistas con autores hispanoamericanos de primer orden han sido incluidos en antologías en América Latina y España. Su más reciente publicación es Carmen Berenguer. Plaza tomada. Poesía, 1983-2020 (Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2021), selección y prólogo suyo y nota preliminar de Julio Ortega.