Marea baja
Make a tomb
for men and boys
Allen Ginsberg
Cuando baja la marea
quedan restos de automóviles
sobre la playa, fierros
bañados en plancton y sal.
El muchacho emblanquecido
deambula buscando
latas y vidrios enteros;
y sin embargo,
camina sobre tierra de marisma,
sobre casas barridas anoche
al mar de los huracanes.
Por la playa
va caminando él, Ganímedes,
pantaloneta blanca y sucia,
piernas llenas de arena.
Encuentra el esqueleto
de un viejo asiento de Chevy
y se imagina,
sentado en él,
cómo hubiera sido ser raptado a otro planeta
por un águila antigua,
por un dios todopoderosa ventisca,
al filo de las ocho
de un jueves cualquiera.
Tal vez asustado,
como anoche;
tal vez invisible,
como ahora.
Ducha y adiós
a Yehudi Ramírez
La brisa entra por esta ventana.
Sobre la mesa
el trago de ron
que no pudiste acabar
mientras decís,
apresuradamente,
que debés trabajar el turno de las ocho.
Me he pasado la tarde
pensando en tu espalda como
en la cuenca más llena de atunes,
porque siempre me han gustado
las bocas azules que saltan y muerden
a la menor insinuación del tacto.
Me he gustado siempre el intenso oleaje
que producen tus piernas / en la bañera.
La brisa entra por la ventana
y son ya casi las siete y cuarto.
Me decís que te vas a bañar
y a vestir.
Pienso que debo acompañarte
pero te vas al baño
y yo aún no me levanto de la cama.
El agua suena como venida desde
adentro de nosotros
y pienso que deben ser
esos peces que te cubren el cuerpo
cuando te salta el agua encima.
La llave da vuelta con un chirrido
y no se oye más el
eco subterráneo en la bañera.
(Si acaso,
una gota o dos
desde el tobillo,
por el aire,
hasta la tina).
Te vestís adentro / y al salir,
precipitadamente,
decís adiós con un gesto de la mano.
Veo que llevás el pelo casi seco.
Antes,
solías llegar tarde.
Belye nochi
¡Dios mío! ¡Todo un momento de felicidad! ¡Sí!
¿No es eso bastante para colmar una vida?
Dostoievski,
Las noches blancas
Y un hombre
—quizá joven—
me llevará a su estancia
esta noche blanca.
Sus brazos y sus labios
atraparán la oscuridad
como anguilas sinuosas
en el fondo de un estanque.
Sus gestos serán primero azules y desconfiados
pero conforme avancen las horas
irán hacia el turquesa coralino
y el índigo mantarraya,
hasta que al amanecer, finalmente,
solo queden nuestras aguas.
Y luego,
perdidos en esas cales marmóreas
que solo un mar de Luna puede dar,
me dirá
—de nuevo en turquesa—
“por cierto, amor,
mi nombre es mensajero,
sombra de toda blancura”
Y yo me iré navegando con él,
las velas quizás desplegadas
como el fantasma
de un pterodáctilo en llamas
y todavía
—aun entonces—
tendré la cara
de un tonto enamorado.
Vivir solo
El supremo hastío, aquel al que la propia
muerte rehúsa su último humo, se retira
disfrazado de señor
René Char
a Rodolfo Álvarez y Manfred Werther
Eso que llamamos vivir solo
es transitar en un silencioso dirigible
por las ventosas noches de esta ciudad.
Es no tener quien se ventile con tus cartas
esperando impaciente
a que llegués para abrirlas.
Vivir solo es llamar a Manfred
o a Rodolfo
para ofrecerles una noche de juerga
a costas tuyas,
pero sonriente, acompañado,
feliz de ver una mesa servida para dos.
Vivir solo es comer en restaurantes
cuando tenés plata,
y distraerte haciendo la comida
cuando no tenés plata.
Es tratar de convencer a las amigas
de que aún es muy temprano
para tomar el bus,
y llegar a la torpeza de mentirles
respecto a la hora.
Es mordisquear los hombros
de todos tus amigos y amantes
para delimitar el terreno de tu ternura
y para decir hasta aquí, o a veces,
a partir de aquí.
Vivir solo
es no masturbarse de puro cansancio
de masturbarse.
Es encender la tele para oír bulla
y creer ingenuamente
que te están llamando;
sin embargo, este autoengaño
jamás te da resultado.
Terminás pagando más en insomnio
y al final de cuentas
te volvés a encontrar a oscuras.
Vivir solo
es añorar durante nueve meses las vacaciones
para luego no tener con quien compartirlas.
Alguien ya se ha ido para la playa
y otros se irán con sus otros amigos.
Vos solo sos el alter ego urbano,
aquel con quien se comparte una que otra
noche de bohemia libresca;
pero los amigos, la verdadera diversión,
no es miope ni tampoco
se la pasa hablando de Tomasso Albinoni.
Vivir solo es, pues,
pasarse las noches
miserablemente agarrado a las barras
de este zepelín silencioso,
esperando distinguir algún conocido
entre esa masa que ya no se acuerda
de vos.
Que te desnombra
desde que vos olvidaste
los ojos de aquella única hembra
que alguna vez te vio con ternura.
Vivir solo es,
a fin de cuentas,
el trauma
de haberla perdido.
La poesía
La esperanza,
esa cosa con plumas
Emily Dickinson
Duermo en
las noches con
todas las ventanas
abiertas,
y eso asusta mucho a
mis vecinos.
Me creen un
extraño y
pobre monstruo
de otra esfera.
Un Ulises navegando
entre mares y libros.
Un señor gordo
con la sonrisa
de un adolescente.
Un misfit,
un piadoso
o un imago
que prefiere la
música
de nombres
extraños.
Un amigo de amigos
nocturnos
que hablan alemán,
francés
o italiano,
que reconocen los errores
en los mapas
y dejan
en todos los buses
algún paquete o paraguas.
Total,
se dirán mis
vecinos,
ellos también duermen
con las ventanas abiertas.
No sea que un día
les entre
alguna cosa negra
y con plumas.
(Poemas de Ángeles para suicidas; Ediciones Espiral)
Alexánder Obando (Costa Rica, 1958 – Estados Unidos, 2020). Formó parte del Taller de Literatura Activa Eunice Odio. Dirigió, brevemente, el Taller de Literatura Julián Marchena; y colaboró con el grupo de Octubre-Alfil 4. Autor de los libros: El más violento paraíso (2001 y 2009, novela); Canciones a la muerte de los niños (2008, novela); Teoría del Caos (2012, cuento); y Ángeles para suicidas (2010 y 2014, poesía). Además fue antólogo de Instrucciones para salir del cementerio marino (poesía, 1995) y La gruta y el arcoíris: Antología de narrativa gay/lésbica costarricense (2008, narrativa).
En poesía fue ganador del Premio Centroamericano de Poesía Juan Ramón Molina, 1991, y del Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría, 2010.