25 Abr 2024

506. POESÍA COSTARRICENSE. ALEXANDER OBANDO

-14 Feb 2024

Marea baja

 

Make a tomb

for men and boys

Allen Ginsberg

 

Cuando baja la marea

quedan restos de automóviles

sobre la playa, fierros

bañados en plancton y sal.

 

El muchacho emblanquecido

deambula buscando

latas y vidrios enteros;

y sin embargo,

camina sobre tierra de marisma,

sobre casas barridas anoche

al mar de los huracanes.

 

Por la playa

va caminando él, Ganímedes,

pantaloneta blanca y sucia,

piernas llenas de arena.

 

Encuentra el esqueleto

de un viejo asiento de Chevy

y se imagina,

                           sentado en él,

cómo hubiera sido ser raptado a otro planeta

por un águila antigua,

por un dios todopoderosa ventisca,

al filo de las ocho

                          de un jueves cualquiera.

 

Tal vez asustado,

                            como anoche;

tal vez invisible,

                            como ahora.

 

 

 Ducha y adiós

 

a Yehudi Ramírez

 

La brisa entra por esta ventana.

 

Sobre la mesa

el trago de ron

que no pudiste acabar

mientras decís,

                            apresuradamente,

que debés trabajar el turno de las ocho.

 

Me he pasado la tarde

pensando en tu espalda como

en la cuenca más llena de atunes,

porque siempre me han gustado

las bocas azules que saltan y muerden

a la menor insinuación del tacto.

Me he gustado siempre el intenso oleaje

que producen tus piernas / en la bañera.

 

La brisa entra por la ventana

y son ya casi las siete y cuarto.

Me decís que te vas a bañar

                                          y a vestir.

 

Pienso que debo acompañarte

pero te vas al baño

y yo aún no me levanto de la cama.

 

El agua suena como venida desde

adentro de nosotros

y pienso que deben ser

esos peces que te cubren el cuerpo

cuando te salta el agua encima.

 

La llave da vuelta con un chirrido

y no se oye más el

eco subterráneo en la bañera.

(Si acaso,

una gota o dos

                           desde el tobillo,

por el aire,

hasta la tina).

 

Te vestís adentro / y al salir,

precipitadamente,

decís adiós con un gesto de la mano.

 

Veo que llevás el pelo casi seco.

 

Antes,

solías llegar tarde.

 

 

Belye nochi

 

¡Dios mío! ¡Todo un momento de felicidad! ¡Sí!

¿No es eso bastante para colmar una vida?

Dostoievski,

Las noches blancas

 

Y un hombre

—quizá joven—

                             me llevará a su estancia

esta noche blanca.

 

Sus brazos y sus labios

atraparán la oscuridad

como anguilas sinuosas

              en el fondo de un estanque.

 

Sus gestos serán primero azules y desconfiados

pero conforme avancen las horas

irán hacia el turquesa coralino

             y el índigo mantarraya,

hasta que al amanecer, finalmente,

                            solo queden nuestras aguas.

 

Y luego,

perdidos en esas cales marmóreas

que solo un mar de Luna puede dar,

me dirá

              —de nuevo en turquesa—

“por cierto, amor,

mi nombre es mensajero,

sombra de toda blancura”

 

Y yo me iré navegando con él,

las velas    quizás desplegadas

como el fantasma

             de un pterodáctilo en llamas

 

                          y todavía

 

                                        —aun entonces—

 

                                        tendré la cara

                                        de un tonto enamorado.

 

 

Vivir solo

 

El supremo hastío, aquel al que la propia

muerte rehúsa su último humo, se retira

disfrazado de señor

René Char

 

a Rodolfo Álvarez y Manfred Werther

 

Eso que llamamos vivir solo

es transitar en un silencioso dirigible

por las ventosas noches de esta ciudad.

Es no tener quien se ventile con tus cartas

esperando impaciente

a que llegués para abrirlas.

Vivir solo es llamar a Manfred

o a Rodolfo

para ofrecerles una noche de juerga

a costas tuyas,

pero sonriente, acompañado,

feliz de ver una mesa servida para dos.

 

Vivir solo es comer en restaurantes

cuando tenés plata,

y distraerte haciendo la comida

cuando no tenés plata.

 

Es tratar de convencer a las amigas

de que aún es muy temprano

                                        para tomar el bus,

y llegar a la torpeza de mentirles

                                        respecto a la hora.

Es mordisquear los hombros

de todos tus amigos y amantes

para delimitar el terreno de tu ternura

y para decir hasta aquí, o a veces,

                                          a partir de aquí.

 

Vivir solo

es no masturbarse de puro cansancio

                                                        de masturbarse.

Es encender la tele para oír bulla

y creer ingenuamente

que te están llamando;

sin embargo, este autoengaño

jamás te da resultado.

Terminás pagando más en insomnio

y al final de cuentas

te volvés a encontrar a oscuras.

 

Vivir solo

es añorar durante nueve meses las vacaciones

para luego no tener con quien compartirlas.

Alguien ya se ha ido para la playa

y otros se irán con sus otros amigos.

Vos solo sos el alter ego urbano,

aquel con quien se comparte una que otra

noche de bohemia libresca;

pero los amigos, la verdadera diversión,

no es miope ni tampoco

se la pasa hablando de Tomasso Albinoni.

 

Vivir solo es, pues,

pasarse las noches

miserablemente agarrado a las barras

de este zepelín silencioso,

esperando distinguir algún conocido

entre esa masa que ya no se acuerda

de vos.

Que te desnombra

desde que vos olvidaste

los ojos de aquella única hembra

que alguna vez te vio con ternura.

 

Vivir solo es,

a fin de cuentas,

el trauma

de haberla perdido.

 

  

 

La poesía

 

La esperanza,

esa cosa con plumas

Emily Dickinson

 

Duermo en

las noches con

todas las ventanas

abiertas,

y eso asusta mucho a

mis vecinos.

Me creen un

extraño y

pobre monstruo

de otra esfera.

Un Ulises navegando

entre mares y libros.

Un señor gordo

con la sonrisa

de un adolescente.

Un misfit,

un piadoso

o un imago

que prefiere la

música

de nombres

extraños.

Un amigo de amigos

nocturnos

que hablan alemán,

francés

o italiano,

que reconocen los errores

en los mapas

y dejan

en todos los buses

algún paquete o paraguas.

Total,

se dirán mis

vecinos,

ellos también duermen

con las ventanas abiertas.

No sea que un día

les entre

alguna cosa negra

y con plumas.

 

(Poemas de Ángeles para suicidas; Ediciones Espiral)

 

 

 

Alexánder Obando (Costa Rica, 1958 – Estados Unidos, 2020). Formó parte del Taller de Literatura Activa Eunice Odio. Dirigió, brevemente, el Taller de Literatura Julián Marchena; y colaboró con el grupo de Octubre-Alfil 4. Autor de los libros: El más violento paraíso (2001 y 2009, novela); Canciones a la muerte de los niños (2008, novela); Teoría del Caos (2012, cuento); y Ángeles para suicidas (2010 y 2014, poesía). Además fue antólogo de Instrucciones para salir del cementerio marino (poesía, 1995) y La gruta y el arcoíris: Antología de narrativa gay/lésbica costarricense (2008, narrativa).

En poesía fue ganador del Premio Centroamericano de Poesía Juan Ramón Molina, 1991, y del Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría, 2010.

 

 



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