ORACIÓN DEL ABANDONO
Nunca me desprendí
de los amores,
pienso en el abandono
como un pretexto para volver,
para que el tiempo haga del pecho
un páramo de esperanzas abiertas.
Pienso en el abandono
como una noche de tres puntos suspensivos
que abre la ventana del llanto.
Las personas que me amaron
me veían como una casa alta,
de tres pisos
la cual puedes abandonar,
se fueron dejando las cerraduras abiertas
porque saben que no tengo
la fuerza de cerrar puertas.
Siempre fui el preludio
para que ellas encontraran el amor,
el sitio donde concurrían llorando,
el lugar en donde envolvían su corazón,
y cuando se marcharon,
también quise deshabitar mi persona.
QUÉ ACTO TAN INSÓLENME
vestirse después del sexo,
cualquier palabra desmantela
el cuadro de los cuerpos trenzados,
porque lo único que nos queda
es vestirnos para tomar vagones diferentes
y despedirnos con un obscuro beso en la mejilla,
que sabe a sudor y a carne después del coito.
El cuerpo es una llama
que se extingue a las cinco horas,
de una habitación alquilada para tocarnos,
para escuchar la conversación de nuestros ombligos,
las caricias ya no soportan más,
y la soledad nos reclama
la hora de la partida,
de buscar la prendas arrojadas al suelo
y vestirnos tímidamente
sin mostrar la parte del cuerpo
que ocultamos durante el asalto.
A Mary y Ricardo
MIS PADRES ME TRAJERON A LA VIDA PARA MORIRME;
sin embargo, adoro el tiempo antes del día de la sentencia.
Hijo de una universidad de herencia pública,
todos los días salgo a perseguir autobuses
para alcanzar mis sueños.
Estudiante desde los cuatro años,
mi memoria conserva jardines de papel maché
y de jirafas de foami en escala.
Nací en invierno de un año lleno de nueves,
la verdadera fecha de mi nacimiento
fue el primer derrumbe del corazón,
ese día llovió, la vida me bautizó,
y me dijo: “bienvenido”.
A los dieciocho años me aventaron al mundo
con sólo una tarjeta de mayoría de edad,
a una selva de cláxones y de golpes,
ningún colmillo ha tocado mi carne,
“yo también tengo rayas en la espalda
como los tigres” grité en las avenidas.
Tengo veintitrés años y no tengo nada,
mi esqueleto está hecho de pan y promesas,
y mi futuro es una preocupación
que nunca me sobrevive.
A Alberto Gurrea
HARTO DE LOS SIGNOS DE LA NOCHE,
de los asteriscos
que se anuncian como estrellas,
camino por este barrio
de ventanas y paredes
carcomidas por el tiempo y los grafitis.
Realmente cansado
de la turbia especie de obscuridad,
juego a preguntarme
si mi sombra es igual de resistente
que la construcción de mi cuerpo.
Camino por estas calles,
y la esperanza es una sonata
que aúllan los perros,
los hombres desconocidos cruzan la avenida
para iniciar la batalla,
la respuesta es levantar un grito
como una bandera de furia,
para que los nudillos hablen el idioma de los golpes,
pienso en la madre del varón que golpeo,
es la hora de la violencia
y mis manos están cansadas
y los puños se incrustan en las costillas.
Pienso en mi madre
hablando al novecientos once
preguntando por su hijo trigueño
de un metro ochenta y tres,
y pienso en la sangre de mi compañero
como un ritual que se ofrece a la muerte.
Cansado, realmente estático,
se revela la fragilidad de mi espíritu,
de mis dedos que responden
como animal herido,
de mi palabra que funda
un templo de odio
en este viento de madrugada.
Pienso que, en este barrio,
sólo seré una anécdota
una descarga de violencia
cayendo de un gotero de alcohol.
LOS INGENUOS
A María Macaya Martén
Los ingenuos
se acostumbraron a recibir de menos,
a sentir de menos
y cuando menos significó más,
corrieron a las salidas de emergencia
por el temor de sentirse descubiertos.
Los ingenuos cruzaron tantas veces
los puentes del erotismo
confundiendo el sexo con amor
y cuando amaron
el silencio se volvió una puerta cerrada.
Los ingenuos aman las luces,
a las estrellas que se quedan al amanecer
y juegan a imaginar los kilómetros
que existe entre el cielo
y sus pasos ingenuos,
juegan a contar aviones,
fronteras que los separan;
ellos dejan de sentir miedo
cuando todo parece imposible.
Y entonces, los ingenuos
cultivan ángeles en sus manos
y entre plegarias
comienzan altares con el nombre de vírgenes:
Trinidad, Fátima, María…
y así como el circular milagro
de un ombligo que guarda la primavera
los ingenuos encuentran la fiesta delgada y eterna
en donde aprenden a quedarse.
Ricardo Plata (México). Estudió Letras Hispánicas. Autor del poemario Para habitar mi nombre. Fue becario del Festival Interfaz: Los signos en rotación. Fundador y Director General de Cardenal Revista Literaria y del Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes-UAM-I. Ha publicado en revistas de México, Argentina, Perú, Bélgica, Bangladesh, India y Uzbekistán.