DESDE LA ORILLA CONTEMPLO TODO
I
En ti reposa todo, universo con marañas, hecho de preguntas.
Eres una nebulosa incapaz de responderse a sí misma,
un tejido enmarcado por el cosmos multiplicado con el tiempo.
Después de la nada, abre la gigantesca energía su gran boca
y deja salir una carcajada.
El eco se desfigura y cristalino pregunta:
¿Cuál es el sentido de la existencia?
La respuesta está reflejada en cada brote de vida, de nada y fatalidad,
entonces el silencio cae congelándonos.
La bóveda solo arroja su telón como guillotina sobre nuestras cabezas.
Al caer resuena el aleteo de una libélula
que presagia ausencia de respuestas.
Esa risa naciente de sus profundidades nos golpea.
II
La muerte se balancea con la sombra de cada mortal,
oscila infinitamente en el mutismo de cada difunto,
en el frío que fluye a través de las cordilleras de cada aurora
y se agita en las columnas de las estaciones.
Parece que quien nos cierra los párpados
no se mueve a la orilla, está al lado, al costado,
dispuesta a alcanzarnos a cualquier hora.
Nos respira en la piel,
a la vez que visitamos otros mundos en silencio
y la noche con sus soledades se levanta muerta.
Late y es murmullo que sabe ser un grito,
la verdad del camino navegable
y de quien no se espera otra cosa que el naufragio.
III
En la rugosidad del universo busco a mis ancestros para transformarme, persigo todos sus espíritus levantándose crueles con su puñal en el alba, pero se esconden en mí, al caer la oscuridad y se hacen sombras. Veo en sus pupilas el deseo de hundirme la daga en el pecho. Los antecesores de mis abuelos, todos abren la boca y expulsan una carcajada en la distancia de la mar que me rodea, de las olas luchando por ahogarme.
Conocen los abismos que ahorcan, los diluvios de quienes huyo para no asfixiarme en sus espejos que persiguen desde siempre mi espíritu. En esa ventisca rompen contra mis arrecifes y temo ser desterrada de mi propia nada.
IV
El amor, parábola vestida de rosa, que con el devenir muestra sus incisivos; sus garras abalanzándose sobre las carnes, hieren las profundidades del espíritu. Todo muere en el momento de nacer y la nada nos sigue hasta desvanecernos. Paradoja de lo bello, pero eternamente doloroso. Espejo de todos nuestros ancestros abriendo bien los ojos, recordándonos que solo un abismo nos espera.
V
Dios murmura que la soledad
es la única compañía de los mortales.
La muerte, el aliciente para seguir respirando.
Al fondo se avizora un túnel
a un mundo de descanso, a otro universo.
En Dios está el origen de cada cosa, el origen de las preguntas,
el origen imposible de las respuestas;
el misterio que nos persigue y el orden que nos atraviesa.
El principio de los ancestros que se revuelcan en su energía
y se devuelven en el espejo que somos
sin darnos la posibilidad de huir,
de escondernos del tejido del tiempo
y de las redes enmarañadas que se construyen a su paso.
VI
Los bosques los frutos, la tierra los cultivos,
el mar los ríos, los astros el sol
y los seres que fecundan bajo este cielo
son los dioses de los hombres, de la historia de la humanidad.
En ellos está inmóvil el principio, los secretos que levitan en el espacio
y se confunden con una estrella fugaz.
Esos misterios que se pierden en un agujero negro
hasta desaparecer en los conductos del tiempo.
VII
Los instintos brotan de la naturaleza: paradoja del ser.
Hacen de los hombres: salvajes, que se hunden
en un abismo rojo y en la fatalidad del movimiento.
No queda nada más que nosotros mismos al final,
tragándonos por pedazos a nuestra propia madre.
Somos Cronos comiéndose a su hijo.
Nada más que aves de carroña.
VIII
No queda sino uno de los grandes enigmas de la humanidad:
Exterminamos lo amado, somos canibalismo en el estado más primario. Paradoja surgida en el umbral de los ancestros, en el orden primigenio de Dios y sus leyes. El universo no es más que un pájaro herido golpeando sus alas contra los hombres y escupe una carcajada que resuena en el eco del cosmos.
SOY UNA HUÉRFANA
De vuelta sigue existiendo el mismo inhóspito mundo,
un universo de memorias que caen y eclipsan el presente.
Todo sucumbe sobre mí como una sombra, todo el mundo
desplomándose como el grito herido de los arcángeles.
La ciudad, un innegable monstruo,
hunde mi ser bajo millares de hojas ennegrecidas.
Yo una simple tripulante que nadie quiere ver,
una desamparada de esa tierra que arrojó mi ser
a un destino imposible.
Carolina Cárdenas Jiménez. Poeta, escritora y editora colombiana. Docente y tallerista de Creación Literaria. Fundó la revista literaria Gavia de la Universidad Distrital (2005), la cual dirigió y editó. Finalista del Concurso de poesía Nueve editores (2021) con la obra Después de la nada. Premio Internacional de Poesía, Rostros para autores con un rostro. Accésit, con las obras Ninguna tierra me habita Y sin embargo soy (2018). Ganó el concurso de cuento Estímulos a la Creación Artística (Kennedy, 2006) con el libro Parajes inesperados. Ganó el segundo puesto en el II Concurso Nacional de cuento El Túnel (2011) con el texto A la deriva. Finalistas en el Concurso Nacional de Cuento La Cueva con el texto Mañana será otro día (2012). Publicó Somos náufragos (2013). Su obra ha sido becada, premiada y publicada en revistas, libros en el Salvador, Colombia, Argentina y Cuba. Columnista en el Periódico El Mañana en México y Tres mil suplemento Cultural del Salvador. Actualmente, columnista de un blog en El Tiempo, periódico de Colombia y Directora editorial del Portal Cultural Quira medios.