JIZÔ
Cada mujer tomó la daga,
ceremonia de matar
a las muñecas.
En Japón
la infancia tiene un tiempo
y el cerezo
y el taichiri de otoño.
Esa muñeca tuvo un nombre,
negra como una reina
con pelo azul,
no hablaba.
Detiene el gesto y no es
la infancia
lo que no puede matar
ni vivir.
Es algo que ella dijo
a la muñeca
y ahora no recuerda.
Tampoco olvida si la mira.
Algo que podía entender
otro ser silencioso,
inmóvil,
chiquitito.
Es improbable
que entendiera
las reglas del juego,
ese recuerdo de hacer radio
es imposible,
un cambio de monólogo
interior.
Esa muñeca
tenía tres rostros
en uno.
Jizo,
la máscara de un niño
eternamente dios
o viceversa.
Pero más exactamente
había un indecible
y melancólico saber
de otra manera
la ignorancia.
Sólo confiaba en su inmutable
ángel negro velando.
Toca y ve
que tiene un sexo,
uno solo.
Mujer inconfundiblemente
abstraída por sus ojos.
Eso que sabe de un modo silencioso
cumple un pacto.
Hay una infancia perdida
en la infancia.
Melancolía animal.
En qué momento la palabra
distancia
tomó cuerpo.
Ni puertas de papel
ni la entrada suscita
reverencia.
Ni descalza
el desamparo se puede remitir
a sensación
del cuerpo.
Ni aun el corazón abandonado
sabe
si ha perdido
o es
perdido.
No encuentra razón para matar
a un cómplice mudo.
En qué momento la palabra
tomó distancia
de su cuerpo.
En qué momento se sabe
que la muñeca simula
compañía.
Mientras la peina piensa
o sabe
que es una ceremonia
de la infancia.
Cómo supo que era la tristeza
un pacto inevitable
con la vida.
Por qué recuerda el frío
y no el dolor.
Como los gatos
no puede vivir en una casa
ni en la selva.
Siempre cae parada
y prueba cada vez
mayor abismo.
Basta un gesto,
basta un telón oscuro
para ocultar
el cuerpo de la voz.
Es algo de onagata
que tenía la madre.
Desidia de los días
como nieve,
agazapada en su silencio
acecha alguna sensación.
A punto de matar
el fuego se consume:
cómo atrapar el agua.
Esa mujer se arrodilla
ante el guerrero,
es una ceremonia.
Cómo explicar que no se rinde
más
que tributo a la memoria
de un corazón exagerado.
Cómo pertenecer
a la distancia.
No sería una de tus manos
sino una mano saciada
de tocarte.
Corazón
no me acerques esa daga.
No hay respuestas en el cuerpo
que no pueda adivinar
una cabeza de muñeca
abandonada.
Responder
a ninguna pregunta
que haya hecho.
Y sin embargo
no dice con sus gestos
que sabe las acciones
necesarias.
Montar esa escena
le lleva al mundo tiempo
y ella no se presenta
siguiendo el argumento.
No sufre
sino como un actor
que sufre demasiado.
Ahora sabe:
si jugaba a la radio
no es que hablaba o pensaba,
simulaba una escena,
repetía un gesto
hasta que el patio se volvía real
como una casa
de muñecas.
Corazón
por qué tan sigiloso.
En el Kabuki
se ven los asistentes
que traen el puñal
y el actor vuelve a matar
todas las noches.
Esa muñeca representa
la representación
de su infancia.
Hasta que se hace real.
Como si nunca hubiese estado
en ese patio
agazapada en el frío
silenciando respuestas
a preguntas que no hizo.
Es una ceremonia
pero detiene el gesto.
En qué momento se separa
la cabeza
del cuerpo.
De Caminatas
LA MUERTE DE FREUD
Si ya los perros no se acercan, huelen. Huelen el despellejamiento, carne corrompida, huesos moliéndose lentamente como un reloj más implacable. El tiempo no es, esa abstracción no es lo que cuenta sino el camino de los perros, habré tenido, perdido, cuántos, amores cuántos, pero reales, tan irreal como minutos todo. Las noches fue la vida, despierto después de haber dejado gente, gestos, palabras. Escribo, los perros aúllan, tampoco me abandonan, miran de lejos con desconfianza, aceptan la comida. El sol es real desde lejos, de noche no parece que el día haya existido. Calor, frío. Todo está ahí, lejos, cerca, flores, perros, gente que mueve una palanca y arma un auto, una lámpara, una guerra, un árbol de navidad. Se dice la guerra es un hecho. Pero tampoco, alucinación cristalizada, como toda conversación. Ahí. Y dentro de mí una película en que los perros suben a mis piernas, los he traído heridos o ateridos de la calle, con más hedor del que ahora exudo. En mis venas lentamente fluye una vida de colores sepia, oro rancio de un cáliz en que el mundo oficiaba un círculo perfecto de ignorancia que comprendía a todos. Me transparento. Dije lo que dije? Algún corazón cambió su rumbo? Mejor o peor. Los hijos, como los perros, se alejan. Los amigos, como caminos, son tiempos de uno. Todo es pesadez y nada es sólido, la noche huele a café y metales vivos, un instinto de animal que sobrevive por imprecisión. El viento que sólo existe si doblega, ese soplar con que intenta aplacar su temor de desasido. Y lo exacerba. Poder tan vasto y tan inútil, fluir continuo el viento que todo deja atrás, ni perros. No tengo esa suerte del aullido. La pantera del opio está dormida ahora, se enfrían las brasas. No hay dolor si no hay espera. El mundo es esta casa y ésta toda la luz que se soporta. Un nadador en su braceo que olvida el fondo. La noche, el día, sólo otro tono en el mundo de cosas, nada es seguro salvo los objetos. Los niños son oscuros, saben lo que no saben. Siempre a pocos pasos de la mecha. Fui durante demasiado tiempo el náufrago, qué haré al entrar en un océano real? No soy más grande que el agua. Ninguna orilla se ofrecía realmente. Los perros duermen sin dudas y sin remordimientos, una presa un deseo preciso, una mordida, el hambre no el afán encuentra en este mundo correlato. A cada paso inventaba un lugar donde ir. Una ficción que hizo cuerpo en su criatura. El mundo hizo su síntoma, hizo un hombre. Dr. Frankestein, también mi piel es el remiendo de fracasos antiguos y ajenos, como la manta del mendigo. Hay un osario anónimo y común en la frontera. Puedo ser un nombre, una marca, una manera de fumar, puedo ser un traje que quedó en una silla, nunca pude ser un hijo, un amor, un perro, nunca pude ser la inherencia de las cosas, nunca pude ser feliz con mi imbecilidad, como cualquiera. Una pierna hinchada dando un salto en la ciencia inútil de pensar, un experimento que observa e informa su experiencia. Escribo. Me permito dudar, aparentemente me puedo permitir cualquier cosa. Por la mañana envidio al árbol, su constancia en la luz, en el silencio; por la noche creo que en su falsa quietud acecha y luego emana el veneno de todo el que a su sombra calla. Hasta el árbol puede ser otro, y no es que miento, se sienten cosas diferentes al mismo tiempo. Los pájaros ya no son sino la nota en una postal de mundo, tan reiterada que termina por aceptarse como marco de lo humano. Sólo los objetos, dóciles, no miran a los ojos. Los árboles fueron antes que nosotros y sin nosotros persistirán. Cuanto más azul, más verde, el día más nos abandona, exige una disolución para la que no fuimos hechos. El que ama no pertenece. El que con una exclamación une la piedra, el río, el sol, el que mira no pertenece. Me senté frente a una fuente durante horas, el agua parecía infinita pero siempre era la misma, de pronto todos los mitos me parecieron infantiles. Lo que la memoria toma no devuelve y sin embargo no puedo empezar de nuevo a partir de lo que vi. Merezco esta llaga de mi boca? Por qué creí que hablaba por el silencio de otro? Es el secreto la eficacia de parecer un cuerpo en dominio de un ser. Lo dejé con su alma desmontada como un juguete roto entre las manos. El amor es el sonido de pasos en la niebla, se fue la vida en escuchar, en seguir ese confuso rumor lejano. Esa niebla somos. Y esta ceniza azul que ahora es mi sangre en sístole perpetua, ya vencida en los ancestros. Un dios que no se cree me ha creado, camino y es su gloria y si tropiezo su manera de mostrar que no hay puntada sin hilo. Los perros gruñen cuando rebusco por el tabaco que me esconden. Sólo el tabaco importa, el sol, esos momentos de placer animal. De noche soy un hombre con los sueños del mundo apilados en cajones. Escribo: no hay respuesta, el mundo soñaba con soñar un mundo. Temo la hora ambigua del crepúsculo, cuando no soy la tierra ni su argumento ni la casa ni su bohardilla ni el agua mansa ni la pasión del fuego que no pregunta si arder vale la pena. Destripo una muñeca y no hago más que lo que se hizo siempre, iniciar el festín de los perros. Y ya nadie sueña para mí. Ya nadie sueña.
De Plegarias
EL PERRO
escarbo
escarbo
escarbo
el hueso de dios
todavía puede estar
en el corazón caliente
de la tierra
tengo celos de dios
el árbol
sólo mira hacia arriba
es imposible para mí
amar a un árbol
pero enamorarse es eso
le salto
y sigue absorto
tengo celos del fuego
que duerme en su corazón
de las estrellas
que le pasan
no soy un árbol
no puedo
entender su quietud
pero enamorarme es eso
cae la noche
como la realidad
mi universo es un baldío
me ovillo
en las raíces duras
de mi amor
tengo celos de los pájaros
abrigados
en sus ramas
envidio la noche
cayendo como un cazador
de espejismos
quién despierto
creería
en los sueños
la intemperie es una soledad
el amor es un adentro
doy vueltas
alrededor del árbol
le salto
salto de amor
y caigo
otra vez en mí
enamorarse es eso
nunca se inclina
sólo mira al sol
a las estrellas
salto
doy vueltas
para cuidarlo
de su quietud
para cuidarme
de su silencio
tengo celos del amor
que siento
es más grande
que yo
es mejor
bajo el árbol
los pájaros
dan saltitos
me acerco
porque huelen a árbol
pero se desbandan
corren
si salto alrededor
corro detrás
y levantan vuelo
por qué mi amor
parece una cacería
o una rabia
tengo celos de la tierra
que retiene al árbol
nada me aferra
desde el cielo
cuando salto
cuando caigo
nada me espera
pero vivir es eso
a diferencia del árbol
salto
le salto
pero se abre en más
y más cielo
abraza el aire
nada
quiero advertirle
pero enamorarse es eso
me respondería
el árbol
es un sol
y un perro
alrededor
qué terror
le hace echar tanta raíz
quiero abrazarlo
pero apenas llego
al borde
donde empieza a ascender
a olvidarme
el árbol no sabe
hasta dónde
puede llegar
es eterno y está cansado
escarbo
escarbo para liberarlo
pero lo imanta
la inmensidad
tengo celos de su infinito
el cielo -le dice el pájaro-
es una resistencia
al cuerpo
otra espesura
el cielo es un bosque
sin árboles
el árbol es un cazador
que sueña
no necesita seguir
a las estrellas
ni atraparlas
escarbo
en su tronco
y paso la noche
en su interior
sueño
el corazón del árbol
es un perro cansado
de buscar
y me encuentra
el verano es una fiesta
a la que no se puede entrar
solo
espero la brisa
cuando el árbol se sacude
nos parecemos un instante
solamente
enamorarse es eso
sueño
que el árbol sueña
que corre
conmigo
no es que no quiera
-me susurra-
me posee un destino
de monstruosa
altura
y soledad
me froto en el tronco
le dejo mi olor
y huelo
soy el árbol
que quiso ser yo
enamorarse es eso
viento
lluvia
lo que a mi amor alimenta
me aniquila
¿no necesita
más que luz?
lo miro dar
refugio
contemplar
celebrar lo que no está
a su alcance
no sé si lo amo
para no odiarlo
para no odiarme
también es eso
enamorarse
salto
pero no soy de altura
ni de profundidad
el árbol
aunque a mi lado
no está en mi mundo
tengo celos de ese animal
de cielo
el árbol es una trama
de gravedad y luz
echado en tierra
soy afuera
de mi amor
soy su vacío
alrededor
y él absorto
inalcanzable
ciego a la sombra
que provoca
soy sin árbol
pero mi corazón
es un árbol
en cuerpo de cazador
no quiero correr más
que árboles
aunque están quietos
no los puedo atrapar
huelo
sigo un rastro
¿qué se recuerda en el amor
que no se tuvo nunca?
De La bestia ser
LA OCCISA
Si pudiera volver
la cabeza.
Los ojos, sí
los ojos permanecen
pero yo permanezco
inmóvil
como siempre y sin embargo
ya no importa.
Existe un paraíso
del cuerpo
prometían los ojos,
infierno de saliva
arrasando palabras,
pensamiento, ser
desde adentro
hacia afuera un fuego
líquido y afuera
sólo tacto
de mí.
Y ahora que la bala penetra
una real calcinación
me atraviesa: esa mirada
es una trampa
y ya no importa,
fluye,
el deseo es un río,
le dije,
no detengas su curso.
Todo es líquido,
el aire como bruma pegajosa
en la garganta,
los sonidos,
no veo, me derramo
hacia adentro,
agua estancada
lo que fue pólvora viva,
volumen sanguíneo en las vísceras
conscientes ahora de sus ritmos
ralentados,
humores venenosos del alma
que también es un cuerpo
eléctrico.
Un fluido
que al mirar capturaba en un punto
de impacto.
Nunca fui el cazador
siendo rapaz como el deseo
es como el viento
que no sabe qué arrastra,
qué doblega,
por qué aleja al acercarse,
por qué le da una dirección
lo que resiste.
Algo, una baba,
una pluma venida del espacio
toma forma,
toma desde dentro
un cuerpo que pueda tomar cuerpos,
una ciudad de poseídos.
El verdadero horror
en las películas
es que siempre comienza
la misma situación,
cuando cierra la puerta
y suspira
se rompe la ventana
y vuelve a correr.
Sólo hay dos en esa cinta
de Moebius
y ya no sabe quién perseguía
a quién.
No importa,
ya no puedo moverme
y hemos vencido
los dos.
Hemos perdido
lo áspero,
los vientres pegados de sudor,
la radio,
una lámpara en invierno,
acariciar los libros,
las manos se deshacen como papel viejo,
he perdido
la textura de tu espalda,
el árbol,
cicatrices.
Sin embargo siento el agua
alrededor,
me estoy hundiendo
suavemente.
Acaso imagino una lluvia
que no llega a mi oído,
no es que caigo, voy perdiendo
sentido.
Ya no veré el acero,
el mar ni una estación de tren
abandonada.
Me condenaste al tedio,
a la nostalgia monocorde
por alguien que no está:
mi propio cuerpo.
Solitaria
eternamente sabiéndome
invisible
aun para mí misma.
No importa,
ya no puedo pensar
ni imaginar lo que no sé
cómo será
y cuando suceda, como siempre,
ya no tendrá importancia
entender.
Es un río,
dejémonos llevar,
le dije,
a donde sea.
Fue un error, como un viento
diciendo soy un viento,
un giro repentino
de nosotros.
La oscuridad como una piedra
me toma desde adentro,
mi cuerpo es la sombra
de una piedra
y todavía tiembla
un centro
como lava,
una bala que busca salida
y ya no importa,
interesada en el esófago,
un reguero,
una película en que todo estalla
es una bella imagen
que ya no podré ver.
Instantes de oro
y años de polvo
será, como la vida,
la muerte.
Dónde está la luz
cuando se apaga.
Voraz como el deseo
como el fuego no quiere devorar
sino encenderse,
nunca fui el cazador.
Pero que sea yo la víctima
también es un error
o un accidente.
Si desperté pasión
no tuve el mérito del cálculo,
si arrebaté lo ajeno
no tuve el usufructo,
si fui el testigo no supe
con lo visto
más que dar testimonio.
Quizá como el amor, la muerte
como la vida
no sea para siempre.
Será una travesía,
si miro hacia atrás
sus ojos
podrían retenerme.
Sin embargo dispara
contra el viento
como un ciego.
Un individuo en posición
decúbito,
aspecto de masa
cenicienta,
alojada en el canal
la bala ahora es lo que queda
vivo
y este fluir del pensamiento
acaso será siempre
una cámara lenta del disparo.
Un trueno primero,
después el relámpago
reabsorben en una sensación
fulminante de silencio.
También hay una muerte espléndida
que tampoco me tocará en suerte.
No importa
de Matar un animal
Susana Villalba (Argentina). Recibió la Beca Guggenheim 2011. Primer Premio Nacional 2015/2018. 2do Premio Municipal de Buenos Aires 2004/5. Tiene siete libros de poesía publicados, una novela y obras teatrales. Ha participado de publicaciones y festivales internacionales. Creó y dirigió la Casa de la Poesía de Buenos Aires y de la Nación y los Festivales Internacionales de Poesía de dichas instituciones. Dicta Taller de Tesis en la Maestría de Escritura de UNTREF y Poesía y Dramaturgia para la Maestría en Dramaturgia de U.N.A. Realizó crítica teatral en la Revista Ñ y fue jurado de los Premios Clarín.