23 Nov 2024

44. SEBASTIÁN MIRANDA BRENES. ALELÍ PRADA

-18 Ago 2021
Crítica

 

LA NIÑA DEL BOSQUE: RESEÑA DEL LIBRO CUANDO LLUEVE SOBRE EL HORMIGUERO DE ALELÍ PRADA.

 

por Sebastián Miranda Brenes

 


el agua tiene un lenguaje de memoria
ALELÍ PRADA

 

Siempre he insistido en algo cuando me preguntan por qué leo poesía, qué busco en los libros, y cuando medito una respuesta inteligente, que no se vuelva cliché, llego a la conclusión que en la poesía uno puede llegar a mutar, o a reencarnar, y literalmente ser otro.

 

Con la prosa muchas veces esto no pasa, puesto que uno puede convertirse en un voyeur que sigue la vida de un personaje, un tipo de semidios que se percata de los detalles de la vida del otro. En cambio, la poesía nos permite ser ese a quien leemos.

 

Esto lo recalco, pues tuve la oportunidad de leer el libro de la poeta costarricense Alelí Prada, Cuando llueve sobre el hormiguero, y desde la dedicatoria para aquella quien dejó todos los pinos en su montaña, fui una niña sola en medio de un bosque, lleno de niebla y con el terreno mojado por un reciente aguacero, y caminé descalza entre los arroyos que estuvieron secos como si fueran calles que llegaron a bautizarme Soledad (algo así cantaba Chavela Vargas).

 

En esta travesía jugué con otras niñas selváticas que me recordaron que los paraísos más bellos/ están alrededor de los volcanes, algo que quedará grabado en mi voz y que será una certeza que me llevará a buscarlos entre los senderos y los cráteres.


En el bosque fui creciendo protegida por lobas que me enseñaron a componer mis propias canciones y a atarme los zapatos, a conseguir comida deslizándome entre sofás ajenos, y a atravesar la ciudad como un si fuera un simple lugar donde se derrumban los relojes, para entrar de nuevo a mi habitación de niña, a través de una ventana, para sacar los corazones del baúl y aferrarme a los recuerdos que me calientan.

 

Cuando salí de mi casa de nuevo para regresar al bosque a seguir encontrando más melodías, me vi como una mujer de dedos callozos por las cuerdas de una guitarra que tocaba como si fueran las hojas de los árboles en donde se acurrucan cientos de cuerpos desconocidos; y quienes me señalan como si hubiesen caminado conmigo o bebido el agua de las nacientes a la par mía. Yo les grito que no me molesten, que vayan a limpiar sus rincones oscuros, y que no entorpezcan mi camino, pues ocupo regresar a donde silba el viento

Cuando volví la vista sobre la ciudad que iba dejando atrás, y que antes me aterraba por tanta enormidad, solo llegué a observar casitas de madera llenas de títeres que fueron consumidas por el fuego.

Así volví a internarme al bosque, y volví a ser la niña guiada por la música de las aves y por el olor a liquen. La pequeña que descubrió las texturas que le despertaron las palabras, y que guardaba metáforas colgándolas de las telarañas, para ir, como un caballo desbocado, a mancharse de moras las manos, y ya saciada a buscar el pelaje del jaguar para que me durmiera con su ronroneo.

 

En el bosque también aprendí que la lluvia nunca pide permiso y tal vez, solo ella, sea quien pueda limpiarme el llanto, antes de declarar mi manía por perseguir paisajes, de buscar flores que se abran por las sendas, de espantar las moscas de la comida servida, de acariciar lo sólido del barro por unos cuantos segundos, de tomar las ramas como trapecios, y de buscar, todos los días, el camino que me conduzca a encontrar al niño de azúcar que tiene entre sus manos un anturio blanco.


Cierro el libro, y es como si volviera a salir renovado del bosque, siendo una mujer errártica que se lavó la vergüenza en lagunas volcánicas, y que lleva consigo la sabiduría del musgo, el cantar de las piedras y la música de los ríos que aún, lejanos, los escucho.


Supongo que resulta la mejor opción, salir a nadar en lo impreciso de una ciudad que se vuelve loca ante el agua, y que sus habitantes parecen hormigas, cuando les llueve sobre el hormiguero.

 

 

VOLVEREMOS

 

Volverán los abrazos.

Pero, esta vez, quemarán de tanto frío

que guardamos en la alacena,

de tanto tibio que guardamos en suspiros.

Volverá todo más musgo.

Y las texturas despertarán palabras

y en la palabra

        estarás

                   vos.

 

 

MADERA SOLA

 

Y entonces entiendo.

Entre tanto eco

sentís miedo de tanta enormidad.

Y sos pequeño y sentís gigante todo.

Tenebroso, pero familiar.

 

Veo que recordás con la garganta

eso de espantar las moscas de fruta en

las naranjas olvidadas,

eso del reacomodo nostálgico de los muebles.

Y ni siquiera te das cuenta de qué

tanto movimiento han creado tus manos.

Lo ignorás con la miseria que sentís en las costillas.

No te das cuenta.

No querés.

No te das cuenta.

 

Es mentira eso de que podemos escapar.

Porque volvés a dejar los cigarros

desordenados por la casa;

sin reparo a que los transeúntes

se los encuentren barriendo la terraza

o re-acomodando tus vasos de whiskey.

 

Entonces la madera vuelve a oler a frío

y a sopa recalentada.

Y ahora hay más polvo,

más espacio,

más preguntas que recorren la casa

y se esconden entre las hojas secas

que nadie saca de las macetas.

 

Has aprendido a hablar con los individuales

y los controles del equipo de sonido.

Se te confunden los cuadros

y las máscaras con las escafandras.

Tampoco limpiás las telarañas,

te parece hasta metáfora que se acurruquen

en las mandolinas,

para que no hablen,

para que dejen de gritar.

 

 

VISITA A CASA

 

Hubo un momento en que estas paredes

podían habitarme.

 

Cuando me dibujaba la infancia

y las dormilonas tenían ahogada

la nostalgia de las pezuñas

de los caballos maltratados.

Cuando volvía con las manos manchadas de moras

debido al claro olvido de una bolsa.

Cuando la lluvia en mis botas

parecía más alta que la tapia.

Igual me empeñaba en creer que podía saltarla,

que podía huir de los morisecos

y de los tréboles amargos.

Cuando había tan poco que al menos encontraría

alguna gaveta llena de arañas y algún objeto sin nombre.

Y las ruinas visibles acampaban

en la punta mal hecha de los lápices

y en las bisagras de las bicicletas rotas.

 

Pero hoy he vuelto,

con maletas herrumbradas,

saludos de inquilinaje y preguntas generadoras.

Intento no vomitar

por el olor a muerte

rodeada de ventanas,

de manteles floreados cubiertos con plástico.

 

Ahora los anturios han sido deshojados

por híbridas repisas con matas marchitas

y herramientas de taller.

Ahora los almohadones fríos y con olor a talco

lloran por los anteojos que no pueden

pescarlos en pleno empañe.

En esas gavetas hay utensilios que no reconozco,

que no termino de masticar.

La savia seca de las tinajas de barro

creen recordar la fe del romero

que ha sido remojado por tercera vez,

a ver si la tierra del patio,

en esta ocasión, le dice que sí.

 

He vuelto

y, aún,

el guardabarranco suicida del cuarto de pilas

insiste en recitar las mismas palabras.

 

 

DE LA LLUVIA

 

El problema de la lluvia

es que no pide permiso.

 

No tiene misericordia con los deseos,

ni con los cuerpos que tardaron años

en conseguir una gota de estabilidad.

 

No conoce la filantropía.

 

No le importa tu currículum.

 

Te aplasta equitativamente.

 

Entonces toca abrir todas las jaulas

y dejar la savia escurrirse en los barrotes

hasta que una estampida de caballos salvajes

pueblen los huecos que dejó el granizo.

A ver si su violencia lubrica un poco

ya sea el candado,

las llaves

o el cerrajero.

 

Confieso que me hundí en la discontinuidad líquida.

Resbalé en un imperio bochornoso,

titubeante,

húmedo,

trastocado.

 

Donde el agua consume todo el ecosistema

y la plasticidad no funciona,

no aquí.

No donde el día perdió su rostro.

 

Yo nací nadando

en lo carnavalesco de las propinas,

en la torpeza onírica,

en la médula de lo necio.

Han intentado turismo numeral

en mi espalda y en mis piernas.

 

Pero no soporto los trámites,

son una burocracia parasitaria,

encadenada a la temporalidad.

A mí nadie me ha limpiado el llanto.

 

Yo me escurro sola.

Me tiendo en los cables del patio

y me dejo secar.

 

Y vuelvo siempre

a la imprudencia de mojarme de nuevo.

 

 

EL ALMA DE LOS POETAS

 

A mi manada

 

Salen de agujeros mal tapados tapados tapados

y proyectos no alcanzados cansados cansados

que regresan en fantasmas de colores colores colores

a pintarte las ojeras y pedirte que no llores.

LEO MASLÍAH

 

 

Dicen que andan robando crayones

Que corren por los pasillos y botan los adornos

porque les resulta placentero pegar los pedacitos.

Dicen que son relámpagos,

que no importa cuánto corramos,

el tiempo siempre vuelve para jalarnos los pies.

 

Dicen que hacen fogatas alrededor de la demora y

zapatean con los quizás que quedaron

en los papelillos improvisados.

Son nubes rodantes en el cielo

que juegan a mapas y tesoros.

Se enamoran al propio y lloran

en las lápidas con elegías en las manos.

 

Salen a juntar abrazos en las calles

y vuelven con el pecho astillado y, revoloteando,

abren agujeros en vez de puertas.

Y dijeron que les vieron llorar en las ventanas

y en los muebles.

Y cuando se van, vuelven hechos ángeles tristes

que tiñen con demencia las paredes.

Son valientes por miedo a la cobardía.

Son papalotes que viajan abiertos, sin folio.

Cuando encuentran un retrato solitario

sacan sus pinceles y explotan a colores.

Y, en caso de ser necesario,

se apuñalan el pecho para succionar

lo que les quede de tinta.

 

Alelí Prada es una cantautora, poeta y compositora costarricense. Estudiosa, creadora y entusiasta de las historias, las ideas y los sonidos. Ha participado en diversos escenarios artísticos, desde teatro, música coral, música original, interpretación de canciones, oratorias, recitales de poesía, entre otros. Hoy desarrolla su proyecto como solista con música original y producción literaria. Recientemente, sacó su primer sencillo “Animal” junto a la cantautora colombiana Laura Román en plataformas digitales; anticipando un EP del presente año. Algunos de sus textos se pueden encontrar en la antología “Y2K” de la Editorial Estudiantil de la UCR, en “Desacuerdos”, antología publicada por el proyecto Escritoras Aflorantes, la revista Liberoamérica, Oxímoron, Atunis, entre otras. Cuando llueve sobre el hormiguero (Nueva York Poetry Press) es su ópera prima.

 

 

Sebastián Miranda (Costa Rica, 1983). Escritor y gestor ambiental. Ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía de distintos países latinoamericanos. Poemas y ensayos suyos han sido publicados en importantes revistas electrónicas, como Vallejo&Co y New York Poetry Review. Ha publicado los libros: Antimateria (Colección Cuadernos AmerHispanos, San Luis Potosí; México, 2013). El sudor de la morfina (Fruitsaladshaker ediciones, Costa Rica 2020) y está por publicar el libro El colibrí dibuja fractales (libro-arte, Dodo ilustraciones, Costa Rica, 2020).

 



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