ARS POETICA
A Mario Marcel
Olvidándose de la niña afable de su señorial aurora, la poesía entra al taller del poeta a las cuatro de la mañana. Viene ebria, desvelada, con los senos poseídos por muchos tactos, fulgurante/ se nota que viene haciendo alarde de haberse actualizado en aquel instante de estupor.
El poeta, que había pasado la noche entera jorobado bajo una lámpara con una efigie de la susodicha, sin mostrar rencor alguno por el rabillo del ojo la mira, la tasa. “¿Y de dónde carajos vienes tú?” le pregunta, mientras escribe algo o finge que algo escribe. La poesía nota que el muchacho que la impreca se siente verdaderamente herido. “Espérame un ratito,” contesta ella con un aire que es híbrido de conmiseración y picardía, “tengo que ir a mear. Cuando regrese te hablo.”
El poeta la ve entrar al baño –incrédulo- oye que tira de la cadena del retrete haciendo bulla la inconsiderada y sin pensar en el recibo del agua. El pobre hace un esfuerzo sobrenatural para no ser impulsivo (y aquí no sé bien si me explico). Ella sale risueña, cósmica, con lápiz labial de nuevo, rehidratada. –“Perdón,” comienza a decir, segura de sí misma, “¿cuál era la pregunta? ¡Ah, sí,” finge acordarse, “que de dónde carajos vengo… pues mira,” proclama ahora sí, poseída de sí misma, “si de veras te interesa que te lo diga te lo diré de una vez por todas: vengo de andar con la gente. ¿Y tú?”
OS QUIERO HABLAR
Os quiero hablar
del descenso a la villa
situada en esa orilla blanca
que antecede al corazón.
A pique voy, enrumbado
besando la magnitud
de la caída: no hay remedio.
En sus amplios reflejos
la semilla ardiente quisiera retenerme
caracoleando oleajes y espejos
ecos que se pasean por un largo sendero.
Luminosa es la certera tiniebla con la que arpeo
junto al cantar del río.
Quedan sobre el rastro pájaros labrados de noche
labrados con el cuidado del ridículo que sueña
con menos estrellas neuróticas
para que la heredad quede libre de cabangas.
ΨΥΧΉ
Menuda y sola
amplifica tus ganas de saltar de cuerpo a cuerpo
iluminando los caminos.
Limpia la risa
y se gofra en estandartes primaverales
que de heridas pasajeras
no se acuerdan.
Embistiendo a fuego lento
contra el mar entorpecido
encadena sus locos sedimentos
en la música y en el vino.
A veces tiento de amor
que desemboca en arrullos
donde menos la tierra canta.
Frente de sol, desnuda mirada
que te deslinda del tumulto
para darte un tramo de luz
Incendiándote
Incendiándote
hasta incendiar lo muerto.
EL SER HUMANO DE MAÍZ
A veintiséis millones de años luz
de nuestro incomparable planeta
yace el centro de la Vía Láctea
un vasto y misterioso Agujero Negro
que es la madre de nuestro Universo.
De ahí nacieron nuestros astros
los dioses y las diosas
a quienes debemos adoración.
Nuestro corazón fue amasado
con manos de delicada estrella.
En la densa noche sin ayer de los dioses
Tepeu y Gucumatz se sentaron
a soñar, a pensar, a crear.
Después de haber creado el orbe
se sentaron a fumar y a crear más.
Viendo que todo lo hecho era bello
regido por el sol, la luna y las estrellas
algo les hacía sentirse huecos
pues un gran viento doloroso los recorría
trepidante desde la garganta hasta los huesos.
Los dioses estaban solos en el Universo.
“esto no puede ser” se dijeron “somos
Inmortales. Para no morir solos
necesitamos de quién nos añore,
nos obedezca y nos de su adoración.”
La lumbre de aquella antigua noche
estaba por extinguirse, lo cual significaba
que pronto amanecería, irremediablemente,
y si prestos no se ponían manos a la obra
los dioses morirían aplastados por la soledad.
Desesperados cogieron un poco de barro,
agua y flores de un monte. Moldearon
una hermosísima mujer y un hombre.
Les dieron aliento y ellos anduvieron
pero eran brutos y no podían hablar.
Rápidamente los destruyeron
y cogiendo madera virgen tallaron
con sus alientos una hembra y un varón
que rápidamente se propagaron por la tierra
pero no sabían quiénes eran ni de dónde venían.
Igualmente, aquellos seres sin conciencia
ni memoria fueron destruidos sin piedad.
¿De qué servimos en nuestra inmortalidad
si lo que creamos de algún modo se desmorona,
si no hay luz en ello ni pensamiento ni habla?
Tepeu y Gucumatz bebían posh y mistela
y veían morir la flama del antitiempo.
El tiempo los fisgoneaba con anhelo:
iba a inmolarse y no había humanidad
que salvara a los dioses en el Universo.
En eso estaban cuando Gucumatz recibió
un súbito ramalazo de inspiración. Al fondo
de su jícara de posh vio que un grano de maíz
pulsaba con un fulgor inimitable
con el color esperanzado de los rubíes.
“Con este grano de maíz voy a inaugurar
la sangre humana” le dijo a Tepeu.
Tepeu le respondió “¿por qué parar ahí?
Anda y busca maíz blanco para que hagamos
la carne, los ojos, la memoria, la lengua.”
Y así fue como uno hacía vísceras y venas
mientras el otro hacía huesos, ligamentos,
cerebro, músculos, cabellos, pectorales,
manos, piernas, ojos y lengua
y dieron su propio pulmón a todo aquello.
Con la seguridad del soplo divino
la criatura humana se levantó
de entre las manos de los creadores
y pudieron verlo todo simultáneamente
y asustaron a los dioses con su inteligencia.
LIRÓFOROS NAPOLEÓNICOS
“No está en venta mi poesía”
dijo un poeta a los empresarios
de su país. “Y decínos: ¿qué aporta al país
uno sólo de tus versos?” inquirieron.
“Un mundo mejor, pletórico, sin abismos.
Un rostro esplendente del país.”
“Por ello te damos 24 horas, muchacho,
para que aceptes nuestra oferta: un millón
de meretrices y manjares a cambio de tu voz.”
“¿Cuánto es eso?” preguntó el liróforo
“Lo que tú nos dictes” le respondieron.
Después de la hora del ángelus
los empresarios recibían la firma
con la que se privatizaba una poesía.
HONDONADA
Con la misma sencillez de las cosas nobles
de la rosa seca e intrínseca que me vigila desde los libros.
Con la misma sencillez de un aura
de la tierra a la hora del alba o el espanto
Habré de levantar mis manos hacia el casto cielo
buscando ahondar en la hermosura.
Tendré que aumentar las esperanzas y la música
y la serenidad de tus imágenes de manera despiadada.
Tú lo sabes bien.
En la remota soledad que desgasta a los hombres y los siglos
Habrá de prevalecer un nicho recurrente
al cual hoy mis ojos y mi nombre sólo han podido bosquejar.
Por ahora quiero que lo sepas:
Estoy muriendo despacio aquí, tan lejos de ti.
En la tarde rueda y punza con fulgor
el corazón agreste de las palabras
y la precipitada furia de tu ausencia.
Yo apenas y alcanzo a saber dónde esconder el alma
para que no me sigas arrollando.
Hay músicas borrosas y lugares en mi memoria
que indudablemente siempre me hablarán de ti.
Casi como una bendición aterradora
siento que a mi alma algo de ti la sigue poseyendo.
Quisiera destruir a veces mis memorias
y ahogarme felizmente en la agonía.
Busco pausada resignación y descanso.
Busco terminar domesticado y sin más preguntas
al hablar en la tarde solo…
con mi ilusión multiplicada en los espejos.
TRABAJAR JUGANDO (O JUGANDO A TRABAJAR)
“Adivinad los ángeles que bailan
en un pecho de niña.”
Hugo Lindo
De hierro y roja es la pala de la niña.
En sus manos maneja Dios los jirones
de la inocencia. Es consabido: la amargura
y la barbarie son defectos del adulto.
La niña empuña una pala roja y de hierro
bajo el cielo norte y primaveral.
Con ella desbroza el patio de sus zarzas
y los hierbajos junto a la poza de hielo.
Alegre, aún entre la escarcha rezagada
de las últimas nieves de febrero,
nada, o casi nada, saben la niña y su pala
del árbol y del llano a perpetuidad meditando bajo la lluvia.
Sin crear asuntos el muñeco hecho de pan jengibre
cohabita con el dinosaurio, con el unicornio,
con el centauro, los alebrijes, los pardales y el león
en los infantiles meridianos de la niña.
Nada, o casi nada, saben la niña y su pala
de una república hecha de jocotes y de marañones
de zapotes rotos en el suelo (cremoso sustento)
Dulcísima república de Sihüahuét y su dominio.
Hay un día para todos sin cielo y sin infierno
un momento de oro sin ladrón y sin envidia
un paréntesis intocable y sacrosanto cuyo sol no muere
Ambrosía para siempre en el lagar de la ternura.
A pesar del cansancio y la fugacidad del instante
la niña con el ruido de su pala ha roto los relojes
y el choque eléctrico de ese hierro contra el suelo
me ofrece la razón del universo… ¡a saber!
Ario E. Salazar (El Salvador). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Es autor de los libros de poesía: Ariodicciones (1997) y El amor de los padres y otros poemas (2014). Ganó el premio Ventura Valdez de Poesía en Castellano del Montgomery College en 1995 y 1997. Sus poemas, cuentos y ensayos han aparecido en revistas literarias de los EEUU y El Salvador. Ha desarrollado una intensa labor de promoción cultural y literaria en los Estados Unidos a través de iniciativas multiculturales como el Mission Arts Performance Project (MAPP), un evento bimensual que se realiza en las calles del barrio de la Misión, San Francisco, California.