PAERDÍS
Dime, Dios,
tan sólo,
que en la carne de tu reino
el pecado original no
lo hereda el prisionero desde el vientre.
Que en tus calles más febriles
la sangre de los perros
no se bebe en copas largas
ni corre cuesta abajo
el llanto de una virgen mancillada.
Dime, Dios,
tan sólo,
que nadie nace de mi costilla
que este no es sitio de los hombres.
XXII
Y cantando a oscuras,
así me despido hoy,
sólo hoy,
de esta mancillada escena
de turbios matorrales,
suelas que madrugan
desde hace años tus pasos lacerados,
tu morada de falso marfil,
tu pecho colección de naipes,
la inmaculada sonrisa
que dibujarás desde ahora
y para siempre
cuando leas, temblorosa
y quizás culpable
estos versos de obsidiana:
- mi cabeza degollada
- mi corazón de ofrenda
- mi desmesurada empresa.
Voy así,
cantando a oscuras,
porque este amor a ciegas
le ha bastado tu quebranto,
tu canción,
tu silencio equilibrado,
la edad de tu paciencia,
la decoración infame
de esto poco,
tan poco que nos ha quedado
para bailar a oscuras
y cantarte
y calcinar con este paso
de trompeta, banda y trombón,
la palabra que nos hizo daño,
y entonces así,
a consejo inequívoco de terapeuta
cantar a oscuras
y bailando bajo
nuestro siempre ritmo
despedirme hoy,
y sólo hoy,
para volver distinto
y esperar,
bailar por ti.
XXIII
Ahora y hoy, que me estoy yendo,
que pulso una vez más
vuelvo a ser en tu boca ya rendida,
que unto entre las llagas
este capricho de nombrarte,
de apesadumbrarme
en tus hallazgos repentinos,
de extraviarme entre el silencio
donde no debí llamarte,
soy de nuevo la página, el principio,
el amarillo cuerpo de tu desventura,
la sal debajo de las uñas,
el anticipado juicio
en el que sólo soy testigo
y me queda así, por hacer,
cerrar la boca,
tragarme entre moscas y gestos
lo que de mí sobró,
el puñado de inocencia
que en tus manos fue mi anhelo
y me fui quedando entre tú y nadie,
y a mi cuerpo lo vistió el abismo
cuando hallé a mi palabra
un pájaro de nada
un recordatorio del vacío,
una cruz,
alguien que no soy yo.
Y entonces así,
a patita suelta y muy despacio,
como si la mañana cupiera
en un sorbo de cuchara,
como si no alzara su voz
cada resquicio en el que
la suavidad de tu cuerpo
acuñó todo mi desvelo,
así,
como el brinco asustadizo
de un orgasmo,
me resbalo entre el espacio
que no ocupamos
y me callo,
me silencio nuestras bocas
en toda latitud que no quisiste,
en los poemas que no vendrán
y en la tachadura obligatoria
de cuanto pudimos
y nos callamos.
Te dejo, pues,
para el futuro,
todos los hallazgos
en lo que me encuentres.
Te dejo mi voz trenzada
a tus oídos,
el cabello recogido de mi ausencia,
mi blanca piel
que fue tu nombre y fecha,
mis hombros tus vasallos,
tu siempre resurgir de mi costilla,
y todo,
todo aquello
que si hubiésemos,
que no pudimos,
que no quisimos,
que no,
que tú,
que…
que se queda,
quizás,
para otra vida,
al fin y al cabo
en lo que no he podido darte:
mi silencio.
SALINA,
el mar tu boca impávida y salina.
Y tus ojos;
cuencas crepusculares son tus ojos
color de llanto y de espeso
el rastro oscuro de tu infancia.
Y aun así, el mar, el agua y el océano,
el costado de la playa que se incrusta
a manera de flagelo en tu figura,
en tu piel apenas vista,
en tus pechos de menudo brote,
de racimo joven.
Y se alza el mar,
se le crece el ansia,
se le vuelve una tormenta el pájaro doméstico,
le resuena el eco de su tórax en el viento,
se azotan vil y profundo
las aspas de este cuerpo robusto en tierra.
No importa que lo mires desde lejos,
pues acaricia suave
el contorno de tus piernas,
se te escabulle sutil incendio en ti
una brisa que es de miel en tu cadera
que se escurre entre tu origen
por tomarte frágil, entera,
para hacerte el amor cuando sube la marea.
Y no suspiras, no enmudece nadie,
no muerdes la palabra de alguien en el aire,
no sangra ya tu miedo
ni la razón que existe dentro los nombres.
Y tus piernas son de peces
y replegándose va el mar hasta su orilla,
mientras besa, rasguña con sed y rabia
la piel más última en tus muslos,
tu costa inerme, la noble combatiente.
Te pareces a este mar volcado,
a este afable intento de contarte;
por si lo olvidas,
por si hace falta,
por si buscas saber quién eres.
HAS PASADO TUS AÑOS DE MINIFALDA
sin rasguño de esta herida
perpetrada por mi anhelo.
Y sin lascivia de estos ojos
que desnudaron tus mejillas
y penetraron hasta tus versos,
tú, inmaculada y siempre ajena,
dabas paso en falso por el rumbo
y te ocultabas en la periferia,
en los libros que no ibas a leer
y me tentabas,
siempre exquisita,
me tentabas
con cuanta cosa que ocurriera
para hacerme
víctima de un lejano esplendor
de un ladrido invisible.
Y aunque te alcé tantas veces
aquella corta falda en celo
y fuiste el placer a ciegas
que ocupó mi mano a tientas,
me hallé taciturno,
cautivo del cansancio que tornó en silencio.
Yo siempre tuve miedo del cansancio,
aún tengo miedo del silencio.
Javier Gutiérrez Lozano (México). Catedrático en Ciencias Sociales y Humanidades, poeta, traductor y periodista. Director de Alcorce Ediciones y de Revista Vislumbre. Es autor de los poemarios Vuelta al origen y otros poemas (Venezuela, 2014), La magnitud de la distancia (México, 2015), No sólo lluvia (2015) publicado en España, Argentina, Colombia, México y su versión al inglés More than rain (2017) en los Estados Unidos, Luces últimas (España y México, 2018), Atemporal (México, 2019) y Década (México, 2021), su obra publicada más reciente.