21 Dic 2024

423. POESÍA COSTARRICENSE. EUNICE ODIO

-04 Abr 2022
Poesía

La obra poética de Eunice Odio (1919-1914) va en un amplio ascenso como de vértigo, como de ola, con alas auríferas de San Miguel Arcángel y de terrestres, celestiales y elementales acentos en nuestra lengua española y en otras lenguas. Costarricense de nacimiento, guatemalteca y mexicana por filiación, una errante de enormes raíces nos sigue conquistando y arrebatando con su espejo de membranas y de sílabas. Cada acercamiento nos deja en la perpetuidad de la belleza, en un vuelo imperecedero de alondras y metáforas. Ella es permanente, incandescente y vívida.

Hay que valorarla y seguir valorándola en su justa dimensión. Nueva York Poetry Review rinde homenaje y tributo a uno de los grandes espíritus de la Poesía Latinoamericana de todos los tiempos.

 

Javier Alvarado

 

POSESIÓN EN EL SUEÑO

 

Ven

Amado

 

Te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche.

 

Tu cuerpo acabará

donde comience para mí

la hora de tu fertilidad y tu agonía;

y porque somos llenos de congoja

mi amor por ti ha nacido con tu pecho,

es que te amo en principio por tu boca.

 

Ven

Comeremos en el sitio de mi alma.

 

Antes que yo se te abrirá mi cuerpo

como mar despeñado y lleno

hasta el crepúsculo de peces.

Porque tú eres bello,

hermano mío,

eterno mío dulcísimo,

 

Tu cintura en que el día parpadea

llenando con su olor todas las cosas,

tu decisión de amar,

de súbito,

desembocando inesperado a mi alma,

 

Tu sexo matinal

en que descansa el borde del mundo

y se dilata.

 

Ven

Te probaré con alegría.

 

Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.

 

Hablaremos de tu cuerpo

con alegría purísima,

como niños desvelados a cuyo salto

fue descubierto apenas, otro niño,

y desnudado su incipiente arribo,

y conocido en su futura edad, total, sin diámetro,

en su corriente genital más próxima,

sin cauce, en apretada soledad.

 

Ven

te probaré con alegría.

 

Tú soñarás conmigo esta noche,

y anudarán aromas caídos nuestras bocas.

 

Te poblaré de alondras y semanas

eternamente oscuras y desnudas.

 

 

AUSENCIA DE AMOR

 

Amado

en cuyo cuerpo yo reposo,

 

Cómo será tu sueño

cuando yo te he buscado sin hallarte.

 

Oh,

Amado mío, dulcísimo

como alusión de nardo

entre aromas morenos y distantes,

 

Cómo será tu pecho cuando te amo.

 

Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo

y tu voz,

un manojo de lámparas.

 

Amado,

hoy te he buscado

por entre mi ciudad

y tu ciudad extraña,

donde los edificios

no se alegran al sol,

como frutales conchas

y celestes cabañas.

 

Y andaba yo

con un crepúsculo enredado entre la lengua,

 

Con aire de laguna

y ropa de peligro.

 

Me vio desde su torre

un auriga de jaspe,

 

 

Yo te andaba buscando

por entre el verde olor de sus caballos,

 

Por entre las matronas

con pañales y pájaros;

 

Y pensando en tu boca

reposaban mis ojos,

como palomas diurnas

entre hierbas amargas.

 

Y te buscaba entonces

por las inmediaciones de mi cuerpo.

 

Tú me podías llegar

desde el suceso cálido.

 

II

 

Amado,

hoy te he buscado sin hallarte

por entre mi ciudad

y tu ciudad extraña,

 

Junto a alquerías errantes

guardadas por el campo

y de agitado pasto vencidas y entornadas.

 

Y de pronto llegaste,

huésped de mi alegría,

y me poblé de islas

con tu brillante dádiva.

 

Desde la brisa fresca llegaste

como un niño con un pañuelo blanco

 

Y la noche voló de sueño entre las ramas,

junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.

 

Amado,

en cuyo cuerpo yo reposo

y en cuyos brazos desemboca mi alma,

 

Cómo será no hallarte en la distancia,

y llegar a tu cuerpo como los alimentos

reanudados al calor de la gracia

necesaria y perdida.

 

Estar donde no estoy más que de paso,

no estar donde tu aliento me contiene

y me desgarra

como una piedra el alma.

 

Cómo será tener,

de golpe, el cuerpo dividido

y el corazón entre las manos

congregado y solo.

Amado,

hoy te he buscado sin hallarte

por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,

y no te he hallado.

 

Cómo será buscarte en la distancia.

 

 

CONSUMACIÓN

 

Tus brazos

como blancos animales nocturnos

afluyen donde mi alma suavemente golpea.

 

A mi lado,

como un piano de plata profunda

parpadea tu voz,

sencilla como el mar cuando está solo

y organiza naufragios de peces y de vino

para la próxima estación del agua.

 

Luego,

mi amor bajo tu voz resbala,

 

Mi sexo como el mundo

diluvia y tiene pájaros,

 

Y me estallan al pecho palomas y desnudos.

 

Y ya dentro de ti

yo no puedo encontrarme,

cayendo en el camino de mi cuerpo,

 

Con sumergida y tierna

vocación de espesura,

 

Con derrumbado aliento

y forma última.

 

Tú me conduces a mi cuerpo,

y llego,

extiendo el vientre

y su humedad vastísima,

donde crecen benignos pesebres y azucenas

y un animal pequeño,

doliente y transitivo.

  

II

 

Ah,

si yo siquiera te encontrara un día

plácidamente al borde de mi muerte,

soliviantando con tu amor mi oído

y no retoñe...

 

Si yo siquiera te encontrara un día

al borde de esta falda

tan cerca de morir, y tan celeste

que me queda de pronto con la tarde.

 

Ah,

Camarada,

 

Cómo te amo a veces

por tu nombre de hombre

 

Y por mi cuello en que reposa tu alma.

 

  

PRÓLOGO DEL TIEMPO QUE NO ESTÁ EN SÍ

 

I

 

Nada estaba previsto.

Todo era inminente.

 

II

 

Un día después de un tiempo inmemorial,

mientras el cielo se movía de pie,

de un ojo a otro;

y se pensaba de un corazón a otro

en las ciudades,

 

el orden del vacío preparaba

una palabra que no sabía su nombre.

 

(La palabra, aquella, del tamaño del aire).

 

III

 

También, potencia descansada, el viento,

alzado tumbador de estrellas,

desde el trueno que escucho sin memoria

esclarecer para contar sus ángeles,

rasgaba los templos ardorosos.

 

IV

 

También un toro, sí, también un toro pálido

tenía la cara terrenal

y con su grande uña cardial golpeaba el mundo.

 

V

 

Los ríos conjugándose, ordenándose en sílabas de agua,

trasoían su límite de peces y de fuego.

 

VI

 

Apenas se escribían los frutos y los niños,

con el palote antiguo que reunía los verbos

antes en libertad, acéfalos, sin vías

en la ruta de una mañana eterna.

 

VII

 

La noche se soñaba su figura de mayo.

¿Cómo sería su verde partiendo de las hojas?

¿Cómo sería su verde ya cercano

a tan claro designio de laureles

y razonado en pétalo profundo?

 

Quería una palabra para escuchar su color en la noche.

 

VIII

 

Los ángeles buscaban un cuerpo para el llanto,

con el sexo menor posado en una lámpara,

y su peinado, apenas pronombre de las olas.

 

IX

 

Las islas navegaban rumbo un pueblo de cobre,

madurando en peceras su sol de porcelana,

mas noche y día las encontró en la arena,

con el oído al pie de la colmena,

y con sus musgos dando su lámpara ordenada.

 

X

 

Más allá de su arrullo, a un año de sus vísceras amadas,

el arpa desataba su sonrisa, sus tálamos nacientes.

Era ya necesario organizarle la cuerda

y la estatura que crecían a la altura del álamo;

pronto entraría

 

en sus obligaciones de armonía.

 

XI

 

Allá en su edad,

—seca, sin fin memoria de la nieve—

el frío creaba su niñez.

Nadie sabía si era un quelonio mortal,

o el corazón sin fecha de un anillo perenne.

 

Todos lo amaban y lo confundían

con su asonancia de oro sembrado en el desierto.

 

Ya lo anunciaba la ciudad llena de cosas jóvenes.

Un día vendría el relámpago a soplarle los hombros,

un huracán liviano lo llevaría consigo;

desde entonces el frío resonaría

con los que lo olvidaron hace siglos,

hace nueve sollozos de abejas insepultas.

 

XII

 

El océano sólo era una larga presencia de caballo

alrededor del mundo,

 

y el caballo era, apenas, un labio descifrado

y perdido de súbito,

 

sal,

víspera del agua,

ingrávida y solemne.

 

XIII

 

Los cristales designaban unánimes costumbres y gestiones:

el humilde epídoto trepaba por el cuarzo

con gecónida pata;

 

y el cristal de roca en su perímetro oscilante,

rehuía los contactos con el hierro,

y al pasar por coléricos destellos,

 

se afirmaba sin mancha.

 

XIV

 

Corderillos adentro, mariposas adentro,

dándole honor al polvo,

colmándolo de azules convenciones y seres imprevistos,

se fundaba la gracia carnal de las ciudades.

 

XV

 

 La abeja resumía en su seno de virgen prematura,

la abreviada dulzura de un padre inagotable.

 

XVI

 

 Era la paz primera que nadie repetía.

 

Andaba ya un gran hueso buscándose al oído,

de la mañana al bronce, de la noche a los ciervos.

 

 XVII

 

 Era la infancia de Dios,

cuando hablaba con una sola sílaba,

 

y seguía

creciendo en secreto.

 

*** 

Señor muy precioso, niño sapientísimo:
 
Hoy, que es La Hora de Junio, voy a regalarle varias cosas que me pertenecen: una gota de Sol; un azul que encontré en la calle; la segunda parte de una golondrina; el manto de un insecto del color del mundo; varios sueños diamantinos y multitudinarios. ¿Le gustan estos objetos celestes? ¿Los acepta? ¿Verdad que sí porque los sintió en los ojos desde antes que en su infancia apareciera la primera Luna redonda de marzo?
 
Y le doy más: un espejo en que se mira el cielo; una pátina de césped; un desplazamiento de mariposa; una cucharada de golondrinas de Chichén Itzá; un gran río que corre al compás de los marinos y los pescadores; un sonido tintineante de Raimundo Lulio; el corazón mío en el momento en que se alegró, porque lo miraban; una mirada verde que fue al aire y regresó al infinito; el sol del cielo y el del sonido: Le regalo el fondo de una perla dinosauria que es donde vamos a vivir y morir usted y yo, dentro de tres árboles de años. Le doy una florecita de árbol potente y dulce. Le doy la vida que ya no tienen sus abuelos y sus padres. Le regalo la sonrisa de una bisabuela suya que usted no conoció porque era ángela y árbola y se fue a la eternidad en un segundo, junto con sus trenzas de río y su perfil de escamas resplandecientes. Le regalo una espuma que vi un día que ya he perdido, pero que podemos recobrar a la vuelta de cualquier año bisiesto y poderoso. Le doy mi amor, fugitivo de los bosques; le cedo la mitad de una criatura que no puede morir y que anda en la Tierra, dirigida por el aire; le doy un caballo que se soñó; un rocío que se alejó del tiempo y del espacio para ser inmemorial; mi cabeza desatada por el viento; mi alma vestida de cereza y con un gran afán de aventura;: le regalo una calle de abril; un santo que se deshizo en el viento; un niño que se construyó, ojo por ojo y diente, cada vez que lo nacieron; un duende que venía cuando iba, porque no le temía al milagro; le regalo un vaso lleno de mariposas que no duermen jamás y que siempre andan en manojos de árboles; una mujer que se perdió de súbito porque el aire la quería y la miraban los cedros masculinos; y también le regalo una mujer hallada en el fuego, a quien nadie pudo entender. Le doy el suelo donde se juntan muchas flores irisadas y desnudas, tal como Dios las trajo al mundo; una mano tendida en medio del mar y usted.
 
Reciba, Maestro, mis dádivas sin fin. Lo ama profundamente,
Eunice Odio
PD.– Se me había olvidado regalarle todo el horizonte y sus consecuencias.
29 de junio de 1971, México.

 

 

Eunice Odio (Costa Rica, 1919 – Ciudad de México, 1974). Poeta, narradora, ensayista. Destacan sus libros Los elementos terrestres (1948), Zona de territorio da alba (1953), El tránsito de fuego (1957), O rastro das mariposas (1970) y Territorio del alba y otros poemas (1974). Parte de su epistolario se encuentra reunido en la edición de sus Obras completas (1996), preparada por Peggy von Mayer. Eunice Odio vivió en Guatemala y México, naturalizada ciudadana en cada uno de ellos. Además, sus viajes por lugares como San Salvador, Tegucigalpa, Managua, Nueva York, crearon ambientes relevantes para la formación de su carácter y la amplitud de su voz poética.

 



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