SWINBURNE EN EL INFIERNO
Ahora que el tiempo me niega el sueño mortal,
el sueño que soñé en el mar de Inglaterra.
Ahora que soy invisible y no me recuerda la luna del espejo,
y no encuentro los libros que escribí,
ni al hosco rey ebrio que prometió
beberse mis cenizas en una copa de oro.
Ahora que mi memoria se conserva en frescos terrones de barro
y sobre mí crecen los álamos y los almendros,
ahora no temo dispersarme ciegamente y hundirme
en las esferas hasta las mansiones de los muertos.
La noche del infierno es más antigua que la noche de Londres.
Aquí el tiempo es un negro crepúsculo
y no es necesario que nos volvamos de piedra
y siete idiomas aseguren nuestro epitafio.
Este es el reino misterioso de la lucidez humana,
el sueño vertiginoso del fuego incesante
que no quema las almas de los hombres impíos
sino que enciende el pensamiento.
Cuando aún la tierra me concedía sus dones secretos
yo imaginaba que cuando alguien moría
lo enviaban a un mundo idéntico
para que se fuera acostumbrando a la muerte.
¿Cuántas veces habíamos muerto desde el primer instante
y no lo supimos?
Algunas veces logro escuchar las pisadas de los vivos
detrás de las paredes,
y me asustan más que las pisadas de los muertos.
Yo sobreviví sueños desaforados, a la guerra
de ciudades imaginarias, a su enferma incertidumbre, pero la escena
del tiempo duró más que el oro de mi palabra
y la hermosura que me diste.
RELÁMPAGO
Si pudiera explicarte mi sueño, darte ese oro
enterrado en mi alma y en la noche,
brillarías tanto o mucho más que la luna llena,
cegarías el mundo entero con tus alhajas y tus anillos.
SAQUEADOR DE TUMBAS
En la noche fulge la lámpara, los leños, las velas,
las verjas de negros halcones, las rojas salamandras
y el epitafio que carcome la penumbra.
Soy viejo, mi sed la cubre un lago azul que tengo
en los ojos, mis manos recias sostienen una soledad
antigua, una sangre antillana, un crucifijo
y una pala para desenterrar a los muertos.
Aquí la noche es larga,
la luna rebrilla sobre el camino que tallan
los mármoles, la canción de la piedra
que custodia las almas al infinito.
Ya mis oídos aprendieron la plegaria,
ya los ángeles descalzos sucumbieron
al terrible llanto de la madreselva,
al furor cadencioso del cuervo en su negrura.
Allí donde no mueren los hombres sino sus palabras,
y tañen los días como la campanita de un trineo
el destino se queda en el pesado fardo que llevo a la espalda:
un hombre grande con sus dientes de oro.
LABERINTO
Altos muros corren por pasadizos secretos
que van a mi mente.
Vivo con imágenes escalofriantes; sufro de irrealidad
entre puertas, recámaras, espejos
y una desaforada lucidez que se esconde
detrás de la piedra.
Algunos dicen que soy un toro,
pero descreo de los horrores de la naturaleza.
Vivo como un nómada en esta ciudad sin mapa,
hecha de corredores, me desvelo buscando al soñador
que urdió mi destino, busco los lindes de esta sombra
hasta que caigo rendido en mi noche.
Hace días que los gritos de una mujer me despiertan.
POEMA DEL CAZADOR DE AVES
Es probable que el otoño ya haya madurado sus hojas,
que haya enrojecido los bosques y en las orillas del Magdalena
el viento recoja sus cáscaras doradas.
A esta hora ya debe ir detrás de tus huellas,
detrás de la fosforescencia que tus cabellos arrojan sobre los prados.
En invierno yo buscaba tus ojos en los pantanos,
tu risa de agua inundando las estancias vacías,
los estanques rebosados de colores del otro mundo,
mientras abajo, en el claro taller de metal y fuego,
forjaba mi arma para raptarte.
¡Cuántas veces pude encerrarte con mis pájaros y siempre te me escapabas!
La noche urdía su misterioso destino, te vestía de luz
y de sombra para que los astros bajaran hasta tus manos blancas
y te calentaran el rostro.
¿Cómo puedo amarte si corres todo el día de un lado para otro
y no logro detenerte?
¿Cómo besar tus labios llenos de canciones remotas,
de sagas que repites junto a los lagos,
de poemas celtas que recitas de memoria?
Al alba me despierto ebrio en los graneros,
con mis ropas sucias por el hollín de la madrugada,
y el aroma del mar me recuerda tu aliento.
Entonces me enveneno otra vez de ti, de tu pureza infinita,
de tu ternura de árbol, y me arrojo a buscarte.
SALAMANDRAS
En el espejo reverbera el otoño
y brotan de esas aguas nubes rojas, rojas acacias
que alumbran un mapa del sueño,
rojos hemisferios abrumando el génesis, cercando una ola,
rojas músicas en los enrojecidos huertos,
claveles, manzanas, el heno donde caen las uvas,
y ella en los labios sosteniendo una palabra
para llamar a las rojas salamandras.
IMÁGENES
Cinco imágenes brillan como un oro subterráneo en mi mente:
la luz que guardaba en un cofre,
la rielante daga que lloró y que escondí en el agua,
la luz herida por el alba roja de las ciénagas,
la espléndida forma que dejó la luciérnaga
cuando se apagó en tu mano cóncava,
y el invisible mapa del trueno bajo el árbol.
BEATRIZ
Hay tanto amor en cada cosa que veo, en cada cosa invisible.
Enamorarse es ver lo que los otros no ven.
¿Cómo es posible que todos pasan junto a ti como si no te vieran
y yo me detengo a mirarte para siempre?
¿Qué cosa ocurre en los demás que a mí me falta para olvidarte?
SIRENA
De una tela de John William Waterhouse
En las madrugadas interminables de los bosques
que enmarañan esta ciénaga,
yo soy la sirena, hija indomable de estas aguas
y de la infinita belleza de los peces que cubren de plata
los torbellinos y las cascadas.
A esta hora me baño en la orilla donde encienden mis ojos
las piedras preciosas,
y mi canto enternece las lunas rojas del trópico
y los lobos olfatean mis escamas.
UNA CARTA DE CAMILLE CLAUDEL A RODIN
¿Dónde dejamos las palabras que una vez
levantamos con barro y madera?
¿Quién puede quebrarlas ahora que el otoño
revienta en los campos
y se oxidan los ríos y los árboles con otro
fuego más profundo?
Hay algo de ese fuego en los muros del manicomio.
Hay mucha tristeza en esa fuente que mana
el agua del olvido,
no la fuente que vi en tus ojos cuando me besaste
y yo me ahogaba.
No creo que otro monólogo pueda decirlo,
no esa misma soledad embriagando
el delirio de estos colores.
Dejo el cielo junto a los jardines de Francia,
en aquellos ojos tristes que me ven
cuando quiebro el horror que te hizo bello.
¡Oh Rodin! La muchacha en llamas se está despidiendo.
¿Cómo sabías que había gente dentro
de esa gran piedra blanca?,
me preguntó un niño que me vio llorar
con su lindo gato en los brazos.
No sé lo que ocurrirá después,
no conozco otro infierno donde pueda esculpir tu rostro
sin que tu ambigua mente de piedra me haga daño.
EL MAR ARROJA SUS MONEDAS DE ORO
La noche dejó un gesto tuyo guardado en la llama.
Inmóviles en la memoria las columnas,
el ajedrez de mármol traído del museo
pieza por pieza,
la luz de la hiedra sobre los azules,
los siglos de esa criatura blanca con su cítara
esperándome en el sueño,
mientras el mar arroja sus monedas de oro en la orilla
y la mirada de tus ojos violáceos desciende
y las recoge.
Fernando Denis (Colombia). Su poesía es un tránsito entre la imagen pictórica y los surrealistas, lo cual hace pensar a algunos críticos que este es un poeta imagista, discípulo de Pound. Es creador y director de la colección Zenócrate de literatura hispanoamericana. Publicaciones: La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner (1.997), Ven a estas arenas amarillas (2004), El vino rojo de las sílabas (2007), La geometría del agua (2009), La mujer que sueña en las murallas (2013), Diálogos con la escultura secreta. Antología personal (2013), Los mosaicos de Babilonia (2015), Alguien enciende las lámparas de octubre (2018), Las diatribas de un color imposible (2020), Los alfabetos del durmiente (2021).