CHANSON DE LA DIOSA LÍRICA
Yo que solo te beso a ti
en tu boca beso a todas las demás
allí donde arden mil imágenes de mármol
aunque solo se consuma mi corazón
como una hiedra que se ovilla
sobre tu cuerpo
para retener el primer y el último quejido.
En tus labios pienso
y a través de ellos resoplo las tonadas
de las mejores estrofas de amor
que inventaron los maestros
y si bien eternamente las recuerdo
dejo estropearse al tiempo
pues nada sucede
y ya nadie canta igual que antes.
Tuya es la verdadera poesía
que desnuda corre por un campo
entre magnolias de hojalata y fantasmas
tuya es el agua que fluye
y te pertenecen también el ardor
los crepúsculos el infatigable mar
que siempre retorna a mí
después de haberte besado los pies
oh limpia estatua de Calíope.
UN CALLADO CIELO CRECE EN LA VENTANA
Miro por la ventana el sol que se arrastra
por los cristales.
Un tulipán se eleva en el aire
intercambiando su peso con el cálamo
de una pluma desordenada.
Un disco titila al caerse sobre el tornamesa
y desajusta tres de sus variaciones armónicas.
Una partícula de polvo se posa
sobre la mesa
y provoca un sismo fugaz aunque muy denso.
Mi taza de café se convierte en el astro
al que orbita una legión de moscas
todas azules e impertinentes.
Una gota de agua se detiene a medio camino
en su cósmico viaje del cielorraso a la tierra.
La niebla luce quieta a la altura de las lámparas
pero se rasga como una mácula de aceite
cuando aquellas explotan.
Un colibrí ha ingresado a la casa.
Un hipocampo lo ve cruzar el espacio
y se santigua
creyendo que es el ser que atrae los milagros.
Una enredadera de madreselvas se marchita
abrazada a una silla.
El acordeón desfallece arruinado en el sofá
y sin mucha culpa se echa aire con el fuelle.
Aún no hace tanto calor
pero las cortinas ya transpiran un bálsamo
que les moja el fundillo a las enfermedades.
El canario arrogante que nos gorjeaba
su historia personal tras sus barrotes
acaba de ser secuestrado por un ovni.
Una fruta emprende vuelo
desde el mármol pálido de la cocina
huyendo del acoso de una orquesta de abejorros.
Hasta el perro permanece en silencio
agobiado por tanto sigilo.
Un globo aerostático planea por mi sala
y arroja papel picado
a los melancólicos muebles que le saludan.
La radio por fin aúlla.
Su sonido hace crujir el armario
donde se guarece el tiempo.
Han pasado solo cinco minutos
y por fin creo haber descubierto
el cortinaje donde se oculta en sus goznes
esa vieja carroza que sigue en pie
llamada eternidad.
ALMANAQUE DE SUICIDAS
En el momento que un tordo se elimina
volcando la corola de la flor
que sostenía en la garganta
y discretamente se evade de la fila
de los seres vivos
nos estrangula un poco a todos
con esa brutal ceremonia.
El ave nos compromete con su silencio
con su semblante adusto
con ese gesto inconforme de los que nunca
tocaron con las manos el firmamento
y nos arroja encima su falta de luz
causada por el revuelo de las cosas perdidas.
Con su mueca impronunciable y trágica
nos embarca unos metros
en el vagón sombrío que jala el propio estornino
hacia el despeñadero final
al que todos le tememos
nos mete un ala en el escote
y nos aprieta el grito que demora en salir
y también el último silencio.
El tordo nos compromete
a usar un traje negro para siempre
añadiéndonos a su oscuro linaje
nos unta la cara con su ceniza
y nos obliga a comer los despojos
de su postrera cena.
Y si el fenecido vertebrado decide cantar
desde su herida sanguinolenta
las tazas de café se quiebran
los relojes dan vuelta contra la corriente
y un tenso ulular se escapa
de lo profundo de la fractura
de los muros.
Nosotros —de esta manera
empezamos también
a morir entre tímidos arpegios.
Todo rueda entonces hacia las sombras
y con su aire fétido
nos dan una ojeada hasta los ángeles caídos.
El universo se contamina y hiede
y lentamente se descompone el día
dentro de las macetas
donde sin ningún remedio se marchitan
poco a poco las dulces petunias
que prestaban su tintura y aroma
a nuestros años bisiestos.
Cuando parte el tordo arrastrando tras de sí
los andamios de su pureza
baja el brillo de la luz austral aún al mediodía
se inclinan todos los fanales
y como una figurilla de ónix y basalto
se nos queda mirando
desde el hoyo más entrañable de la casa.
PÁJARO QUE CAVA SU FOSA
Todas las canciones deberían empezar con un pájaro
con un gorrión pronunciando la palabra valor
y abriendo su plumaje enardecido para atraer el mundo
y llevarlo en el pico como se cargan los sueños
o las ramas de abedul o de palosanto
pero este tiempo lo ha embrollado todo
así que las canciones se inician cuando alguien tose
y de la garganta se escapa una letra
que luego huye por la puerta de atrás
y se transforma en una tonada que da cuenta
de un tenaz encierro entre el follaje del árbol
que crece con desmesura dentro de la casa
pero el público de los palcos no lo ve
porque tal vez solo lo puedan ver los pájaros
o las sombras que se echan por el aire a flotar
simulando ser colibríes en el estío
total
los sueños están llenos de bellos difuntos
que entonan hermosas canciones de amor
aunque las aves jamás modulan en las esquinas
o será que mis sueños están llenos de obeliscos
cubiertos por las farolas de los puentes
donde hombres prodigiosos entonan plegarias
y se abrazan con las aves
hasta beberse la noche a borbotones
para esperar a que por fin abra sus cercas
esta ciudad sin estimulantes donde alguna vez
fuimos vivamente felices
cuando aún éramos gráciles y tan veloces
menos mudos menos distantes
todavía.
DONCELLA EN FONDO AÑIL
Muchacha del levísimo turbante azul
que con tus dedos prodigiosos recompones
y enderezas los cuerpos atenazados
por el garabato del dolor
atiéndeme:
quiero que cien pájaros llenen tu cabeza
que ellos se unan a ciertos artefactos
que en libertad deambulan por la vía láctea
y que se licúe todo allí adentro
para que salgas a la calle echando por la boca
un nuevo universo
único limpio
donde nunca nazcan las bacterias
donde nada sea opaco
y transparente y muy pura te levantes
como el batir de las alas de un cardenal
a fin de que tu brillo se mantenga incólume
para siempre.
Enrique Sánchez Hernani (Perú). Poeta, escritor, crítico literario, periodista y cronista. Publicaciones: Por la bocacalle de la locura, Violencia de sol, Banda del sur, Altagracia, Pena capital, Música para ciegos, Vinilo - 42 poemas del rock’n roll, Quise decir adiós, Cuaderno extranjero, Catálogo del maestro de obras (antología, Lima), Taller de maestranza (antología, Bogotá), El estruendo de las cosas (antología, Nueva York-Salem) y Parábola de las ideas impuras. Recibió el Premio Luces del diario El Comercio, de Lima, al Mejor Libro de Poesía del año 2011.