CATALINA, SOS ABOGADA
pero no podrías defenderme
de la trama familiar
ni del exceso de nostalgia.
Guardamos algo
por considerarlo pequeño
pero luego se expande
transformándonos
en su territorio.
Cuando abrí la computadora,
escribí tu apellido
e hice click
supe que te casaste
y tuviste un hijo hace dos años.
Tus fotos se destacaron
entre miles de otras,
no pensé que había
tantas portadoras
de tu nombre.
Si todas se tomaran de las manos
desde Bielorrusia,
formando una cadena,
llegarían a mí.
TE GUSTARÍA LLEVARME DE LA MANO
a la habitación de tu hijo
y decirme: No salió a mí.
No se te parece, es cierto,
tiene las orejas
demasiado grandes.
Los enamorados
se escriben cartas
y las amigas
absorbemos
el agua de cada una
como dos dalias
plantadas cerca.
Nosotras, Catalina,
tampoco nos parecemos
a nuestros padres,
no nos seducen las trampas
en las que cayeron.
Hace dos décadas
que no nos vemos,
hicimos de la soledad
una perla
que nos enfría
cuando todo arde.
NOS CRIAMOS EN LAS ESCALERAS
que olían a tabaco y orina.
En los 90 los borrachos
dormían en los rincones oscuros
de nuestro edificio.
Yo vivía en el sexto,
vos en el octavo
y el ascensor no funcionaba.
Bajábamos las escaleras corriendo
para que no nos alcanzaran,
el vidrio de las botellas de cerveza
crujía bajo nuestros pies.
Ahora, cada vez que entro
en un ascensor
mi corazón se acelera
sin amuletos.
IMAGINO A MIS PADRES
haciendo las valijas
para la mudanza.
Nos vamos del país.
Mamá es joven
y su pelo es abundante,
guarda los libros en cajas.
Los toca, los huele,
recorre sus bordes con la mirada,
los abre y cierra varias veces.
Tiene que elegir,
no puede llevárselos todos.
¿Qué tuvo que dejar mi padre?
¿Hubiera preferido
llevarse su auto naranja
que cuidaba más
que su relación con mamá?
Me preguntaron
qué quería conservar,
el circo, dije,
el olor de los animales obedientes,
la cara desteñida de los payasos,
una felicidad efectiva.
PERDER TODO ES FÁCIL,
lo difícil es retener algo
hasta transformarlo
en una piedra preciosa,
en amuleto.
Fácil es dejar
cada cosa
en su sitio,
difícil es regalarle
a otro
tu piedra preciosa,
tu amuleto,
sin saber
quién de los dos
nació sin suerte.
CATALINA, HAY DÍAS
en los que las glándulas se corren,
mi pecho se descose
y el corazón sobresale
como en el cuadro de Frida
que pegué en el cuaderno
junto a nuestra foto.
O peor, porque no está
conectado a nada,
es un corderito
que corta a mordiscones
el cordón umbilical.
Le canto
para que se tranquilice
y vuelva a su lugar
pero el corazón
ya vio el mundo
y no habrá
calma.
¿QUÉ SUCEDIÓ CON LAS COSAS
que no pudimos traer?
¿Quién las tiene?
Pasaron de mano en mano
estropeándose,
la boina de cuero de papá,
los cactus de mamá,
la máquina de coser,
mi ropa de ballet,
la cafetera y los granos esparcidos
sobre la mesa como gotas
de un tiempo que se detuvo
mientras mi madre molía café.
Los vinilos de Stravinski
y los casetes de Víktor Tsoi,
el osito de los Juegos Olímpicos de 1980,
el departamento de dos ambientes
y el balcón donde volaba nuestro loro.
Todo eso
pegado a mi cuerpo
como una prenda húmeda.
Poemas de La nostalgia es un sello ardiente, (2020)
Natalia Litvinova es poeta, editora y traductora de poesía rusa. Nació en Bielorrusia en 1986 y vive en Buenos Aires. Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos: Todo ajeno, Siguiente vitalidad, Cesto de trenzas y La nostalgia es un sello ardiente. Su obra ha sido publicada en Alemania, Francia, España, Chile, Brasil, Colombia y Estados Unidos.