"EL AGUA ROTA"
por
Ibán de León
HABITACIÓN EN SOBRAS DE BEATRIZ PÉREZ PEREDA
Leo en estos días La poética del espacio, de Gaston Bachelard, a la par de Habitación en sombras, un libro de poemas de Beatriz Pérez Pereda (Villahermosa, Tabasco, 1983). En algún punto, tengo la certeza, tal vez ingenua y obvia, del diálogo que es posible establecer entre ambos títulos. “Algo cerrado debe guardar a los recuerdos dejándoles sus valores de imágenes”,[1] afirma el filósofo francés. Enseguida acuden a mí algunos instantes reveladores de Habitación en sombras.
Con un lenguaje sutil e íntimo, marcado por la transparencia del verso, Pérez Pereda nos entrega un conjunto de poemas en los que impera la soledad. Su libro construye, desde mi punto de vista, una casa pequeña rodeada por el silencio que convoca la ausencia, hecha de la penumbra de quien la habita, sus mínimas costumbres. Ahí, en el sitio que alguna vez fue un hogar compartido, permanece el recuerdo del otro, su no estar que recorre los versos de principio a fin. Tras la partida del ser amado no hay más motivo que la espera, parece decirnos el yo de estos poemas:
Un hábito
me siento a la mesa y espero
puede ser cualquier hora
cualquier circunstancia
puede ser que a mis párpados llegó la luz del alba
su apenas sonrisa de niña que quiere jugar
aunque es temprano[2]
El milagro de lo cotidiano, que aquí se manifiesta en el renacimiento del sol, se abre ante los ojos de quien se ha quedado solo, en una especie de orfandad. La experiencia se carga de sentido, adquiere su auténtico significado por obra del sentimiento de vacío. Objetos y hechos que podrían resultar intrascendentes encuentran su justa grandeza porque parecen ser contemplados por primera vez, en su condición verdadera: en ellos se reconoce al otro, el ausente amado:
¿Qué es un hogar?
[…]
Una calle y un número
la seguridad de una llave en el bolsillo
la correspondencia de esa llave en una puerta
La ternura de una boca que sabe nuestro nombre
el sueño de un pasto podado […][3]
La fuerza de un libro como Habitación en sombras proviene, creo entender, de nombrar lo pequeño, aquello que damos por hecho y que pasa desapercibido en el tráfago diario: una llave, la calle que caminamos sin detenernos, la puerta de una casa, el pasto podado: ese conjunto de cosas que nos regala la calidez del hogar y, por esa circunstancia, se carga en principio, como resultado de la pérdida, de un sentido doloroso. Ante la evidencia definitiva del abandono, y tras el largo insomnio del duelo, llega con la noche un cierto alivio:
Podría existir una explicación más simple
estoy en Alemania y es un sueño
en la madrugada de mi cumpleaños
y mi mente ha construido una ciudad bajo la lluvia
para darme el regalo de mirarte[4]
El proceso ha sido lento: quien convalece aprende o, mejor, reaprende la vida. Al emerger de la oscuridad hace emerger lo que le rodea. Mira con los ojos del asombro, descubre, como un niño, la dignidad de lo elemental. Y paulatinamente recupera su sitio en el mundo:
Y la luz se adelanta
va más allá
viajando al tope de su física
más allá de los ojos
detrás
donde guardamos el primer parpadeo
y llega a la garganta
y despierta al gorrión que desde hace tanto tiempo ha querido cantar su
[primavera
ilumina el pecho
y pone fin a la noche ártica del corazón[5]
En cuanto las cosas ―árboles, sol, piedras, muebles― recuperan su valor verdadero, el valor verdadero de quien pone la mirada sobre ellas también se recupera. Y la felicidad, o los pequeños fragmentos de eso que podría constituir la felicidad, irrumpe de nuevo sobre la casa. Y sólo entonces, quizá, asoma la idea de renunciar definitivamente a la espera, como una semilla ―arrojada a su suerte sobre la tierra― que habrá de germinar tarde o temprano:
¿Y si fuera yo la que tuviera que partir?
Si tuviera que moverme
saltar
si el camino es tomar un camino
[...]
Si el error ha sido la silla y la espera[6]
Ante el yo poético se abre un sendero distinto del trazado originalmente, el cual puede recorrerse con independencia, sin equipajes caducos. Habitación en sombras es, en este sentido, una reivindicación de la soledad, cuyo valor procede de mirar con otros ojos los pequeños milagros que rodean nuestras vidas. Porque los árboles, que bien podrían definir la palabra hogar, nos dice Beatriz Pérez Pereda, “se bastan a sí mismos”.[7]
[1] Gaston Bachelard, La poética del espacio, FCE, México, 2012, p. 36.
[2] Beatriz Pérez Pereda, Habitación en sombras, Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura, Aguascalientes, 2021, p. 17.
[3] Ibid., p. 19.
[4] Ibid., p. 28.
[5] Ibid., pp. 32-33.
[6] Ibid., p. 46.
[7] Ibid., p. 22.