23 Nov 2024

53. EL SOL DE LOS CIEGOS. ALFREDO PÉREZ ALENCART

-11 Ene 2022
Crítica

EL SOL DE LOS CIEGOS DE ALFREDO PÉREZ ALENCART 

 

Soy y seré el que pase
por el ojo de la aguja
con las pupilas
siempre alucinadas.
A.P.A.

 

No sabemos cuántas miradas se eclipsan frente al sol sin pestañear. De niña jugaba con mis amigos del colegio a ver el sol directamente sin cerrar los ojos, gané cierta fama de mirada poderosa. Lo que no sabían los otros niños es que, en la hazaña, todo ese brillo me enceguecía por horas. Veía las formas como parches de ondas concéntricas, figuras alteradas por la potencia de ese sol en cuyo núcleo también habita la oscuridad.

El poeta Alfredo Pérez Alencart en su libro, El sol de los ciegos (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2021), nos lleva al centro esencial de la poesía y nos enseña que las transformaciones se gestan en la luminiscencia a la que preceden las sombras, una experiencia donde el aprendiz se alumbra solo después de pasar por la ceguera para salir de allí “con las pupilas alucinadas”.

En esta ceguera solar el poeta nos dice que “habitamos una tierra ardiente llamada Poesía”. Entonces la palabra poética, en nombre propio, rebautiza con fuego al universo. En ella, cabe todo lo que es posible mencionar, presentir, imaginar y soñar. Solo la poesía ostenta, como los dioses, cualidades que le son ajenas a la humanidad por su condición finita. Y aun cuando los mitos nos digan que es imposible contemplar a las deidades en toda su magnificencia, porque los rayos, el resplandor y el fuego que de ellas emanan podían incinerar todo a su paso, este hermoso canto narra la experiencia de lo sagrado como algo interior que se vive en la profundidad del ser, en el mirar adentro de su propia divinidad, un sol interno que podemos contemplar solo al cerrar los ojos físicos, como aquella frase que nos legó Carl Gustav Jung: “quien mira hacia fuera sueña, quien mira hacia adentro despierta”.

El sol de los ciegos, nos ofrece un lenguaje sensorial que supera todo intento racional por explicar los matices entre luz y oscuridad. Logramos palpar sus significados a través de los sentidos, casi como una nota escrita en braille: versos cortos y versos largos que podemos degustar también como tragos de distintos licores. Alfredo nos deja absortos en su simbología, en los ecos de un tiempo sin tiempo, donde lo divino y lo terreno habitan una convivencia inédita y la poesía se desnuda legando a la humanidad el resplandor de su palabra, de su imagen:

 

Soy, siempre seré

en el espíritu,

pues llegué mucho antes

de mí mismo,

en lejano tiempo,

 

cuando los árboles eran

infinitos.

 

El sujeto poético del poema titulado “Soy, seré…”, (del que tomamos otro fragmento como epígrafe), trasciende el instante prematuro del ser y nos habla de una esencia intemporal. Somos, entonces, parte de algo más grande y más antiguo que nosotros mismos, reflejamos todo cuanto ha dilatado el enigma de la vida y que, en el espíritu, hemos absorbido en una gran explosión iniciática de blancura indescifrable, mistérica.

A la voz individual de este poema se amalgama la pluralidad de otras voces que fecundan los demás textos. Tenemos, entonces, un libro polifónico, como lo es en sí el universo mismo repleto de estrellas.

Así, El sol de los ciegos, puede nublar la visión, pero no por rodearnos de tinieblas, tampoco por cubrir las formas con un negro chal, no se trata de la ausencia de luz; es más bien puro brillo esplendente que encandila como si habitáramos el corazón del astro solar, luz que desgarra y perturba, luz que hiere y sana como lo declara el poema “Llorar la vida”:

 

Lloran la vida

los ojos de los ciegos

que confundieron

la mismísima

luz

 

y vieron de repente.

 

En estas imágenes casi místicas y en todo el suceder del libro, Alfredo Pérez Alencart, nos invita al éxtasis de un culto alrededor de la hoguera. Allí, se proyectan luces y sombras, voces y silencios que nos invitan al trance. Quizá cada uno de nosotros logremos diluirnos en sus líneas hasta alcanzar la unidad fundamental del cosmos después de la oscuridad que es el ojo espeso y blanquecino del ciego.

Amarú Vanegas

 

 

LA POESÍA ALCANZA

 

Digamos

que habitamos una tierra ardiente

llamada Poesía,

 

que también es Voz

y es fruta viva

y es tallo

que a diario la gente descubre

creciendo ante sus ojos

 

o sonando cual amoroso violín

cuyas notas ruedan

por el mundo,

 

ya hechas Palabras

para ser sol en nuestras vidas.

 

Digamos

que en el principio era la Poesía

y que esta nos nutre

y nos alcanza,

 

así pasen dos lustros

o dos Milenios.

 

(a Hugo Muleiro)

 

 

TRAS LA NIEBLA

 

Oculta tras la niebla

tus palabras

heridas.

 

Y quita

de su pedestal

esas palabras

que hieren.

 

Acércate ahora

a la tierra más

iluminada,

 

al camino

por el que nunca

te has perdido.

 

 

EUNICE, CIEN VECES CIEN

 

I.

 

Tu cabellera quema

el borde de la carne y el cielo,

llameando historias

de milenarias intimidades,

mundos derramados

para tus huesos victoriosos,

Eunice,

 

mientras de nuevo

desembarcas con tu voz

que levanta llamados:

a ti responden

hasta los desiertos,

las florestas lejanas, las

mariposas…

 

Con tu Amado ya no padeces

la deriva del pan

crucificado ni palpita

la pesantez de los advenedizos.

 

Callaré tu secreto, tu hondo

misterio en continuo

nacimiento, Eunice,

 

extraña viajera que giras

el recodo de esta avergonzada

centuria.

De pronto, tiemblas conmigo.

 

II.

 

Vives en la resurrección,

Eunice,

mueres y resucitas

en tus letras impregnadas

del sagrado manantial

y de la corteza astillada

del existir.

 

Te trenzas una corona

para hundirte y levantarte

bajo los deseos del Amor,

esos que refrendan la jerarquía

de tus esponsales, amando

por dos con el lenguaje azul

de las hechizadas.

 

Hermana que ofreces tu cuerpo

para el holocausto, sé

traducir las visiones que dictas

mientras asciendes más allá

de los ojos;

 

sé borrarte

toda señal de extranjería,

toda pobreza en tu faz de ámbar

donde se refleja la manzana.

 

Así, otra vez, tiemblas

conmigo.

 

III.

 

No permites ley de duelo,

Eunice,

y te desenredas del espino

la noche terrenal

cuando buscas desaprender

del mundo.

 

Tarea exacta para alejarte

del drama del tiempo,

con la lengua en llamas,

entregada a la bienaventurada

profecía.

 

Ilesa eternidad la noche

de las noches, palabras que

flamean un fuego

que no consume: perdonas

desde detrás de los labios,

como tu Señor que todo

padeció.

 

Tienes un ángel proporcionándote

músicas que ensanchas adentro,

acordes que no son

para el oído.

 

Vivo goce somos,

cuando tiemblas

conmigo.

 

IV.

 

Eres huérfana de patria,

pero con brújula,

Eunice,

necesaria para transitar

las millas del amor

y los vientos contrarios

de la mendicidad.

 

En tálamo oloroso

yaces con tu Amado

y olvidas contratiempos

o pesares.

 

Así saltas este siglo,

con anhelos alados

bajo un eclipse divino,

anudada al espíritu volante

y al alumbramiento

del corazón.

 

Así sientes tuyos

a Juancito y Salomón,

con cantares buscando en ti

su renovada melodía.

 

Se ocultaron los caínes,

Eunice:

es tiempo de volar

cruzando nuestras alas.

 

V.

 

Prevalece

tu canto en la ciudad antigua.

 

Con nosotros te desdoblas

y te vuelves semilla

o alma subida en brioso unicornio

instalado bajo las goteras

del misterio.

 

El amor ablanda, Eunice,

y te alejamos

del prisma olvidadizo.

 

Te sabemos capaz

de una vigilia sin ocaso.

 

Entonces te convocamos

para que nos enseñes

la retracción del Tiempo..

 

VI.

 

Tu creación sigue en pie,

Eunice,

de ella brotan huellas

y desde aquí la encomendamos

a otras generaciones.

 

Ábreles caminos

y devuélveles a la raíz

de la genuina Poesía.

 

Hoy todo está anémico,

Eunice.

 

 

OTRO REINO

 

De mi asombro

nacen árboles

que nunca secan

su verdor.

 

Luego, una paloma

hace un reino

a cierta altura

 

y el viento le habla

como un espíritu

dueño de todo

lo que no es vacío.

 

Allí no tiene

fronteras la paloma

que en mis árboles

instala su morada.

 

Su reino

no es un lugar;

es un asombrado

corazón.

 

 

ENVIADO

 

Vivía veloz,

queriendo descifrar

el alba

 

o la cruz

donde desembocan

siglos y llagas

para otros nacimientos.

 

Ponía el oído

en la arena del desierto

e iba de un lado a

otro, sin fatiga,

 

musitando

parábolas colmadas

de prodigios.

 

Lo llamaban Hijo

o Hermano. Ya no está,

pero su nobilísimo

ejemplo

irrumpe a diario,

porque hace

falta.

 

 

VENCEJOS

 

Estarse en lo alto,

flotar en fastuosos convoyes

estrenando la primavera,

de vértigo en vértigo

vuelos demorándose

por largo tiempo,

 

arriba, siempre arriba

esta navegación de los pájaros

que toman la ciudad

bajo sus alas.

 

Los veo mientras se alzan aún más

y caen en picado desde

la puerta del cielo,

exhibiendo su inagotable

manera de existir

volando como si el aire

tuviera redes para que sus plumas

no caigan al fondo.

 

Consumación y belleza

la de estos vencejos que poco

saben del suelo.

 

Con ellos podría irme de viaje,

libres todos cruzando fronteras.

 

 

LLORAR LA VIDA

 

Desamo el dolor supremo

de los fondos,

pero así es el andamio

que sustenta

la vida y así la carcoma

de lo insatisfecho.

 

Así también lo humano

que reacciona contra el cielo

solo cuando su castillo

se derrumba.

 

Lloran la vida

los ojos de los ciegos

que confundieron

la mismísima

luz

 

y vieron de repente.

 Poemas de El sol de los ciegos (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2021)

 

 

Alfredo Pérez Alencart (Perú). Poeta, ensayista y profesor de la Universidad de Salamanca. Coordinador, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Poemarios suyos publicados son: La voluntad enhechizada (2001); Madre Selva (2002); Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003); Pájaros bajo la piel del alma (2006); Hombres trabajando (2007); Cristo del Alma (2009); Estación de las tormentas (2009); Savia de las Antípodas (2009); Aquí hago justicia (2010); Cartografía de las revelaciones (2011); Margens de um mundo ou Mosaico Lusitano (2011); Prontuario de Infinito (2012); La piedra en la lengua (2013); Memorial  de Tierraverde (2014); El sol de los ciegos (2014); Lo más oscuro (2015), Los éxodos, los exilios (2015), El pie en el estribo (2016), Ante el mar, callé (2017), Barro del Paraíso (2019) y El sol de los ciegos (2021). Ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015), el premio Andrés Quintanilla Buey (España, 2017) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017), entre otros.

 



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