EL SOL DE LOS CIEGOS DE ALFREDO PÉREZ ALENCART
Soy y seré el que pase
por el ojo de la aguja
con las pupilas
siempre alucinadas.
A.P.A.
No sabemos cuántas miradas se eclipsan frente al sol sin pestañear. De niña jugaba con mis amigos del colegio a ver el sol directamente sin cerrar los ojos, gané cierta fama de mirada poderosa. Lo que no sabían los otros niños es que, en la hazaña, todo ese brillo me enceguecía por horas. Veía las formas como parches de ondas concéntricas, figuras alteradas por la potencia de ese sol en cuyo núcleo también habita la oscuridad.
El poeta Alfredo Pérez Alencart en su libro, El sol de los ciegos (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2021), nos lleva al centro esencial de la poesía y nos enseña que las transformaciones se gestan en la luminiscencia a la que preceden las sombras, una experiencia donde el aprendiz se alumbra solo después de pasar por la ceguera para salir de allí “con las pupilas alucinadas”.
En esta ceguera solar el poeta nos dice que “habitamos una tierra ardiente llamada Poesía”. Entonces la palabra poética, en nombre propio, rebautiza con fuego al universo. En ella, cabe todo lo que es posible mencionar, presentir, imaginar y soñar. Solo la poesía ostenta, como los dioses, cualidades que le son ajenas a la humanidad por su condición finita. Y aun cuando los mitos nos digan que es imposible contemplar a las deidades en toda su magnificencia, porque los rayos, el resplandor y el fuego que de ellas emanan podían incinerar todo a su paso, este hermoso canto narra la experiencia de lo sagrado como algo interior que se vive en la profundidad del ser, en el mirar adentro de su propia divinidad, un sol interno que podemos contemplar solo al cerrar los ojos físicos, como aquella frase que nos legó Carl Gustav Jung: “quien mira hacia fuera sueña, quien mira hacia adentro despierta”.
El sol de los ciegos, nos ofrece un lenguaje sensorial que supera todo intento racional por explicar los matices entre luz y oscuridad. Logramos palpar sus significados a través de los sentidos, casi como una nota escrita en braille: versos cortos y versos largos que podemos degustar también como tragos de distintos licores. Alfredo nos deja absortos en su simbología, en los ecos de un tiempo sin tiempo, donde lo divino y lo terreno habitan una convivencia inédita y la poesía se desnuda legando a la humanidad el resplandor de su palabra, de su imagen:
Soy, siempre seré
en el espíritu,
pues llegué mucho antes
de mí mismo,
en lejano tiempo,
cuando los árboles eran
infinitos.
El sujeto poético del poema titulado “Soy, seré…”, (del que tomamos otro fragmento como epígrafe), trasciende el instante prematuro del ser y nos habla de una esencia intemporal. Somos, entonces, parte de algo más grande y más antiguo que nosotros mismos, reflejamos todo cuanto ha dilatado el enigma de la vida y que, en el espíritu, hemos absorbido en una gran explosión iniciática de blancura indescifrable, mistérica.
A la voz individual de este poema se amalgama la pluralidad de otras voces que fecundan los demás textos. Tenemos, entonces, un libro polifónico, como lo es en sí el universo mismo repleto de estrellas.
Así, El sol de los ciegos, puede nublar la visión, pero no por rodearnos de tinieblas, tampoco por cubrir las formas con un negro chal, no se trata de la ausencia de luz; es más bien puro brillo esplendente que encandila como si habitáramos el corazón del astro solar, luz que desgarra y perturba, luz que hiere y sana como lo declara el poema “Llorar la vida”:
Lloran la vida
los ojos de los ciegos
que confundieron
la mismísima
luz
y vieron de repente.
En estas imágenes casi místicas y en todo el suceder del libro, Alfredo Pérez Alencart, nos invita al éxtasis de un culto alrededor de la hoguera. Allí, se proyectan luces y sombras, voces y silencios que nos invitan al trance. Quizá cada uno de nosotros logremos diluirnos en sus líneas hasta alcanzar la unidad fundamental del cosmos después de la oscuridad que es el ojo espeso y blanquecino del ciego.
Amarú Vanegas
LA POESÍA ALCANZA
Digamos
que habitamos una tierra ardiente
llamada Poesía,
que también es Voz
y es fruta viva
y es tallo
que a diario la gente descubre
creciendo ante sus ojos
o sonando cual amoroso violín
cuyas notas ruedan
por el mundo,
ya hechas Palabras
para ser sol en nuestras vidas.
Digamos
que en el principio era la Poesía
y que esta nos nutre
y nos alcanza,
así pasen dos lustros
o dos Milenios.
(a Hugo Muleiro)
TRAS LA NIEBLA
Oculta tras la niebla
tus palabras
heridas.
Y quita
de su pedestal
esas palabras
que hieren.
Acércate ahora
a la tierra más
iluminada,
al camino
por el que nunca
te has perdido.
EUNICE, CIEN VECES CIEN
I.
Tu cabellera quema
el borde de la carne y el cielo,
llameando historias
de milenarias intimidades,
mundos derramados
para tus huesos victoriosos,
Eunice,
mientras de nuevo
desembarcas con tu voz
que levanta llamados:
a ti responden
hasta los desiertos,
las florestas lejanas, las
mariposas…
Con tu Amado ya no padeces
la deriva del pan
crucificado ni palpita
la pesantez de los advenedizos.
Callaré tu secreto, tu hondo
misterio en continuo
nacimiento, Eunice,
extraña viajera que giras
el recodo de esta avergonzada
centuria.
De pronto, tiemblas conmigo.
II.
Vives en la resurrección,
Eunice,
mueres y resucitas
en tus letras impregnadas
del sagrado manantial
y de la corteza astillada
del existir.
Te trenzas una corona
para hundirte y levantarte
bajo los deseos del Amor,
esos que refrendan la jerarquía
de tus esponsales, amando
por dos con el lenguaje azul
de las hechizadas.
Hermana que ofreces tu cuerpo
para el holocausto, sé
traducir las visiones que dictas
mientras asciendes más allá
de los ojos;
sé borrarte
toda señal de extranjería,
toda pobreza en tu faz de ámbar
donde se refleja la manzana.
Así, otra vez, tiemblas
conmigo.
III.
No permites ley de duelo,
Eunice,
y te desenredas del espino
la noche terrenal
cuando buscas desaprender
del mundo.
Tarea exacta para alejarte
del drama del tiempo,
con la lengua en llamas,
entregada a la bienaventurada
profecía.
Ilesa eternidad la noche
de las noches, palabras que
flamean un fuego
que no consume: perdonas
desde detrás de los labios,
como tu Señor que todo
padeció.
Tienes un ángel proporcionándote
músicas que ensanchas adentro,
acordes que no son
para el oído.
Vivo goce somos,
cuando tiemblas
conmigo.
IV.
Eres huérfana de patria,
pero con brújula,
Eunice,
necesaria para transitar
las millas del amor
y los vientos contrarios
de la mendicidad.
En tálamo oloroso
yaces con tu Amado
y olvidas contratiempos
o pesares.
Así saltas este siglo,
con anhelos alados
bajo un eclipse divino,
anudada al espíritu volante
y al alumbramiento
del corazón.
Así sientes tuyos
a Juancito y Salomón,
con cantares buscando en ti
su renovada melodía.
Se ocultaron los caínes,
Eunice:
es tiempo de volar
cruzando nuestras alas.
V.
Prevalece
tu canto en la ciudad antigua.
Con nosotros te desdoblas
y te vuelves semilla
o alma subida en brioso unicornio
instalado bajo las goteras
del misterio.
El amor ablanda, Eunice,
y te alejamos
del prisma olvidadizo.
Te sabemos capaz
de una vigilia sin ocaso.
Entonces te convocamos
para que nos enseñes
la retracción del Tiempo..
VI.
Tu creación sigue en pie,
Eunice,
de ella brotan huellas
y desde aquí la encomendamos
a otras generaciones.
Ábreles caminos
y devuélveles a la raíz
de la genuina Poesía.
Hoy todo está anémico,
Eunice.
OTRO REINO
De mi asombro
nacen árboles
que nunca secan
su verdor.
Luego, una paloma
hace un reino
a cierta altura
y el viento le habla
como un espíritu
dueño de todo
lo que no es vacío.
Allí no tiene
fronteras la paloma
que en mis árboles
instala su morada.
Su reino
no es un lugar;
es un asombrado
corazón.
ENVIADO
Vivía veloz,
queriendo descifrar
el alba
o la cruz
donde desembocan
siglos y llagas
para otros nacimientos.
Ponía el oído
en la arena del desierto
e iba de un lado a
otro, sin fatiga,
musitando
parábolas colmadas
de prodigios.
Lo llamaban Hijo
o Hermano. Ya no está,
pero su nobilísimo
ejemplo
irrumpe a diario,
porque hace
falta.
VENCEJOS
Estarse en lo alto,
flotar en fastuosos convoyes
estrenando la primavera,
de vértigo en vértigo
vuelos demorándose
por largo tiempo,
arriba, siempre arriba
esta navegación de los pájaros
que toman la ciudad
bajo sus alas.
Los veo mientras se alzan aún más
y caen en picado desde
la puerta del cielo,
exhibiendo su inagotable
manera de existir
volando como si el aire
tuviera redes para que sus plumas
no caigan al fondo.
Consumación y belleza
la de estos vencejos que poco
saben del suelo.
Con ellos podría irme de viaje,
libres todos cruzando fronteras.
LLORAR LA VIDA
Desamo el dolor supremo
de los fondos,
pero así es el andamio
que sustenta
la vida y así la carcoma
de lo insatisfecho.
Así también lo humano
que reacciona contra el cielo
solo cuando su castillo
se derrumba.
Lloran la vida
los ojos de los ciegos
que confundieron
la mismísima
luz
y vieron de repente.
Poemas de El sol de los ciegos (Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2021)
Alfredo Pérez Alencart (Perú). Poeta, ensayista y profesor de la Universidad de Salamanca. Coordinador, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Poemarios suyos publicados son: La voluntad enhechizada (2001); Madre Selva (2002); Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003); Pájaros bajo la piel del alma (2006); Hombres trabajando (2007); Cristo del Alma (2009); Estación de las tormentas (2009); Savia de las Antípodas (2009); Aquí hago justicia (2010); Cartografía de las revelaciones (2011); Margens de um mundo ou Mosaico Lusitano (2011); Prontuario de Infinito (2012); La piedra en la lengua (2013); Memorial de Tierraverde (2014); El sol de los ciegos (2014); Lo más oscuro (2015), Los éxodos, los exilios (2015), El pie en el estribo (2016), Ante el mar, callé (2017), Barro del Paraíso (2019) y El sol de los ciegos (2021). Ha recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi (Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012), el Premio Humberto Peregrino (Brasil, 2015), el premio Andrés Quintanilla Buey (España, 2017) y la Medalla Mihai Eminescu (Rumanía, 2017), entre otros.