MAMÁ, LOS BÁRBAROS SE HAN INSTALADO
en el primer piso de mi corazón.
Cometen atrocidades cada mediodía
mientras abrasan la comida
y el humo penetra por los pulmones
sin dejarme respirar.
El humo oscuro de las palabras renegridas
que pronuncian los bárbaros.
Mamá, ellos gritan, amenazan. Mienten.
Atosigan, invaden, perturban
la paz de esta comunidad de vecinos.
Quisiera echar a volar por la ventana,
mamá, con alas de alondra tímida.
Cada resquicio, cada apertura
está clausurada. Se desmorona
el edificio del corazón, mamá,
y quiero poner a salvo a los bárbaros.
Sus inquinas, sus barbaridades… ¡Mamáaa!
TAMBIÉN YO HABITO AHORA
el espacio de los bárbaros.
Quemo la comida con la madera de los muebles
y grito palabras terribles por las rendijas de la celda.
Pretendo domar el recuerdo de la intemperie,
asesinar a las negras mariposas del presagio,
reconducir el arroyo de los desagües,
sangrar al drago, tatuarme el alma.
Bárbaramente consumo amargos brebajes,
desperdicio los segundos sin oficio ni beneficio,
recorro a brincos las tapias del inmueble en ruinas:
la catedral del silencio.
En las lindes de los bárbaros adoramos al fuego.
Quemamos. Todo lo quemamos.
Cauterizamos las heridas del corazón
con puras brasas y luego
ya no sentimos los arañazos del hambre.
Los bárbaros, mamá,
chupamos limones bien ácidos
después de los incendios.
En el rumor de la noche
cada una de las barbaridades
suena a estridulación
de negros ángeles escapados
de los grafitis de las calles grises.
Estoy con ellos, con los bárbaros,
yo quiero quemar los restos del día,
los restos de este dolor antiguo
creciente de cenizas.
ME DISTE LAS ROJAS BAYAS DE LA SABIDURÍA
y las mastiqué muy deprisa. No las saboreé.
No. Tampoco construí mi casa sobre la roca
ni atendí a los caprichos del águila.
Fui feroz conmigo. A dentelladas
ascendí hacia la cima del desacato
hasta profesarme monje en este desierto.
En el agujero inhóspito
el veneno de las bayas maduras
comienza a hacer su efecto y al fin veo.
Dile a tu corazón que nunca fui perverso.
SI ESCUCHAS UNA VOZ ACOGEDORA
refúgiate bajo su plumaje.
Quédate ahí un largo instante.
Si encuentras una cama elástica
salta, salta y salta hasta alcanzar una nube.
Quédate en ella un largo instante.
Si te pinchas con una zarzamora
y tu sangre es azulada
huye para que nadie coloque
sobre tu cabeza una corona de fuego.
QUÉ SUCEDE EN BAGDAD, AMIGA,
qué tesoro buscas
entre los secretos de la historia.
Mientras husmeas por ahí,
en la música de tu corazón
resuena el poema no escrito.
Lo intentas. La escritura
de ese bello sortilegio dorado.
Pero las letras son invisibles,
las palabras también invisibles,
incluso la vida es invisible,
filmada con película invisible.
Sangras en una calle de Bagdad,
amiga. En una calle gris
la sangre es semilla de sustancia poética
de donde nace la palabra herida.
Quizás mueras o tal vez sobrevivas
aferrada a ese signo cautivo
que rompió la cáscara del silencio.
Vente conmigo, amiga,
a navegar por viejas enciclopedias,
a surcar océanos de leyenda,
las dos a bordo de un hueso de dátil.
De Odola (Santa Rabia Poetry, Perú, 2022)
Marina Aoiz Monreal (España) Licenciada en Ciencias de la Información. Publicaciones: La risa de Gea (1986); Tierra secreta (1991); Admisural (1998); Fragmentos de obsidiana (2001); El libro de las limosnas (2003); Edelphus (2003); Hueso de los vientos (2005); Don de la luz (2006); Donde ahora estoy en pie frente a mi tiempo (2007); Hojas rojas (2009); Códigos del instante (2009); El pupitre asirio (2011); Islas invernales (2011); Génesis (2011); la antología bilingüe Mirar el río/ Ibaiari begira (2015); Embalaje (2017); y Sarcófagos (2019), algunos de ellos premiados en diferentes certámenes.