CASA EN OBRA NEGRA
Al empujar la puerta
no había nadie en la sala.
al fondo se veía una ventana abierta
y la luz inquietante de la tarde
caía oblicua en la pared sin repellar.
Al frente, en una mesa de tablones,
alguien había dejado dos cubos de metal.
Uno lleno de ajos, rábanos y cebollas,
otro con hojas secas y botones de rosa.
No había nadie en el resto de la casa.
Antier al alba, entró la soldadesca.
A la mujer de las mejillas rojas
que venía a las siete tarareando,
nadie la ha vuelto a ver.
POR LA VENTANA DE UN PATIO SIN MANGOS
No había un palo de mango en ese patio.
La mesa de madera se caía a pedazos
de tanto recibir lluvia, sol del trópico
y muy pocos cuidados amorosos.
Las hojas se amontonaban en el suelo,
se podrían por la lluvia, dejaban un residuo,
una capa verdosa que se volvía sólida,
imposible de raspar con una espátula
y aunque cerquita había casas con jardines
con árboles de mangos, con arbustos de flores
amarillas y fucsias, en el patio sin mangos
los insectos y bichos tenían un paraíso.
Las abejas y mosquitos venían
con el calor, las zarigüeyas
y mapaches saltaban por la cerca,
las lagartijas andaban entre los arbustos
y entre la hierba, las raíces y los árboles
e insectos diminutos, de nombre desconocido,
se comían las plagas del jardín
y copulaban en camastros de hierba.
A veces una lagartija de papada roja
corría por las patas de la mesa
que se hundía en el patio.
Y por la noche, cuando algunos bichos
se duermen y otros salen de sus huecos
se oían voces desde la cocina
y jazz en un estéreo y de pronto,
detrás de la ventana de ese patio
se apagaba la luz fluorescente,
se prendía la luz del comedor
a la hora de servir la comida
y se oían las risas
de la mujer y el hombre
que cenaban detrás
de la ventana
del jardín sin mangos.
NUNCA CONOCÍ LOS LOBOS
Nunca vi a un lobo,
andar entre los árboles,
llegar al jardín de la finca del tío
cerca de la montaña,
o a aquella casa en el campo
sin cuerdas de la luz alrededor.
Yo sólo vi a los lobos que vivían
entre las páginas de un libro.
Al lobo hambriento
que se ahogó en el río,
la panza llena de piedras,
al lobo que cayó
en un caldero de agua hirviendo,
o al bulímico amigo
del zorro de piel roja…
Esos lobos de cuentos,
tal vez nacidos del terror
atávico a los depredadores,
que la gente ha cazado,
fusilado y envenenado.
Pero yo quise un lobo afable,
un día que recorté con tijeras
la gordura del pollo.
Antes de tirarla a la basura
imaginé a un lobo gris, entre los árboles
frente a la ventana de aquella finca,
y quise, apoyada en el alfeizar,
haberle dado de comer la grasa
y haberlo visto regresar,
como un cachorro manso
que quiere otra vez grasa
que sonríe con la cola
y lame feliz la mano.
UNA NOCHE DE OCTUBRE EN EL FUTURO
Días después de que te hayas ido
casi a las seis miraré por la ventana.
La luz de fin de año que a esa hora decae
tendrá el mismo color que tenía en octubre
por la tarde, en tu patio.
Volveré a mi escritorio,
ojearé páginas en la pantalla.
Y vendrá la noche, casi idéntica a aquellas
en las que caminábamos después de que llovía
y había resplandores de la noche en el asfalto
y parches de barro seco en las aceras.
Cuando todas las luces se hayan apagado,
desde la misma casa de tus últimos años
saldré a mirar el cielo.
Y de pronto escucharé tu voz
y veré la luz de una linterna,
como la que llevabas
cuando íbamos al parque
y todo estaba oscuro
para evitar los huecos
y las piedras.
Pero la oscuridad
se inventa apariciones.
La luz podría ser el faro de un vehículo,
o un misterioso resplandor animal
y tu voz un sonido que el aire distorsione.
SUEÑO ANIMAL
Me parece que el perro espera algo,
echado junto a la ventana,
con el hocico pegado al suelo,
como si algo oliera
a través del vidrio;
tal vez acecha las lagartijas,
tal vez las ratas…
que a veces llegan
a buscar bichos
cerca al árbol.
Por momentos,
cuando no pasa nada
se queda inmóvil,
mirando con flojera
hacia la calle.
A veces se recuesta
de lado y duerme;
sueña y gruñe dormido,
mueve las patas
como si corriera,
a veces se sacude…
Quizás alucina algo
que se mueve afuera,
algo hirsuto
que brinca entre matojos;
quizás oye un alarido animal,
siente cerca el hedor
de una piel
y en sueños corre, acosa,
desgarra y come de la presa
como un carnicero, igual
que sus antepasados
los coyotes.
Ximena Gómez (Colombia). Poeta y traductora colombiana. Publicaciones: Habitación con moscas (2016), Último día / Last Day (2019) y Cuando llegue la sequía (2021). También es traductora de la obra de Jacqueline Woodson ganadora del National Book Award, Brown Girl Dreaming/ Niña morena sueña (2021) y de One for the Murphys/ Una para los Murphys de Linda Mullay Hunt (2022). Tradujo poemario bilingüe de George Franklin, Among the Ruins / Entre las ruinas, (2018), y es co- traductora de 32 Poems/32 Poemas de Hyam Plutzik, (2021). En el 2018 fue finalista en el concurso Best of the Net.