La obra poética de Eunice Odio (1919-1914) va en un amplio ascenso como de vértigo, como de ola, con alas auríferas de San Miguel Arcángel y de terrestres, celestiales y elementales acentos en nuestra lengua española y en otras lenguas. Costarricense de nacimiento, guatemalteca y mexicana por filiación, una errante de enormes raíces nos sigue conquistando y arrebatando con su espejo de membranas y de sílabas. Cada acercamiento nos deja en la perpetuidad de la belleza, en un vuelo imperecedero de alondras y metáforas. Ella es permanente, incandescente y vívida.
Hay que valorarla y seguir valorándola en su justa dimensión. Nueva York Poetry Review rinde homenaje y tributo a uno de los grandes espíritus de la Poesía Latinoamericana de todos los tiempos.
Javier Alvarado
POSESIÓN EN EL SUEÑO
Ven
Amado
Te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.
Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo,
Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,
Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.
Ven
Te probaré con alegría.
Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.
Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total, sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.
Ven
te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarán aromas caídos nuestras bocas.
Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.
AUSENCIA DE AMOR
Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,
Cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.
Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas morenos y distantes,
Cómo será tu pecho cuando te amo.
Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.
Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como frutales conchas
y celestes cabañas.
Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,
Con aire de laguna
y ropa de peligro.
Me vio desde su torre
un auriga de jaspe,
Yo te andaba buscando
por entre el verde olor de sus caballos,
Por entre las matronas
con pañales y pájaros;
Y pensando en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre hierbas amargas.
Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.
Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.
II
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado pasto vencidas y entornadas.
Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de islas
con tu brillante dádiva.
Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco
Y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.
Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi alma,
Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y perdida.
Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.
Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo.
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he hallado.
Cómo será buscarte en la distancia.
CONSUMACIÓN
Tus brazos
como blancos animales nocturnos
afluyen donde mi alma suavemente golpea.
A mi lado,
como un piano de plata profunda
parpadea tu voz,
sencilla como el mar cuando está solo
y organiza naufragios de peces y de vino
para la próxima estación del agua.
Luego,
mi amor bajo tu voz resbala,
Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros,
Y me estallan al pecho palomas y desnudos.
Y ya dentro de ti
yo no puedo encontrarme,
cayendo en el camino de mi cuerpo,
Con sumergida y tierna
vocación de espesura,
Con derrumbado aliento
y forma última.
Tú me conduces a mi cuerpo,
y llego,
extiendo el vientre
y su humedad vastísima,
donde crecen benignos pesebres y azucenas
y un animal pequeño,
doliente y transitivo.
II
Ah,
si yo siquiera te encontrara un día
plácidamente al borde de mi muerte,
soliviantando con tu amor mi oído
y no retoñe...
Si yo siquiera te encontrara un día
al borde de esta falda
tan cerca de morir, y tan celeste
que me queda de pronto con la tarde.
Ah,
Camarada,
Cómo te amo a veces
por tu nombre de hombre
Y por mi cuello en que reposa tu alma.
PRÓLOGO DEL TIEMPO QUE NO ESTÁ EN SÍ
I
Nada estaba previsto.
Todo era inminente.
II
Un día después de un tiempo inmemorial,
mientras el cielo se movía de pie,
de un ojo a otro;
y se pensaba de un corazón a otro
en las ciudades,
el orden del vacío preparaba
una palabra que no sabía su nombre.
(La palabra, aquella, del tamaño del aire).
III
También, potencia descansada, el viento,
alzado tumbador de estrellas,
desde el trueno que escucho sin memoria
esclarecer para contar sus ángeles,
rasgaba los templos ardorosos.
IV
También un toro, sí, también un toro pálido
tenía la cara terrenal
y con su grande uña cardial golpeaba el mundo.
V
Los ríos conjugándose, ordenándose en sílabas de agua,
trasoían su límite de peces y de fuego.
VI
Apenas se escribían los frutos y los niños,
con el palote antiguo que reunía los verbos
antes en libertad, acéfalos, sin vías
en la ruta de una mañana eterna.
VII
La noche se soñaba su figura de mayo.
¿Cómo sería su verde partiendo de las hojas?
¿Cómo sería su verde ya cercano
a tan claro designio de laureles
y razonado en pétalo profundo?
Quería una palabra para escuchar su color en la noche.
VIII
Los ángeles buscaban un cuerpo para el llanto,
con el sexo menor posado en una lámpara,
y su peinado, apenas pronombre de las olas.
IX
Las islas navegaban rumbo un pueblo de cobre,
madurando en peceras su sol de porcelana,
mas noche y día las encontró en la arena,
con el oído al pie de la colmena,
y con sus musgos dando su lámpara ordenada.
X
Más allá de su arrullo, a un año de sus vísceras amadas,
el arpa desataba su sonrisa, sus tálamos nacientes.
Era ya necesario organizarle la cuerda
y la estatura que crecían a la altura del álamo;
pronto entraría
en sus obligaciones de armonía.
XI
Allá en su edad,
—seca, sin fin memoria de la nieve—
el frío creaba su niñez.
Nadie sabía si era un quelonio mortal,
o el corazón sin fecha de un anillo perenne.
Todos lo amaban y lo confundían
con su asonancia de oro sembrado en el desierto.
Ya lo anunciaba la ciudad llena de cosas jóvenes.
Un día vendría el relámpago a soplarle los hombros,
un huracán liviano lo llevaría consigo;
desde entonces el frío resonaría
con los que lo olvidaron hace siglos,
hace nueve sollozos de abejas insepultas.
XII
El océano sólo era una larga presencia de caballo
alrededor del mundo,
y el caballo era, apenas, un labio descifrado
y perdido de súbito,
sal,
víspera del agua,
ingrávida y solemne.
XIII
Los cristales designaban unánimes costumbres y gestiones:
el humilde epídoto trepaba por el cuarzo
con gecónida pata;
y el cristal de roca en su perímetro oscilante,
rehuía los contactos con el hierro,
y al pasar por coléricos destellos,
se afirmaba sin mancha.
XIV
Corderillos adentro, mariposas adentro,
dándole honor al polvo,
colmándolo de azules convenciones y seres imprevistos,
se fundaba la gracia carnal de las ciudades.
XV
La abeja resumía en su seno de virgen prematura,
la abreviada dulzura de un padre inagotable.
XVI
Era la paz primera que nadie repetía.
Andaba ya un gran hueso buscándose al oído,
de la mañana al bronce, de la noche a los ciervos.
XVII
Era la infancia de Dios,
cuando hablaba con una sola sílaba,
y seguía
creciendo en secreto.
***
Eunice Odio (Costa Rica, 1919 – Ciudad de México, 1974). Poeta, narradora, ensayista. Destacan sus libros Los elementos terrestres (1948), Zona de territorio da alba (1953), El tránsito de fuego (1957), O rastro das mariposas (1970) y Territorio del alba y otros poemas (1974). Parte de su epistolario se encuentra reunido en la edición de sus Obras completas (1996), preparada por Peggy von Mayer. Eunice Odio vivió en Guatemala y México, naturalizada ciudadana en cada uno de ellos. Además, sus viajes por lugares como San Salvador, Tegucigalpa, Managua, Nueva York, crearon ambientes relevantes para la formación de su carácter y la amplitud de su voz poética.