BODEGÓN DE UCHUVAS
Comparaste las uchuvas con ojos que se sumen en la contemplación de un incendio, que parecen nacer de las brasas de maderos modelados por el último jadeo de las llamas. Según la mitología de mi abuela, cada vez que una mujer aplasta una uchuva con su lengua, un mundo es destruido. Dice que si la untas en tu cuerpo antes de acostarte tendrá propiedades curativas que pueden aclarar tu vista. Que si la rocías en tu cabello a mediodía el amor vendrá a golpear a tu puerta hasta reventarse los nudillos. Una uchuva asestada por la lluvia es mal presagio. Mi tía dice que comerse una uchuva mojada puede derivar en un tumor en la garganta. Y según mi hermana su jugo sirve como escudo protector, contra las enfermedades degenerativas que despintan los huesos. No hay grandes libros con la uchuva como protagonista, o como ingrediente secreto de un veneno que separe de tajo, la unión entre dos enamorados. En la Antigua Roma la uchuva sería unidad monetaria, con la cara del emperador de turno tallada en su costado. En Islandia sería plato típico a no ser por el clima nevado y los cantantes de indie, para quienes el color amarillo representa el sonido de moda en la industria musical. En Sudán creen que la uchuva marinada hace que los niños pierdan el habla y se interesen por las baladas británicas. ¿Los niños Incas las usarían como canicas prehistóricas? ¿Afrodisiaco para los primeros pescadores de Buenaventura, que atraparon con sus manos el resplandor del mar? Estoy seguro que mi madre hilaría un rosario con su versión en miniatura, y algún pintor flamenco la usaría para reproducir atardeceres de algún puerto a la orilla del Rin. Yo no sé qué creer. Me gusta su sabor incendiando dulcemente mi paladar. La forma en que la tierra las engorda. La forma en que permanecen estoicas ante una hoja de metal o una dentadura postiza.
Me gustan las Uchuvas, tanto como a Shakespeare
las pezuñas de cerdo en jugo de naranja.
LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN ARMENIA[1]
Ahora, en este lugar, hay un hermoso parque,
donde la gente como yo pasea a sus perros,
personas que no son reconocidas por la historia
como por una madre sustituta
TATEV CHAKHIAN
2
Recuerdo a mis padres. Sus manos limando los ojos encogidos del abuelo. Ojos enchapados en cristal blanco de 1879, donde una generación convertida en muñecos de nieve parecía descansar. Recuerdo el silencio de mis padres oscureciendo cada palabra que salía de la radio. El balbuceo en tono bíblico de sus labios deformados por el idioma apolillado de sus verdugos. Recuerdo mis brazos manchados por el sonido de la estática. La cabeza de mi abuelo girando bajo el cuchillo. Dejando caer un hilo rojinegro sobre el piso embaldosado. La cabeza del armenio girando bajo el cuchillo. Su quejido coagulándose hasta formar un charco de mariquitas sobre el ruido blanco.
Cuando con delicadeza, mis padres escucharon los decibelios que goteaban por sus manos. Sus dedos, largos como antenas radiales, se hundieron en la silueta de plomo de una vieja fotografía, buscando del otro lado el rostro agrietado del abuelo. ¿Qué eres abuelo? ¿Lo audible que se quiebra bajo el párpado? ¿O el país lechoso que me mira desde un atlas? Solo la estrella rota de tu vista lo sabe. Eres la Belén que persigo, desde el fondo de mi cuerpo maltratado por la gramática inglesa. Veo la escritura de tus huesos abuelo, brillar como antenas espaciales. Veo la cabeza del bárbaro girando bajo el cuchillo. Y porque a ese quejido, mis padres decidieron llamarlo música.
[1] El Genocidio Armenio, (1914-18) promovido y efectuado por el gobierno de Jóvenes Turcos del Imperio Otomano, fue un proceso en el que se buscó, mediante una campaña sistemática, exterminar y desplazar al pueblo armenio en una suerte de limpieza étnica y religiosa, que dejó entre 1 millón y millón y medio de víctimas. Se dice que alrededor de Der Zor se crearon campos de concentración donde miles refugiados armenios reubicados allí, después de dos primeras matanzas dentro del territorio turco, fueron forzados a marchar a través del desierto hasta morir, sin darles agua ni comida. A los que sobrevivían al viaje los apilaban en antiguos pozos petrolíferos y les prendían fuego. Muchas mujeres fueron forzadas a casarse con mercenarios persas para sobrevivir, teniendo incluso que convertirse al islam, siendo el pueblo armenio netamente cristiano desde el siglo IV D.C. Aún hoy el gobierno turco, junto a otros países europeos, niegan el Genocidio Armenio alegando que se cometieron crímenes de ambas partes.
UN ÁNGEL DUERME EN LOS PUÑOS DE PAPÁ
La ternura, algo que se logra a los golpes
OCEAN VUONG
Llamo padre
a quien niega y afirma a Dios con el mismo puño.
Llamo padre
a quien hace de mi madre una silla de montar.
Su mano se abre
está a punto de pegar un ladrido.
Quizá sea el modo en que los desvíos del amor paternal
se traducen en violencia.
Quizá sea el modo en que mi padre
desahoga su frustración
por no haberse dedicado a la pintura.
Para mi padre mamá es un bodegón de moras.
Su mano se cierra como una ostra
que necesita alimentarse
de sonido.
Mamá afina con su voz
cada línea del lavado,
esperando a que mi padre
la tome suavemente
y le desentierre la esperanza
desde los tobillos.
La esperanza no es esa cosa con plumas que se posa en el alma.
La esperanza es un padre que nunca vuelve a casa,
es el verbo que madre aprieta contra su cuello
y que en el idioma de su piel significa:
hoy no estoy dispuesta al dolor.
DABEIBA
En nuestra tierra,
los cuervos lo miran a uno con tus ojos
y las flores se marchitan
por odio hacia nosotros
y la tierra abre agujeros
para obligarnos a morir.
ANDREA COTE
En Dabeiba podemos cocinar, pero no encender el fuego.
Podemos amar, pero no guardar luto.
Cuando Dabeiba estalla sus células fosforecen,
e invocan al amanecer oculto
en cada una de las cincuenta millones de tumbas que contiene el río. Dabeiba es un villancico que tiñe de negro los dientes de los senadores
que comercian la piel de los pobladores
como pimienta mítica
para tratar el mal de ojo.
Dabeiba calla ante el te voy a pintar de blanco vieja puta
y llora, al ver que el torso quebrado de la luna
lo mordisquean ratas y niños
que envuelven su cabeza en una bolsa de basura.
Dabeiba sabe que, para el cuello que se aferra a la soga
el final de la corteza está lejos de ser salida.
Por eso coloca la otra mejilla.
Por eso actúa como siamesa de la muerte.
Por eso Dabeiba, herida por la lluvia,
no estará aquí para ver que todo árbol
en realidad, es la negra tumba de un dios,
cuyo blanco corazón
fue para siempre enterrado
en la intemperie.
TRES DEDOS
DESCONECTADA
Vaya donde vaya soy la escritura de una bestia,
que no sabe dónde poner el cuerpo
que no sabe pintar su autorretrato
con un lirio.
En el pasado
adiviné la gama fría que adquiriría la línea de mi nariz
si vertiera sobre ella
el contenido de un barril de cesio.
Hablé tanto que me crecieron protuberancias en la lengua
y antes de aprender la palabra diente en otro idioma,
escupí el último
como un fruto seco.
Mi vagina como mis encías
se han vuelto estériles.
No sé cómo regresar.
Mi pasado está soldado a mi antiguo rostro.
Mi rostro derramándose
en los dedos de tres hombres
que baten sus cuernos en señal de triunfo
mientras sus hocicos
al acercarse
se tornan de un rojo encendido
simulando
viejas bombillas chinas.
Todo lo que puedo hacer es orar
junto al vapor de agua en que se ha convertido mi abuela,
mientras arrancan mi vestido
como la piel de un durazno.
Prometo negar a Dios después de la tercera embestida
y encontrar un lugar en mi mandíbula para dormir.
He perdido sensibilidad por los colores cálidos.
He muerto, renacido y vuelta a enterrar
en la rápida bofetada de una pezuña,
lo suficientemente dulce para azular
la delicada cuna que mecen mis caderas.
Dicen que la mujer hambrienta
es la que suaviza sus dedos con su boca.
Dicen que el mejor modo de implantar
la sordera en la cabeza de una mujer
es desmontar su cuerpo como una motocicleta.
Soy el ángel que intenta salir de un Caravaggio
como una polilla de un charco
de soda
de cereza.
Su aleteo desesperado
es la forma en que mi lenguaje se hace berrido
la forma en que mi voz sopla por los drenajes públicos
hasta desplomarse en un silencio sagrado.
¿Quién dice que el dolor no es la radiación
que enciende mis muslos?
¿Quién dice que el cabello irradiado de cesio
ya no gotea por mis caderas?
Si el clímax tiene cuerpo, es un cuerpo
Pisoteado
Alejo Morales (Bogotá). Estudiante de Historia en la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Ganador del Concurso Universitario Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia con el poemario Abandonados en la puerta de la historia. Publicó la antología Labios que están por abrirse con la Universidad Externado (2021). Sus poemas han aparecido en diferentes antologías, así como en publicaciones impresas y digítales.