CHILLA POR JUAN GONZALO ROSE
Usted se equivocó, los labios alargan sombras,
las sombras mueven túneles, y los túneles
ahogan, no dan reposo, atormentan, piden ron.
Revientas en la penumbra y ahora sí nadie se mueva.
No hay sitios mejores, solo estos.
Cruces que gritan más dolor y horas consumadas.
Otras esquinas hablarán mañana.
Pero hoy quedará en el poema sin dientes, amarillo.
Y le doy el Vistobueno de la caída.
Le doy solo trocitos de su hacer endiablado.
Revientas en la penumbra y ahora sí nadie se mueva.
Pero hubo hora y media de trenes.
La fugaz víspera donde se destruyó.
Y bombardearon a discreción esas habladurías,
mañaneros polacos en el argot chinesco,
abrevedando pasteurinas y conejitos,
abrevedando almuerzos y esa jaqueca imbécil de la tarde,
cholos pal caldo, mostaceros, arrunáteguis y apesteguías
y la habitación en los 10 meses sin cancelar
y los hipos, el mal humor y la colcha ensangrentada
los hijos de puta, carajo, faltó alegría
hasta con la fornicación y ahitá, 5 chinas, 6 zambas
y 4 trenes dejándote callao en 5 rayas.
Maricones, quiero verte, perdición, mejor no digo nada,
y cielos rojos y vísperas de pisco y jazmín.
Ahora quiero verte, 3 sapos, 3 patos, psicoanalistas
de pus, lapiceros babeados, cultura, oración, Che Guevara
y palomillas multiplicados, al hombro jadeantes y masticados.
Y yo lo lloro, Juan Gonzalo, repuchos trágicos y flagrantes
delitos cocidos, un tanto hazañas, salpicón de máscaras
y ritmos, cartílagos, conejitos y niños, niños sin camisa,
sin zapato, arrebatos, no sé qué cosa, una peña,
un millón, mucha soledad, mucho humor, al costado, aquí
junto,
y 3 patos, 4 cuadras, 5 cuadras, aquí juntito, también humor,
tampoco cariño, también amor, está bien, tiene que seguir,
para adelante es la cosa, esa playa de estacionamiento,
gordito pelao para meterle cabeza frente al Superba,
y las cruces que gritan más dolor, más sufrimiento,
(el ron se pone a 8 mil, la cerveza a 3,500)
las deshabitaciones y este largo berrinche, y no es su culpa.
Las 3 de la mañana.
Las 5 de la tarde.
Las 6 del desprecio.
Las disyuntivas de ojos.
Y microcosmos, miradores, desposeídos, huraños,
solitarios, vagabundos, pobres, tísicos, muertos, asesinados
Perú gritan sus pulmones y sus branquias amor.
Las 34 y media.
Las 89 y media.
Y 3 zambas, 3 chinas, 4 trencitos.
Talán, talán, talán, la misa, los maletines culpables,
la defensa de la sierra, de los cerros poblados,
y zambas, más zambas, más encierros, más balas, más sogas,
y usted ya no ya, usted ya no
cara a la muerte, pero antes al hospital y después
el desafío al lento carromato fúnebre que lo espera.
Que para qué estoy aquí y no los cuervos.
Que para qué, para soñarlo y no los cuervos.
Estoy aquí para besarlo, y nadie se mueva.
La noche tragó después el alma.
Pero ese ya es otro poema.
RIMBAUD EN POLVOS AZULES
Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos
setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de
botines marrones.
Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a
la huelga
de los maestros y en una penosa marcha de los obreros
trabajadores
de calzado El Diamante y Moraveco S.A., reapareciendo en
la plazuela
San Francisco dándole de comer a las palomas y en un
cafetín donde rociaba
migajas de pan en un café con leche mientras entre atónito
y estupefacto
releía un diario de la tarde. Las personas que lo vieron
aseguran que denotaba
cansancio y que fumaba como un condenado cigarrillo tras
cigarrillo.
Pálido como una Hermelinda, de contextura delgada, entre
las manos portaba
un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la
mano pidiendo la cuenta.
Pagó 13 soles y 50 ctvos. y luego partió y una muchacha al
reconocerlo le tendió
la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió
invadiéndola
de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en
esos momentos
contemplaban la escena —serían unas 15, de 20 no pasan—
reunidas bajo el toldo
de la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo
Arturo, Arturo Rimbaud.
Y sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el Jr.
Leticia hasta la calle Caquetá
en el Rímac. Casi todos los que se encontraban reunidos
coincidían en afirmar
que su aparición podría traer funestas consecuencias al
sistema y al orden
establecido y que mejor era dar parte a la policía. La
descripción que de él
dio un político coincidía con las que se dan para atrapar a
un maleante.
La del empleado del Ministerio de Educación fue que en su
abundante cabellera
pendía un turbante turco y una argolla de bronce aparecía
en una de sus orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió
amenazadoramente aseverando
que todos ellos estaban siendo alienados y que más bien
había que cumplir
al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo
Rimbaud «Hay que cambiar
la vida» para lo cual había que destruir todo un sistema
inhumano injusto y atroz.
¡Linda manera de hacerse oír!, terció la voz de un anciano,
y un muchacho
de secundaria dijo: ¡Buena tío!, y la muchacha que fue
invadida de luces
anaranjadas extrajo un lápiz de labios de su cartera
corriendo hasta llegar
a un muro donde inscribió esta significativa palabra:
FIN
EL LAMENTO DEL SARGENTO DE AGUAS VERDES
Nací para el lado que da a la calle Plateros
entre la niebla diluyéndose en gritos y el meridiano
de las noches blancas donde mi único sueño era
llegar tan lejos hasta convertirme en el rey de estas calles.
Lo único que me mostró mi tiempo fue un color indefinido
de bardos o cantantes criollos cubriendo la ciudad
con sus voces sonoras narrándonos historias
envueltas en un follaje malogrado y perjudicial.
Ya cansado de una vida sin posibilidades
a los 18 años parecía un hombre ya acabado
y la prueba de ello es que vagamente recuerdo
los rostros de mis seres queridos mis compañeros
de infancia los lugares recónditos donde mi alma
vagaba solitaria y tantas y tantas cosas sabe usted.
No pararía de contarle amigo sobre mi vida.
Es cierto que esta cerveza babeada ha servido
para barajar para borrar la parte oculta
de una vida de 64 años.
Y
qué cosas fue las que no hice amigazo
cuando cumplí los 15 años, muchachito
pipiolo sabe usted, mis familiares me condenaron
a vivir por mi propia cuenta y riesgo.
Fui mozo de restaurante en La Victoria
cargador de bultos en La Parada
reencauchador de llantas en un grifo perdido
por veinte soles me dejaba agarrar la pinga
comí arroz con huevo sobre un periódico
que luego utilizaba para limpiarme el culo
para qué más puede servir un periódico hoy en día.
Y
me vi envuelto en un torbellino de horrorosas tentaciones
francamente no sé cómo estoy todavía aquí conversando
con usted.
Largos años son los que me he salteado pero a la memoria
me viene una mujer con la que conviví durante años
y que ya no he vuelto a ver.
Ella era una esbelta morena de abajo el puente
su padre tenía una encomendería en la calle Petateros.
Tenía la cara triste y el culo alegre con el cabello
que le llegaba hasta los hombros.
La amé como un condenado a la zamba
y luego la tuve que abandonar.
Es la ley de la vida, hombre.
Le hice un hijo que no conozco y huí.
En el 41 hubo eso del conflicto con Ecuador
Tumbes Jaén y Maynas sabe usted.
Yo estuve allí en las tropas del Mariscal Eloy Ureta
y me arrojé en paracaídas
en Aguas Verdes agarré un fusil por primera vez
pero más que matar cantábamos y escribíamos cartas
y componíamos valses dentro de una trinchera
que nos salvaguardaba de una bala perdida
de una granada de la metralla que retumbaba
a diestra y siniestra. Allí hasta el más valiente se despintaba.
Una vez terminado el conflicto me licenciaron con el grado
de sargento.
Ahí mismito empezó mi calvario mi verdadera vía crucis.
Al regresar un día a casa donde mi Amanda
nadie contestó a mis llamadas, toqué y toqué
la puerta del callejón hasta que salió el padre de ella
diciéndome pestes de su hija, que lo había abandonado
que era una canalla sin consideración para con su pobre viejo
que era una desalmada. Punto.
Todo era ya inútil
todo era ya demasiado tarde
cuando decidí encontrar a mi Amanda.
La busqué indagando por un ser querido
en hospitales de caridad
en prostíbulos de Lima y provincias
en asilos para locos
en conventos
ciudad tras ciudad del interior
viviendo con rufianes de la peor calaña
indagando por ella en los lugares más increíbles.
Bajo la sombra de un árbol grabé a los cuarentiocho años
un corazón con nuestros nombres
cada día que amanecí tirado en una callejuela
de mala muerte, cómo te necesité Amanda.
Amanda, Amanda, regresa ¡es preciso que regreses!
Ven, ahora más que nunca te amo.
Parece como si en sueños un día te hubiese conocido
parece como si la tierra te hubiese tragado.
Ni un vestigio tuyo aparece
ni la huella de tu zapato
ni el leve rumor sobre tu paradero.
Es la ley de la vida, hombre, me repito
y en la noche bajo la luna, Amanda nunca vendrá.
Y así muchos fueron los motivos de mi perdición
el alcohol bajo cuya sombra gris viví
no permitiéndome jamás ver la luz que se me ofrecía
gratuitamente, bastaba tan sólo con levantar cabeza
mas nunca lo hice, temí a esa luz clara fresca diáfana
que se ofrecía a todos, temí enfrentarme a esa luz con su sol
radiante y su verde gramilla me asustaba, porque no sé quién
me dijo que la luz desnudaba y cada vez sentía que me jalaban
hacia cuevas sin luz y sin amor y por ende a la soledad
a la destrucción.
Como le digo muchos fueron los motivos de mi perdición
y aunque no culpo ni señalo con el dedo
¡que levante la mano quien no sumó su grano de arena a
mi ruina!
(Todos me han cagado, carajo, perdón)
La gente me fue olvidando
los amigos si te ven no te conocen
y sin mujer
y sin hijos
y sin chamba
mi vida es el triste y célebre triángulo
cuando la vida de otros es redonda
con una abertura y muchas perspectivas.
Vivo con dos hermanas del segundo matrimonio de mi
padre.
Ellas a duras penas me dan una pensión y me alimentan.
Veinticinco años que busco trabajo, jefe.
Sabe, intenté en lo de los licenciados del ejército
para trabajar en los bazares que ellos tienen
y me ofrecí de empleado, en realidad me vengo
ofreciendo desde hace mucho tiempo, pero visto
mi historial, afuera de nuevo, sobre la vía al trago
a recitar poemitas de enamorado colegial, a ser
el payaso de las mesas a hacer reír a los parroquianos
con mis poemitas de colegial enamorado, con mis historias
del conflicto con Ecuador, con Aguas Verdes y mohosas
para llorar por mi pasaje en ómnibus a las 3 de la mañana
para reír porque alguien se compadeció de mí y me ofreció
un cigarrillo
para ponerme serio mientras sorbo mi trago mojándome
los bigotes.
Y yo ya no quiero
y yo ya no quiero
pasarme toda mi vida entre las cenizas
arrodillado por lo que me pasa
con mi terno lustroso, mi camisa asquerosa
toda mi vida ansiando un trabajo digno
toda mi vida no va ser un eterno lamento
y ya no quiero seguir envenenándoles.
Mi lamento embelesa sólo al ruin y al bobo.
Soy un sinvergüenza
soy el mal ejemplo
que los niños deben ver para apedrearme y escupirme
yo sólo soy un lamento de colillas de cigarrillos
para que usted vea mire cómo se me salen las lágrimas
mire usted cómo me han dejado, hecho mierda.
¡Qué he hecho de mi vida, por Dios!
Me llamo Pedro Sifuentes Calderón, 64 años
(Al) Sargento de Aguas Verdes, para servirlo.
¡OH! EQUIVOCADO, ¡OH! CONFUSO,
¡OH! AGONIZANTE
I
Eres hierba, eres pétalo de esa flor.
Un trozo de esa agonía, de ese grito,
de esa carta, de esos marsupias y esos
gansos blancos y esas lombrices azules.
II
Oh! equivocado, oh! confuso, oh! agonizante,
ya tienes los años de un buey enfermo.
Convéncete, pero no niegues a los girasoles.
Aunque esas gárgolas te pidan lo inútil
guíanos a pesar de la oscuridad a través
de los campos repletos de cadáveres.
III
Oh! equivocado, oh! confuso, oh! agonizante,
remóntanos hacia colinas y desiertos y
la espesa maleza; cuida que no caigamos,
que no tropecemos en trampas, que nuestras
carnes no las convirtamos en una mercancía.
IV
Oh! equivocado, oh! confuso, oh! agonizante,
cuídanos de canallas, gente sin piedad,
cuídanos de una audiencia de dioses,
de dioses para matar, de dioses particulares
ajenos a este mundo, de dioses que agonizan,
que no dieron soluciones, que no acertaron
a explicar, que nunca dieron respuestas,
que llegaron a tener la edad de la tierra
y sobrevivieron hasta ahora repitiendo lo
enunciado en un principio, dioses que
propiciaron las matanzas, la muerte, el
hambre, ídolos que nos condujeron a
buscar refugio en la agonía de la noche
nombrándonos tierras estériles,
pozos de
agua inexistentes, falsos nombres
de mujeres.
V
Oh! equivocado, oh! confuso, oh! agonizante,
aparta de mí toda frivolidad, aparta de mí
la cobardía, el egoísmo; sostenme con una
verdad y con una certeza, la certeza de ser poeta.
Y
antes de rodar, de ser fábula, no dejes
que me invistan de arañas, de alacranes.
Prodígame en las inmensas bondades.
Prodígame de lluvias, de la luz del sol.
Prodígame de cantos, prodígame de manantiales,
de océanos, prodígame de esos cerezos
que me hagan descubrir una vez más la vida,
prodígame de noches, de cuerpos, de unos
árboles, de esa nube diminuta, prodígame de
una luna y un viento siempre, donde me pierda,
donde me encuentre, denme una oportunidad,
no me abandonen,
todavía
danzo
danzo
danzo.
CAMINO PEDREGOSO
Camino pedregoso que te alzas ante mi vida no sé
qué hacer sin ti eres parte de los deshielos y de los
abismos eres parte de los labios que me hicieron
infeliz, parte de la pesadumbre del mundo, mitad y
fragancia de una pierna estirada en los follajes.
Camino pedregoso qué más da para este invierno
te tengo este poema y una muchacha que se lleva las
calles en su bolso. Y sé que no esperas nada de mí
camino pedregoso. Tocaré la flauta acompañado de
un perro negro como lo único que supe hacer en esta
vida, como todo encantador que sólo lleva en los
bolsillos globos rotos pedazos de alambre y bordes
de agua tiernamente agradecidos. Camino pedregoso
tu desolación es un eterno remolino, un beso del que
meriendan los que van hacia el viento desnudos a
plantar un cardo o una oración para así servirse de la
hierba que en ti no crece y eso nos enluta camino
pedregoso. Eres tan inservible que siempre acudirán a
ti aquellos hombres alabados en el silencio por
grillos, por hormigas, aquellos hombres que
rompieron sus ojos inútilmente aguardando la ola que
los elevara y nunca más los vimos. Camino pedregoso
refugio de los que no tienen un cuarto para acostarse con
una mujer, ni un cesto de campanas, ni luna que piense
en ellos, ni nube que los recoja, sólo el olor de fogatas,
de hogueras, de vagabundos que quisieron tu sombra
sin desnudarse, camino pedregoso. Y fueron inútiles tus
esfuerzos de plantar un arbolito, te pedían demasiado al
entrar en la noche. Tú estabas seco cuando nosotros
nacimos. No tuviste tiempo de esconderte de lagartijas,
tus habitantes inauditos, tus más cercanos parientes;
los aborrecidos, los que atisban la lluvia imperturbables,
los que lamen piedras calientes y danzan con luz de
luciérnagas. Camino pedregoso, camino que recorrí,
tú me tejiste una esperanza cuando los hombres se
aniquilaban mostrando tu palidez de almendra, tú
me hiciste hombre abrazando tu sequedad, tus surcos
como manos implorando unas gotas de amor, unos
himnos que se oían lejanos, camino pedregoso me diste
sólo el trébol blanco que exprimió el rocío como única
herencia y me marché hacia lo inaudito,
lo inconmensurable, lo llorado, lo terrible, y comprendí que
estábamos solos tú y yo camino pedregoso tan solos
como la flor que te ama en el silencio de esas hojas
tendidas que quisieron abrazarte y no hubo un viento
que las enlazara. Camino pedregoso, estaré tan unido a
ti a tu pesar muy a tu pesar, seré una premonición del
infortunio, de la pobreza, sin un hijo, sin una casa. Soy
de los que se dejaron tumbar sin comprender. Soy de
los que se dejaron engañar y sólo se hicieron preguntas.
¿Adónde fue a parar tanta tibieza tanta ternura? ¿En
qué túneles nos estará aguardando la mariposa que
tanto quisimos? ¿Cuál de los túneles será el que nos
conducirá finalmente o fatalmente? ¿Cuál de mis
manos penderá como una estatua hacia el final? ¿Cuál
de mis ojos será el lucero que cace el pájaro en su
recorrido hacia ti? Camino pedregoso que te alzas ante
mi vida cuando los ejércitos se aprestan a prenderte
a iluminarte y ése no es el fuego que tú quisiste sino la
luz de un extraño silbido del viento, quisiste
una tenue brisa en un río de retamas, caminos siempre
de moras, de hojas silvestres, de cantos de mujer, de los
solos que brotan cada tarde prendiéndole fuego al agua.
Camino pedregoso no abras cuando toquen voces de
destrucción, no te tuerzas con golpes, ni con gritos
ni con el terror de guerras y matanzas. Sólo así
permaneceremos como hasta ahora camino pedregoso.
Te fallé como trapero, como amanuense, como jilguero,
como payaso, como lo que la vida hizo de mí, mas no
como poeta. Camino pedregoso que te alzas ante mi vida
no sé ya qué manjares servirte.
Vive el tiempo que me queda.
Para siempre será este canto
TROMBOSIS
En los esfuerzos desesperados
el individuo se desmemoria,
pierde la cabeza, se distrae, se destripa,
se demuestra, se desmantela, se desprovisa,
se desmorona, se desinfla, se ríe de sí mismo,
se perfila, se desatmosferiza, conmigo, con ella,
con todos, y se sitúa en el nombre del dolor
que sabe a calle, sin suplicar nada a nadie,
y se hunde, se entumece,
suplica, se agacha, llora,
con su pasión propia, con la suya,
sin pedirle permiso a nadie, se retuerce,
numera, pasa lista, no está,
rumia, se calla, se avienta, se pisa,
pierde la cuenta, se desarrolliza,
y a sus robos y a sus marcas y a sus chairas
+ un PIP - un GC
- un avión + un ómnibus
mutilado, cegado, firme, estoico, valiente,
sano, gordo, calvo, iridiscente,
soñado, importante, está siendo,
está amando, hace 3 días que,
suma y suda, hace 10 que multiplica y divide,
saca su cuenta, ta’ mal ta’ que cholea, computa,
muerde y se estrella,
también por su culpa los suplicios,
también por su culpa sus hijos y su esposa
y los 3 meses que debe
de luz, de agua, de colegio, de comida,
no viene a dormir a su casa y se esfuerza
chupa con los amigos, con los de la esquina,
y se muerde las uñas, desarregloso como es,
en sus vapores-sensaciones
en sus temblores-alumbrones
UYY - AYY
AYY - UYY
centuplicando la ausencia,
cuantificando la derrota,
energumizando lo poco que tiene,
lo poco que le queda, hoy, mañana,
basuridizando aun cuando cama,
aun cuando cama, camastro camarones, maricones,
hijos de puta, y se lo cargan y se lo llevan
a un hospital, a un hospicio, a la cárcel,
y le pegan y se cae y se vuelve a parar
y le vuelven a dar en el rostro,
en el torso, en sus partes, lo torturan,
lo ciegan, le sacan sangre
de la boca, le rompen la cabeza
y se lo tiran y se termina y se acabó.
Inédito
Jorge Pimentel (Lima, 1944) Cofundador del Movimiento Hora Zero junto con Juan Ramírez Ruiz. Ha publicado los libros Kenacort y Valium 10 (1970), Ave Soul (1973), Palomino (1983), Tromba de agosto (1992 -segunda edición, 2020), Primera muchacha (1997) y En el hocico de la niebla (2007).